Jeremías 8:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Al profeta se le ordena aquí que ponga ante los ojos del pueblo lo insensato de su impenitencia. Son aquí presentados como gente sin sentido, que se resisten a entrar en razón, a pesar de todos los métodos que la Sabiduría Infinita ha empleado para hacerles volver en sí.

1. No quieren atender a los dictados de la razón. No actúan en los asuntos del alma con la misma prudencia que usan para los asuntos corrientes de la vida (vv. Jer 8:4, Jer 8:5): Vengamos a cuentas, parece decir el Señor, como en Isa 1:18: «¿Acaso el que cae no se levanta, o el que se desvía no se vuelve?» Así, o de modo parecido, suele traducirse la segunda parte de este versículo Jer 8:4. Sin embargo, Kimchi hace ver que, en la segunda frase, se repite el verbo yashub (se volverá), con lo que el sentido podría ser (lit.): «si se vuelve (el pecador de su pecado), ¿no se volverá (Dios de su intención de destruir)?» Y continúa (v. Jer 8:5) Dios: «¿Por qué continúa este pueblo de Jerusalén apostatando con apostasía perpetua? Se han aferrado al engaño y rehúsan volverse». Ya que han caído por el pecado, ¿por qué no se levantan por el arrepentimiento? El pecado es una apostasía, esto es, un apartamiento del camino recto, no por un desvío cercano, sino por una senda opuesta: de espaldas al camino que conduce a la vida, y de cara al camino que conduce a la muerte y a la destrucción. No es sólo un vagar sin rumbo, sino un caminar hacia la ruina. El tentador mete al pecador en el engaño y lo retiene tan agarrado, que él mismo se aferra a ese engaño. Las excusas que presenta por sus pecados son también engañosas; con todo, no quieren ser desengañados y, por consiguiente, rehúsan volverse.

2. No quieren atender a los dictados de la conciencia, que es nuestra propia razón al reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras acciones (v. Jer 8:6). El profeta escucha para ver el efecto que su predicación había tenido en ellos. Dios mismo escucha como quien no desea la muerte del pecador, sino que se alegra al oír algo que promete arrepentimiento. Estas expectaciones quedaron decepcionadas: Ellos no hablan rectamente, no hay hombre que se arrepienta de su mal. Dios no halló ninguna señal de arrepentimiento en el país, ningún justo que hubiese contribuido a disminuir la medida del pecado general. Ni siquiera hubo quien diese el primer paso hacia el arrepentimiento, diciendo: ¿Qué he hecho? (v. Jer 8:6), sino que siguieron resueltos por el camino de la maldad: «Cada cual se apartó en su propia carrera, como caballo que irrumpe con ímpetu en la batalla». Dice Freedman: «Así como un caballo se lanza de cabeza a la batalla, sin cuidarse de que le puede llevar a la destrucción, así se lanzan éstos irreflexivamente en su carrera, pecando y apartándose de Dios».

3. No quieren atender a los dictados de la Providencia, ni entienden en ellos la voz de Dios (v. Jer 8:7). No captan el significado de la misericordia ni el de la aflicción. No saben cómo aprovechar la gracia que Dios les ofrece cuando envía a ellos Sus profetas, ni cómo hacer uso de Sus reprensiones cuando clama Su voz en la ciudad. Las criaturas inferiores, como la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la grulla (por este orden en el original) conocen sus tiempos: el instinto les dicta cuándo han de venir y cuándo han de marcharse, según se altera la temperatura, así como la condición del aire; mientras que este pueblo, dotado de razón, «no conoce las ordenanzas de Dios, que son las leyes naturales de su existencia» (Freedman).

4. No quieren atender a los dictados de la Escritura. Dicen (v. Jer 8:8): «Somos sabios», únicamente porque tienen consigo la ley escrita de Jehová. Jeremías responde a esto que los escribas que manejan la Ley le hacen «decir lo que no dice, ya que invierten sus valores y hacen pasar por Ley sus propias lucubraciones (Jer 7:22, Jer 7:23; Isa 10:1, Isa 10:2; Mat 23:4-14)» (Asensio). «¿Qué sabiduría tienen dice Jeremías (v. Jer 8:9, al final) cuando rechazan, o tuercen, la palabra de Dios?»

5. Al ser esto así, el castigo es inevitable (vv. Jer 8:10-13). Tanto sus familias como sus haciendas irán a la ruina (v. Jer 8:10): «Por tanto, daré a otros sus mujeres, cuando sean hechas cautivas, y sus campos les serán quitados por los victoriosos conquistadores y dados a nuevos poseedores. Y (v. Jer 8:12), no obstante todas sus pretensiones de sabiduría y santidad, caerán entre los que caigan». En el día en que Dios examine la maldad del país, se hallará que precisamente ésos han contribuido a la ruina más que ninguno. «Los consumiré del todo, dice Jehová» (v. Jer 8:13).

6. Al anunciar el castigo, da también los motivos por los que tales juicios han de venir sobre el país (vv. Jer 8:10-12). Codiciaban los bienes de este mundo: «desde el más pequeño hasta el más grande (v. Jer 8:10), cada uno sigue la avaricia; desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude» (comp. con Miq 3:11). Todos obran falsamente. Dicen una cosa y hacen otra; aparentan ser piadosos y son malvados. No hay entre ellos tal cosa como la sinceridad. Hacían la vista gorda ante los muchos pecados del pueblo y querían pasar (v. Jer 8:11) por buenos médicos mientras curaban las heridas a la ligera, mataban al paciente con inútiles paliativos y acallaban sus temores con «paz, paz; todo va bien, no hay peligro». Y así continuaban sin inmutarse, al haber perdido todo el sentido de la virtud y del honor (v. Jer 8:12): «Ciertamente no se han avergonzado en lo más mínimo, ni aun saben lo que es sonrojarse».

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