Isaías 6:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Aquí vemos primero la consternación del profeta ante esta visión de la gloria de Dios (v. Isa 6:5): «Entonces dije. ¡Ay de mí, que estoy muerto!», es decir, perdido, arruinado. Recuérdese que, en el capítulo Isa 5:1-30, son seis las veces que Isaías dirige el dedo hacia los demás, y dice: «¡Ay de los que …!» Pero ahora que ha visto la gloria de Dios, ya no dice: «¡Ay de los que …!», sino «¡Ay de mí!» La gravedad de los propios pecados sólo se echa de ver a la vista de la santidad del Dios tres veces santo, del mismo modo que las partículas de polvo, flotantes en una habitación o adheridas a los cristales de la ventana, sólo se ven bien cuando les dan de lleno los rayos del sol. Veamos:

(A) Qué es lo que Isaías vio en sí para exclamar de ese modo: «Estoy perdido, porque soy hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios inmundos». Tenemos muchos motivos para clamar así ante el Señor, porque: (a) «El énfasis recae sobre los labios por la razón de que éstos dan a conocer la corrupción interna del hombre caído, tal como recalcó el Maestro en Mar 7:18-23» (Trenchard). Si nuestros labios no están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el nombre de Dios en nuestros labios. La impureza de nuestros labios debería sernos objeto de pesadumbre, pues por nuestras palabras seremos justificados o condenados. (b) Vivimos en medio de gentes que tienen también inmundos los labios. Esta enfermedad es hereditaria y epidémica, lo cual, lejos de disminuir la culpa, debería aumentar la pesadumbre, al considerar que no hemos hecho todo lo posible para limpiar los labios de nuestros prójimos; en lugar de ello, hemos aprendido el lenguaje de ellos, como José en Egipto cuando juró por el Faraón (Gén 42:16).

(B) Qué es lo que motivó tan tristes reflexiones (v. Isa 6:5): «Mis ojos han visto al Rey, Jehová de las huestes». Estamos perdidos si no hay un Mediador entre nosotros y este Dios santo (v. 1Sa 6:20). Isaías fue humillado de esta manera, a fin de prepararle para el honor que se le iba a conferir con el llamamiento al ministerio profético.

2. Vemos luego la forma en que los temores del profeta fueron acallados con las palabras de consuelo que el serafín le dirigió (vv. Isa 6:6, Isa 6:7). Uno de los serafines voló rápidamente hacia él para purificarle. Quienes son abatidos con las visiones de la gloria de Dios pronto serán levantados de nuevo con las visitas de su gracia. Aquí vemos despedido por algún tiempo del trono de la gloria de Dios a un serafín, a fin de ser mensajero de gracia para un hombre bueno; y vino a él volando. También al Señor Jesús, en su agonía, se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Luc 22:43). El ángel vino con un carbón encendido, tomado del altar (ya fuese de los holocaustos o de los perfumes). El Espíritu de Dios actúa como fuego (Mat 3:11). Al profeta que se sentía muerto (v. Isa 6:5), el serafín le infundió vida, porque el modo de purificar los labios de la impureza del pecado es encendiendo el alma con el amor de Dios (v. Isa 6:7): «Mira que esto ha tocado tus labios, te es quitada la culpa y expiado el pecado». La culpa del pecado es removida con el perdón de la misericordia; la corrupción del pecado, con el efecto renovador de la gracia. Por tanto, nada puede impedir que Isaías sea aceptado por Dios, no sólo como simple adorador, sino como mensajero suyo a los hijos de Israel.

3. Tenemos luego la comisión que Isaías recibe de parte de Dios (v. Isa 6:8). Sólo el que tiene íntima comunión con Dios puede recibir comunicaciones de parte de Dios: «¿A quién enviaré, dice Dios, y quién irá de nuestra parte?» Este último plural puede tomarse como mayestático o, mejor en este contexto, deliberativo. Dice Ryrie: «Se ve a Dios como a un rey en consejo. Esta frase abre ciertamente paso a más plenas revelaciones de la Trinidad en el Nuevo Testamento». De este modo Dios nos enseña que el envío de obreros de la Palabra no debe hacerse sin una madura deliberación. Y el ministerio recibe un singular honor al ver a Dios así consultado en el seno de la Trinidad antes de enviar a un profeta en su nombre. La incapacidad natural del profeta es absoluta, y Dios toma la iniciativa, pero al decir: «¿A quién enviaré …?», insinúa que ha de enviar un profeta semejante a sus hermanos (Heb 2:17). Dios se complace en enviarnos hombres como nosotros, implicados en los mensajes que traen, pues los colaboradores de Dios son copecadores con nosotros. «Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?» (2Co 2:16). A nadie se le permite ir en nombre de Dios, sino a los que son enviados por Él (Rom 10:15). Con los labios ya limpios por el fuego del altar, el joven profeta se pone enteramente a disposición del Señor, incluso antes de conocer el mensaje que había de predicar. Así le ofrece a Dios «carta blanca», sean cuales sean las dificultades que puedan salirle al paso en el desempeño de su misión.

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