Juan 12:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción se nos refiere la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, episodio del que nos informan los cuatro evangelistas. Veamos:

I. Las aclamaciones que el pueblo tributó al Señor Jesús (vv. Jua 12:12-13).

1. Quiénes fueron los que le aclamaron: «Grandes multitudes que habían venido a la fiesta». No precisamente los habitantes de Jerusalén, sino la gente de las aldeas y pueblos comarcanos. Los más cercanos al templo del Señor eran los más lejanos del Señor del templo. Quizá le habían oído predicar en la región y eran admiradores suyos y, por eso, anhelaban presentarle sus respetos en Jerusalén. Quizá también eran los sinceramente devotos judíos que habían venido con anticipación a la fiesta, a fin de purificarse, por lo que estaban más prestos que sus vecinos de la capital a rendir a Dios este homenaje. No eran los líderes ni los potentados de la capital quienes fueron al encuentro de Jesús, sino el pueblo llano. Sin embargo, Cristo recibe mayor honor de parte de esta muchedumbre de aldeanos que de la podredumbre de los cortesanos porque Él valora a los hombres por el precio de sus almas, no por el blasón de sus armas.

2. Cuál es el motivo que les indujo a esto: «el oír que Jesús venía a Jerusalén». Ya antes le habían buscado (Jua 11:55-56), aunque no todos con buena intención. Pero los que le buscaban sinceramente, al oír que venía a la capital, se sintieron incitados a tributarle un recibimiento conveniente.

3. De qué forma expresaron sus sentimientos hacia Él: De la mejor forma que podían hacerlo. Estas multitudes, despreciables a los ojos de los líderes (v. Jua 7:49), fueron como una figura aunque pálida, de aquella otra gloriosa «multitud, la cual nadie podía contar … que estaban en pie delante del trono y en la presencia del Cordero» (Apo 7:9). Aun cuando éstos no estaban delante del trono, sí que estaban en la presencia del Cordero. De aquel coro celestial de Apo 7:9-10, se nos dice:

(A) Que tenían palmas en las manos. También éstos «tomaron ramas de palmera» (v. Jua 12:13). La palmera ha sido siempre símbolo de triunfo y de victoria; lo es especialmente a través del martirio como es claramente el caso de la multitud de Apo 7:1-17 (v. el v. Apo 7:14 de dicho cap.). También el Señor iba a triunfar a través de su próxima muerte, de «los principados y potestades» (Col 2:15).

(B) Que clamaban a gran voz diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios (Apo 7:10). También éstos «salieron al encuentro (de Jesús) y clamaban: ¡Hosanná! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor» (v. Jua 12:13). El vocablo hebreo hosan-ná significa «salva ya». Con estas aclamaciones:

(a) Reconocían que Jesús es el rey de Israel que viene en nombre de Jehová Adonay o Jehová el Señor. Le reconocen como a rey, lo cual implica dignidad y honor que debemos adorar, así como poder y dominio al que hemos de someternos. Es un rey legítimo pues viene en nombre de Dios, conforme al Sal 2:6: «Yo mismo he instalado a mi rey sobre Sion, mi santo monte». Jesús es el prometido y largamente esperado Mesías (Isa 61:1), el príncipe de paz (Isa 9:6), «el rey de Israel» (Jua 1:49, comp. con Mat 27:42).

(b) Le deseaban de todo corazón el reino, pues ese deseo va implicado en el «¡Hosanná!» Con este grito, oraban por tres cosas: (i) que su reino viniese pronto, con su luz para conocerlo, y con poder para imponer la sumisión a él; (ii) que su reino fuese acompañado de grandes victorias para el pueblo; (iii) que su reino continuase para siempre, como si dijesen: «¡Viva siempre el rey!»

(c) Le daban la bienvenida en Jerusalén, la capital de la nación: «¡Bendito el que viene acá, a la ciudad santa y al santo lugar!» Así hemos de dar nosotros, en nuestro corazón, la bienvenida a Cristo, el rey de los creyentes, ya que hemos de estar siempre prestos a observar sus preceptos, pues «no son gravosos» (1Jn 5:3). La fe dice: «¡Bendito el que viene!»

II. La cabalgadura en que Cristo llegó montado para recibir los respetos que le presentaba la multitud: «Y halló Jesús un asnillo y montó sobre él» (v. Jua 12:14). Juan pasa por alto los detalles acerca de la búsqueda y traída de este asnillo, pero ya los hemos visto en los otros tres evangelistas. Así como los caballos se usaban para que reyes y príncipes fuesen a la guerra montados sobre ellos, Jesús prefiere entrar montado en un asno, símbolo de paz; el hecho de que este asnillo no hubiera sido montado antes por ninguna otra persona daba a entender que era dedicado al Señor, pues así se hacía con los animales que eran consagrados a Dios. También daba así a entender a la gente que no venía a ejercer un reinado politicomilitar, sino a sufrir mansamente los padecimientos que le esperaban en el plazo de cinco días. Su reino no era de este mundo y, por ello, no entraba con la pompa con que suelen entrar los reyes y magnates de este mundo. El que, en el seno de su madre, vino a Belén, a no dudar, montado en un asno, para nacer allí, como estaba profetizado de Él (Miq 5:2), entraba ahora en Jerusalén, montado también en un asno, para morir en la capital, «porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Luc 13:33). No leemos que viajase montado en ninguna otra ocasión, pues solía hacerlo a pie o en una barca.

III. El cumplimiento de la Escritura en este episodio: «Como está escrito: No temas, hija de Sion …». (v. Jua 12:15). La profecía citada se halla en Zac 9:9. Es curioso que, en Juan, al citar la primera parte del versículo de Zac 9:9, leamos: «No temas», cuando tanto el texto hebreo como la versión de los LXX dicen: «Alégrate sobremanera». Pero, como hace notar Hendriksen, el tiempo presente del verbo griego que usa Juan, indica un cambio de temor a gran gozo, pues la traducción exacta sería: «cesa de temer», aun cuando no siempre siga el gozo de inmediato (v. Mat 28:8) a la cesación del temor. Notemos, pues, que:

1. Estaba profetizado que el rey de Sion vendría precisamente sentado sobre un pollino. Aun cuando viene despacio (ya que el asno es, de suyo, animal de paso lento), viene seguro y con talante de condescendencia para animar grandemente a sus leales súbditos. Los humildes que se lleguen a Él para presentarle alguna súplica, le tendrán así al alcance de la mano.

2. La hija de Sion es invitada aquí a recibir sin temor a su rey. Los temores de incredulidad o desilusión han de tornarse en cánticos de regocijo. Donde entra el gozo, de la mano del amor, por fuerza ha de salir el miedo (v. Gál 5:22; 1Jn 4:18). Y si llega el caso en que no podemos elevarnos hasta la exultación del gozo, hemos de procurar, al menos, evitarnos la opresión del miedo. El gozo estimula, mientras que el miedo paraliza. Hendriksen hace notar que Sion estaba localizada, en un principio, al sudoeste de Jerusalén (v. 2Sa 5:7; 1Cr 11:5). De aquí fue después subida el Arca de la alianza al templo de Salomón (v. 2Cr 5:2), por lo que la sección nordeste de Jerusalén quedó identificada con Sion; así se incluiría también en ella el área del monte Moriah sobre el que fue edificada, al menos, la parte más sagrada del templo; es decir, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Comúnmente, con el apelativo de «hija de Sion», equivalente a «Sion» simplemente, se designa a la ciudad entera de Jerusalén con sus habitantes (v. Isa 10:24; Jer 3:14). Finalmente, como dato de curiosidad semántica, es de notar que el vocablo «Jerusalén», a pesar de las apariencias, no significa «visión de paz», ni «fundamento (o fundación) de paz», sino que, con toda probabilidad, se deriva del antiguo nombre asirio de la ciudad, «Urusalim», que significa «ciudad de paz».

IV. La observación que el evangelista Juan hace al respecto: «Estas cosas no las entendieron sus discípulos (de Jesús) al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de Él, y de que se las habían hecho» (v. Jua 12:16). Notemos:

1. El conocimiento imperfecto que de las Escrituras tenían los discípulos de Jesús hasta que Él «fue glorificado» (v. Luc 24:45). No se dieron cuenta de que se estaba cumpliendo la profecía de Zacarías acerca de la ceremonia de entronización del rey de Sion. Las Escrituras se cumplen muchas veces por medio de quienes no se percatan, por ignorancia de la Biblia, de lo que ellos mismos están llevando a cabo. Lo que después resulta claro, fue al principio oscuro y difícil. Es muy conveniente que los creyentes ya maduros se acuerden de la debilidad e inconsistencia de los conocimientos que, en un principio, tuvieron de las Sagradas Escrituras, a fin de que aprendan a tener compasión y paciencia con los recién convertidos que todavía están dando los primeros pasos en la Palabra de Dios. Como dice Pablo: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando me hice hombre, dejé a un lado lo que era de niño» (1Co 13:11). Lo triste es que muchos creyentes «se hagan tardos para oír y, debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, todavía tengan necesidad de que se les enseñen cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios» (Heb 5:11-12).

2. Cómo mejoró este conocimiento de los discípulos cuando llegaron a la madurez:

(A) Cuándo lo entendieron: «Cuando Jesús fue glorificado». Hasta entonces no entendieron bien la naturaleza del reino de Dios. Sólo cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos (v. Hch 2:1.), fueron conducidos por Él a toda verdad (Jua 16:13).

(B) Cómo lo entendieron: Al comparar la profecía con el acontecimiento: «Entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de Él, y de que se las habían hecho». Al no entender lo que todo ello significaba y al estar después abrumados de tristeza por los subsiguientes acontecimientos de la pasión y muerte de su Maestro, los discípulos llegaron a olvidar por completo el episodio. ¡No les culpemos! ¡Cuántas veces nos ocurre a nosotros lo mismo pues no nos percatamos de los caminos de la providencia en nuestras vidas, cuando fácilmente podríamos acudir a la Palabra de Dios para adquirir luz sobre lo que nos está sucediendo! El recuerdo de lo que está escrito nos ayudará a entender lo que está hecho, y la observación atenta de lo que sucede nos ayudará a entender lo que se lee.

V. La razón por la que la gente se sintió impulsada a tributar este homenaje al Señor Jesús: Fue por haber presenciado el portento llevado a cabo por Cristo al resucitar a Lázaro.

1. Véase el testimonio de la gente acerca del milagro del cual habían sido testigos de vista y del que deseaban testificar ante la población entera de la ciudad. Los que tomaron el milagro como prueba irrefutable de la misión de Cristo y como base para creer en Él, pudieron fácilmente apoyar su informe en quienes habían sido testigos de excepción del milagro, a fin de que los oyentes se percatasen bien de la solidez de la verdad (comp. con Luc 1:1-4): «Y daba testimonio la gente que estaba con Él (Jesús) cuando llamó a Lázaro del sepulcro y le resucitó de los muertos» (v. Jua 12:17). Unánimemente aseguraron la verdad del hecho, fuera de toda discusión o duda. La verdad de los milagros de Cristo se basa en pruebas irrefutables.

2. Véase igualmente la influencia que dicho testimonio ejerció en el pueblo: «Por lo cual también salió la gente a su encuentro, porque oyeron que Él había hecho esta señal» (v. Jua 12:18). Algunos irían llevados de la curiosidad a ver al que había llevado a cabo una obra tan portentosa. Otros, quizá, sacudidos en su conciencia, desearían honrarle como al gran Enviado de Dios.

VI. La indignación de los fariseos a causa de esto. Confiesan que, en su oposición a Jesús, tienen perdida la partida: «Ya veis que no conseguís nada» (v. Jua 12:19). Parece ser que es el sector más radical del grupo el que así se dirige a los «moderados». Quizá fue el propio Caifás quien se expresó así (comp. con Jua 11:49). Los que se oponen a Cristo verán un día que no han podido prevalecer, porque Dios llevará a cabo sus designios a pesar de ellos y de los débiles esfuerzos de su impotente maldad. «No conseguís nada.» En efecto, nada en absoluto se consigue con oponerse a Jesucristo. Confiesan igualmente que Jesús se lleva tras sí a la gente: «Mirad el mundo se va tras Él». Es cierto que hallamos aquí una de las frecuentes hipérboles, propias de los orientales, pero no se puede olvidar que, según el informe de Flavio Josefo, se acercaba a los tres millones el número de los que asistían a la fiesta de la pascua; en su mayor número, como ya dijimos, eran gente que vivía fuera de la capital. Ante una masa humana de tal magnitud, curiosa por ver la llegada de Jesús a la ciudad no es de extrañar que la envidia de los fariseos les hiciese ver en ellos a «todo el mundo» de israelitas y prosélitos. Con estas palabras, los enfurecidos fariseos:

1. Expresan su contrariedad; su envidia les conduce al enojo. A la vista del ascendiente de que gozaban estos fariseos entre la gente, habríamos de pensar que no necesitaban tomarse un disgusto tan grande por una efímera muestra de honor que la gente tributaba a Jesús; pero los orgullosos son ávidos de monopolizar los honores y no sufren que haya quien los comparta con ellos.

2. Se incitan a sí mismos, y unos a otros, a una campaña más vigorosa y efectiva en su ofensiva contra el Señor. Cuanto más frustrados se ven en sus intentos los enemigos de la religión, tanto más resueltos y activos se vuelven en sus ataques contra ella. ¿Y será posible que los amigos de Cristo se desanimen a la menor contrariedad, al saber que defienden una causa justa y que, a la larga, es segura la victoria?

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