Hechos 28:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Después de tres meses (v. Hch 28:11), es decir, cuando ya estaría el mar abierto cerca de la primavera se hicieron de nuevo a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla. Cerca del puerto de La Valetta habían quedado los restos de otra nave alejandrina, pero esta otra estaba a salvo. La enseña de este buque era la imagen de los Dióscuros (lit.), que quiere decir «los jovencitos (gemelos) hijos de Júpiter», cuyos nombres respectivos eran Cástor y Pólux, según aparecen, ya especificados, en nuestras versiones. Estamos ahora a fines de febrero o comienzos de marzo del año 60 de nuestra era.

2. Llegada a Italia. Hicieron escala primeramente en Siracusa, el puerto situado al sudeste de Sicilia. Después de permanecer allí tres días, y a través del estrecho de Mesina, en el cual se halla Regio (v. Hch 28:13), un día después, ayudados por el viento sur, llegamos al segundo día a Putéoli (hoy Pozzuoli), que quiere decir «pocitos», cerca de Nápoles. Según Leal, «aquí también se quedó la nave que trajo a Flavio Josefo en la primavera del 64». No parece que, en estos días, hiciesen gran cosa en tierra firme hasta la llegada a Putéoli, donde (v. Hch 28:14) habiendo hallado hermanos, dice Lucas, «nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días». Quién había llevado allá el Evangelio no se nos dice, pero sí vemos que, para el año 60, la fe de Cristo había arraigado incluso en Italia. Como la decisión de quedarse allí dependía de Julio, el centurión a cuyo cargo estaban los presos, es de suponer que él les concedería este permiso, no sólo en atención a Pablo, como en otras ocasiones, sino también porque así le convenía a él mismo, a fin de preparar el informe sobre el naufragio y los demás requisitos acerca de los presos, antes de llegar a Roma.

3. Por fin, tenemos la última etapa del viaje (vv. Hch 28:14-16). Los hermanos de Roma habían recibido noticias (v. Hch 28:15) de la llegada de Pablo y sus acompañantes, así que salieron a esperarles hasta el Foro (es decir, el mercado) de Apio, que estaba a 66 km de la capital, en la llamada «Via Appia», mientras que otros se quedaron a esperarles en un lugar llamado «Tres Tabernas» (esto es, «Tres Tiendas»), a 49 km de Roma. Con esto, mostraban el gran respeto que tenían al apóstol, al salir a recibirle desde tales distancias. Lejos de avergonzarse de sus cadenas, le consideraban digno de doble honor. Recordemos también que, tiempo atrás, les había escrito la gran epístola a los romanos, lo cual entraría también en el respeto que ahora le tributaban. En correspondencia a este respeto, leemos (v. Hch 28:15) que, al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo. Ahora que se acercaba a Roma, a pesar de la oportunidad que tendría allí de dar testimonio de Cristo, como el mismo Señor le había predicho, se agolparían también en su mente pensamientos de melancolía por las consecuencias de su apelación a César. Por eso, cobró ánimo con la vista de los hermanos de Roma, como si le infundieran nueva vida para entrar en Roma con mayor gozo, aunque encadenado, que en Jerusalén cuando pudo hacerlo en libertad. La compañía de nuestros hermanos en la fe habría de servirnos, no sólo de estímulo para dar gracias a Dios, sino también de incentivo para cobrar nuevos ánimos.

4. Entrega de Pablo, con los demás presos, en Roma (v. Hch 28:16). El centurión entregó los presos al prefecto militar. Esta frase falta en los MSS más importantes, los cuales sólo dicen: «Cuando entramos en Roma, se le permitió a Pablo alojarse en privado con el soldado que le custodiaba». ¡Cuántos grandes de la tierra habían hecho (y habían de hacer) su entrada en Roma coronados y triunfantes, a pesar de ser una plaga para su generación! Pero ahora, un insigne apóstol de Jesucristo entra encadenado, como un esclavo o un enemigo derrotado, en la capital del Imperio. Este pensamiento habría de bastar para no poner nuestra estima en las cosas de este mundo. Con todo, se le concedió un favor singular: Se le permitió vivir aparte, en una casa alquilada (v. Hch 28:30), con un soldado que le custodiase, el cual, como podemos suponer, le dejaría disfrutar de toda la libertad disponible para un preso, aunque siempre atado al soldado con una cadena, según costumbre.

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