Hechos 2:37 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Hemos visto el maravilloso efecto que sobre los predicadores del Evangelio tuvo la efusión del Espíritu Santo. Ahora veremos otro bendito fruto de la efusión del Espíritu Santo en su impacto en los oyentes del Evangelio. Desde la primera proclamación del divino mensaje, se manifestó que iba acompañado de divino poder. Tenemos aquí los primeros frutos de aquella amplia cosecha de almas que fueron agregadas al Cuerpo de Cristo. Veamos los pasos que siguió este método.

I. Los oyentes sintieron agudas punzadas en su conciencia (v. Hch 2:37): «Al oír esto, se compungieron (lit. fueron punzados) de corazón». El mensaje caló hondo en el corazón de muchos oyentes, y el Espíritu Santo les convenció de pecado, del gran crimen de haber dado muerte de cruz al Hijo de Dios. Un mensaje con tal poder cambió súbitamente en corazones blandos, de carne, los corazones de piedra.

II. Tras la convicción de pecado, vino el deseo ardiente de gracia salvífica (v. Hch 2:37): «Dijeron a Pedro y a los demás apóstoles (pues formaban grupo conjunto de testigos): Varones hermanos (la misma expresión de Pedro en el v. Hch 2:29) ¿qué haremos? Se llaman «hermanos» por ser miembros de la misma «casa de Israel» (v. Hch 2:36), lo que contrasta con el «Señores» (Hch 16:30) del carcelero de Filipos, perteneciente a la gentilidad. La pregunta viene a significar lo siguiente: «Puesto que hemos cometido tan horrendo crimen, ¿qué podemos hacer para ser perdonados de él?» Hablan como quienes han comprendido lo mucho que se jugaban en su caso, y están dispuestos a cualquier cosa, con tal de obtener la paz de conciencia y el perdón del pecado.

III. La respuesta de Pedro a tan angustiosa pregunta (v. Hch 2:38): «Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo». Los judíos creían en el Dios verdadero, pero tenían un falso concepto acerca de Jesús como el Mesías que había de venir. De ahí que el énfasis de la respuesta de Pedro se centra en el cambio de mentalidad (sin excluir la fe, como se ve por el versículo Hch 2:41: los que acogieron la palabra) para el perdón de los pecados. También esto contrasta con Hch 16:31: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo», donde el énfasis está en la fe, por ser idólatra el carcelero (comp. con Hch 20:21, donde se combinan admirablemente los dos aspectos). El hecho de que se haga mención del «bautismo» en este contexto (toda la sección es nota del traductor) ha llevado a muchos a uno de dos extremos, falsos ambos en mi opinión: 1. Que el «bautismo» de que aquí se habla no tiene nada que ver con el agua, sino que indica el interior de la fe en el Señor (como en 1Co 12:13). El contexto posterior está en contra de esta interpretación (comp. Mat 28:19 y Hch 8:35-38). 2. Que el bautismo de agua es necesario para el perdón de los pecados. Esta interpretación es igualmente errónea (v. el comentario a Mr. 16:15). También es de notar que el bautismo es en el nombre de Jesucristo, el Mediador de la salvación; esta fórmula se mantiene constantemente en el libro de Hechos, a pesar de Mat 28:19 (v. Hch 8:16; Hch 10:48; Hch 19:5). Esta aparente anomalía se resuelve si tenemos en cuenta que, sólo injertados en Cristo, es como pasamos a formar parte de la familia divina (v. Rom 6:3.).

IV. El ánimo que les da Pedro para que cumplan con estas condiciones. 1. Tendrán el perdón de los pecados. Como si dijese: Arrepentíos de vuestro pecado y no seréis arruinados por vuestro pecado; recibid, por fe, la palabra de Cristo y quedaréis justificados y unidos a Cristo. 2. Recibiréis el don del Espíritu Santo, pues el regalo del Espíritu Santo ha sido prometido para vosotros y para vuestros hijos (gr. téknois, es decir, no «niños», sino «descendientes») y, puesto que la profecía de Joel abarcaba a «toda carne», también para los que están lejos. Aunque esta frase pudo significar, en boca de Pedro, los judíos de la dispersión, bien puede ser que el Espíritu Santo (v. Efe 2:13) quisiera incluir a los gentiles que habían de recibir la promesa como espiritual descendencia de Abraham (v. Gén 12:2, Gén 12:3; Rom 4:16). 3. Las promesas del Antiguo Testamento solían adoptar forma colectiva, pero las invitaciones del Nuevo Testamento suelen formularse de modo personal, como aquí: «cada uno de vosotros» (v. Hch 2:38). Como si dijese: «Incluso los mayores criminales, los más inicuos pecadores, entre vosotros serán bien acogidos si se arrepienten y creen. En Cristo hay gracia suficiente para el mundo entero y para cada uno de los pecadores, así como la hay para todos y cada uno de los santos.

V. El versículo Hch 2:40 («Y con otras muchas palabras, etc.») da a entender claramente que lo que aquí refiere Lucas del mensaje de Pedro es sólo un resumen, el núcleo de su sermón. Una de las frases, no incluida anteriormente en el sermón, es (v. Hch 2:40): «Sed salvos de esta perversa generación». Aunque esta frase tiene aplicación general al mundo incrédulo (v. Flp 2:15), tiene aplicación especial a los que, de la nación de Israel, eran todavía rebeldes a la proclamación del Evangelio, pues la frase se había hallado varias veces en labios de Jesús mismo. Venía a decirles Pedro: «Ya que habéis participado de los pecados de ellos no participéis de su actual rebeldía, a fin de que no seáis partícipes de su ruina». Si consideramos la rapidez con que la corriente del mundo (Efe 2:2) se lleva a los pecadores impenitentes a la eterna condenación, debemos preferir nadar contracorriente antes que ser sumergidos con ellos en el mismo abismo. Quienes se arrepienten de sus pecados y ponen su confianza en el Señor han de dar prueba de la sinceridad de su conversión y romper con las malas compañías que antes frecuentaban (v. 1Pe 4:4).

VI. La espléndida cosecha de este primer sermón de Pedro (v. Hch 2:41): «Así que los que acogieron bien su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas (lit. almas)». El Espíritu Santo obró con la palabra para salvación a todo aquel que cree (Rom 1:16) y todos los que creyeron (lo cual supone que eran bastante adultos para creer personalmente comp. con Hch 16:31-34 ) sellaron su fe con la profesión pública de la recepción del bautismo. Leemos que se añadieron, es decir, a los discípulos, los cuales formaban el embrión de la Iglesia naciente (comp. v. Hch 2:47); añadidos a la Iglesia, no por la Iglesia misma, sino por el Señor (v. Hch 2:47). El original griego dice que recibieron con agrado la palabra; no basta con oírla con agrado, pues también Herodes Antipas oía con gusto al Bautista (Mar 6:20, comp. con Mat 13:20), pero no recibía la palabra. La conversión de 3.000 personas tras un solo sermón fue mayor milagro que la alimentación de 5.000 con unas pocas hogazas de pan. La frase «se añadieron» nos da a entender también que quienes reciben a Cristo como su Salvador, han de tomar como hermanos y miembros del mismo Cuerpo a todos los demás que son salvos. Gran tarea tuvieron los apóstoles en el bautismo de tantas personas. El espíritu Santo les había movido, no sólo las lenguas para predicar, sino también las manos para bautizar.

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