Josué 7:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Las suertes echadas descubren a Acán. Respecto de este escrutinio.

1. Que el delincuente pertenecía a la tribu de Judá, la cual era y debía ser la más honorable e ilustre de todas las tribus. Dice la tradición judía que, cuando la suerte cayó sobre la tribu de Judá, los valientes de esta tribu desenvainaron su espada y protestaron que no la envainarían de nuevo mientras no viesen castigado al criminal, y a sí mismos exculpados del crimen como inocentes. 2. Que, finalmente Acán quedó al descubierto, como si la suerte echada le dijese: Tú eres ese hombre (v. Jos 7:18, comp. con 2Sa 12:7). Es extraño que, teniendo conciencia de su culpabilidad, no tuviese Acán la astucia de intentar un escape ni la gracia de hacer confesión cuando vio que las suertes iban cayendo cada vez más cerca de él. Por aquí ha de verse: (A) La insensatez de quienes se prometen seguridad en el ocultamiento de sus pecados; el Dios justo tiene muchos medios para sacar a luz las ocultas obras de las tinieblas. (B) Cuánto hemos de preocuparnos, cuando Dios nos vuelve el rostro al otro lado, de investigar diligentemente cuál es el pecado que nos priva de su comunión, y suplicar urgentemente como Job: Hazme entender por qué contiendes conmigo (Job 10:2).

II. Josué conjura y examina a Acán (v. Jos 7:19). Al hacer de juez, urge Josué a Acán a que confiese su pecado, a fin de que, por la confesión y el arrepentimiento, su alma pueda ser salva para el otro mundo.

1. Con qué ternura se dirige a él. Podía justamente haberle llamado «ladrón», «rebelde», «insensato», etc., pero le llama «hijo mío». Aun cuando la frase «da gloria a Jehová el Dios de Israel» es, con gran probabilidad, una forma suave de conjuro (comp. con Jua 9:24), no tiene la forma explícita de un conjuro amenazante como el del sumo sacerdote Caifás a nuestro bendito Salvador, sino de una súplica amable: declárame ahora (o: declárame, te ruego) lo que has hecho. Esto nos enseña a no añadir aflicción al afligido, aunque la aflicción se deba a su propia maldad. También enseña a los magistrados a no dejarse llevar jamás a indecencias de conducta o de lenguaje contra los que les hayan provocado. La ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg 1:20).

2. Lo que desea de él que haga: confesar el hecho: Declárame ahora lo que has hecho. Josué ha sido delegado por Dios mismo para recibir la confesión de Acán, como si éste lo declarase a Dios mismo. Al confesar nuestro pecado, así como nos avergonzamos de él, así también glorificamos a Dios, reconociéndole como Dios justo y justamente indignado contra nosotros y, al mismo tiempo, como Dios bondadoso y perdonador, quien no va a recordarnos constantemente las transgresiones que contra Él hemos cometido, sino que es fiel y justo para perdonarnos siempre que reconozcamos que habría sido igualmente fiel y justo si nos hubiese castigado. Por el pecado, hemos ofendido al honor y a la santidad de Dios. Cristo, mediante su muerte, ha satisfecho por nuestra injuria; pero a nosotros se nos requiere que, mediante la fe y el arrepentimiento, mostremos nuestra buena voluntad para honrarle y, en cuanto está de nuestra parte, glorificarle.

III. Confesión de Acán, quien, al fin, dándose cuenta de que de nada le servía continuar ocultando su pecado, lo confiesa libre y francamente (vv. Jos 7:20-21). Lo confiesa arrepentido y con todo detalle: Así y así he hecho (v. Jos 7:20). Al confesar nuestros pecados a Dios, no hemos de contentarnos con decirle: Padre he pecado contra ti, sino que hemos de especificarle: He cometido contra ti esto y lo otro, etc. No porque Él no lo sepa, sino para que nosotros mismos tomemos conciencia de las muchas cosas en que le hemos ofendido. Vemos que Acán confiesa:

1. Lo que ha tomado. Al saquear una casa en Jericó, halló un manto babilónico muy bueno. El hebreo da a entender una ropa rozagante, tal como la llevaban los magnates de Babilonia cuando aparecían en traje de gala; sin duda, tejida de oro y seda. «¡Qué lástima! pensaría Acán que esto tenga que ser consumido a fuego, cuando podría servirme por muchos años de traje de gala.» Una vez puesta la mano en el despojo, Acán se había apropiado también de doscientos siclos de plata (unos dos kilos y trescientos gramos), y de un lingote de oro de peso de cincuenta siclos (unos 600 gramos). No podía apelar a que, al tomar todos estos objetos, los salvaba del fuego, pues quienes ponen una ligera excusa para cometer un pecado, pronto se aventuran a cometer otro pecado sin excusa alguna; porque el camino del pecado es un camino de descenso, como un plano inclinado. Puede notarse bien la secuencia del pecado en el versículo Jos 7:21: «vi … codicié … tomé … escondí» (comp. con Stg 1:14, Stg 1:15). Qué menguado precio pagó Acán por haber cobrado un riesgo tan temible (v. Mat 16:26).

2. La forma en que lo ha tomado, ya compendiada en el punto anterior. (A) Comenzó por la vista. Vio estos objetos de valor a través de los mismos cristales por los que Eva vio el fruto prohibido y quedó encantado y fascinado con su vista. Qué sufrimientos sobrevienen al corazón por seguir los pasos de la vista, y cuánta necesidad tenemos de hacer un pacto con nuestros ojos, porque si los dejamos vagar, de seguro ha de ser para después llorar. No mires al vino cuando rojea, ni al rostro de la mujer hermosa. (B) Con la vista del objeto prohibido, el corazón concibió el pecado. Él mismo admite: lo cual codicié. Así es como la concupiscencia, tras concebir, dio a luz este pecado. Los que deseen verse libres de acciones pecaminosas deben mortificar en sí mismos los deseos pecaminosos. No fue el ver, sino el desear, lo que le causó la ruina. (C) Luego que cometió el pecado, se dio prisa y maña para ocultarlo. Con eso se ve lo engañoso del pecado; placentero al cometerlo, pero hay heces de amargura en el fondo de la copa; al final, muerde incluso como una serpiente.

IV. Acán queda así convicto de pecado. Dios le ha traído esa convicción mediante la suerte echada, y le ha convencido también ahora su propia confesión. Pero Josué quiere también que sea convencido por el escrutinio de su tienda, en la que se hallaron todos los bienes que él había confesado.

V. Josué pronuncia después la sentencia (v. Jos 7:25): ¿Por qué nos has traído desgracia? Nótese que el pecado causa desgracia no sólo al propio pecador sino también a sus prójimos más cercanos. Ahora (dice Josué) caiga la desgracia de Jehová sobre ti en este día. Por qué fue castigado Acán tan severamente: no sólo porque había robado a Dios, sino también porque había traído la desgracia sobre Israel; es como si quedase inscrita sobre su cabeza esta acusación: «Acán, el perturbador de Israel», como dice de Acab el profeta Elías (1Re 18:18). No faltan doctores judíos que de la expresión «en este día» infieren que no le alcanzará la desgracia en la otra vida; la carne fue destruida para que el espíritu continuase vivo (comp. con 1Pe 4:6, conforme a la opinión más probable).

VI. Su ejecución.

1. El lugar de la ejecución. Acán fue ejecutado a cierta distancia de donde se encontraban, a fin de que el campamento que se había visto perturbado por su pecado, no quedase contaminado con su muerte.

2. Las personas empleadas para ejecutar la sentencia. Todos los israelitas tomaron parte en la ejecución de la sentencia, así como todos habían sufrido la desgracia de la ofensa (vv. Jos 7:24, Jos 7:25).

3. Los que con él participaron del castigo porque no pereció solo en su iniquidad (Jos 22:20). (A) Con él fueron destruidos sus bienes que había robado. (B) También fueron destruidos igualmente todos sus demás bienes, no sólo la tienda con todos sus enseres, sino también sus bueyes, sus asnos y sus ovejas. Quienes se apoderan de lo que no es suyo, se hacen acreedores a perder lo que es suyo. (C) También sus hijos e hijas fueron apedreados y quemados con él. Hay quienes opinan que los sacaron (como dice el hebreo del v. Jos 7:24) solamente para que fuesen espectadores de la ejecución de su padre, pero es mucho más probable que fuesen ejecutados con él por haber sido cómplices si no del robo, al menos del ocultamiento de lo robado (V. Deu 24:16).

4. La clase de castigo que le fue impuesto. Fue apedreado (hasta hay quienes opinan que el robo fue cometido en sábado, con lo que el pecado tendría otra circunstancia peculiarmente agravante). Después, su cadáver fue quemado.

5. Con esto se aplacó la ira de Dios (v. Jos 7:26): Jehová se volvió del ardor de su ira. Retirada la causa, cesó el efecto.

VII. El informe escrito de su convicción y ejecución. Hubo interés en conservar un memorial del hecho, para advertencia e instrucción de futuras generaciones. 1. Levantaron sobre él un montón de piedras, en el mismo lugar en que había sido ejecutado; quizá contribuyó cada miembro de la comunidad con una piedra, en señal de pública detestación del crimen. 2. Se le impuso al lugar un nuevo nombre, pues se le llamó Valle de Acor, o de la desgracia, pues el término hebreo acor significa aflicción o desgracia. Valle de Acor viene a ser también sinónimo de puerta de esperanza, porque cuando se destruye el objeto del anatema, es entonces cuando comienza a haber esperanza en Israel (V. Esd 10:2; Ose 2:15).

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