Isaías 64:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Vemos ahora las Lamentaciones de Isaías la destrucción de Jerusalén a manos de los caldeos, y el pecado de Israel que provocó tal destrucción.

1. El pueblo de Dios en su aflicción confiesa y lamenta sus pecados. Ahora que estaban bajo la reprensión de Dios por sus pecados, confiesan que no tienen otra cosa en que confiar, sino en la misericordia de Dios.

(A) Había entre ellos una general corrupción de costumbres (v. Isa 64:6): «Todos nosotros somos como suciedad, como quienes están llenos de lepra y han de ser expulsados del campamento, y aun todas nuestras justicias, es decir, las obras que consideramos como suficientemente buenas, son como trapos de inmundicia (lit. paños de tiempos, con lo que alude a la menstruación periódica de las mujeres contaminadora, según la Ley )». Eso es lo que son las mejores personas; todos nosotros estamos corrompidos y contaminados. Nuestras mejores acciones también lo están. No sólo hay una corrupción general de costumbres, sino también generales defectos en nuestros actos de devoción.

(B) Había también entre ellos un general enfriamiento de la devoción (v. Isa 64:7). La verdadera oración estaba abandonada: «Nadie hay que invoque tu nombre, nadie que busque tu gracia para reformarnos, o tu misericordia para aliviarnos y hacer que se aparten los castigos que nuestros pecados han atraído sobre nosotros». Y si había uno aquí o allá que invocase el nombre de Dios, lo hacía con gran dosis de indiferencia: «Nadie hay … que se despierte para apoyarse en ti (mejor, para asirse de ti)». Orar es asirse de Dios, asirse de las promesas que Dios nos ha hecho por su buena voluntad asirse de Él como se ase el que lucha de aquel con quien está luchando (v. Gén 32:24-26 ). Pero cuando nos asimos de Dios es como el barquero que, con su arpón, se ase de la orilla como si quisiese atraer ésta hacia sí, pero en realidad es para tirar de sí mismo hacia ella; así también oramos, no para atraer a Dios a nuestra mente, sino para llevarnos a nosotros mismos a la Suya. Los que quieran asirse de Dios en oración han de despertarse para ello, todo cuanto hay en nuestro interior ha de ponerse al servicio de esta tarea (y todo será poco): nuestra mente ha de estar fija, y nuestro corazón ha de estar llameante.

2. Reconocen que sus aflicciones son el fruto de sus pecados y de la consiguiente ira de Dios (v. Isa 64:6): «Y caímos todos nosotros como la hoja. No sólo nos hemos marchitado y perdido nuestra belleza, sino que nos hemos desprendido del árbol de la vida, como las hojas en otoño, secas ya y sin savia; y entonces nuestras maldades, como el viento, nos llevaron deprisa al cautiverio, como vientos de otoño que primero soplan en las hojas y las desprenden, y luego soplan todavía en ellas para llevarlas lejos (v. Sal 1:3, Sal 1:4).

3. Apelan a la relación que tienen con Jehová como su Dios y le imploran humildemente (v. Isa 64:8): «Ahora, pues, Jehová, tú eres nuestro padre. Necios y negligentes cuales somos, pobres y despreciados de nuestros enemigos, todavía, con todo, tú eres nuestro padre; a ti, por tanto, volvemos en nuestro arrepentimiento». Dios es su Padre, pues les dio el ser y los formó como pueblo, moldeándoles según la figura que le plugo: «Nosotros somos el barro, y tú nuestro alfarero (lit.); por consiguiente, esperamos que tú que nos hiciste y formaste, nos rehagas y reformes, aun cuando nos hemos deshecho y deformado a nosotros mismos: Somos como suciedad (v. Isa 64:6), pero obra de tus manos somos todos nosotros (v. Isa 64:8); por tanto, no desampares la obra de tus manos (Sal 138:8). Somos tu pueblo; y, ¿no buscará un pueblo a su Dios? (Isa 8:19). Somos tuyos, ¡sálvanos! (Sal 119:94)».

4. Importunan a Dios para que se vuelva de su ira y les perdone los pecados (v. Isa 64:9). Oran que Dios se reconcilie con ellos, y entonces sentirán un alivio muy grande, ya sea que la aflicción continúe o sea retirada: «No te enojes sobremanera, sino sea mitigado tu enojo con la clemencia y la compasión de un padre».

5. La condición lamentable en que se hallaban.

(A) Sus casas estaban en ruinas (v. Isa 64:10). Las ciudades de Judá fueron destruidas por los caldeos, y sus habitantes fueron deportados del país: «Tus santas ciudades están desiertas». Las ciudades de Judá son llamadas santas porque eran de Dios y porque el pueblo era un reino de sacerdotes para Jehová; por eso, se lamentaban de que estuviesen en ruinas sus ciudades. «Incluso Sion es un desierto, añaden. La ciudad misma de David yace en ruinas; Jerusalén, la hermosa, es una desolación; se ha vuelto la burla y el escándalo de toda la tierra; está hecha un montón de escombros».

(B) También la casa de Dios está en ruinas (v. Isa 64:11). Esto es lo que lamentan más que todo: que ha sido pasto del fuego. Era «nuestra casa santa y hermosa»; la santidad de ella era a sus ojos la mayor belleza de esa casa y, por consiguiente, su profanación era el aspecto más triste de su desolación. Era el lugar donde «te alabaron nuestros padres» dicen . Allí le habían alabado con sus sacrificios y sus cánticos. ¡Qué lástima que yaciera en cenizas lo que por tantos siglos había sido la gloria de su nación! Todas sus cosas más estimadas habían sido destruidas, todas las cosas que ellos empleaban en el servicio de Dios; no sólo el mueblaje del templo, los altares y la mesa, sino los sábados y todas sus demás festividades religiosas, que ellos solían observar con alegría.

6. Concluyen arguyendo humildemente con Dios acerca de sus presentes desolaciones (v. Isa 64:12): «¿Te estarás quieto, oh Jehová, ante estas cosas? Cuando se nos maltrata guardamos silencio, porque la venganza pertenece a nuestro Dios, no a nosotros; pero cuando Dios es insultado en Su honor, debería con razón esperarse que Él hable y actúe para vindicarlo; Su pueblo no le prescribe lo que debe hacer, pero le dice: «¿Callarás?» (comp. con Sal 83:1: «Oh Dios, no guardes silencio»). Como si dijese: «¡Habla para convicción de tus enemigos! ¡Habla para consuelo y alivio de tu pueblo! Porque, ¿nos afligirás sobremanera?» Dios había dicho que no contendería para siempre y, por tanto, los Suyos pueden asirse de esa promesa para estar seguros de que sus aflicciones no han de continuar hasta la extremidad ni hasta la eternidad, sino que han de ser ligeras y por un momento.

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