Hechos 5:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. De nuevo son arrestados los apóstoles, aunque sin violencia por temor al pueblo, y son traídos ante el Sanedrín (vv. Hch 5:26, Hch 5:27), en lo que no se sabe qué es más de admirar, si la mansedumbre de los apóstoles o la obstinación de sus enemigos, quienes podían temer no sólo al pueblo, sino también al poder que los apóstoles habían mostrado para herir de muerte con su palabra, como había hecho Pedro con Ananías y Safira. Además, los trajeron al Sanedrín, donde sabían que se habían de tomar violentas medidas contra ellos.

2. El examen a que les sometieron. El sumo sacerdote les dijo (v. Hch 5:28) cuál era el cargo que contra ellos se presentaba: (A) Desobedecer las órdenes de la autoridad: «¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre?» Sí, es cierto; pero se les había olvidado que Pedro les había dicho la vez anterior que había que obedecer a Dios antes que a los hombres. (B) Extender falsas doctrinas entre el pueblo: «Habéis llenado a Jerusalén con vuestra enseñanza.» Como si dijesen: Habéis perturbado la paz y el orden de la ciudad santa. (C) Albergaban aviesas intenciones contra el gobierno, al intentar culpar a las autoridades religiosas, ante el pueblo, de la muerte de Jesús: «Queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre». Al comparar esto con Mat 27:25, parece extraño que el sumo sacerdote diga eso ahora. Dice Leal: «Anás, que es el pontífice que habla, no niega la responsabilidad del Sanedrín en la muerte de Jesús, pero tampoco ve en ella ningún pecado. Sólo reprende a los apóstoles de querer vengar la muerte del Maestro, pues con su predicación parecen querer levantar al pueblo contra los responsables de su muerte». Nótese, de paso, el desprecio que comportan las frases (v. Hch 5:28) «en ese nombre», «de ese hombre», sin querer mencionar el nombre de Jesús.

3. Pedro y los demás apóstoles (v. Hch 5:29), es decir, Pedro en nombre de los demás (como en Hch 4:19) repite primero lo que había dicho antes (Hch 4:19), pero de modo más tajante: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Dios les había mandado enseñar y predicar, y ellos tenían que obedecer contra viento y marea. Los gobernantes que castigan a los que, por cumplir con su deber para con Dios, desobedecen las órdenes del gobierno, han de dar estrecha cuenta a Dios de su desafuero. Se justifica después a sí mismo y a sus compañeros del cargo de haber llenado a Jerusalén con la doctrina del Evangelio. El mensaje de Pedro en los versículos Hch 5:30-32 se parece mucho al que predicó el día de Pentecostés ante la muchedumbre (comp. con el resumen de Hch 2:36). Con toda bravura les dice Pedro:

(A) «El Dios de nuestros (nótese el posesivo en primera persona) padres (Abraham, Isaac y Jacob) levantó a Jesús, es decir, le resucitó, a quien vosotros matasteis colgándole de un madero» (v. Hch 5:30, donde se advierte la referencia implícita a Deu 21:23, citada por Pablo en Gál 3:13 y por Pedro en 1Pe 2:24). Suele decirse que no es conveniente reprender a quienes no van a sacar provecho de la reprensión, pero los que tienen la misión y la responsabilidad de reprender deben cumplir con su deber a pesar de todo (v. 2Ti 4:2, 2Ti 4:3).

(B) «A éste, Dios ha exaltado con su diestra» (v. Hch 5:31). Como diciendo: «Vosotros le llenasteis de menosprecio, pero Dios le ha coronado de honor ¿y no habríamos de honrar a quien es colmado de honores por Dios? Dios le ha dado el nombre que está sobre todo nombre (Flp 2:9)».

(C) Al exaltarlo, Dios ha puesto a Jesús por «Príncipe y Salvador» (NVI). Frente a los que se creían los «príncipes» del pueblo, Pedro llama a Jesús el verdadero «Príncipe» (comp. con los títulos aplicados a Moisés en Hch 7:35, como figura que era de Cristo) y, al llamarle «Salvador» (el único, v. Hch 4:12) les ofrece (¡también a ellos!) la salvación. Notemos que no puede tener a Cristo por Salvador el que no se avenga a dejarse gobernar por Él. La fe recibe a un Cristo entero, quien vino, no sólo para salvarnos en nuestros pecados, sino también para salvarnos de nuestros pecados.

(D) «Para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.» Por tanto, deben predicar en su nombre al pueblo de Israel, pues a él estaban destinadas en primer lugar las bendiciones del Evangelio. ¿Por qué se habían de oponer los jefes y ancianos de Israel al que había venido a ofrecer a Israel nada menos que el perdón de los pecados con base en el arrepentimiento de cada israelita? Pero estos gobernantes de Israel no dan ningún valor al arrepentimiento ni al perdón de los pecados ni ven la necesidad de tales cosas. El arrepentimiento y el perdón van de la mano; donde hay arrepentimiento, se garantiza el perdón; por otra parte, sin arrepentimiento no hay remisión de los pecados. Jesucristo es quien da tanto el arrepentimiento como el perdón. ¿Estamos destinados a arrepentirnos? Cristo está designado a dar arrepentimiento, pues obra suya es dar un nuevo corazón, y el espíritu contrito es un sacrificio que Él provee; y si diese fe y arrepentimiento y no diese perdón de pecados, abandonaría su palabra y la obra de sus propias manos.

(E) Todo esto está bien atestiguado: (a) Por los apóstoles mismos (v. Hch 5:32): «Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y si nos callásemos, como vosotros nos ordenáis, haríamos traición a la misión que nos ha encomendado». Cuando se ventila un pleito ante los tribunales, no está permitido silenciar a los testigos, porque el veredicto depende del testimonio de ellos. (b) Por el Espíritu de Dios (v. Hch 5:32): «Y también el Espíritu Santo», que es un testigo celeste. Para este fin se nos ha dado el Espíritu Santo y no podemos suprimir su poder ni sus operaciones. (c) La donación del Espíritu Santo a los creyentes que obedecen a Dios (v. Hch 5:32) es clara evidencia de que es voluntad de Dios el que Cristo sea creído y obedecido.

4. La impresión que hizo en el Sanedrín la defensa que de sí mismos hicieron los apóstoles. Un razonamiento expuesto con tanta lógica, claridad y mansedumbre, no sólo debería haber bastado para poner en libertad a los presos, sino también para convertir a los jueces. Pero ellos se enfurecieron y se llenaron, (A) de indignación: «Se sentían heridos en lo más vivo» (v. Hch 5:33; el mismo verbo griego de Hch 7:54), por ver cómo estos hombres se convertían de reos en fiscales, y exponían el crimen que habían cometido contra el Señor, quien por otra parte les ofrecía el perdón si se arrepentían. Nótese la diferencia entre la reacción del Sanedrín y la de los que escucharon el mensaje de Pedro el día de Pentecostés, donde el griego usa un verbo diferente, que significa «ser punzado» (compungido) en el corazón, con el buen resultado del arrepentimiento y el perdón de pecados, mientras éstos se sentían «cortados hasta el corazón» (lit.) con rabia e indignación. (B) De maldad contra los apóstoles. Al ver que no les pueden hacer callar la boca mientras no les quiten el aliento, querían matarlos. La serenidad y valentía de los apóstoles contrasta con la constante perplejidad y perturbación mental y emocional de sus perseguidores.

5. El serio y prudente consejo que Gamaliel dio al Sanedrín en esta ocasión. Este Gamaliel es llamado fariseo de profesión y partido, y doctor de la ley por oficio (v. Hch 5:34). A sus pies había aprendido la ley judía Pablo (Hch 22:3). También se dice de él que era venerado por todo el pueblo, es decir, tenido en muy alta reputación por su competencia, prudencia y ecuanimidad. Veamos su razonamiento:

(A) Después de aconsejar que sacasen afuera por un momento a los apóstoles (v. Hch 5:34), dijo a sus colegas (v. Hch 5:35): «Varones israelitas, tened cuidado de lo que vais a hacer respecto a estos hombres». Los llama «varones israelitas», como si dijese: «Sois hombres y deberíais atender a la razón; sois israelitas y deberíais atender a la revelación. ¡Tened cuidado!» Los perseguidores del pueblo de Dios harían bien en tener cuidado de sí mismos, para no caer en el hoyo que han cavado.

(B) Los casos que cita. Expone dos ejemplos de hombres facciosos y sediciosos, cuyos intentos quedaron en nada; por lo que, si el caso presente es similar, también quedará en nada sin que el Sanedrín tenga que intervenir. (a) El primer caso era el de un tal Teudas (v. Hch 5:36), quien se levantó, se sublevó, diciendo que era alguien, es decir, persona importante (comp. con Hch 8:9): un gran profeta o el propio Mesías. Hace notar Gamaliel hasta dónde llegó este hombre: a reunir un número como de 400 hombres; y en qué quedó su alzamiento: «fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y quedaron en nada. Jesús, el jefe de esta facción, ya está muerto. Si era un impostor, su muerte traerá la muerte de su causa».

(b) Lo mismo ocurrió en el caso de Judas el galileo (v. Hch 5:37. Su revuelta citada por Flavio Josefo, ocurrió el año 6 de nuestra era). Teniéndose, como su padre, por el Mesías, se alzó en los días del censo (Luc 2:2) y llevó en pos de sí a bastante gente, incluido el sumo sacerdote Sadoc y muchos del pueblo. ¿En qué quedó la cosa? «Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados».

(C) Su opinión sobre todo este asunto:

(a) Que no deben perseguir a los apóstoles (v. Hch 5:38): «Apartaos de estos hombres, es decir, no os metáis con ellos, y dejadlos en paz». Es difícil saber si se expresó de esta forma movido por la prudencia o si comenzaba a sentir cierta simpatía hacia el Evangelio (comp. con Jua 7:51). La tradición asegura que posteriormente se convirtió al cristianismo. En todo caso nota del traductor , su razonamiento fue sano y su intervención fue providencial, por lo que me resulta muy severa la crítica que de su actuación hace el Prof. Trenchard en su, por otra parte excelente, comentario a Hechos. ¿Habremos de quebrar la caña cascada y apagar el pábilo que humea, en contra de la actitud del Señor? (v. Isa 42:3; Mat 12:20).

(b) Que el resultado debe ser dejado a la providencia de Dios (vv. Hch 5:38 Hch 5:39): «Porque si este plan o esta obra es de los hombres, se desvanecerá, mas si es de Dios, no la podréis destruir; no sea que os encontréis luchando contra Dios». Lo que es claramente malo debe ser suprimido, pero si no hay oposición evidente contra la ley de Dios, mejor es dejarlo en paz y ver en qué para. Si es mera invención humana, se quedará en nada, como en los casos de Teudas y Judas el galileo; no hay por qué emplear la fuerza para suprimirlos. Pero si resulta ser cosa de Dios, no sólo no se podrá destruir, sino que la oposición a este movimiento equivaldría a hacerle la guerra al mismo Dios. Éste es el prudente razonamiento de Gamaliel. Para consuelo del pueblo de Dios, por mucha y fuerte que sea la oposición que se les haga, su causa puede ser perseguida, pero no suprimida. Y los que se oponen, sin motivo justo, a los hijos de Dios y tratan de hacer callar a sus ministros, están luchando contra el mismo Dios.

6. La decisión que tomó el Sanedrín (v. Hch 5:40): «Fueron persuadidos por él» (Gamaliel) en cuanto a no meterse con los apóstoles y dejarlos en paz. Pero no pudieron disimular su rabia, sino que dieron cierto desahogo a su indignación azotándolos (no hay prueba alguna de que Gamaliel consintiese en esto, pues habría sido inconsecuente con su propio consejo, pero no le fue fácil impedirlo; comp. con Jua 7:52), como si fuesen malhechores, al pensar que, con esta afrenta (v. Hch 5:41), les harían avergonzarse de su predicación, y el pueblo se avergonzaría de escucharles. Después, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad.

7. La admirable valentía y constancia de los apóstoles (vv. Hch 5:41-42).

(A) «Salieron de la presencia del sanedrín, encomendando la causa a Dios, como Gamaliel había aconsejado y, lejos de avergonzarse de Cristo, salieron gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» (v. Hch 5:41), es decir, por el nombre del mismo Jesús en cuyo nombre se les había intimado (v. Hch 5:40) que no hablasen. Eran hombres que no habían cometido ninguna cosa por la que avergonzarse, sino que obedecían a Dios y proclamaban salvación para todo el que cree, arrepentimiento y perdón de pecados. Así que tuvieron por un gran honor ser tenidos por dignos de sufrir a causa de tal nombre, pues no hay mayor honor que ser perseguidos por honrar a Cristo y al Evangelio. Salieron gozosos, porque el Maestro había dicho (Mat 5:11, Mat 5:12): «Dichosos seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos». Si sufrimos por hacer el bien, con tal de que lo suframos bien, debemos alegrarnos en la gracia que nos capacita para ello.

(B) Continuaron con su obra con diligencia infatigable (v. Hch 5:42). Se les había prohibido predicar, pero «nunca cesaban de enseñar y proclamar la buena noticia de que Jesús es el Mesías» (NVI). Esto lo hacían: (a) todos los días, como tarea y deber de cada día; (b) en el templo, lugar donde concurría el pueblo, sin miedo a sus perseguidores ni al peligro que allí les amenazaba; (c) y por las casas; así llegaban hasta los que, por su edad, mala salud, etc., no podían acudir al templo, pues el Evangelio había de ser predicado a toda criatura (Mar 16:15). (d) No se predicaban a sí mismos, ni doctrinas de hombres, sino a Jesucristo, al Salvador Mesías que había sido crucificado por los hombres, pero resucitado por Dios.

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