Hechos 7:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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De la historia de José, pasa Esteban a la historia de Moisés, el principal tipo de Cristo en lo que a Esteban le interesaba poner de relieve en su discurso.

I. Comienza por referirse al considerable crecimiento del pueblo en Egipto cuando se acercaba el tiempo de la promesa (v. Hch 7:17), el tiempo en que Israel iba a ser constituido como nación. Los movimientos de la Providencia suelen acelerarse conforme se acercan a su centro. Dios sabe cómo redimir el tiempo que parecía perdido y llevar a cabo doble tarea en un solo día.

II. El extremo al que se vieron reducidos en Egipto (vv. Hch 7:18, Hch 7:19). Tres cosas hace notar Esteban: I. La ingratitud de los egipcios, pues se olvidaron pronto de José (v. Hch 7:18): «Se levantó en Egipto otro rey que no sabía nada de José», a pesar de que entre la muerte de José y el nacimiento de Moisés no llegó a tres siglos. ¡Qué grande fue la ingratitud de Egipto al olvidar tan pronto a tan grande bienhechor del país! 2. La astucia y perversidad de tal rey, al exponer a la muerte a los niños de pecho de Israel, para que no se propagasen (v. Hch 7:19). Lo que los enemigos del Evangelio estaban haciendo en la infancia de la Iglesia de Cristo era tan impío, y tan inútil, como lo que aquel rey hizo para acabar con la descendencia de Israel.

III. El surgimiento de Moisés como futuro libertador del pueblo (v. Hch 7:20): En aquel tiempo, cuando más fiera era la persecución del Faraón contra los israelitas, nació Moisés, quedando así expuesto al peligro que el edicto real entrañaba. Fue hermoso a los ojos de Dios; en especial, por la gracia de Dios, quien le eligió desde el vientre de su madre. Fue preservado por extraordinaria providencia de Dios: «fue criado tres meses en casa de su padre», nieto de Leví. La providencia lo siguió preservando hasta ponerlo en brazos de la hija de Faraón, que lo crió como a hijo suyo (v. Hch 7:21). En el palacio real, Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios (v. Hch 7:22). Esta sabiduría (comp. Isa 19:11) «consistía dice Leal en las ciencias ocultas (cf. Sab 7:17-22)». A pesar de la dificultad que tenía en expresarse (Éxo 4:10), era fuerte e inteligente: «poderoso en sus palabras y obras» (v. Hch 7:22), como lo demostró más adelante. Con esto daba Esteban a entender que tenía de Moisés un concepto tan alto (o más) como el que ellos pudiesen tener.

IV. Cómo trató Moisés de conseguir la liberación de Israel, pero le despreciaron. Esteban insiste mucho en esto, porque le sirve como de clave para el objeto de su discurso: Cuando Moisés tuvo cuarenta años (v. Hch 7:23), le vino el deseo de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel, para ver qué podía hacer por ellos, 1. Como su salvador, según lo mostró al vengar a uno de sus hermanos oprimidos (v. Hch 7:24). Si los israelitas hubiesen conocido las señales de los tiempos, habrían tomado esto por la aurora de su liberación; mas ellos no lo comprendieron así (v. Hch 7:25). 2. Como juez de Israel, como lo mostró al día siguiente al tratar de reconciliar entre sí a dos israelitas que se peleaban; les hizo ver que eran hermanos, por lo que no debían maltratarse el uno al otro (v. Hch 7:26). Pero el que maltrataba a su prójimo (v. Hch 7:27), es decir, el de mayor culpabilidad en la contienda, no sólo no aceptó la corrección, sino que, tras hacerlo a un lado de un empujón, le dijo en su cara: «¿Quién te ha constituido gobernante y juez sobre nosotros?» Y, para mayor insulto, le echó en cara el servicio que había prestado a Israel al vengar a un israelita maltratado por un egipcio (v. Hch 7:28), como si hubiese sido un crimen, cuando era una bandera de desafío contra los egipcios, y una bandera de amor y liberación para Israel. Ante esto, Moisés huyó a Madián, donde se estableció como extranjero, se casó y tuvo dos hijos (v. Hch 7:29). 3. Cómo servía esto al propósito de Esteban: (A) Sus jueces le acusaban de blasfemia contra Moisés, pero él les expone las indignidades que sus antepasados habían cometido contra Moisés. (B) Le perseguían por salir en defensa de Cristo y de su Evangelio, pero era el propio Moisés el que, de parte de Dios, había predicho la venida futura de un profeta a quien habían de escuchar (v. Hch 7:37). (C) Cristo, como antaño Moisés, era el Príncipe y Salvador de Israel. Pero ellos le rechazaban, como habían rechazado a Moisés sus antepasados. Debían, pues, temer que Dios los entregase a una esclavitud mayor que la que habían sufrido sus mayores en Egipto.

V. Al proseguir con la historia de Moisés, Esteban narra a continuación: 1. La visión que Moisés tuvo de la gloria de Dios en lo de la zarza (v. Hch 7:30): Pasados cuarenta años, cuando ya tenía ochenta años, entra a desempeñar el cargo para el que había nacido. Se le aparece el ángel de Jehová (Éxo 3:2) en el desierto del monte Sinaí en una zarza ardiendo (v. Hch 7:30). Esteban pone de relieve que a Moisés se le mandó entonces que se descalzase, pues estaba en tierra santa (vv. Hch 7:31-33), con lo que se daba a entender que no sólo en el templo, sino en cualquier otro lugar, se puede tener comunión con Dios. Se engañan quienes piensan que la presencia de Dios está confinada a ciertos lugares, pues Él puede llevar a su pueblo a un desierto y hablarles allí al corazón. Cómo fue afectado Moisés por esta visión: (A) «Se asombró de la visión» (v. Hch 7:31). Sintió curiosidad de observar qué era aquello, pero cuanto más se acercaba, más asombrado se quedaba. (B) «Temblando, no se atrevía a mirar» (v. Hch 7:32), pues pronto se percató de que era el ángel de Jehová.

2. La declaración que escuchó del pacto de Dios (vv. Hch 7:31-32): «Vino a él la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; y, por tanto, (A) «Yo soy el que soy, es decir, soy el mismo de siempre». El pacto que Dios hizo con Abraham era: «Yo seré para ti Dios». Ahora, viene a decir Dios: «Ese pacto está todavía en vigor; yo sigo siendo el Dios de Abraham». Todos los favores y todos los honores que otorgó Dios a Israel estaban fundados en este pacto con Abraham. Con esto precisamente probó Jesús que había un estado futuro. Dios es Dios de vivos, no de muertos; luego Abraham está vivo con Dios. (B) El Dios de Abraham es el Dios de Israel, pues los israelitas son amados por causa de los padres (Rom 11:28). Lo que Esteban, como todos los discípulos de Cristo, predicaba era «la promesa que hizo Dios a nuestros padres» (Hch 26:6). ¿Y se atreverán los jueces de Esteban, bajo pretexto de defender el templo y la Ley, a oponerse al pacto que Dios hizo con Abraham, mucho antes de que se diese la Ley, y muchísimo antes de que se construyese el templo? Dios quiere que nuestra salvación esté basada en la promesa, no en la Ley. Así que los judíos que perseguían a los cristianos, bajo pretexto de que los cristianos blasfemaban de la Ley, estaban blasfemando ellos mismos de la promesa.

3. La comisión que dio Dios a Moisés de que libertase de Egipto a Israel. Después de ordenarle que se quitase las sandalias por respeto al lugar (v. Hch 7:33), le comisionó para que fuese a Egipto como gobernante y libertador (v. Hch 7:35), pues estaba compadecido de su pueblo (v. Hch 7:34): «He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido y he descendido para librarlos. Así lo hizo por mano de Moisés, acompañando las palabras con prodigios y señales en tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por cuarenta años (v. Hch 7:36). Esteban pone de relieve que precisamente a este Moisés, a quien habían rechazado … a éste lo envió Dios como gobernante y libertador (v. Hch 7:35). El paralelo con Jesús en la intención de Esteban estaba claro, como puede verse por la semejanza con Hch 5:30, Hch 5:31: «El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por jefe y salvador» (comp. con Hch 4:11). Esteban está, pues, muy lejos de blasfemar de Moisés, pues le admira como a glorioso instrumento en las manos de Dios, aunque en esto estaba muy por debajo de Jesús, como lo muestran los vocablos que a Jesús se aplican en Hch 5:31 («arjegón kai sotéra»), superiores a los que Esteban aplica a Moisés en Hch 7:35 («árjonta kai lytrotén»).

4. La profecía que Moisés profirió acerca de Cristo y de su gracia. Moisés habló de Él (v. Hch 7:37): «Éste es el Moisés que dijo a los hijos de Israel: El Señor vuestro Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos; a él oiréis». Así que, entre los más grandes honores que Dios le había otorgado, se menciona aquí el que había profetizado la venida de Cristo. Al afirmar, pues, que Jesús había de cambiar ciertas costumbres y preceptos de la Ley, mediante una Ley superior, lejos de blasfemar de Moisés, Esteban le tributaba el mayor honor imaginable. Jesús les había dicho (Jua 5:46): «Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él». El que dijo de Jesús «oídle», suponía que Jesús tenía autoridad divina para lo que había de decir y hacer.

5. Los eminentes servicios que Moisés continuó haciendo al pueblo de Israel después de haberlos sacado de Egipto (v. Hch 7:38). Se mencionan ahora, entre otros honores otorgados por Dios a Moisés, (A) que estuvo en la congregación en el desierto, y presidió y dirigió todos sus asuntos durante cuarenta años. Muchas veces habrían sido destruidos si Moisés no hubiese intercedido por ellos, en lo cual fue tipo de Cristo, nuestro gran Mediador y perpetuo intercesor. (B) Que estaba con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con nuestros padres. Cristo mismo preencarnado era, sin duda, el ángel de Jehová que conducía, por mano de Moisés, a los israelitas en su peregrinación por el desierto. (C) «Y que recibió palabras de vida para darnos». Las palabras de Dios son espíritu y vida. No que la Ley de Moisés pudiese dar la vida, pero mostraba el camino hacia la vida. Moisés no las inventaba, sino que se limitaba a transmitir a los israelitas los oráculos que Dios le daba. Del mismo modo que Cristo completó definitivamente la revelación de Dios al mundo (Heb 1:2), también completó los preceptos que Dios había dado por medio de Moisés.

6. Sin perder de vista el objetivo de su discurso, Esteban hace ver que quienes le acusaban de blasfemar de Moisés estaban siguiendo los pasos de sus antepasados (v. Hch 7:39) «al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon y en su corazón se volvieron a Egipto», prefiriendo los ajos y las cebollas de Egipto al maná que tenían bajo la conducción de Moisés, y a la leche y miel que esperaban tener en Canaán. Hay muchos que profesan ir hacia Canaán, pero en lo íntimo del corazón se vuelven a Egipto. Si, pues, las costumbres impuestas por mano de Moisés no pudieron cambiarles el corazón, no era extraño que Cristo viniese a cambiar esas costumbres. Entre las grandes afrentas, hechas tanto a Moisés como a Dios, Esteban menciona lo del becerro de oro (vv. Hch 7:40, Hch 7:41), como si un becerro de oro pudiese suplir la ausencia de Moisés y conducirlos a Canaán. ¡Poco podía hacer la Ley del Sinaí! Era, pues, necesario que esta ley fuese perfeccionada por otra mano mejor, y no se blasfemaba de Moisés por decir que Cristo era quien lo había llevado a cabo.

7. Esteban termina esta sección de su discurso acerca de Moisés y acusa implícitamente a sus jueces de ser imitadores de sus padres en la idolatría a la que Dios los entregó. Éste fue el mayor y más triste castigo por su pecado (v. Hch 7:42), para lo que Esteban cita una porción de los profetas (Amó 5:25-27). Al citar de un profeta del Antiguo Testamento, no podían sentirse tan molestos por la reprensión. Amós les reprende:

(A) Por no ofrecer sacrificios a su Dios en el desierto (v. Hch 7:42): «¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años?» No; durante todo este tiempo, los sacrificios a Dios quedaron interrumpidos. El hecho de que esas «costumbres» tan importantes estuviesen en desuso por tanto tiempo era, en boca de Esteban, un freno al celo que ellos parecían sentir por las costumbres que Moisés les había dado y al temor que tenían de que este Jesús las cambiase.

(B) Por ofrecer sacrificios a otros dioses (v. Hch 7:43): «Antes bien llevasteis el tabernáculo de Moloc», una de las deidades de Canaán a la que se ofrecían sacrificios humanos, y la estrella de vuestro dios Refán (lit.), es decir, el planeta Saturno, pues ése es el nombre de dicho planeta en siríaco. Tenían imágenes que representaban al planeta, del mismo modo que los efesios tenían imágenes de plata de la diosa Diana. Refán es el nombre que los LXX pusieron en vez de Quiyún. Esas imágenes son aquí llamadas (v. Hch 7:43) «figuras que os hicisteis para adorarlas». Es curioso el cambio que Esteban hace en el versículo Hch 7:43, pues, en lugar de «más allá de Damasco» (Amó 5:27), dice: «más allá de Babilonia». Dice J. Leal: «El destierro hasta más allá de Damasco , de que habla el Antiguo Testamento, Esteban lo traslada hasta más allá de Babilonia , con el conocimiento que le da la historia». Solamente la bondad de Dios y la fidelidad a sus promesas explica que, a pesar de las idolatrías del pueblo, el tabernáculo del testimonio que había ordenado Dios cuando habló a Moisés, les acompañase en el desierto (v. Hch 7:44).

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