Jeremías 11:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El profeta Jeremías tiene en sus escritos mucho acerca de sí mismo, ya que fueron muy tormentosos los años en que vivió. Aquí tenemos el comienzo de sus pesares, que le vinieron de su propia ciudad natal, Anatot, que era ciudad sacerdotal.

1. El complot contra él (v. Jer 11:19): Tramaban maquinaciones contra él, armando una conjura para ver el modo de acabar con él. Decían contra Jeremías (v. Jer 11:19): «Destruyamos el árbol (la persona del profeta) con su fruto (el mensaje del profeta)», aunque quizás era una expresión proverbial equivalente a «la raíz y la rama». Los perseguidores de los profetas del Señor no se conformaban con menos que la vida de aquellos a quienes perseguían. Pensaban poner fin a sus días, pero sobrevivió a la mayoría de sus enemigos; querían acabar con su mensaje profético, pero ahí está tan vivo como entonces y vivirá para siempre.

2. La información que Dios le dio de esta conspiración. Él no sabía nada de ello, tan arteramente la habían tramado. Vino a Anatot sin temor alguno (v. Jer 11:19) «como cordero manso que llevan a degollar», que se imagina que lo llevan, como siempre, al campo cuando lo llevan al matadero. No hay más que un paso entre Jeremías y la muerte, pero (v. Jer 11:18) Jehová se lo hizo saber mediante sueño o visión, o impresión en su espíritu, para que se pusiese a salvo, como hizo el rey de Israel por la información que le dio Eliseo (2Re 6:10). Así es como lo conoció. Dios le hizo ver las obras de ellos (v. Jer 11:18). Véase cómo protege Dios a Sus profetas: No permite que les hagan daño; toda la rabia de sus enemigos será impotente para acabar con ellos mientras no hayan terminado su testimonio.

3. Su apelación a Dios a causa de esto (v. Jer 11:20). Cuando los hombres actúan injustamente contra nosotros, tenemos un Dios a quien acudir en busca de socorro, pues Él defiende la causa del inocente perjudicado y acude a frenar al perjudicador malvado. La justicia de Dios, que es terror para el impío, es consuelo para el piadoso. Él conocía la integridad del corazón de Jeremías, así como la perversidad del corazón de sus enemigos, por mucho que quisiesen ocultarla a los ojos de los hombres. Jeremías pide a Dios que los castigue (v. Jer 11:20): «Vea yo tu venganza de ellos, porque ante ti he expuesto mi causa». Comenta Pickering, citado por Freedman: «No desea venganza personal, sino una vindicación de la causa que ha asumido por Dios». Es cierto que no vemos aquí los mismos sentimientos de Jesús en la Cruz (Luc 23:34), pero no se podía esperar tanto de un siervo de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando alguien nos hace daño, tenemos un Dios a quien encomendar nuestra causa con la resolución de conformarnos con la definitiva sentencia de Dios, suscribiéndola, no prescribiéndosela.

4. Juicio contra los hombres de Anatot (vv. Jer 11:21-23).

(A) Nada podía hacer Jeremías si apelaba a los tribunales de Jerusalén, pues los sacerdotes de la capital se habrían puesto del lado de los sacerdotes de Anatot, pero Dios toma en Sus manos la causa del profeta y podemos estar seguros de que Su juicio será conforme a verdad, pues Jehová de las huestes juzga con justicia (v. Jer 11:20). Ellos buscaban la vida del profeta, ya que le prohibían profetizar en nombre de Jehová bajo pena de muerte (v. Jer 11:21).

(B) Esta es la única provocación que él les hacía: profetizar en nombre de Jehová, en lugar de profetizar las cosas suaves y ligeras que decían ellos siempre (v. por ej. Jer 8:11). Tan malo es para los fieles ministros de Dios que les tapen la boca como que les corten el aliento. Se decía que un profeta no podía perecer sino en Jerusalén, pues allí es donde se reunía el gran consejo de la nación; pero tan fieros estaban los hombres de Anatot contra Jeremías que se proponían darle muerte ellos mismos.

(C) Dios les lee la sentencia por este crimen (vv. Jer 11:22, Jer 11:23): «Así, pues, ha dicho Jehová de las huestes: He aquí que yo los castigaré (lit. los visito); los jóvenes, aunque sean sacerdotes, morirán a espada; sus hijos y sus hijas morirán de hambre». Ellos buscaban la vida de Jeremías, para destruir «raíz y rama», para que no hubiese más memoria de su nombre (v. Jer 11:19), pero Dios dice de ellos (v. Jer 11:23): «no quedará remanente de ellos».

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