Jeremías 4:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El profeta se angustia aquí hasta la agonía y clama como quien sufre un dolor muy agudo (v. Jer 4:19): «¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, etc.». Las expresiones son de sobra patéticas como para derretir un corazón de piedra. Un hombre bueno, en un mundo tan malo como éste, no puede menos de ser un varón de dolores. No se duele así por sí mismo ni por ninguna aflicción de su familia, sino puramente por la situación lastimosa del pueblo.

I. Son muy malos y no quieren reformarse (v. Jer 4:22). Lo dice Dios mismo: «Porque mi pueblo es necio, etc.». Aunque son necios, Dios los llama mi pueblo. Ellos no lo conocen a Él, pero Él sigue conociéndolos (Rom 11:1). Sólo son sabios para hacer el mal, pero para hacer el bien no tienen conocimiento (v. Jer 4:22), no saben aplicar el entendimiento a practicar el bien, sino sólo a tramar el mal.

II. Son muy miserables y no pueden ser aliviados.

1. Grita el profeta (v. Jer 4:19): «No callaré; porque has oído sonido de trompeta, oh alma mía, pregón de guerra». No ha sido propiamente el oído del profeta el que ha escuchado el sonido de la trompeta ni el pregón de guerra, sino su alma, porque lo oye y lo ve por medio del espíritu de profecía que le introduce en el alma las palabras de Dios, del mismo modo que nos entran por los oídos las palabras que escuchamos del exterior.

2. Se anuncia la destrucción en términos inequívocos:

(A) Es rápida y repentina (v. Jer 4:20): «Quebrantamiento sobre quebrantamiento, en rápida sucesión, es anunciado». La muerte de Josías abrió las compuertas de la inundación; a los tres meses, su hijo y sucesor Joacaz es depuesto por el rey de Egipto; durante los dos o tres años siguientes, Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén y se apodera de ella y, a partir de esto, acomete constantemente contra el país hasta arruinarlo completamente con la destrucción de Jerusalén, pero (v. Jer 4:20) «de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas», pues el país fue ya devastado en un principio, ya que los pastores y todos los que vivían en tiendas fueron saqueados de inmediato; por eso vemos retirarse a Jerusalén a los recabitas, que vivían en tiendas, tan pronto como los caldeos entraron por primera vez en el país (Jer 35:11).

(B) La guerra continuó, porque el pueblo estaba muy obstinado y no quería someterse al rey de Babilonia, sino que aprovechó todas las oportunidades para rebelarse contra él. De eso se hace eco el profeta al decir (v. Jer 4:21): «¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?» Como si dijese: «¿Va a devorar por siempre la espada?»

(C) «Toda la tierra es destruida (lit. saqueada; lo mismo en la frase siguiente v. Jer 4:20 )», hasta quedar finalmente hecha un caos (v. Jer 4:23); «asolada y vacía» (hebr. tóhu vabóhu, los mismos vocablos de Gén 1:2). Incluso la frase final del versículo Jer 4:23: «y no había en ellos (los cielos) luz» parece aludir a «las tinieblas que estaban sobre la superficie del abismo» (Gén 1:2). No sólo la tierra estaba hecha un caos, sino que hasta el cielo les fruncía el ceño. La calamidad misma era como una densa y oscura nube, a través de la cual eran incapaces de contemplar su verdadera situación calamitosa. Como en todos los grandes juicios de Dios, la naturaleza se asocia mediante fenómenos extraordinarios: Montes y collados se bambolean (v. Jer 4:24), mientras desaparece la población humana (v. Jer 4:25), las aves (v. Jer 4:25, comp. con Sof 1:3), «la última palabra en desolación» (Freedman), y la vegetación (v. Jer 4:26). La desolación es completa.

(D) En medio de este cuadro tétrico, se filtran unas dulces palabras de Dios (v. Jer 4:27): «Porque así dice Jehová: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo». Toda, pero no del todo. Dios siempre se reserva un remanente. Jerusalén volverá a ser edificada, y la tierra volverá a ser habitada. Esto se dice para consuelo de los que tiemblan ante la Palabra de Dios. La inserción de este versículo Jer 4:27 parece romper la conexión del versículo Jer 4:26 con el versículo Jer 4:28, pues el profeta continúa profetizando destrucción.

(E) En efecto, Dios sigue diciendo (v. Jer 4:28) que no va a desistir de su resolución de entregarlos a la ruina, puesto que ellos no pueden desistir de su pecado (Jer 2:25). La que no podía menos de ir tras de sus amantes, va a verse despreciada por ellos (v. Jer 4:30, al final). Se ilusionaban con el pensamiento de que podrían hallar algún medio para salir de este atolladero, pero el profeta les dice que todo lo que hagan no les va a servir de nada (v. Jer 4:30): «Y tú, destruida, ¿qué haces que te vistes de grana, etc.». Compara Jerusalén a una ramera abandonada por todos los amantes que solían cortejarla. Hace todo lo que puede para presentarse ante las naciones como país importante, un aliado de mucho valor. Pero todo este proceso de ficticio embellecimiento no sirve para nada. Sus tan solicitados amantes no se dejan impresionar por las apariencias (v. Jer 4:30, al final); más aún, no contentos con menospreciarla, quieren darle muerte. El espíritu profético se lo anuncia (v. Jer 4:31) a Jeremías. Comenta F. Asensio: «Jeremías lo presiente y oye el clamor angustioso de la hija de Sion, que, viéndose morir entre dolores de parto a manos de asesinos, extiende inútilmente sus manos en señal de dolor, acaso en busca de ayuda (Isa 1:15), o en un último esfuerzo por librarse del invasor». M. Henry halla en la fraseología del v. Jer 4:30 una probable «alusión a la historia de Jezabel, que pensó que, si embellecía su rostro, podría escapar de la calamidad que la esperaba, pero en vano (2Re 9:30, 2Re 9:33)».

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