Hechos 26:24 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos razón para pensar que Pablo tenía mucho más que decir. Había llegado al núcleo de su mensaje, donde podría haberse detenido mucho y con gran provecho.

1. Pero fue precisamente en este momento cuando Festo le interrumpió tildándole de lunático (v. Hch 26:24): «Estás loco, Pablo; las muchas letras te están llevando a la locura». La erudición bíblica que mostraba Pablo (v. 2Ti 3:15, donde el original dice «las Sagradas Letras») se le antojaba a Festo una «locura» por la manera rabínica de argumentar. Agripa lo entiende mejor y calla. Con esto, el gobernador insinuaba que Pablo no era del todo responsable, por lo que no debía ser condenado ni creído. La interrupción de Festo no es fruto de la ira, sino del menosprecio.

2. Pablo responde con toda serenidad y respeto, y muestra ya con eso su cordura (v. Hch 26:25): «No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que pronuncio palabras de verdad y de sensatez». Así nos enseña a no devolver menosprecio por menosprecio ni insulto por insulto. Y apela al rey Agripa en confirmación de lo que dice, ya que, además, son cosas notorias (v. Hch 26:26) las que proclama. Y no se contenta con apelar a él, sino que le compromete a responder (v. Hch 26:27): «¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees». Todos sabían que Agripa llevaba sangre judía, profesaba la religión judía y, por tanto, conocía los escritos de los profetas y les daba crédito. En ese sentido va la pregunta de Pablo y la afirmación de que Agripa creía, es decir, daba crédito a los profetas. Pablo no tiene al rey Agripa por creyente de corazón.

3. Podemos imaginar que todos los ojos estarían ahora puestos en el rey que presidía la sesión. La respuesta de Agripa merece especial atención (v. Hch 26:28). El griego dice literalmente: «En poco (tiempo) me persuades a hacerme cristiano», equivalente, en buen castellano, a la versión que ofrece Trenchard: «¡Con tan poca cosa quieres persuadirme que me haga cristiano!» Esta traducción cuadra mejor con el contexto y con las circunstancias en que se hallaba Agripa. Puesto en estrechura, el rey se sale por la tangente: No quiere admitir delante de aquel auditorio su fe en los profetas del Antiguo Testamento. Pero, por otra parte, no puede dar a Pablo una negativa rotunda. Viene, pues, a decirle a Pablo que su argumentación no ha sido lo suficientemente eficaz para pasarse del judaísmo al cristianismo. En el fondo, estaba su perversa condición espiritual, que le impedía dar cabida cordial a la Palabra de Dios. Hasta qué punto le llegaron las razones de Pablo, no sabemos; pero no se nos dice que le hiciesen temblar como a Félix. Finalmente, la versión RV a la que estamos acostumbrados: «Por poco me persuades a hacerme cristiano», tan usada en himnos y mensajes («el casi cristiano») es la menos probable.

4. La réplica de Pablo es digna del gran apóstol (v. Hch 26:29): «¡Quisiera Dios que, tanto en poco como en mucho (lit. grande), no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!» Dice Leal: «La respuesta de Pablo es emocionante y revela su gran corazón. Responde muy en serio y desea que todo el mundo sea cristiano, porque en ello está la felicidad. La limitación que pone entra muy (¿bien?) en el carácter grande y fino de Pablo: desea para todos todo el cristianismo, menos las cadenas que él lleva por la fe». En la misma línea, sigue M. Henry: «Insinúa que sería la inefable felicidad de cada uno de ellos el hacerse verdaderos cristianos que hay en Cristo gracia suficiente para todos, por muchos que sean . Da también a entender la buena voluntad que abriga hacia todos ellos, pues les desea: (A) todo lo que se desea a sí mismo; (B) mejor que a sí mismo en cuanto a su condición exterior. Desea que todos ellos fuesen cristianos consolados como él era, pero no cristianos perseguidos como él estaba … Nada se puede decir más tierno ni con mejor gracia».

5. Tras estas palabras de Pablo (vv. Hch 26:30-32), todos están de acuerdo en que es inocente, y la sesión se levanta con alguna precipitación (v. Hch 26:30), pues algunos de los presentes, y especialmente el rey, comenzarían a sentir las punzadas de la conciencia, y el mejor modo de disimular el impacto del sermón era dar por concluida la audiencia. Los llamados «mecanismos de defensa» de la psicología humana actuaban con toda energía para suprimir la eficacia del mensaje, y compensaban la negativa a rendirse con la generosa disposición a dar por inocente al preso. ¡De cuántos trucos dispone nuestro subconsciente! Si Pablo llegó a escuchar los comentarios de los versículos Hch 26:31 y Hch 26:32, no cabe duda de que se llenaría de profunda tristeza, al ver que su inocencia se reconocía al precio del endurecimiento de los oyentes. Comenta M. Henry: «Y ahora no sé decir si Pablo se arrepentía de haber apelado a César, y al ver que era esto lo que impedía su descargo. Los que pensamos que es para beneficio nuestro, resulta con frecuencia ser una trampa. O, quizás, a pesar de todo, se contentaba con lo que había hecho y veía en esto la Providencia y que todo saldría bien. Además, se le había dicho en una visión que había de testificar en Roma (Hch 23:11), y lo mismo le da ir allá en calidad de preso que puesto en libertad».

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