Jeremías 39:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Al final del capítulo precedente (Jer 38:28) leemos que Jeremías quedó en el patio de la cárcel hasta el día en que fue tomada Jerusalén. Ni molestó más a los príncipes con sus predicaciones, ni ellos le molestaron más a él con sus persecuciones.

1. La ciudad vino por fin a caer por asalto de las tropas caldeas (vv. Jer 39:1, Jer 39:2). En el año noveno de Sedequías, en el mes décimo, comenzó el asedio de la ciudad, y en el undécimo año de Sedequías, en el mes cuarto (18 meses después), se abrió brecha en el muro de la ciudad. Los soldados judíos estaban tan débiles por el hambre tras de un asedio tan largo, que fueron impotentes para oponer ninguna resistencia. El pecado había provocado a Dios a retirar Su protección y, entonces, como Sansón después que le cortaron la cabellera, quedó tan débil como cualquier otra ciudad no santa.

2. Los príncipes del rey de Babilonia tomaron posesión de la puerta de en medio (v. Jer 39:3), «probablemente, la puerta central en los muros de Jerusalén» (Freedman). Aquí hicieron cautelosamente una parada, sin atreverse aún a penetrar por entre grupos de hombres que quizás estarían dispuestos a vender muy cara su vida; más bien examinarían con cuidado todos los rincones, para no ser sorprendidos por alguna emboscada. Donde solían sentarse Elyaquim y Jilquiyah, que llevaban el nombre del Dios de Israel, se sientan ahora Nergal-sarétser y Samgar-nebó, etc., que llevaban los nombres de sus dioses paganos. Y ahora se cumplía lo profetizado por Jeremías (Jer 1:15): que vendrían de los reinos del norte y pondría cada uno su trono a la entrada de las puertas de Jerusalén.

3. Sedequías pensó que era la hora oportuna para ponerse a salvo y, cargado de miedo y de culpa, salió de noche de la ciudad (v. Jer 39:4), creyendo que así no sería descubierto. Pero (v. Jer 39:5) lo siguieron y lo alcanzaron en los llanos de Jericó. De allí lo llevaron prisionero a Riblá, donde el rey de Babilonia dictó la sentencia: Degolló a los hijos de Sedequías (v. Jer 39:6) en presencia de éste (comp. con Jer 38:23). Sedequías no tenía más de treinta y dos años entonces, y la muerte de sus hijos en tan tierna edad tuvo que equivaler para él a otras tantas muertes suyas, especialmente al considerar que su propia obstinación era la causa de ellas. A continuación, el rey de Babilonia le sacó los ojos (v. Jer 39:7), con lo que condenó a la oscuridad de por vida a quien había cerrado los ojos a la clara luz de la Palabra de Dios, y le aprisionó con cadenas para llevarlo a Babilonia, donde había de pasar el resto de sus días en la más miserable condición.

4. Poco después los caldeos pegaron fuego a la ciudad, incendiando también (v. Jer 39:8) la casa del rey y la casa del pueblo. Al seguir a la versión siríaca (v también Jer 52:13; 2Re 25:9), muchas versiones traducen las casas del pueblo. Freedman advierte que «el singular se usa en sentido colectivo». Los habitantes que aún quedaban (v. Jer 39:9) fueron deportados a Babilonia por Nabuzaradán, capitán de la guardia. Marcharían centenares de kilómetros acarreados como bestias delante de los vencedores, que ahora eran sus crueles dueños, para estar a merced de ellos en tierra extraña. Unos pocos, los pobres del pueblo que no tenían nada y que nunca habían opuesto ninguna resistencia, fueron dejados en el país (v. Jer 39:10) y el capitán de la guardia les dio viñas y heredades en aquel día. Los ricos habían sido opresores orgullosos, y ahora eran justamente castigados por sus injusticias; los pobres habían sido pacientes víctimas, y ahora eran benignamente recompensados por su mansedumbre.

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