Hechos 4:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Posición en que quedó el tribunal después del testimonio de Pedro (vv. Hch 4:13, Hch 4:14). 1. No pudieron negar que la curación del cojo había sido un beneficio y un milagro (v. Hch 4:14): «… no tenían nada que replicar». 2. No pudieron rebatir la argumentación de Pedro (v. Hch 4:13), lo cual fue un milagro mayor quizá que la misma curación del cojo. En efecto, (A) Les maravilló el denuedo de Pedro y de Juan, quienes, en lugar de ser acobardados por sus jueces, se convirtieron en jueces del propio tribunal. La valiente confesión de los fieles contrasta con la cobarde confusión de los perseguidores. (B) Lo que incrementó el asombro del tribunal fue el saber que Pedro y Juan eran hombres sin letras y del vulgo, lo cual no quiere decir que fuesen analfabetos, sino que no habían estudiado en las escuelas rabínicas, a pesar de lo cual sabían citar las Escrituras con acierto y, sobre todo, con poder. (C) El asombro de los jueces se calmó algún tanto al reconocer que, aunque no habían acudido a las escuelas oficiales de rabinos, habían estado con Jesús, el que tantas veces les había confundido con su profunda sabiduría. Así se explicaba, no sólo la sabiduría con que hablaban, sino también su gran valentía. Por el brillo del rostro, se podría adivinar que habían estado con Cristo en el monte de la Transfiguración.

II. A continuación se nos dice cuál fue el resultado del juicio.

1. Les ordenaron que saliesen del sanedrín (v. Hch 4:15), a fin de verse libres de ellos, pues les hablaban muy claro a la conciencia, y para deliberar qué habrían de hacer con ellos (v. Hch 4:16). Pensaban que podrían mantener ocultas sus decisiones, como si pudieran esconderlas de Dios. Si hubiesen cedido a la poderosa evidencia de la verdad que se les había predicado, bien fácil habría sido decidir lo que tenían que hacer con aquellos hombres. Pero, cuando el hombre se empeña en no dejarse persuadir por la verdad, no es extraño que se deje arrastrar por el error.

2. Llegaron a una decisión en dos detalles: (A) Que no era prudente castigar a los apóstoles, ya que el milagro («una señal notoria», dicen) que habían llevado a cabo era manifiesto: «conocido por todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar» (v. Hch 4:16). ¡Terrible obstinación la del corazón malvado y endurecido! No lo pueden negar, pero no se dan por convencidos. Temían al pueblo, como otrora cuando querían prender a Jesús. (B) Que, sin embargo, había que silenciarlos para lo futuro (vv. Hch 4:17, Hch 4:18). (a) «A fin de que no se divulgue más entre el pueblo», como si fuese una peste contagiosa que había que detener a toda costa. (b) «Les intimaron que en ninguna manera pronunciasen palabra ni enseñasen en el nombre de Jesús» (v. Hch 4:18). El mayor servicio que se le puede prestar al diablo es silenciar a los ministros de Dios y hacer que permanezcan debajo del almud las luces que deben estar en el candelero. Pero Cristo, no sólo les había mandado predicar el Evangelio, sino que les había prometido su asistencia. Quienes saben dar el debido valor a las promesas de Cristo, saben también tratar con justo desprecio las amenazas del mundo.

III. Pedro y Juan responden mansa, pero valientemente, a estas amenazas y prohibiciones (vv. Hch 4:19, Hch 4:20): «Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros más bien que a Dios; porque no podemos menos de decir lo que hemos visto y oído». La prudencia de la serpiente les habría inducido a callarse, pero la osadía del león les permite retar a sus perseguidores, aunque lo hacen con el candor y la mansedumbre de la paloma. Se justifican ante el tribunal en dos cosas: 1. El mandato de Dios: «Vosotros nos prohibís predicar el Evangelio; Dios nos manda predicarlo ¿a quién hemos de obedecer, a vosotros o a Dios?» Nada tan absurdo como prestar atención a débiles y falibles hombres antes que al Dios infinitamente sabio y santo. El caso era tan claro que hasta el más lerdo podía entenderlo: «Juzgad si es justo …». 2. La voz de su conciencia: «No podemos menos de decir lo que hemos visto y oído». (A) Sentían en su interior una convicción inamovible que había cambiado en santa fortaleza su humana fragilidad. Los que mejor pueden hablar de Cristo son los que han experimentado el poder de su gracia. (B) Sabían que tenían una misión de la que dependía la salvación de las almas. Si sólo en Cristo hay salvación (v. Hch 4:12), ¿cómo habían de callar? Eran además cosas que habían visto y oído. ¡Testigos de primera mano! Si ellos no hablaban, ¿quién podría hacerlo?, ¿quién querría hacerlo?

IV. Viene finalmente el descargo de los prisioneros (v. Hch 4:21): Les amenazaron y los soltaron. 1. Porque no se atrevían a contradecir al pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había acontecido. Así como las autoridades son puestas por Dios para infundir temor a los malvados y frenarlos, así el pueblo, por providencia de Dios, se convierte a veces en terror y freno contra las autoridades malvadas. 2. Porque no podían negar el milagro (v. Hch 4:22), ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad tenia más de cuarenta años, por lo que tenía edad para hablar de sí mismo (Jua 9:21). El milagro era tanto mayor cuanto que, como en el caso del ciego de nacimiento, este hombre era cojo de nacimiento (Hch 3:2).

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