Jeremías 38:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Jeremías 38:1 | Comentario Bíblico Online

1. Jeremías persiste en su predicación lisa y llana (v. Jer 38:3) «De cierto será entregada esta ciudad en manos del ejército del rey de Babilonia. Por mucho que resista, al fin caerá». Lo cierto es que la repetición de este molesto mensaje tenía por objeto advertir a la gente para que, ya que no había salvación para la ciudad, al menos ellos se pusieran a salvo mientras había tiempo (v. Jer 38:2): «… el que se pase a los caldeos, vivirá; ellos le darán cuartel, y escapará de la muerte a espada, de hambre o de pestilencia, que es lo que les espera a los que se queden en la ciudad».

2. Los príncipes persisten en su malignidad contra Jeremías. Él era leal a su patria y fiel a su vocación profética y, aun cuando por este tiempo comían el pan de la mano del rey, no se le tapó con eso la boca. Pero sus perseguidores se quejaron de que abusaba de la libertad que se le había concedido para pasearse por el patio de la cárcel, porque, aunque no podía ir al templo a predicar, decía las mismas cosas en conversación privada a los que iban a visitarle y, por consiguiente (v. Jer 38:4), lo describieron ante el rey como hombre muy peligroso, desafecto al gobierno del país «porque este hombre no busca la paz de este pueblo, sino su mal» (v. Jer 38:4, al final). Esto decían de alguien que había hecho, y estaba haciendo, a Jerusalén mayor bien que ninguna otra persona. Le acusan ante el rey de que desmoraliza (lit. debilita las manos) a los guerreros que han quedado en la ciudad y desalienta a todo el pueblo (v. Jer 38:4). Es corriente entre los malvados considerar como enemigos suyos a los ministros fieles de Dios, sólo porque éstos les muestran cuán enemigos son ellos de sí mismos mientras continúan impenitentes.

3. Como consecuencia de esta acusación, y con permiso del rey, el profeta es encarcelado de una forma que le habría llevado necesariamente a morir en breve tiempo. «Está en vuestras manos» (v. Jer 38:5), les dice el rey a los príncipes. Aunque tenía la convicción de que Jeremías era un verdadero profeta de Dios, no tuvo el coraje necesario para ponerse de parte de él. Mucho es lo que tendrán que responder ante Dios los que, aunque profesan un afecto secreto a una buena persona, no quieren salir en su defensa cuando es necesario. Obtenido el permiso del rey, los príncipes (v. Jer 38:6) tomaron a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malaquías, a quien se llama aquí hijo del rey (hebr. ben hamélek la misma expresión de Jer 36:26 con respecto a Jerameel ), «por amistad con él o por su parentesco con la familia real» (Asensio). «En la cisterna (v. Jer 38:6, al final) no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno; según Flavio Josefo, se hundió hasta el cuello. Los que lo echaron allí esperaban sin duda que se muriese de hambre o de frío, temerosos de que el pueblo se soliviantase si le quitaban la vida de forma más violenta. Muchos fieles testigos de Dios han muerto así oscuramente, de hambre o de frío en una cárcel, de cuya sangre habrá que rendir cuentas un día. Lo que hizo Jeremías en esta grave aflicción lo dice él mismo en Lam 3:52-57.

4. Intercedió a favor del profeta un etíope, llamado (en hebreo) Ébed-mélek, que significa «siervo del rey», del que también se dice que era «eunuco de la casa real» (v. Jer 38:7). El hebreo sarís significa de ordinario lo que en castellano se entiende por «eunuco», pero también sirve para designar altos funcionarios de la casa real, como es claramente el caso de Potifar «eunuco de Faraón» (Gén 39:1), quien estaba casado. Al ser etiope, Ebed-mélec era extranjero en cuanto a la ciudadanía de Israel y en cuanto a los pactos de la promesa (Efe 2:12) y, sin embargo, mostró más humanidad y, casi podríamos decir, más divinidad, que los israelitas. También Jesucristo halló más fe entre los gentiles que entre los judíos. Ébed-mélec vivía en una corte impía y en medio de una generación corrompida y, no obstante, tenía un gran sentido de la equidad y de la piedad. Dios tiene su remanente en todos los lugares. También en la casa del César había santos.

5. El rey estaba ahora (v. Jer 38:7, al final) sentado a la puerta de Benjamín para recibir allí consultas, apelaciones y peticiones. Allá se fue inmediatamente Ébed-mélec, pues el caso no admitía demora. Con toda valentía le dice al rey que a Jeremías se le había tratado injustamente y de muy mala manera; lo dice sin ambages ni subterfugios (v. Jer 38:9): «Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho con el profeta Jeremías». Dios puede hacer que surjan amigos de Su pueblo donde menos se piensa que los pueda haber.

6. El rey da orden de que se suelte a Jeremías y encarga al propio Ébed-mélec la tarea de llevar a cabo el rescate del profeta. Sedequías tiene estos altibajos de carácter: unas veces débil, otras veces firme. En este caso, muestra cierta valentía al comportarse de forma desafiante frente a los príncipes, pues ordena que sean nada menos que treinta (v. Jer 38:10) los hombres que hayan de emplearse en dicha operación, a fin de que pudiesen contrarrestar cualquier oposición que se presentase de parte de los príncipes. Ébed-mélec había conseguido su objetivo y pronto llevó a Jeremías las buenas noticias.

7. Se relata con especial detalle (vv. Jer 38:11-13) la gran ternura y habilidad con que obró el etíope al proveer a Jeremías de ropas para que se las pusiese debajo de los sobacos, de forma que no le lastimasen los brazos al ser sacado de la cisterna con las cuerdas o sogas que le echaron. Quizás (así lo piensa M. Henry) tenía los sobacos desollados por las sogas con que le habían bajado a la cisterna. También es digno de notarse el detalle de que no le echó las ropas sueltas, sino con las mismas sogas con que lo iban a sacar (v. Jer 38:11 al final). Así se evitaba que se perdieran en el cieno. De este modo (v. Jer 38:13) fue sacado de allí Jeremías, quedando de nuevo en el patio de la cárcel.

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