Juan 1:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. El evangelista se refiere de nuevo al testimonio que el Bautista dio de Cristo (v. Jua 1:15). Vemos:

1. Cómo expresaba Juan este testimonio: «Clamó, diciendo», para que se cumpliese la profecía según la cual Juan había de ser «voz de uno que grita en el desierto». Los profetas del Antiguo Testamento gritaban para mostrar al pueblo sus pecados; Juan grita para mostrar al pueblo el Salvador. Fue un testimonio gritado públicamente, para que todos pudiesen tomar buena nota de él. Juan daba este testimonio con toda libertad y de todo corazón. Clamaba como quien está seguro de la verdad que predica, y afectado por el mensaje de su propia predicación.

2. Cuál era su testimonio. Apela a lo que había dicho al comienzo de su ministerio, cuando había dirigido la atención de la gente hacia uno que había de venir después de él (de quien él era el Precursor, es decir, el que corre delante): «Éste es de quien yo decía». Los demás profetas se habían referido al Mesías a distancia, pero Juan pudo señalarle con el dedo (v. Jua 1:29). De este Mesías que venía después de él, dice Juan:

(A) Que «es antes de mí», es decir, superior a mí, tanto como un rey es superior al heraldo que proclama su venida. Jesucristo era Hijo del Altísimo (Luc 1:32); por eso, tenía precedencia sobre Juan, que era profeta del Altísimo (Luc 1:76). Juan era un gran hombre, pero estaba decidido a darle la preferencia a quien le correspondía. Todos los ministros de Cristo han de preferir al Señor y los intereses del Señor a sus propios intereses.

(B) Juan da una buena razón para ello: «Porque era primero que yo». Lo era: (a) en cuanto al tiempo; Jesús, en cuanto Dios, era eterno y, por tanto, anterior a Juan y anterior a Abraham (Jua 8:58), mientras que Juan tendría unos treinta años; (b) en cuanto a la dignidad, pues Jesús era el Señor, mientras que Juan era como un esclavito que no se tenía por competente ni para desatarle a Jesús la correa del calzado (v. Jua 1:27).

II. A continuación, el evangelista retorna a hablar de Jesús, aunque, a partir del versículo Jua 1:19, especificará y detallará el testimonio del Bautista acerca de Jesús. El versículo Jua 1:16 conecta claramente con el versículo Jua 1:14, donde se nos dice que el Verbo de Dios se manifestó en carne, «lleno de gracia y de verdad». El evangelista añade ahora: «Porque de su plenitud todos hemos recibido» (lit. recibimos, en aoristo). Todos cuantos han recibido el influjo benéfico de la gracia de Dios (y el evangelista se cuenta entre ellos, y se refiere a la maravillosa experiencia que tuvo un día concreto vv. Jua 1:35-39 ), lo han recibido a través de Cristo. Todos los creyentes genuinos reciben la gracia de la plenitud de Cristo; los mayores santos no pueden recibirla, sino de Él; y el ser humano más miserable que pueda existir, puede vivir de esa plenitud, porque esta gracia que fluye de la plenitud de Cristo, como de un manantial que nunca se agota por muchos que sean los que de Él tomen, está a disposición de todos cuantos le reciban por fe (v. Jua 1:9; 2Co 5:14.; 1Ti 2:4-6; 1Jn 2:2). Esto excluye, por una parte, la jactancia, pues no tenemos nada, sino lo que de Él hemos recibido (Jua 15:5; 1Co 4:7); por otra parte, excluye la perplejidad y el miedo, pues la libre oferta de Su gracia es para todos: nadie es tan pecador que no pueda alcanzar la gracia del perdón y de la adopción de hijo de Dios. El evangelista detalla que:

1. Hemos recibido «gracia sobre gracia» o «gracia por gracia». Todo lo que hemos recibido de Cristo se resume en esta palabra: «gracia»; ¡así de grande, de rico, de valioso, es el don! Consideremos:

(A) La bendición que esto supone: Es gracia: Un favor inmerecido (mejor, desmerecido) de parte de la buena voluntad de Dios hacia nosotros, y que comporta una buena obra de Dios en nosotros. La buena voluntad de Dios (v. Luc 2:14; Flp 2:13) produce una buena obra en nosotros, y esta buena obra nos cualifica para obtener ulteriores favores de la buena voluntad de Dios. De la misma manera que el pozo artesiano recibe el agua de la plenitud de la montaña, la rama del árbol recibe la savia de la plenitud de la raíz, y el aire recibe la luz de la plenitud del sol, así también nosotros recibimos la gracia de la plenitud de Cristo.

(B) La magnitud de esta bendición: «Y gracia sobre gracia». La preposición griega antí puede tener varios sentidos. Puede significar «por» o «en lugar de», como en Mat 20:28, o «frente a», como en Heb 12:2. Pero aquí significa que los creyentes van recibiendo sucesivas oleadas de gracia, continuas bendiciones de parte de Dios en Cristo (v. Efe 1:3, Efe 1:6). No puede significar «una gracia (la del Evangelio) en vez de otra (la de la Ley)», aunque el contexto próximo podría engañar. Tengamos en cuenta que la Ley o Torah aunque era un privilegio del pueblo escogido, nunca es llamada «gracia» en la Biblia, puesto que, igual que las «obras», siempre aparece en contraste con la fe, la gracia y el Evangelio. Estas oleadas de gracia se suceden: (a) en extensión: conforme a la necesidad de cada momento, recibimos de Cristo la gracia oportuna; (b) en intensidad: una gracia bien recibida y usada ensancha la capacidad de nuestro vaso, de modo que siempre pueda estar lleno con nuevas gracias.

2. De Cristo hemos recibido gracia y verdad (v. Jua 1:17). En el versículo Jua 1:14 había dicho el evangelista que Cristo estaba «lleno de gracia y de verdad». Ahora nos dice que «por medio de Jesucristo vinieron la gracia y la verdad». Tres cosas descubrimos en este versículo en el contraste que Juan establece entre Jesús y Moisés: (A) La Ley del Sinaí fue un privilegio de Israel, tan sublime que Heb 2:2-3 menciona a los ángeles como mensajeros de ella. Aquí se nos dice que «fue dada por medio de Moisés», el gran caudillo de Israel y gran amigo de Dios, pues hablaba con Él «cara a cara» (como amigo íntimo). Pero la gracia y la verdad salvíficas vinieron con Jesús. Nótese el contraste entre el «fue dada» y el «vinieron» como si dijera: Moisés fue un mero transmisor de la Ley desde las manos de Dios hasta las manos del pueblo, mientras que la misericordia y la fidelidad de Dios vinieron personificadas en Cristo; (B) la gracia y la verdad de Cristo señalaban el cumplimiento de todas las promesas del Antiguo Pacto; (C) así como la gracia marcaba el fin de las obras, así también la verdad marcaba el fin de los tipos y sombras del Antiguo Pacto, pues Cristo es el verdadero Cordero Pascual, el chivo expiatorio verdadero, el verdadero maná, etc. Ellos tenían la gracia como en un cuadro; nosotros la tenemos en persona. Notemos que el original usa aquí el mismo verbo que en el versículo Jua 1:3 «fueron hechas». Como todas las cosas fueron hechas por medio de Él, también la gracia y la verdad lo fueron.

3. Otra cosa importante que hemos recibido de Cristo es una clara revelación de Dios (v. Jua 1:18): Jesús nos ha hecho la exégesis de Dios, a quien nadie ha visto jamás. Notemos:

(A) La insuficiencia de todos los demás descubrimientos: «A Dios nadie le ha visto jamás» (comp. con Deu 4:12; Mat 11:27; Luc 10:22; Jua 5:37; Jua 6:46; 1Ti 6:16; 1Jn 4:12, 1Jn 4:20). Esto indica: (a) Que, al ser espiritual la naturaleza de Dios, es invisible a los ojos del cuerpo; sólo por fe podemos ver al Invisible (Heb 11:27); (b) Que la revelación que de Sí mismo hizo Dios en el Antiguo Pacto era muy pequeña e imperfecta en comparación con la que nos ha hecho por medio de Jesucristo. La grandeza del cristianismo se echa de ver en que ha sido fundado por Alguien que ha visto a Dios y conoce de la mente de Dios infinitamente más de lo que cualquier ser angélico o humano podría conocer.

(B) La completa suficiencia de la revelación que de Dios nos ha hecho Jesús: «El unigénito Hijo (bastantes e importantes MSS dicen: «El unigénito Dios»), que está en el seno (lit. hacia el seno) del Padre, Él le ha dado a conocer (lit. Él lo explicó o hizo la exégesis de Él)». Obsérvese qué bien cualificado estaba Jesús para hacernos la exégesis del Padre, puesto que: (a) Es el Hijo único del Padre, su Verbo o Expresión infinita, exhaustiva. Nadie conoce exhaustivamente al Padre, y en nadie es conocido exhaustivamente el Padre, sino el Hijo y en el Hijo (Mat 11:27) y el Espíritu Santo (v. 1Co 2:10-11); (b) sólo el Hijo está en el seno del Padre, como el escogido Bienamado en quien el Padre tiene todas sus complacencias, y como Aquel a quien Dios confía todos sus secretos (Jua 15:15; Jua 17:26); (c) al hacerse hombre, el Verbo de Dios nos hizo la perfecta traducción de Dios al lenguaje humano, no sólo en Sus palabras, sino en Su propia persona, pues en Él habitaba toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9), y quien le ve a Él, ve al Padre (Jua 14:9). Si se pudiese ver del Padre algo que no se ve en Cristo Jesús habría engañado a Felipe. No cabe otra visión de Dios que la que se refleja en la lumbrera que es el Cordero (Apo 21:23). El que se sienta triste por no poder ver al Padre en Sí, es que no está satisfecho con el Señor Jesucristo o no lo conoce como es necesario. Sólo cuando se manifieste, lo veremos tal como es en Sí (1Jn 3:2).

(C) Este versículo (lo mismo que Jua 15:15), no ha de entenderse como si Jesús nos hiciese partícipes del conocimiento exhaustivo que las tres personas divinas tienen de Sí mismas (lo cual es imposible, ya que nunca podemos ser iguales a Dios), sino que expresa la íntima familiaridad con que nuestro Padre nos ha comunicado los secretos de la salvación que nos afectan en lo más vivo de nuestra existencia y de nuestro destino eterno.

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