Jeremías 14:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El deplorable estado de Judá y de Jerusalén sirve ahora de materia de lamentación a Jeremías (vv. Jer 14:17, Jer 14:18), así como de objeto de su oración por ellos (v. Jer 14:19). En ambas cosas actúa el profeta bajo la dirección de Dios, como lo muestran las palabras: «Y les dirás esta palabra» (v. Jer 14:17), la cual se refiere tanto a la lamentación de Jeremías como a su intercesión y, de esta forma, es como una revocación de la orden que había dado al profeta (v. Jer 14:11) de no orar por ellos.

1. El profeta está llorando sobre las ruinas de su país, y esto mismo debe decírseles a ellos: «Derramen mis ojos lágrimas noche y día». Así ha de darles a entender que preveía la venida de la calamidad. El profeta habla como si ya viese las miserias que comportará la invasión de los caldeos: «Porque con gran quebrantamiento (v. Jer 14:17) es quebrantada la virgen hija de mi pueblo (así llamada porque hasta ahora ningún enemigo la había conquistado), con azote muy doloroso, más doloroso que cualquier otro de los que hasta ahora había sufrido»; porque (v. Jer 14:18) yacían en el campo multitudes de muertos a espada, y en la ciudad multitudes de moribundos de hambre. Acerca de la segunda parte del versículo Jer 14:18, dice Freedman: «La cláusula es oscura y dudoso el sentido». Puesto que el verbo hebreo sajaru, que las versiones traducen por «andan vagando» o «andan errantes», siempre significa «traficar», la interpretación más probable es la que da Metsudath David (citado por Freedman): «Viajan por el país (como un mercader que trata de vender sus mercancías) y profetizan y dan consejo en materias en las cuales son ignorantes».

2. El profeta se pone luego a hacer intercesión por ellos. Había algunos que se unirían a él en sus devociones, y les pondrían el sello de su Amén.

(A) Eleva humildemente sus súplicas a Dios con respecto al caso de ellos (v. Jer 14:19). Lo que esperaban de Dios no llegaba; pensaban que había asegurado que tomaría a Judá bajo Su protección, pero ahora parece ser que lo ha desechado enteramente; pensaban que Sion era Su amada, pero ahora Su alma la aborrecía; aborrecía incluso los servicios religiosos que allí se celebraban. Todas sus expectaciones caían por el suelo: Eran heridos sin remedio, se multiplicaban sus heridas, pero no había curación para ellas; esperaban paz, porque después de la tormenta suele venir la calma, y paz era además lo que los falsos profetas les habían prometido, pero no les vino ningún bien. Sólo había terror en la puerta por la que esperaban que entrase la paz.

(B) Hace una confesión penitencial del pecado, confesión que todos deberían haber hecho, pero muy pocos la hicieron (v. Jer 14:20): «Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad, la abundante iniquidad de nuestro país, y la iniquidad de nuestros padres, a quienes nosotros hemos imitado. Sí, sabemos, reconocemos que contra ti hemos pecado (comp. con Dan 9:8) y, por consiguiente, eres justo en todo lo que nos ha sobrevenido; mas, puesto que confesamos nuestros pecados, esperamos hallarte fiel y justo en perdonarlos».

(C) Ora también para que se aparte el desagrado de Dios y apela, por fe, a Su promesa (v. Jer 14:21). Su petición es: «No nos deseches; aunque nos aflijas, no nos deseches; aunque se vuelva Tu mano contra nosotros, que no se vuelva Tu corazón, ni se enajene Tu mente de nosotros». Reconocen que Dios puede justamente aborrecerles, pero, no obstante, oran: «No nos deseches en atención a tu nombre, ese nombre tuyo por el que somos llamados y el cual invocamos». También apelan al honor del santuario: «ni deshonres el trono de tu gloria; merecemos que nos alcance la desgracia pero no permitas que la desolación del templo de ocasión a los gentiles para menospreciar al que adoramos allí». Podemos estar seguros de que Dios no deshonrará el trono de su gloria en la tierra. Se atreven humildemente a recordar a Dios el pacto con ellos (v. Jer 14:21, al final): «Acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros».

(D) Profesa su dependencia de Dios en cuanto a hacer que descienda la lluvia (v. Jer 14:22). Nunca pedirán eso a los dioses de los gentiles: «¿Hay entre los ídolos de las naciones quien haga llover?» En un tiempo de gran sequía en Israel, todo el pueblo presentó sus oraciones a Baal en los días de Ajab, pero Baal no les pudo aliviar; solamente el Dios que respondió por fuego, pudo también responder por agua. «¿Darán de sí los cielos lluvias?», añade. ¡No sin órdenes de parte del Dios de los cielos, pues Él es quien tiene la llave de las nubes, que abre las ubres de los cielos y riega la tierra desde Sus cámaras! Por tanto, toda expectación ha de estar puesta en Él: «¿No eres tú, oh Jehová, nuestro Dios, de quien podemos esperar socorro y al que debemos acudir? ¿No eres tú el que haces llover? Pues tú has hecho todas estas cosas; tú les diste el ser y, por eso, tú les diste leyes y las tienes todas a tus órdenes. Pediremos a Jehová lluvia en la estación tardía (Zac 10:1). Confiamos en que nos la dará a su debido tiempo».

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