Jeremías 5:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Tenemos aquí (v. Jer 5:1) como un reto a presentar un solo hombre que sea verdaderamente justo en todo Jerusalén. Esta ciudad, la ciudad santa, se había vuelto como el mundo anterior al diluvio, cuando toda carne había corrompido su camino (Gén 6:12): «Recorred las calles de Jerusalén … buscad en sus plazas a ver … si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (comp. con Gén 18:23-32). La verdad había caído en la calle (Isa 59:14). Si hubiese habido diez justos en Sodoma, Dios la habría perdonado; pero Jerusalén le era mucho más estimada que Sodoma: uno solo ¿entre diez mil? en Jerusalén habría bastado para que Dios la perdonase. Dice el rabino Freedman: «Es una exageración interpretar el versículo como si declarase que no había en la ciudad ni un solo hombre temeroso de Dios, aunque así lo entienden muchos modernos». No tiene nada de extraño que así lo entendamos también nosotros, cuando leemos la interpretación auténtica que Pablo hace, en Rom 3:10-18, de varias porciones del Antiguo Testamento. Incluso los que profesaban estar a bien con Dios (v. Jer 5:2) jurando por el nombre de Jehová, no eran sinceros: «Aunque digan: Como vive Jehová, juran falsamente».

2. La queja que el profeta dirige a Dios sobre la obstinación del pueblo (v. Jer 5:3). Nótese que no se queja de Dios, sino del pueblo a Dios, pues en realidad, «como implícitamente Abraham en el caso de la Pentápolis, Jeremías se ve obligado a unirse al modo de ver de Jehová, cuyos ojos están siempre dirigidos a la emuná = fidelidad, a un Dios que, siempre fiel y sincero, exige a su pueblo fidelidad y sinceridad en la vida» (Asensio). La obstinación del pueblo se expresa en frases gráficas (v. Jer 5:3): «endurecieron sus rostros más que la piedra (comp. Eze 3:7), han rehusado convertirse». No querían recibir instrucción por vía de corrección.

3. La experiencia en pobres y ricos, con el triste hallazgo de que tan malos eran unos como otros.

(A) Los pobres eran ignorantes. El profeta halló a muchos que rehusaban convertirse (v. Jer 5:3, al final). Estaba dispuesto a excusarlos (v. Jer 5:4): «Ciertamente éstos son pobres. Nunca han tenido la ventaja de una buena educación ni tienen ahora la oportunidad de ser instruidos». La ignorancia crasa es la causa lamentable de gran parte de la iniquidad que abunda. Hay pobres de Dios que, a pesar de su ignorancia, conocen el camino de Jehová y andan en él, y observan las ordenanzas de su Dios sin haberlas aprendido en ningún libro; pero éstos son pobres del diablo, pues desconocen voluntariamente el camino de Jehová.

(B) Los ricos eran insolentes (v. Jer 5:5): «Iré a los grandes y les hablaré para ver si los hallo más doblegables a la palabra y a la providencia de Dios, pero, aunque conocen el camino de Jehová y la ordenanza de su Dios, son demasiado altivos como para doblegarse a Su gobierno» (v. Jer 5:5): «Pero ellos también quebraron el yugo, rompieron las coyundas». Se consideran a sí mismos demasiado grandes como para ser corregidos, incluso por el Dueño soberano de todos. Los pobres son débiles, los ricos son obstinados y, así, ninguno cumple con su deber.

4. Se especifican algunos pecados de los que eran culpables. Sus transgresiones (v. Jer 5:6) eran muchísimas y, en la misma proporción, se habían aumentado sus deslealtades. Su prostitución espiritual otorgaba a los ídolos el honor que es debido únicamente a Dios (v. Jer 5:7). Juraban por lo que no es Dios. También practicaban la prostitución corporal. Habían abandonado a Dios para servir a los ídolos, y los que deshonraban a Dios estaban abocados a deshonrarse a sí mismos y a sus familias (comp. con Rom 1:24.). Cometían adulterio sin remordimiento alguno ni temor al castigo, pues se reunían en compañías en casa de rameras (v. Jer 5:7), sin avergonzarse de verse allí unos a otros. Tan desvergonzada era su lascivia que se volvían como bestias (v. Jer 5:8): «Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo».

5. La ira de Dios contra ellos por la universal corrupción del país. Un enemigo extranjero va a irrumpir y el país quedará como si por él hubiesen pasado las más feroces bestias devastándolo todo (v. Jer 5:6): «El león de la selva, indomable cuando codicia la presa, el lobo del desierto, que acude por la noche, que es cuando está hambriento y muestra toda su ferocidad, y el leopardo, que es muy rápido y cruel». Así acechará las ciudades de Judá el enemigo, y sus habitantes se verán ante un terrible dilema: los que se queden dentro, morirán de hambre; los que salgan de ellas, morirán a espada. Y todo ello se debe a la multitud de sus transgresiones. Es en realidad el pecado el que produce esta matanza (v. Jer 5:9): «¿No había yo de castigar esto? ¿Cómo podéis pensar que el Dios de pureza infinita haya de hacer la vista gorda ante tales abominaciones? De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma?» Es cierto que muchos que habían sido culpables de estos pecados se arrepintieron y hallaron misericordia con Dios (así le aconteció a Manasés), pero las naciones como tales sólo pueden ser castigadas en esta vida; por eso no quedaría bien parada la gloria de Dios si una nación impía quedase sin ninguna señal manifiesta del desagrado de Dios.

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