Hechos 5:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El capítulo comienza por un melancólico pero. Aun el mejor hombre tiene su pero, y también lo tiene la mejor iglesia. El cuadro de Hch 4:32-37 está lleno de luz, pero aquí vemos una mala sombra: dos hipócritas mentirosos dentro de una multitud leal y sincera. Por eso, las señales que hasta ahora habían llevado a cabo los apóstoles eran milagros de misericordia; pero ahora viene un milagro de juicio, a fin de que Dios no sólo sea amado, sino también temido, de los suyos.

1. El pecado de Ananías y Safira en su contexto anterior y motivo interior: (A) También ellos, como Bernabé, vendieron una heredad y pusieron el dinero (no todo) a los pies de los apóstoles (vv. Hch 5:1, Hch 5:2). No querían aparentar ser menos espirituales que los demás, sino que deseaban que se les distinguiese por su generosidad. Daban con hipocresía mientras servían a su propia codicia y ambición. (B) Llevados de su codicia, se quedaron con parte del precio … trayendo sólo una parte … a los pies de los apóstoles (v. Hch 5:2). Codiciaban las riquezas del mundo y desconfiaban de Dios y de su providencia. «Vendió una heredad» (v. Hch 5:1) y no sabemos si en un primer momento pensarían en poner a disposición de los apóstoles todo el precio; lo cierto es que, cuando tuvieron en la mano el dinero de la venta, se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su mujer (v. Hch 5:2), porque amaban el dinero. No confiaron en la palabra de Dios de que Él proveerá, sino que pensaron que podían pasar por más listos que los demás al guardar algo para días adversos. ¡Como si Dios no fuese el Todosuficiente para cada día, próspero o adverso! Si hubiesen sido mundanos del todo, no habrían dado a los apóstoles parte del precio; y si hubiesen sido creyentes del todo, no se habrían quedado con parte del precio. (C) Pensaron que podían engañar a los apóstoles y hacerles creer que les llevaban el precio entero de la venta (v. Hch 5:2): «y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles», como si la parte fuese el todo.

2. El proceso y juicio sumarísimo de Ananías, con la ejecución de sentencia por su pecado. Cuando llevó el dinero a los apóstoles, Pedro le reprendió severamente de su pecado mostrándole cuán grave era su delito (vv. Hch 5:3, Hch 5:4). El Espíritu de Dios en Pedro no sólo descubrió el hecho, sino también el secreto agente en el corazón de Ananías, por el que había sido impulsado a obrar con tal hipocresía y mentira. Si hubiese sido un pecado de pura debilidad ante una inesperada tentación, Pedro le habría enviado a casa a que se arrepintiese de su necedad. Pero, en lugar de ello, Pedro le mostró:

(A) El origen de su pecado (v. Hch 5:3): Satanás le había llenado el corazón, no sólo le había sugerido el pecado, sino que, tras sugerirle la idea, le había incitado a tomar la pronta resolución de ponerlo por obra.

(B) El pecado mismo: consistió en mentirle al Espíritu Santo; un pecado tan abominable que no se le habría ocurrido si Satanás no le hubiese llenado el corazón; «no has mentido a los hombres, sino a Dios» (con artículo en el original, lo que suele reservarse a Dios el Padre). La mentira de Ananías era clara, pues dijo a los apóstoles que había vendido un campo y que el dinero que les llevaba era el precio del campo vendido; así esperaba quedar ante ellos en tan buen lugar como el de quienes habían llevado el precio completo. Hay muchos que son inducidos a mentir por el orgullo y el deseo de recibir el aplauso de los hombres, especialmente en las obras de caridad hacia los pobres. Los que se jactan de buenas obras que nunca llevaron a cabo o prometen hacerlas sin que nunca cumplan tal promesa, así como los que exageran el número o la calidad de las buenas obras que hacen, se parecen en esto a Ananías. Mentir al Espíritu Santo implicaba que era Dios quien actuaba en los apóstoles y que era como si Dios mismo recibiese el dinero cual «olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Flp 4:18).

(C) Las agravantes del pecado (v. Hch 5:4): «Reteniéndola (la heredad), ¿no seguía siendo tuya? Y después de venderla, ¿no estaba el dinero a tu disposición?» (NVI). Como si dijese: «Nadie te obligaba a vender el campo y, si deseabas venderlo, nadie te obligaba a traer a los pies de los apóstoles el dinero de la venta. Pero, una vez que prometiste traer el dinero de la heredad vendida, no podías quedarte con parte del dinero mientras aparentabas entregarlo todo». Mejor es no prometer que prometer y no pagar; así que habría sido mejor para Ananías y Safira no haber aparentado que hacían una obra buena antes que prometerla y hacerla después a medias. Cuando entregamos a Dios el corazón, no podemos dárselo a medias. Satanás, como la madre de 1Re 3:26 de la que no era hijo el niño vivo, no tiene inconveniente en tomar la mitad de nuestro corazón; pero Dios quiere tenerlo entero o nada.

(D) Pedro carga sobre él la culpa (v. Hch 5:4): «¿Cómo se te ha ocurrido hacer semejante cosa?» (NVI). A pesar de que Satanás había entrado en su corazón para tentarle, Pedro dice que Ananías había puesto en el corazón hacer esta cosa (lit.), lo cual demuestra que no podía echarle la culpa al diablo, el cual tienta, pero no fuerza (comp. con Stg 1:13-15). La culpa era muy grave, pues Ananías había mentido a Dios. Si pensamos que podemos hacerle trampa a Dios, llegará el día en que nos daremos cuenta de que es a nosotros mismos a quienes hemos puesto una trampa fatal.

3. Muerte y sepultura de Ananías (vv. Hch 5:5, Hch 5:6). (A) Ananías murió inmediatamente después de la reprensión de Pedro: «Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Véase el poder de la Palabra de Dios en boca de los apóstoles. Así como hay algunos a quienes la Palabra de Dios salva, también hay otros a quienes dicha palabra condena. Este castigo de Ananías podrá parecernos severo, pero estamos seguros de que fue justo, pues era muy grande la afrenta que Ananías había hecho al Espíritu Santo. Además, servía para que otros escarmentaran en cabeza ajena y no fuesen tentados a imitarle. El ejecutor de la sentencia fue Pedro, quien con mentiras había negado al Maestro, lo cual nos da a entender que no actuó ahora tan drásticamente como si la afrenta hubiese sido cometida contra él mismo, ya que, en tal caso, la habría perdonado y se habría esforzado en llevar al pecador al arrepentimiento, sino que fue un acto del Espíritu Santo por medio de Pedro; al Espíritu fue hecha la afrenta, y por el Espíritu fue impuesto el castigo. (B) Fue enterrado de inmediato (v. Hch 5:6), según era costumbre: «Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron (es decir, lo amortajaron) y sacándolo, lo sepultaron».

4. Ahora toca pedir cuentas a Safira, la mujer de Ananías (v. Hch 5:7): Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.

(A) Fue hallada culpable de ser cómplice de su marido en tal pecado, como lo demostró ya la pregunta misma de Pedro (v. Hch 5:8): «Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto». Ananías y su mujer se habían puesto de acuerdo en contar la misma historia, así pensaban que no serían descubiertos. Triste cosa es que los parientes más allegados, que deberían estimularse mutuamente a hacer el bien, se endurezcan mutuamente para hacer el mal.

(B) Pedro le lee la sentencia para que participe también en el castigo aplicado a su marido (v. Hch 5:9). (a) Le descubre primero el pecado: «¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor?» Antes de leerle la sentencia, le muestra la fealdad de su pecado: Habían tentado al Espíritu Santo. Sabían que los apóstoles poseían el don de lenguas, pero ¿tendrían también el don de discernir espíritus? Quienes tienen la presunción de pecar confiados en la impunidad, están tentando al Espíritu de Dios. Se pusieron de acuerdo en hacer el mal. Es difícil de evaluar qué es peor en un pecado de complicidad con el cónyuge o con otros parientes próximos, si la discordia en hacer el bien o la concordia en hacer el mal. (b) Le lee la sentencia (v. Hch 5:9): «¡Mira! Los pies de los que han enterrado a tu marido ya están a la puerta, y se te van a llevar a ti también» (NVI).

(C) Ejecución de la sentencia (v. Hch 5:10): Al instante, ella cayó a los pies de él (Pedro) y expiró. Hay algunos pecadores a los que Dios despacha por la vía rápida, mientras que a otros los soporta durante largo tiempo; sin duda, tiene razones para hacer esta diferencia, aunque no está obligado a rendirnos cuentas de ellas. En muchos casos, una muerte repentina no significa castigo por algún pecado muy grave como el de Ananías y Safira; quizás es un favor que se les hace al pasar de este mundo sin dolor ni pena. No obstante, es una advertencia para todos, a fin de estar siempre preparados. Varias preguntas quedan sin contestar en esta porción. ¿Eran Ananías y Safira verdaderos convertidos a pesar de la carnalidad que mostraron, con lo que tendríamos aquí uno de los casos que se mencionan en 1Co 11:30? Las cosas secretas no nos pertenecen (así dice M. Henry, nota del traductor). El Profesor Trenchard opina que «es más probable que se hallen entre los apóstatas, aquellos cristianos nominales que participan de la compañía de los fieles, pero sin ser regenerados por el Espíritu». (Prefiero la posición de M. Henry, aunque personalmente opino que estos cristianos carnales fueron juzgados en carne para que vivan en espíritu, 1Pe 4:6.) Otros preguntan si los apóstoles guardaron aquella parte del precio que les fue llevada. No cabe duda de que la respuesta ha de ser que sí, pues lo que llevaron no quedó contaminado para los que lo recibieron, aunque lo que Ananías y Safira reservaron para sí fue una contaminación para ellos.

5. La impresión que hizo esto en el pueblo. Tanto a mitad del relato, como al final, se destaca este dato: «Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron» (v. Hch 5:5). «Y vino gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oían estas cosas» (v. Hch 5:11). Aumentó así el respeto a Dios y a sus juicios. No es que cayera como un jarro de agua fría sobre el gozo y la santa alegría de los primeros creyentes, pero les enseñó a tomar las cosas en serio y a regocijarse con temor y temblor.

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