Isaías 8:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos una profecía de los éxitos del rey de Asiria contra Damasco (Siria), Samaria (Israel) y Judá; que los dos primeros serán devastados por él, y que al tercero le propinará un susto mayúsculo.

1. El Señor ordena a Isaías que escriba su profecía de forma que todos puedan leerla, a fin de que, cuando se cumpla, todos sepan que Dios le ha enviado, ya que éste es uno de los fines de la profecía (Jua 14:29). Ha de tomar una tabla (o un rollo) grande, y ha de escribir allí solamente cuatro palabras con grandes caracteres, puesto que la tabla (o rollo) es también grande, a fin de que todos puedan leer en ella una importante profecía. Ha de escribir con pluma de hombre (lit.), es decir, con una escritura corriente y unos caracteres ordinarios que todos puedan leer y entender. Las cuatro palabras son, en hebreo: Maher shalal jash baz, que significan: «El despojo se apresura, la presa se precipita», y da a entender la rapidez con que los ejércitos asirios habían de caer sobre Damasco y Samaria.

2. El esmero con que el profeta había de registrar el mensaje, por orden de Jehová, quien es el sujeto («yo») del verbo tomaré (v. Isa 8:2). Había de tomar por testigos a dos personas fieles, es decir, tenidas por el pueblo como dignas de crédito. Uno había de ser el sacerdote Urías, de quien se hace mención en 2Re 16:10, 2Re 16:11. Del otro no se halla ninguna otra mención en las Escrituras.

3. En cumplimiento de la orden de Dios, Isaías se llegó (v. Isa 8:3) a su mujer, la cual es llamada profetisa por estar casada con un profeta. El hijo que ahora concibió y dio a luz había de ser un mensaje vivo, pues había de llevar por nombre (v. Isa 8:3) precisamente Maher-shalal-jash-baz, que era el mensaje profético escrito en la tabla grande. El primer hijo (V. Isa 7:3) llevaba un nombre que expresaba misericordia, pero el de este segundo expresaba juicio; cada vez que su nombre fuese pronunciado, había de servir de recordatorio del inminente castigo de los dos reinos del norte.

4. La profecía misma, contenida en ese misterioso nombre, viene a decir:

(A) Que Siria e Israel, que se hallaban ahora confederados contra Judá, habían de ser en breve presa del rey de Asiria (v. Isa 8:4): «Antes de que el niño (que iba a ser concebido ahora) sepa decir: Padre mío, y Madre mía», esto es, antes de que sepa distinguir entre sus padres y otras personas, lo cual podría hacer a una edad muy temprana, sin esperar a la edad del discernimiento entre el bien y el mal (que suponía llegar a los 12 o 13 años). En ese breve tiempo, no superior a dos años, la riqueza de Damasco y los despojos de Samaria serán llevados, como trofeo de victoria, delante del rey de Asiria, a saber, Tiglat-pileser III (745 727 a. de C.).

(B) Que, por cuanto había en Judá muchos que estaban a favor de Siria e Israel, y desafectos hacia la casa de David, Dios les había de castigar también a ellos por manos del rey de Asiria (vv. Isa 8:6-8).

(a) ¿Cuál era el pecado específico de estos descontentos? «Desechar (v. Isa 8:6) las aguas de Siloé, que corren mansamente». Las aguas de Siloé son una metáfora para indicar simplemente la casa de David. Estos traidores despreciaban el manso fluir de estas aguas porque hacían poco ruido (como la voz del Espíritu, semejante a un suave susurro v. 1Re 19:12 ), y se regocijaban (la traducción es correcta, contra la opinión de Trenchard) con los dos enemigos del norte. La expresión, sin embargo, indica sólo, como dice Slotki, «un deseo de llegar a un arreglo con el enemigo». Las naciones crían con frecuencia en su seno víboras de esa ralea, que comen de su pan mientras fomentan los intereses de los enemigos de la patria.

(b) Pero tampoco esos traidores habían de escapar del castigo que el rey de Asiria había de infligir a Damasco y Samaria (vv. Isa 8:7, Isa 8:8): los que desechaban las mansas aguas de Siloé habían de ser anegados por las bravías ondas («aguas del río» dice literalmente el hebreo del v. Isa 8:7 ) del gran Éufrates, bajo cuya metáfora se menciona al rey de Asiria, como el propio texto sagrado declara (v. Isa 8:7). Dios les viene a decir: «¡Bien! Si sois admiradores del Éufrates, tendréis bastante de él». El rey de Asiria caerá sobre ellos como un diluvio, llegándoles hasta la garganta (v. Isa 8:8), es decir, hasta poner asedio a la propia Jerusalén. Menos mal que, en el mayor diluvio de la aflicción, Dios puede guardar por encima del agua la cabeza de sus hijos. ¡Estemos satisfechos con las mansas (y curativas Jua 9:7 ) aguas de Siloé porque las corrientes impetuosas son siempre peligrosas!

(c) Al cambiar de metáfora (v. Isa 8:8), el sagrado texto contempla los ejércitos asirios como una gran ave de presa que extiende sus alas hasta abarcar toda la anchura de la tierra de Judá. Pero no debe pasar desapercibida la última frase del versículo Isa 8:8: «… abarcará la anchura de tu tierra, oh Emanuel». Aunque el rey de Asiria extienda las potentes alas de su ejército por toda la tierra de Judá, esa tierra es, sin embargo, la tierra del Mesías y, por tanto, no le había de faltar la protección de Dios.

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