Isaías 7:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Entonces Isaías recibe la orden de salir al encuentro de Acaz (v. Isa 7:3): «Sal ahora al encuentro de Acaz tú y Sear-jasub tu hijo, al extremo del acueducto del estanque de arriba, en el camino del campo del Batanero». Dios tiene compasión de Acaz, no por él mismo, sino porque era hijo de David y rey de Judá; por atención a David, que no debía ser olvidado, y por atención a su pueblo, que no debía quedar abandonado. Dios le ordena que lleve consigo a su hijo, porque su nombre mismo llevaba en sí un mensaje, pues el hebreo Shear-yashub significa «un remanente volverá». El lugar escogido por Dios para el encuentro con el rey era donde Acaz «se hallaba inspeccionando la acequia abierta que proveía de agua a la ciudad» (Moriarty). Quizás se hallaba allí para ver de qué forma podía fortificar la ciudad, a la vez que aseguraba la traída de aguas a la ciudad en caso de asedio.

2. Dios pone en la boca de Isaías las palabras que ha de dirigir al rey; de lo contrario, el profeta no habría sabido el modo de llevar un mensaje tan bueno a un monarca tan malo. Dios lo hacía, no por él, sino en atención a los israelitas que todavía permanecían fieles. Isaías debe decirle al rey (v. Isa 7:4): «¡Alerta, pero ten calma!» Las cosas buenas pueden echarse a perder tanto por falta de vigilancia como por sobra de agitación nerviosa.

3. Añade que debe despreciar a sus enemigos, no por orgullo o falsa seguridad, sino por fe y dependencia de Dios. El miedo le hacía pensar al rey Acaz que tenía delante dos poderosos enemigos, con quienes, aun por separado, no podía competir con éxito. Pero Isaías le dice, de parte de Dios, que no tiene por qué temer ni desmayar «a causa de estos dos cabos de tizón que humean» (v. Isa 7:4). Con esta expresión, quería dar a entender el Señor que Siria e Israel estaban a punto de apagarse por completo; el primero, el año 732 (unos tres años después de la presente profecía; el segundo, el reino del norte, iba a perder su existencia como nación el año 722. Por eso, eran como dos tizones que sólo despedían humo, bravatas, pero eran ya incapaces de consumir a Judá.

4. Tiene que persuadir a Acaz de que el actual designio de estos dos países ahora confederados contra Judá ha de fracasar con toda certeza y va a quedar en nada (vv. Isa 7:5-7). Judá no les ha hecho ningún daño; no tienen, pues, excusa para atacar al rey ni al reino. Nótese la nota de desprecio (v. Isa 7:5) al no mencionar por sus nombres al rey de Siria ni al de Israel, a pesar de que ellos (v. Isa 7:6) parecen estar seguros de su victoria, pues ya quieren repartirse los despojos («hagámosla pedazos y repartámosla entre nosotros»): una parte para el rey de Israel, y otra parte para el de Siria, después de concertarse en poner en Judá una especie de virrey de ellos, un rey-títere, cuyo nombre no se menciona; sólo se dice de él que era «hijo de Tabeel», «probablemente, un aventurero sirio o efrainita» (Slotki). Dios mismo (v. Isa 7:7) da Su palabra de que la coalición de Siria e Israel contra Judá fracasará.

5. Todavía añade el Señor dos razones para mostrar que el intento de Siria e Israel de subyugar a Judá está condenado al fracaso:

(A) Ninguno de los dos países ha de ensanchar sus dominios, sino que, de momento, han de contentarse con los territorios que ocupan. Sus respectivos límites están bien marcados, por lo que no deben intentar invadir el territorio de Judá; mucho menos, ocupar Jerusalén, la capital. Éste es, en efecto, el sentido del versículo Isa 7:8, según comenta Slotki: «La idea contenida aquí parece ser que Retsín y Peqaj bien pueden ser los soberanos de sus respectivos países y de sus capitales …, pero nunca conseguirán la conquista de Judá ni de Jerusalén, que siempre han de disfrutar de la protección misericordiosa de Dios».

(B) Efraín, que es ahora el enemigo más próximo y seguramente el más malicioso, va a perecer muy pronto (v. Isa 7:9): «Y dentro de sesenta y cinco años Efraín será quebrantado hasta dejar de ser pueblo». Comoquiera que el encuentro de Isaías con Acaz tuvo lugar el año 735, e Israel cayó bajo el poder de Asiria el año 722, muchos autores encuentran el plazo de 65 años (el año 669) demasiado largo. Ryrie lo entiende como «el tiempo en que tuvo lugar la repoblación del país de Israel por colonos extranjeros». Trenchard opina que «la predicción no señala la fecha de la derrota de Israel y de la deportación a Mesopotamia, sino la época en que dejaría de ser un pueblo». El rabino Slotki, por su parte, hace notar, a la vista de Amó 1:1; Amó 7:17, que la cifra debe «calcularse desde el tiempo del terremoto en el reinado de Uzías, cuando el profeta anunció que Israel ciertamente había de ser llevado cautivo fuera de su país». Otros, como Kissane (citado por Moriarty), cortan por lo sano, y se atreven a corregir el texto sagrado. Pienso nota del traductor que la opinión de Slotki es la más probable.

6. La porción termina (v. Isa 7:9) con una seria advertencia de que, como siempre, la fe en la Palabra de Dios es condición indispensable para salvarse de esta ruina y de cualquier otra: «Si no creéis, tampoco estaréis firmes» (lit.). Sin fe no hay seguridad posible. El profeta juega con los dos vocablos hebreos taaminu (creeréis) y teamenu (seréis establecidos), ambos de la misma raíz: el conocido verbo amán = asegurar o estar seguro. Acaz no debe esperar que Dios le ayude si le falta confianza en el omnímodo poder de Dios para derrotar a cualquier enemigo, por fuerte y numeroso que sea, del pueblo elegido.

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