Hechos 27:21 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Veremos ahora el resultado del apuro en que se veían Pablo y sus compañeros de viaje: escaparon vivos, y eso fue todo. Se nos dice (v. Hch 27:37) las personas que iban a bordo: 276 en total. Al contrario que Jonás, Pablo no era la causa del desastre, sino el consolador durante el desastre. Pero antes de consolarles, les dirigió un merecido reproche. «Debíais haberme hecho caso y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida», les dijo (v. Hch 27:21). No le habían hecho caso cuando les advirtió del peligro que iban a correr (v. Hch 27:10), pero ahora de seguro que, desde el patrón de la nave hasta el último preso, todos le prestarían atención. Y después del reproche, viene el consuelo (v. Hch 27:22): «Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave». Es digno de notarse que Pablo dice «entre vosotros», no «entre nosotros», de lo cual pueden darse (nota del traductor) dos explicaciones, quizá complementarias: (A) Los demás, no él, habían llegado a perder la esperanza de salvación, por lo que eran ellos, no él, quienes necesitaban consuelo; (B) Pablo sabía, por predicción de Jesús, que había de llegar a Roma para dar testimonio de Él allí; no temía, por tanto, por su vida. Durante lo más recio de la tormenta, Pablo había actuado (v. Hch 27:19) como uno más de la tripulación y el pasaje, pero ahora hacía lo que ningún otro viajero podía hacer: consolarles, a causa de otra predicción.

2. En efecto, como él mismo refiere (vv. Hch 27:23, Hch 27:24), la noche anterior había estado en presencia de él (o se le había aparecido) un ángel de Dios (comp. Hch 10:3). Pero Pablo no pone el énfasis en el ángel de Dios, sino en el Dios del ángel, que era el Dios de Pablo y de quien era, y a quien servía, Pablo (comp. Isa 43:1). Nótese que no dice «de quien somos y a quien servimos», pues la casi totalidad de los pasajeros eran ajenos a Dios y a las promesas de Dios, aunque con esta declaración que les hace, les exhorta implícitamente a tomarle también ellos por Dios y a servirle. Aun cuando estaba en medio del mar (v. Sal 65:5), esto no podía interrumpir su comunión con Dios. Desde allí podía él dirigirse a Dios en oración, y Dios podía enviarle no sólo consuelo, sino consuelo por medio de un ángel. Es de suponer que Pablo, al ser llevado en calidad de preso, no tendría cabina propia, sino que estaría en el fondo de la nave, como Jonás (Jon 1:5), en el lugar más oscuro y sucio; sin embargo, allí se le aparece el ángel de Dios. El ángel le da ánimo y le comunica: (A) Algo que ya sabía, pero ahora se le confirma y se le detalla: «Es menester que comparezcas ante César», como si dijese: «No vas a sufrir daño alguno, pues tienes que comparecer ante él». (B) Algo nuevo que el ángel le había revelado: «Mira, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo». Como decía el santo obispo anglicano Ryle: «Somos inmortales mientras no hayamos llevado a cabo la obra que Dios nos ha encomendado». La concesión gratuita (según el griego) que Dios le hacía de la vida de todos los que le acompañaban (275 personas), indica claramente que Pablo se preocupaba grandemente de la suerte de sus compañeros de viaje y elevaba por ellos sus fervientes oraciones a Dios. Esta preservación de tantas vidas en atención a Pablo nos muestra qué gran bendición son para el mundo los justos (comp. Gén 18:23.).

3. Después de esta declaración, repite Pablo su exhortación a tener ánimo (v. Hch 27:25), pero ahora con más fuerza que en el versículo Hch 27:22, pues les dice: «Yo confío en Dios que acontecerá exactamente como se me ha dicho». No les pide que den crédito a algo que él no haya creído firmemente; por eso, profesa solemnemente su fe en Dios. ¿Y no va a ser una realidad lo que Dios ha dicho? Entonces, ¡tened buen ánimo! Si en Dios, el decir y el hacer no son dos cosas, sino una, también en nosotros deberían ser una el creer y el gozarse en Dios. Y por si fuera poco, les da una señal (v. Hch 27:26): «Con todo, tenemos que encallar en cierta isla». Con esto daba a entender que salvarían la vida, pero se perdería la nave, como así sucedió (v. Hch 27:41).

4. Se presiente la proximidad de tierra firme (vv. Hch 27:27-29). Cuando llegó la decimocuarta noche (v. Hch 27:27), y éramos llevados a través del mar Adriático (según se llamaba entonces a toda la parte del mar Mediterráneo entre Grecia, África e Italia), a la medianoche los marineros comenzaron a presentir que estaban cerca de tierra. Echaron la sonda (v. Hch 27:28) y, en efecto, comprobaron que había 20 brazas (unos 37 m) de fondo; pasando un poco más adelante, hallaron 15 brazas (unos 27 75 m). Como la profundidad del mar disminuía tan rápidamente, temieron dar en escollos (v. Hch 27:29) y echaron cuatro anclas por la popa y ansiaban que se hiciese de día. Cuando tenían luz, no atisbaban tierra; ahora que están cerca de tierra firme, no tienen luz. No es extraño que ansiaran el que se hiciera de día. Cuando los que temen a Dios andan en tinieblas y no tienen luz, que hagan como estos marineros: echen anclas y ansíen el día, seguros de que ese día ha de amanecer.

5. Pero los marineros preparan una treta que Pablo va a deshacer. Con pretexto de tender anclas también por la proa (v. Hch 27:30), intentaron los marineros huir usando el esquife, salvándose a sí mismos y dejando que muriesen todos los demás; esto, a pesar de que Pablo les había asegurado, de parte de Dios, que no se perdería ninguna vida. Pero Pablo descubrió la treta que preparaban (v. Hch 27:31) y dijo al centurión y a los soldados. Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros, puesto que los marineros iban a huir precisamente en los momentos en que más se les necesitaría. Cuando Dios ha hecho por nosotros lo que nosotros no podíamos, debemos hacer nosotros lo que ya podemos, apoyados en su Palabra y por su fuerza. No usar los medios que Dios pone a nuestro alcance, no es confiar en Dios, sino tentarle. El plan de los marineros fracasó (v. Hch 27:32): «Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse». Forzados así a quedarse en la nave, los marineros se vieron forzados también a trabajar por la seguridad del buque, porque si los demás perecían, ellos perecerían también.

6. La nueva vida que dio Pablo a toda aquella compañía. ¡Dichosos los que tienen en su compañía a un hombre como Pablo! Alboreaba ya cuando Pablo, reuniéndolos a todos, les exhortaba a comer (vv. Hch 27:33, Hch 27:34), pues era el decimocuarto día que llevaban en vela y en ayunas (v. Hch 27:33). Habrían probado algún bocado, pero eso significaba poca cosa en tanto tiempo. Y para enseñar con el ejemplo, él mismo tomó el pan, dio gracias a Dios en presencia de todos y, partiéndolo, comenzó a comer (v. Hch 27:35). Hay exegetas catolicorromanos que llegan a ver en esta comida de Pablo la celebración de la Cena del Señor, comparándola con la clara celebración de Hch 20:7, Hch 20:11, pero no hay motivo alguno para pensar en la Cena del Señor dentro del contexto actual, cuando está tan clara la intención del apóstol de animar a todos los demás pasajeros a comer. Y, por cierto, todos (v. Hch 27:36), teniendo ya mejor ánimo, comieron también.

7. Lucas nos da a continuación el número de las personas que iban en la nave (doscientas setenta y seis, v. Hch 27:37), y refiere con toda sencillez (v. Hch 27:38) que, como ya estaban satisfechos después de comer y cerca de tierra firme, aligeraron todavía más la nave, echando el trigo al mar. Era preferible hundir en el mar el trigo antes que exponerse a hundirse ellos mismos. Comenta el Dr. Ryrie: «El objeto de aligerar la nave era hacerla subir en el agua y permitir acercarla a la playa lo más posible antes de varar».

8. Salvaron la vida, pero no salvaron la nave (vv. Hch 27:39-41). Al hacerse de día, no sabían dónde estaban, esto es, cuál era el país junto a cuya costa se hallaban (v. Hch 27:39). Es muy probable que aquellos marineros hubiesen pasado por allí muchas otras veces, pero ahora se sentían perdidos. De todos modos, al divisar una ensenada con playa, acordaron encallar allí la nave, si era posible. No sabían si los habitantes del país serían civilizados o bárbaros, pero, con tal de dar en tierra firme, se entregaron a merced de los ocupantes. Enfilaron, pues, hacia la playa (v. Hch 27:40), después de soltar las anclas y desatar también las amarras de los timones; y, viento en popa, izaron la vela trinquete y allá se fueron, pues el piloto de la nave podía gobernarla con mayor libertad. Cuando una pobre alma ha estado luchando con las tempestades espirituales de la vida presente, ¿cómo no izará la vela de la fe, al tener en popa el viento del Espíritu, para entrar tranquila y gozosa en las playas de la patria celestial? El final de la nave queda muy bien descrito en la espléndida NVI (v. Hch 27:41): «Pero la nave vino a dar en un bajío de arena entre dos corrientes y allí encalló. La proa se encajó en el fondo y quedó inmóvil, mientras la popa se deshacía al embate del oleaje». El buque que había capeado el temporal en alta mar se deshizo al llegar a tierra. Así también un alma puede, con la gracia de Dios, resistir las más fuertes tentaciones de Satanás, pero si su corazón se apega al mundo, está perdida.

9. Un peligro especial en que se hallaron Pablo y los demás presos (v. Hch 27:42). En este crítico momento, los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se fugase nadando. A primera vista, parece bárbara esta medida, pero un vistazo a Hch 12:19 y Hch 16:27 nos la explica. La ley romana era inexorable en este punto. Dice Trenchard: «lo importante era que ningún reo escapase y, ante la posibilidad de librarse un criminal, se creía que era necesario matar a todos, aun cuando fuesen inocentes». Las leyes modernas nota del traductor se van al otro extremo, pues los mayores criminales tienen oportunidades de escapar de la prisión. Otra vez fue, en atención a Pablo (v. Hch 27:43), como los demás presos salvaron la vida, pues el centurión, aunque no había seguido el consejo de Pablo (v. Hch 27:11), quería salvarle. Así como Dios había salvado la vida de todos los pasajeros en atención a Pablo, así ahora el centurión salvó la vida de todos los presos en atención a Pablo.

10. Cómo escaparon de la muerte en los últimos momentos. Los que sabían nadar (v. Hch 27:43), se echaron al mar los primeros para salir a tierra, pues la nave estaba deshecha. Los demás (v. Hch 27:44) salieron, parte en tablas, parte en varios objetos procedentes de la nave (utensilios de toda clase). Y así aconteció que todos llegamos a tierra sanos y salvos. Aunque el verbo está en infinitivo y, por tanto, impersonal, no cabe duda de que Lucas se incluye a sí mismo; no hay, pues, por qué traducirlo en tercera persona de plural. No se nos dice cómo escaparon Pablo y Lucas. Es probable que el médico supiese nadar; en cuanto a Pablo, él mismo habla de haber estado en el mar en tablas (2Co 11:27) y lo dice unos dos años antes de que sucediese lo que ahora narra Lucas. Así también los justos, aunque sea con dificultad (1Pe 4:18, en cita de Pro 11:31), tienen la consoladora seguridad de que se han de salvar.

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