Isaías 55:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Aunque todo este capítulo se dirige, en su sentido literal histórico, a Israel, bien puede servir de hermoso mensaje evangelístico para todos. Al seguir, pues, esta aplicación universal, podemos ver:

1. Quiénes son invitados (v. Isa 55:1): «Todos los sedientos». En ese todos podemos incluir, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles, a los pobres, los cojos, los mancos, los ciegos, etc., que van por las encrucijadas de los caminos de la vida. Los ministros de Dios han de presentar a todos la oferta general de salvación. El Evangelio no excluye sino a los que se excluyen a sí mismos.

2. Cuál es la cualificación que se requiere: Estar sedientos. Quienes están satisfechos con el mundo, sus placeres y sus comodidades, no están sedientos, porque no reconocen su necesidad. Tampoco los que dependen de sus propios méritos y esfuerzos. Para ser salvo es menester sentirse perdido. Pero todos los que están sedientos, insatisfechos, son invitados a venir a las aguas (comp. con Jua 4:14; Jua 7:37; Apo 21:6; Apo 22:17). Cuando Dios da Su gracia, da primero sed de ella; y, una vez que ha dado esta sed, da también la gracia (Sal 81:10).

3. Adónde se les invita: A las aguas, lo que equivale a invitarlos a Cristo, pues las fuentes de la salvación fueron abiertas en el Calvario. Allí fue herida la Roca de la que brotaron dichas aguas.

4. Qué se les manda hacer: (A) «Venid y comprad. No estéis perplejos ante los términos de la transacción, pues es altamente beneficiosa». (B) «Venid y comed; no sólo veréis satisfecha vuestra sed, sino que también saciaréis vuestro apetito».

5. Cuál es la provisión que se les ofrece: «Vino y leche», que no sólo apagan la sed (también el agua podría hacerlo), sino también nutren el cuerpo y reavivan los ánimos. Cristo supera todas nuestras expectaciones. Se nos invita a venir a las aguas, y luego se nos ofrece vino y leche, que abundaban principalmente en la tribu de Judá. El agua es, en la Biblia, símbolo de la Palabra de Dios; en el Antiguo Testamento, esa palabra está especialmente en la Torah, en la Ley como instrucción; en el Nuevo Testamento, está principalmente en el mensaje del Evangelio y en la gracia que dicho mensaje comporta. Dice Slotki que el vocablo hebreo para «comprar» significa, de ordinario, «comprar grano» (v. Gén 42:2).

6. A qué precio se ofrece esa provisión: ¡Gratis! «sin dinero y sin precio». El comprar sin dinero insinúa: (A) Que los dones ofrecidos no tienen precio, pues su valor excede a todo precio. (B) Que quien los ofrece no tiene necesidad de nosotros ni de ninguna cosa que podamos darle a cambio. (C) Que las cosas ofrecidas han sido ya compradas y pagadas, no con dinero, sino con la sangre preciosa de Cristo (1Pe 1:19). (D) Que seremos bienvenidos a los beneficios de la promesa y debemos reconocer que, si Cristo en los cielos es nuestro, eternamente le seremos deudores por su gracia libremente otorgada.

II. Se nos urge insistentemente a aceptar esta invitación.

1. Se nos exhorta a escuchar atentamente lo que Dios nos propone (v. Isa 55:2): «Oídme atentamente …». Y de nuevo (v. Isa 55:3): «Inclinad vuestro oído … oíd». Como si dijese: «Os conviene escuchar con diligencia, a fin de que podáis nutriros abundantemente y vivir eternamente».

2. Los argumentos usados para persuadirnos.

(A) El daño indecible que nos hacemos a nosotros mismos si rechazamos esta invitación (v. Isa 55:2): «¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, cuando podríais tener conmigo vino y leche sin dinero? ¿Por qué gastáis vuestro jornal, el esfuerzo de vuestras labores y el salario de esas labores, en lo que no sacia, puesto que no es nutritivo?» Las cosas de este mundo no son pan, no son alimento apropiado para el alma. Los mundanos gastan su dinero y su esfuerzo en estas cosas inciertas y que no sacian, no satisfacen.

(B) El bien inefable que nos hacemos a nosotros mismos si aceptamos esta invitación (v. Isa 55:2): «Oídme atentamente, y comed de lo bueno, de lo que es espiritualmente sano y agradable al paladar del alma piadosa». La palabra y las promesas de Dios, una buena conciencia y los consuelos del Espíritu Santo son una continua fiesta para los que escuchan con atención y obediencia al Señor Jesucristo. Con esto nos aseguramos felicidad duradera (v. Isa 55:3): «Oíd y vivirá vuestra alma». Además, serán nuestras las promesas misericordiosas y firmes que Dios hizo a David con pacto eterno. Respecto de lo cual, bueno será tener en cuenta lo siguiente:

(a) El pacto de 2Sa 23:5, que se especifica detalladamente en 2Sa 7:8-16, concernía a la dinastía de David (comp. con Sal 89:26, Sal 89:27, Sal 89:30-33), pero aquí se conecta (vv. Isa 55:3-5) con la misión universal, evangelística, de Israel, y no se dice ni una palabra del pacto del Sinaí.

(b) La dinastía de David adquiere su «perpetuidad» en el Mesías (v. Luc 1:32, Luc 1:33). Esto se confirma por Heb 1:5, donde el autor de Hebreos aplica a Jesucristo lo que, en 2Sa 7:14, Jehová refiere a Salomón (comp. con 2Cr 6:42). Si a esta transferencia unimos otra (Mat 2:15, al final, comp. con Ose 11:1), veremos que Jesucristo, el Siervo-Mesías, se hace Mediador y Fiador del «pacto eterno» (v. Heb 8:6-13) y toma aquí la representación de Israel, el Siervo-Pueblo. Por eso, vemos en Jua 1:14, Jua 1:17, que Jesús nos trajo la gracia y la verdad, binomio que corresponde al del Antiguo Testamento misericordia y fidelidad, y que aparecen en el hebreo al final del versículo Isa 55:3 de esta porción. Véase también 2Co 1:20.

III. En efecto, Jesucristo es presentado, bajo el tipo de David (v. Isa 55:4), como el que hará buenas todas las promesas que vemos en los versículos Isa 55:1-3, y a las que se nos invita que aceptemos. Jesús es el David de las promesas misericordiosas y firmes del pacto eterno de Dios. No hay nada en nosotros que merezca tales favores, pero Cristo es el don inefable de Dios (2Co 9:15). Nosotros no sabemos hallar el camino a las aguas de que aquí (v. Isa 55:1) se habla, pero Cristo es un guía (v. Isa 55:4), o príncipe (v. 2Sa 7:8, donde se aplica a David el término naguid que vemos aquí) que conduce a esas aguas. Nosotros no sabemos qué hacer, pero Cristo es también el general que nos muestra lo que hay que hacer y nos capacita también para ello. Cristo es un jefe con sus preceptos y un guía con su ejemplo; nuestro deber es obedecerle y seguirle.

IV. Una vez que se ha establecido el Amo y Director de la fiesta, y se ha puesto la mesa, sólo queda que entren los invitados, quienes son aquí (v. Isa 55:5) los gentiles: «Mira, llamarás a una nación que no conociste, y una nación que no te conocía correrá a ti, a causa de Jehová tu Dios y del Santo de Israel, porque te ha glorificado» (lit.). Como advierte Slotki, el singular «nación» equivale a «muchas naciones». El verbo «conocer», en ambos casos, indica que, entre Israel y las naciones de la gentilidad, no había comunión ni aun comunicación normal, ya que el pueblo escogido debía mantenerse alejado de la influencia nefasta de las naciones gentiles, idólatras y corrompidas. Pero aquí Israel va a llamar (es decir, a tener una influencia espiritual decisiva sobre) a las naciones de la gentilidad. Israel dictará a las naciones su enseñanza y su ley, lo cual apunta claramente al reino mesiánico futuro, aunque ya fue desde Israel desde donde la Iglesia recibió el Evangelio, esto es, el testimonio apostólico sobre Cristo.

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