Jeremías 12:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El pueblo de los judíos queda aquí marcado para la ruina.

1. Es terrible la frase que pronuncia Dios aquí (v. Jer 12:7): «He dejado mi casa el templo, mi palacio; lo han profanado y así me han forzado a salir de él ; desamparé mi heredad, y no me voy a preocupar más de ella. Si ellos se hubiesen comportado como es debido, yo les habría hecho prosperar abundantemente, pues eran el amado de mi alma (lit.); pero me han provocado a entregarlo en manos de sus enemigos». Habían degenerado hasta convertirse en fieras de presa, a las que nadie ama y todo el mundo evita (v. Jer 12:8): «Mi heredad fue para mí como león en la selva»; rugen contra Dios mismo en las amenazas que respiran contra los profetas que les hablan en Su nombre. Los que eran ovejas de su pasto se han convertido en leones feroces y hambrientos. Por eso (v. Jer 12:8), Dios aborreció su heredad. ¿Qué deleite podía tener el Dios de amor en un pueblo que se había vuelto como bestias, vejatorio para los hombres y para el mismo Dios? Para Dios (v. Jer 12:9), Israel se ha vuelto como un ave extraña, de variopinto plumaje; por tanto, esta rareza incita a las demás aves de rapiña que la rodean (las naciones vecinas) a atacarla. Dios no impide este ataque. Al contrario (v. Jer 12:9), Él mismo convoca a las fieras del campo a que vengan a devorarla.

2. Los enemigos caerán sobre ella y la dejarán desolada. El pueblo de Dios siempre resulta extraño (v. 1Pe 4:4) a los inconversos; pero la extrañeza de esta ave de muchos colores que es ahora Israel no se debe a su piedad, sino a su insensatez. Bien pueden, pues, las demás aves atacarla, pues Dios la ha abandonado. La destrucción del país a manos de los caldeos es presentada aquí como algo que se ha llevado a cabo ya, para poner de relieve que era un hecho inminente y seguro. Dios habla de ello como de algo en que no halla ningún placer, pues Él no se goza en la muerte del pecador.

(A) Véase con qué ternura (v. Jer 12:10) habla del país, a pesar de los muchos pecados de los habitantes, pues se acuerda de Su pacto con ellos: «Es mi viña … mi heredad … mi heredad agradable». Así también, Dios siente afecto e interés hacia Su Iglesia, aunque ésta deje mucho que desear.

(B) Véase con qué compasivos acentos habla de la desolación del país (v. Jer 12:10) «Muchos pastores (los generales del enemigo, como en Jer 6:3, o los propios líderes de Israel, como en Jer 2:8) han destruido mi viña. Lo que era heredad agradable se ha convertido en desierto y soledad, porque (v. Jer 12:12) sobre todas las alturas del desierto vinieron saqueadores», aunque estos saqueadores eran meros instrumentos en manos de Dios; por eso añade «porque la espada de Jehová devora desde un extremo de la tierra hasta el otro», de forma que no hay paz para ninguna carne, pues el invasor no sólo devasta a Judá, sino también a las demás naciones circunvecinas.

(C) Véase de dónde procede toda esta miseria. Sí, es la espada de Jehová la que devora, pero no sin motivo. Mientras el pueblo de Dios se mantiene adherido a Él, la espada del pueblo es la espada de Jehová, como lo atestigua el caso de Gedeón; pero cuando abandonan a Dios, la espada de los saqueadores es la espada de Jehová, como lo atestigua aquí el caso de los caldeos. Esto es a causa de la ardiente ira de Jehová (v. Jer 12:13, al final). Lo que ha convertido en enemigo de Israel a Dios es el pecado de ellos (v. Jer 12:11): «La tierra lloró sobre mí desolada, es decir, hizo duelo delante de mi dice Dios como quejándose a mí por este desastre, pero los habitantes son tan estúpidos, tan faltos de sentido que no hubo hombre que reflexionase, no hubo nadie que se percatase de que todo esto sucedía por no dar ellos oídos a mis avisos y amenazas».

(D) «Sembraron (los de Judá) trigo (v. Jer 12:13), esto es, se afanaron en tomar medidas para que no les faltase el alimento, pero segaron espinos, ya sea porque la cosecha resultó un desastre (así piensa Freedman), o porque el extranjero invadió la campiña (Asensio)». Esto es (v. Jer 12:13) para ellos una vergüenza, «porque su pobreza demuestra que están bajo el desagrado de Dios» (Freedman).

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