Job 29:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Job comienza con un deseo (v. Job 29:2): «¡Quién me volviese como en los meses pasados, etc.!» Como diciendo: «¡Ah, si yo pudiese ser devuelto a mi anterior prosperidad, entonces las censuras y los reproches de mis amigos quedarían silenciados, aun sobre la base de sus propios principios!» ¡Cómo desea tener aquel ánimo con el que gozosamente servía a Dios y disfrutaba de santa libertad y de dulce comunión con Él! Eso era en los días de su madurez (v. Job 29:4. Lit. de su otoño, como estación en que se recogen los frutos): en la flor de la vida, como solemos decir. Dos cosas hacían que los meses pasados le hubiesen resultado placenteros:

1. Que tenía su consuelo en su Dios. Este era el principal motivo de su gozo en medio de su prosperidad, pues era la fuente y la dulzura de esa prosperidad que era como una señal del favor de Dios hacia él. Eran los días en que Dios velaba sobre él (v. Job 29:2) y hacía resplandecer sobre la cabeza de Job su lámpara (v. Job 29:3), es decir, Dios hacía resplandecer su rostro sobre él (Núm 6:25), para guiarle en sus dudas, consolarle en sus penas, aliviarle las cargas y ayudarle a través de toda dificultad. «Cuando la intimidad con Dios (estaba) sobre mi tienda» (v. Job 29:4. lit.), dice Job. Dios conversaba con él como con un amigo íntimo a quien se confían los secretos (comp. Jua 15:15). Conocía la mente de Dios y no estaba a oscuras como ahora. «Cuando aún estaba conmigo el Omnipotente» añade (v. Job 29:5) , con lo que da a entender que ahora Dios se había apartado de él. La presencia amistosa de Dios en una casa hace de ella un castillo y un palacio, aunque se trate de una cabaña.

2. Que tenía también consuelo en su familia. Todo era allí agradable y gozoso: tenía bocas para su abundante provisión, y tenía abundante provisión para sus bocas. La falta de una de las dos cosas es gran desdicha. Job habla con gran sentimiento de este consuelo ahora que se ve privado de él. Con todo, echamos mal nuestras cuentas si, al perder a nuestros hijos, no nos consolamos con el pensamiento de que no hemos perdido a nuestro Dios. Su hacienda era opulenta (v. Job 29:6): Su ganado daba tanta leche que habría podido lavarse los pies en crema o requesón, y sus olivares eran tan fértiles como si fluyeran ríos de aceite de lagares excavados en las rocas. Habla de su riqueza en términos de leche y aceite, que son para el consumo, no de oro y plata, que son para atesorarlos en cofres.

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