Jeremías 32:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Las desolaciones de Judá y Jerusalén a manos de los caldeos no vinieron de una vez, sino gradualmente; pero, al no arrepentirse ellos, el castigo se consumó en el año undécimo de Sedequías. Lo que aquí se relata ocurrió en el décimo. El ejército del rey de Babilonia había embestido ahora la ciudad y continuaba su asedio con vigor.

1. Jeremías profetiza que tanto la ciudad como la corte caerán en manos del rey de Babilonia. Les dice que Dios, cuya es la ciudad, los entregará en sus manos y les retirará Su protección (v. Jer 32:3), y aunque Sedequías intente escapar, será alcanzado y entregado como prisionero en las manos de Nabucodonosor. Oirá al rey de Babilonia pronunciar su sentencia y verá con qué furia e indignación le mira el caldeo a los ojos («y sus ojos verán sus ojos» v. Jer 32:4, al final ). Sedequías será deportado a Babilonia y continuará allí como un miserable prisionero hasta que Dios lo visite (v. Jer 32:5), es decir, hasta que Dios ponga fin a su vida, así como Nabucodonosor habrá puesto fin a su luz al sacarle los ojos.

2. Por profetizar esto, Jeremías es encarcelado, no en la prisión común, sino en la casa del rey de Judá (v. Jer 32:2, al final); no estaba allí confinado estrechamente, sino, más bien, protegido de los abusos de las masas. No obstante, era una prisión, en la que Sedequías le había puesto (vv. Jer 32:2, Jer 32:3) por haber profetizado como lo hizo Tan lejos estaba el rey de humillarse delante de Jeremías (2Cr 36:12), que se endureció contra él. Aun cuando anteriormente le había reconocido implícitamente como profeta al rogarle que consultase a Jehová por él y por el pueblo (Jer 21:2), ahora le riñe por profetizar (v. Jer 32:3) y lo encierra en prisión, quizá para impedirle que vuelva a profetizar.

3. Al estar en prisión, compró de un pariente próximo una parcela de terreno cerca de Anatot (vv. Jer 32:6.).

(A) Era la cosa más extraña el que hubiese de comprar una parcela de terreno, cuando sabía muy bien que todo el país había de ser desolado en breve y había de caer en manos de los caldeos. Pero era la voluntad de Dios que la comprase y se sometió, aunque pareciese que tiraba el dinero

(B) Su pariente vino a ofrecérsela, no fue él a buscarla; además, a él le pertenecía el derecho de redimir la heredad (v. Jer 32:8) y, si rehusaba, no cumpliría con el papel que le correspondía representar. Era una heredad que caía en los suburbios de una ciudad sacerdotal y, si él no la aceptaba, había el peligro de que, en tiempos de desorden, como eran aquellos, pudiese ser vendida a otra persona de distinta tribu, lo cual era contra la ley. También era un acto de amabilidad hacia su pariente, el cual es probable que se hallase ahora muy escaso de dinero.

(C) Cuando Jeremías se dio cuenta, al venir Janamel a la prisión, como Dios le había predicho que lo haría, de que era palabra de Jehová (v. Jer 32:8, al final), esto es, de que Dios quería que comprase la heredad, no puso ninguna objeción, sino que compró la heredad (v. Jer 32:9) y pagó el precio justo, diecisiete siclos de plata (v. Jer 32:9, al final), con toda honestidad, pesándole el dinero en su presencia. No nos ha de extrañar la exigüidad del precio si tenemos en cuenta la escasez que había de dinero a la sazón y la poca estima que las tierras merecían, debido a la precaria situación del país en aquellas circunstancias.

(D) Obró muy prudentemente al suscribir y preservar los documentos. La transacción fue suscrita delante de testigos (v. Jer 32:10). Una copia fue sellada y la otra quedó abierta (v. Jer 32:11). La escritura de compra fue puesta en manos de Baruc (v. Jer 32:12), también ante testigos, con la orden de meterla en una vasija de barro, donde había de continuar muchos días (v. Jer 32:14), para uso de los herederos de Jeremías. El designio divino de esta compra-venta era dar a entender que, aunque Jerusalén estaba ahora bajo asedio, y todo el país había de quedar desolado, llegarían días en que se comprarían casas, heredades y viñas en aquella tierra (v. Jer 32:15).

(E) Así como Dios ordenó a Jeremías confirmar sus predicciones de la inminente destrucción de Jerusalén mediante su propia experiencia de quedarse soltero, así también le ordenó confirmar sus predicciones de la futura restauración de Jerusalén mediante su propia práctica de comprar esta heredad. Refiere Lucio Floro, como un gran ejemplo de la bravura de los ciudadanos romanos, que, en tiempo de la Segunda Guerra Púnica, cuando Aníbal estaba poniendo sitio a Roma y a punto de hacerse dueño de la urbe, fue puesto a la venta por entonces un campo que caía donde se hallaba ya parte del ejército enemigo, y fue comprado de inmediato, por la firme creencia de que el valor romano levantaría el asedio. ¿Y no tenemos nosotros mucho mayor motivo para aventurarlo todo sobre la palabra de Dios?

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