Jeremías 4:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Dios emplea su acostumbrado método de avisar antes de herir. En estos versículos Dios notifica a los de Judá la general desolación que iba a sobrevenirles en breve por medio de una invasión extranjera. Esto ha de ser anunciado en todas las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, a fin de que todos puedan oírlo y ser así traídos al arrepentimiento o dejados sin excusa ninguna.

1. Se declara la guerra y se da noticia del avance del enemigo (vv. Jer 4:5, Jer 4:6). Hay que tocar la trompeta, hay que alzar bandera, no para llamar a entrar en combate, sino como señal que indica la dirección de Sion, hacia donde han de marchar los refugiados (v. Isa 11:12). Las masas que escapan de los lugares indefensos han de reunirse (v. Jer 4:5, al final) y entrar en las ciudades fortificadas. «Escapad, no os detengáis», prosigue (v. Jer 4:6), es decir, «corred a refugiaros y no permanezcáis en el lugar donde estáis».

2. Llega un emisario con la noticia de que el rey de Babilonia se aproxima a la ciudad con su ejército. El enemigo es comparado:

(A) A un león que sube de la espesura (v. Jer 4:7), hambriento, en busca de su presa. Las indefensas bestias del campo se quedan como petrificadas de terror y, de esta forma, se vuelven fácil presa para él. Nabucodonosor es este león rugiente y rampante, el destructor de las naciones, ahora en camino hacia el país de Judá. Ese «destruidor de los gentiles» será también destruidor de los judíos, ya que éstos, por su idolatría, se han hecho semejantes a los gentiles. «Ha salido de su lugar (v. Jer 4:7), de Babilonia, su cubil, contra la tierra, Palestina, para ponerla en desolación; tus ciudades quedarán asoladas y sin morador».

(B) A un viento seco y fuerte (vv. Jer 4:11, Jer 4:12), que echa a perder los frutos de la tierra y los marchita; viene de las alturas del desierto, expresión con que se designa al siroco, que levantan remolinos de fino polvo. Dice Thompson: «Los ojos se inflaman, se forman ampollas en los labios y se evapora la humedad del cuerpo bajo la incesante acción de este viento perseguidor». Así viene el ejército caldeo, como este viento demasiado fuerte (v. Jer 4:12), no a aventar ni a limpiar (v. Jer 4:11, al final), sino a destruir. Sin embargo, Dios dice de este viento demasido fuerte para Judá y Jerusalén (v. Jer 4:12): «me vendrá a mí», esto es, a ponerse a mi servicio como instrumento de mi ira.

(C) A un denso nublado y a un torbellino (v. Jer 4:13), como los que suelen acompañar o seguir a un ventarrón. Por otra parte, los caballos del enemigo son comparados a las águilas (v. Jer 4:13). Dice Freedman: «Comparaciones similares se hallan en otros profetas; cf. Eze 38:16 para nublado; Isa 5:28; Isa 66:15, para torbellino; y Hab 1:8, para águila (mejor, buitre)».

(D) A vigías, no del pueblo, sino del enemigo (v. Jer 4:16), es decir, una porción de vanguardia del ejército caldeo que viene a iniciar el bloqueo, «vigilando para hallar una oportunidad de tomar por asalto la ciudad» (Freedman). Son comparados a los guardas de campo (v. Jer 4:17), porque vigilan desde todos los lados (comp. con Luc 19:43).

3. La causa lamentable de este castigo: (A) Han pecado contra Dios; son ellos los que tienen toda la culpa de esto (v. Jer 4:17): «Porque se rebeló contra mí, dice Jehová». Los caldeos estaban abriendo brecha, pero era el pecado el que había abierto la primera grieta para que pudiesen entrar (v. Jer 4:18): «Tu camino y tus obras te causaron esto». El pecado es la causa de todos los males. (B) Dios estaba airado con ellos a causa de su pecado; era la ira de Dios (v. Jer 4:8) la que hacía temible el ejército caldeo. (C) En su justo enojo, Dios los condenó a sufrir este castigo (v. Jer 4:12): «Y ahora yo también pronunciaré juicios contra ellos».

4. Los efectos lamentables de este castigo. El pueblo que habría de luchar caerá en la desesperación y no tendrá ánimos para hacer la menor resistencia al enemigo (v. Jer 4:8): «Por esto vestíos de saco, endechad y aullad». En lugar de ceñirse la espada, se ceñirán el saco. Cuando el enemigo esté aún distante, se darán por derrotados y gritarán (v. Jer 4:13, al final): «¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!» Judá y Jerusalén tenían fama por la valentía de sus hombres; pero véase el efecto del pecado: al privarles de la confianza hacia su Dios, les priva de la bravura hacia los hombres. «Y sucederá en aquel día, dice Jehová, que desfallecerá el corazón del rey y el corazón de los príncipes». Tanto el rey como sus príncipes, nobles y consejeros serán presa del desmayo. A los sacerdotes competía animar al pueblo, y decir: «No desmaye vuestro corazón, no temáis, etc.» (Deu 20:3, Deu 20:4). Pero ahora los sacerdotes mismos estarán atónitos, es decir, consternados, sin fuerzas para animar al pueblo. Nuestro Salvador predijo que, en la destrucción de Jerusalén, desmayarían los hombres de miedo (Luc 21:26).

5. Se queja el profeta de que el pueblo estaba engañado; lo expresa de forma extraña (v. Jer 4:10): «Y dije: ¡Ay, Jehová Dios! Verdaderamente en gran manera has engañado a este pueblo … diciendo: Paz tendréis». Es cierto que Dios no engaña a nadie. Pero: (A) El pueblo se había engañado a sí mismo con las promesas que Dios les había hecho, confiaban a todo trance en ellas, sin preocuparse de cumplir las condiciones de las que dependían tales promesas. Así se engañaban a sí mismos, y luego se quejaban de que Dios les había engañado. (B) Los falsos profetas les engañaban con promesas de paz que les hacían en nombre de Dios (Jer 23:17; Jer 27:9) y Dios permitía que los falsos profetas les engañaran, para así castigarles por no haber recibido el amor de la verdad (2Ts 2:10, 2Ts 2:11, comp. con Eze 14:9).

6. Los esfuerzos del profeta por desengañarles. (A) Les muestra la herida que tienen. En su pecado deberían descubrir la causa del castigo (v. Jer 4:18): «Esta es tu maldad, por lo cual esta amargura penetra hasta tu corazón». También «la espada ha penetrado hasta el alma» (v. Jer 4:10, al final). (B) Les muestra también el remedio (v. Jer 4:14): «Lava de maldad tu corazón, oh Jerusalén, para que seas salva». Al decir «Jerusalén», quiere decir cada uno de los habitantes de Jerusalén, pues cada uno tiene su propio corazón, y es la reforma personal la que causa la nacional. Cada uno debe volverse de su mal camino y limpiar su mal corazón. No puede haber liberación sin reforma, y sólo es sincera la reforma que llega hasta el corazón, pues del corazón salen los siniestros pensamientos que moraban (v. Jer 4:14) en el interior de ellos (comp. con Mat 15:19).

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