Jeremías 18:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El profeta es enviado aquí (v. Jer 18:2) a casa del alfarero, no a pronunciar un sermón, sino a preparar un sermón o, más bien, a recibirlo ya listo para ser predicado: «Vete a casa del alfarero, observa cómo trabaja, y allí te haré oír, con silenciosos susurros, mis palabras. Allí recibirás un mensaje para que vayas a predicarlo al pueblo». Fue, pues, el profeta a casa del alfarero (v. Jer 18:3) y se fijó en la forma como él trabajaba sobre las dos ruedas (lit. sobre las dos piedras) «que, al girar una sobre la otra, formaban la rueda o máquina de su profesión manual» (Asensio). Y cuando el puñado de barro que había resuelto formarlo de una figura u otra resultaba demasiado duro, o era demasiado pequeño o tenía alguna piedra y «se echaba a perder en su mano, volvía a tomar otro puñado y hacer otra vasija, según le parecía mejor hacerla». Los ministros de Dios harán buen uso de los negocios y asuntos de esta vida si aprenden de ellos a hablar al pueblo más llana y familiarmente de las cosas de Dios y exponer las comparaciones de la Escritura. Mientras Jeremías observa con toda diligencia la obra del alfarero Dios le fija en la mente estas dos grandes verdades que él debe predicar a la casa de Israel:

1. Que Dios tiene incontestable autoridad, así como irresistible poder para formar y modelar reinos y naciones como le place para que sirvan a Sus intereses (v. Jer 18:6): «¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová». Dios tiene sobre nosotros un título de propiedad más claro que el del alfarero sobre el barro; porque el alfarero solamente le da forma al barro, mientras que nosotros hemos recibido de Dios tanto la materia como la forma. Esto da a entender que Dios tiene sobre nosotros absoluta soberanía y que sería tan absurdo poner esto en tela de juicio como para el barro contender con el alfarero. A Dios le es muy fácil hacer de nosotros el uso que le place. Una vuelta de la mano, una vuelta de la rueda, altera completamente la figura del barro, hace de él una vasija, la deshace, la vuelve a hacer. Así están nuestros tiempos en las manos de Dios (Sal 31:15). Aquí se habla de naciones (comp. con 12:23; 34:29; Sal 107:33, etc.). Si la vasija del alfarero se estropea para algún uso, podrá servir para otro; los que no quieran ser monumentos de misericordia, serán monumentos de justicia. Dios nos formó del barro (Gén 2:7; Job 33:6) y todavía somos como barro en sus manos (Isa 64:8).

2. Que en el ejercicio de esta autoridad y de este poder Dios se guía por normas fijas de equidad y bondad. Dispensa sus favores de modo soberanamente libre, pero nunca castiga con poder arbitrario. En los castigos, podemos estar seguros de que eso se debe a nuestros pecados; un arrepentimiento a escala nacional puede detener el avance de esos juicios (vv. Jer 18:7, Jer 18:8): Si Dios habla, con respecto a una nación (no «pueblo»), de arrancar los vallados que la protegen, los frutales que la enriquecen y las fortificaciones que la defienden, y destruirla de ese modo como se destruye una viña o una ciudad , en este caso, si esa nación (v. Jer 18:8) se arrepiente de sus pecados y se reforman las vidas, si cada uno se vuelve de su maldad y se pone en camino hacia Dios de nuevo, también Dios se volverá hacía ellos en misericordia. Es verdad indudable que una sincera conversión del mal del pecado será una prevención efectiva del mal del castigo; y Dios puede levantar de sus ruinas a un pueblo arrepentido, con mayor facilidad que la del alfarero para hacer nueva una vasija que se le había echado a perder en la mano. Cuando Dios viene a nosotros por vías de misericordia, si se hace alguna parada en el avance de esa misericordia, sólo al pecado se debe esa detención (vv. Jer 18:9, Jer 18:10). El pecado es el gran perturbador de las relaciones entre Dios y el hombre, ya se trate de un particular o de una nación, pues hace perder el beneficio de Sus promesas y echa a perder el buen resultado de las oraciones de ellos, pues inflige la derrota a las mejores intenciones de Dios con respecto a ellos (Ose 7:1).

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