Jeremías 50:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En nombre de Dios, el profeta prosigue ahora en su controversia con Babilonia.

1. La comisión y el encargo que se da a los instrumentos de Dios que van a ser empleados en la destrucción de Babilonia. El ejército que va a llevar a cabo esta obra es llamado (v. Jer 50:9) «una confederación de grandes pueblos de la tierra del norte», es decir, los medos y los persas, con sus aliados y auxiliares, que se enumeran en Jer 51:27, Jer 51:28. Dios es el que los hace despertar y subir contra Babilonia, aptos para el servicio que les va a encomendar, para que se pongan en plan de batalla (v. Jer 50:14) contra Babilonia alrededor. «Tirad contra ella, no escatiméis las saetas, porque pecó contra Jehová», les dice (v. Jer 50:14). De inmediato ve la ciudad ya rendida (v. Jer 50:15): «Gritad contra ella en derredor; se rindió». Sorprendida cuando no esperaba ningún ataque y se creía segura, los gritos de guerra del enemigo la han aturdido más todavía y, sin ofrecer mucha resistencia, ha capitulado.

2. La desolación y destrucción que le van a sobrevenir a Babilonia se describen con gran variedad de expresiones. (A) Las riquezas de Babilonia van a ser fácil y rica presa para los conquistadores (v. Jer 50:10). (B) El país quedará despoblado y no volverá a ser habitado (v. Jer 50:13); el lenguaje de este versículo Jer 50:13 se parece al de Jer 18:16, donde es aplicado a Judá. (C) La madre (v. Jer 50:12) de los caldeos, es decir, la capital del reino (Babilonia) quedará llena de confusión cuando se vea abandonada de sus hijos. (D) Los grandes admiradores de Babilonia la verán hecha despreciable (v. Jer 50:12): «… la última de las naciones, desierto, sequedal y páramo». La gran ciudad, cabeza del imperio más poderoso de la tierra, quedará completamente arruinada. (E) Para que la desolación sea completa, no quedará allí nadie (v. Jer 50:16) que cuide de los campos: «cada uno (las mismas frases de Isa 13:14) volverá el rostro hacia su pueblo, cada uno huirá hacia su tierra». Todos los extranjeros que residan en el país se apresurarán a salir de él y a encaminarse cada uno a sus respectivos países de origen.

3. La causa de esta destrucción. Se debe al desagrado de Dios (v. Jer 50:13): «A causa de la ira de Jehová no será habitada». Y la ira de Dios es justa, porque (v. Jer 50:14) ella pecó contra Jehová. Lo que ellos hicieron contra Jerusalén lo hicieron con deleite (v. Jer 50:11). Cuando Tito destruyó Jerusalén, dicen que lloró sobre ella, pero cuando estos caldeos la destruyeron, se alegraron contra ella. Hicieron uso de los despojos de la ciudad santa para dar pábulo a su propio lujo, orgullo y comodidad. Pero los que de este modo se tragan las riquezas de otros, tendrán que vomitarlas un día (v. Jer 50:15, al final): «haced con ella como ella hizo». No se contentaban con menos que con la ruina total del pueblo de Dios. Israel era ya rebaño dispersado (v. Jer 50:17, comp. con v. Jer 50:6), y no son sólo los perros los que le ladran y le molestan, sino que hasta los leones lo dispersaron (comp. con Jer 2:15). Un rey de Asiria se llevó las diez tribus del norte y las devoró; otro invadió Judá y lo empobreció, hasta arrancarles lana y piel a estas pobres ovejas; ahora, este rey de Babilonia ha caído sobre él y le ha quebrado los huesos (v. Jer 50:17, al final). Por tanto, el rey de Babilonia tiene que ser castigado (v. Jer 50:18) como fue castigado el rey de Asiria.

4. La misericordia prometida al Israel de Dios. Serán libertados de su servidumbre y traídos de nuevo a su pastizal (v. Jer 50:19), como ovejas que estaban dispersas y han vuelto a ser recogidas en su propio redil. Dios les restaurará la prosperidad: no sólo vivirán, sino que vivirán cómodamente, de nuevo en su tierra, pues (v. Jer 50:19) «pacerá en el Carmel y en Basán, las regiones más ricas y fructíferas del país». Ellos buscarán a Jehová su Dios (v. Jer 50:4, al final) y preguntarán acerca de Sion (v. Jer 50:5), donde podrán adorar y servir a su Dios; esto era lo que más les atraía para volver a su patria; pero Dios los traerá al Carmel y a Basán, donde podrán alimentarse con abundancia. La raíz de esta prosperidad está expresada en el versículo Jer 50:20: «En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será buscada y no aparecerá». No sólo habrá desaparecido la pena, el castigo que merecieron por sus pecados, sino también la culpa que mereció tal castigo. ¿Por qué? «Porque (v. Jer 50:20, al final) perdonaré a los que yo haya dejado como remanente.» Esto demuestra, una vez más, que, cuando Dios perdona el pecado, también se olvida de él (Jer 31:34, al final). Esto debe incluir una completa reforma en el corazón y en la conducta, junto con esa total y definitiva remisión de los pecados. Aquellos a quienes Dios les perdona los pecados, también los reserva para algo muy grande, pues, a los que justificó, a éstos también glorificó (Rom 8:30).

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