Juan 1:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, tenemos un informe detallado del testimonio que Juan dio acerca de Jesucristo a los discípulos que le acompañaban. Tan pronto como fue bautizado, Cristo marchó apresuradamente al desierto, donde fue tentado por el diablo; allí estuvo cuarenta días. Durante Su ausencia Juan continuó dando testimonio de Él, pero ahora, por fin, «vio a Jesús que venía hacia él» (v. Jua 1:29). En dos días consecutivos, Juan da de Jesús un testimonio coincidente.

I. En los versículos Jua 1:29-34, tenemos el primero de dichos testimonios. En él, dice Juan acerca de Cristo cuatro cosas:

1. Que es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (v. Jua 1:29). Aprendamos aquí:

(A) Que Jesús es el Cordero de Dios (el que es de Dios y el que Dios provee para nuestra salvación), lo cual nos habla del gran sacrificio mediante el que se llevó a cabo la expiación por el pecado, y Dios reconcilió consigo al mundo (2Co 5:19). Entre todos los sacrificios, Juan alude a los corderos que se ofrecían en el templo, con referencia especial a los del sacrificio diario que se ofrecía cada mañana y cada tarde, y siempre se hacía con corderos; alude también al cordero pascual, cuya sangre libró a los israelitas de la muerte de los primogénitos llevada a cabo por el ángel exterminador. Cristo es nuestra Pascua (1Co 5:7). El hecho de que la Pascua estaba cercana, y la cita de Isa 40:3, hecha el día anterior (v. Jua 1:23) nos confirman que el Bautista, al apuntar hacia Cristo como al «Cordero», tenía en su mente al cordero pascual (Éxo 12:1-13), que iba a ser el sustituto por nuestros pecados (Isa 53:7), conforme lo vería después el Apóstol Juan en Apo 5:6. Así lo vieron también Mateo (Mat 8:17), el evangelista y diácono Felipe (Hch 8:32), Pedro (1Pe 2:22) y el autor de Hebreos (Heb 9:28).

(B) Que este Jesús, «el Cordero de Dios», es el que «quita el pecado del mundo». Juan el Bautista había invitado al pueblo a que se arrepintieran de sus pecados, a fin de obtener la remisión de ellos. Ahora les muestra cómo y por quién había de esperarse el perdón de los pecados. Éste es el fundamento de nuestra esperanza: En Jesús, y sólo en Él hay perdón para todo pecador arrepentido. Nótese la fuerza del verbo original airo, que aquí, como en Jua 19:31, tiene un triple sentido: (a) Mediante Su muerte en la cruz del Calvario, Jesús quita el pecado de encima de todo aquel que se somete por fe a la gracia del perdón y a la acción poderosa del Espíritu Santo. El participio de presente denota una acción continua: Jesús está siempre en condiciones de quitar el pecado. «El pecado», en singular y con artículo, no sólo indica nuestras rebeliones personales, sino, antes y sobre todo, el fallo general de la humanidad respecto a su destino eterno (hamartían); la misma singularización hallamos en 2Co 5:21 donde se expresa claramente la sustitución expiatoria de Jesús. Él «mundo» tiene aquí un sentido universal, como en Jua 3:16; 2Co 5:14-21; 1Ti 2:4-6; 1Jn 2:2; etc. Todos estos textos y muchos otros más nos presentan claramente la verdad bíblica de que Jesucristo murió por todos los hombres aunque no todos se salven, sino sólo los que cumplen con la única condición de creer (Jua 3:15-16), (b) el verbo indica también que Jesús retira el pecado tan lejos que no pueda volver, pues Dios se olvida de los pecados perdonados, los sepulta en el abismo, y los aleja tanto como un confín del Universo del otro confín. Si así retira Jesús el pecado del mundo, ¿quién desconfiará de que sus pecados queden perdonados, por muchos y muy graves que sean? (c) Finalmente el verbo indica que Jesús carga sobre Sí el pecado que retira de nosotros (v. Isa 53:5-7) de la misma manera que el macho cabrío vivo del Día de la Expiación se llevaba al desierto sobre su propia cabeza «todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados» (Lev 16:21). Dios ha encontrado el modo de abolir el pecado, y salvar al pecador, al hacer a Su Hijo «pecado por nosotros» (2Co 5:21).

(C) Que es nuestro deber mirar al Cordero de Dios. El original dice literalmente: «¡Mira! ¡El Cordero de Dios …!» El griego no deja lugar a dudas de que se trata de una interjección, puesto que el sustantivo «cordero», con su artículo, se halla en caso nominativo. Si volvemos la vista a Jua 3:14-15 con su referencia a Núm 21:8-9, nos percataremos de la tremenda importancia y urgencia que, para cada uno de nosotros, tiene ese «mirar». Además, al mirar cómo Jesús se lleva nuestro pecado cargándolo sobre Sí, aumentará nuestro amor a Jesús y nuestro odio al pecado.

2. Que éste es aquel de quien anteriormente había hablado Juan (vv. Jua 1:30-31): «Éste es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un hombre …». Este es el honor que le cupo al Bautista, que, mientras los otros profetas hablaron del Mesías como del que había de venir, Juan lo vio ya llegado y lo pudo señalar con el dedo. Una diferencia semejante hay entre la fe presente y la visión futura. Aun cuando Cristo no apareció con pompa externa ni poder majestuoso, Juan no se avergonzó de Él; antes bien, declaró paladinamente: «el cual es antes de mí», es superior a mí. Era necesario que Juan mostrase así la excelencia del Salvador; de lo contrario, la gente no habría podido creer que un hombre que aparecía en tan humilde condición, fuese el mismo de quien Juan había dicho tan grandes cosas. Y, para que no se pensase que Juan y Jesús se habían puesto de acuerdo de antemano, niega que existiese tal confabulación: «Y yo no le conocía» (v. Jua 1:31). Juan no conocía a Jesús hasta que éste llegó para que Juan le bautizara. Quienes son enseñados por Dios, creen y confiesan al que no han visto, y son bienaventurados por haber creído sin ver (Jua 20:29). El gran objetivo del ministerio y del bautismo de Juan era presentar a Jesucristo: «Para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua». El bautismo de agua que Juan administraba hablaba de la impureza del pecado, y Jesús era el Cordero de Dios que venía a quitar de veras el pecado por medio del sacrificio de Sí mismo en la Cruz. Los contrastes entre la persona y obra del Bautista, y la persona y obra de Jesucristo son numerosos: (A) Juan prepara el camino, exhorta a enderezar el camino propio, mientras que Cristo mismo es el Camino (Jua 14:6); (B) Juan bautiza con un bautismo visible, en agua (o con agua), que era señal y medio de purificación (v. Jua 3:5); Cristo bautiza interiormente «con Espíritu Santo y con fuego», pues Él es la Palabra viva y eficaz en persona (comp. Jua 1:1, Jua 1:14 con Heb 4:12); Él perdona y borra interiormente el pecado (vv. Jua 1:29, Jua 1:36); (C) el mensaje de Juan iba dirigido primordialmente a Israel (comp. con Mat 4:15-16; Luc 1:79; Hch 2:39; Hch 7:51-53; Hch 13:46; Rom 10:20-21); Cristo había de gustar la muerte por todos (Heb 2:9).

3. Que éste era aquel sobre quien «el Espíritu descendía del Cielo como una paloma y permaneció sobre Él» (v. Jua 1:32). Este testimonio está confirmado en Mat 3:16; Mar 1:10; Luc 3:22. Juan dice esto para dar mayor fuerza a su testimonio, y apela a la extraordinaria experiencia del Espíritu descendiendo como paloma, y al anuncio que de ello le hizo Dios el Padre (vv. Jua 1:32-34). Aquí se nos dice:

(A) Que Juan el Bautista lo vio y dio testimonio de ello con toda la seriedad y la solemnidad de un verdadero testigo: «Vi al Espíritu que descendía del cielo …». Juan no podía ver el Espíritu pues es Dios y, por ello, no tiene cuerpo ni puede verse con los ojos del cuerpo (v. Jua 4:24), pero sí vio la paloma que era el símbolo y la representación del Espíritu. La paloma con un ramo de olivo en el pico había sido para Noé la señal de que la tierra había emergido ya sobre las aguas del diluvio tras la ira de Dios; por eso, es llamada «la paloma de la paz» el olivo es símbolo del Espíritu Santo (la «unción» de 1Jn 2:20, 1Jn 2:21); y la paloma es también símbolo de pureza, mansedumbre y dulzura.

(B) Que Juan había sido advertido de antemano para reconocer al Mesías mediante una señal que no podía fallar: «Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, Él me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre Él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo» (v. Jua 1:33). Véase aquí cuán seguro era el fundamento sobre el que Juan apoyaba su testimonio. No echó a correr sin ser enviado, sino que fue Dios quien le envió a bautizar; tenía la garantía celestial para ello. Cuando el llamamiento de un ministro del Señor es claro, sus actividades marchan sobre seguro, aun cuando no siempre le acompañe el éxito. Juan fue enviado no sólo a bautizar con agua, sino a manifestar al que había de bautizar con el Espíritu Santo. Gran consuelo es para los ministros de Dios saber que quien les envía a predicar puede poner en el corazón lo que ellos ponen en el oído y soplar el Espíritu sobre los huesos secos a los que ellos profetizan con su predicación. Dios le había dado a Juan una señal clara: «Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece en Él, ése es …». Con esto, no sólo se le prevenía contra toda equivocación, sino que se le confería denuedo y confianza para dar su testimonio con toda seguridad. Nótese que la señal distintiva de Cristo era que el Espíritu Santo permanecería sobre Él. Esa «permanencia» del Espíritu Santo sobre Jesús establece una diferencia radical entre Él y cada uno de los creyentes, porque: (a) a Cristo le fue dado el Espíritu sin medida (Jua 3:34); a nosotros, según medida (Efe 4:7). Como Cristo es la Cabeza de la Iglesia, posee la plenitud del Espíritu y de los dones, como el blanco del espectro solar incluye en sí todos los colores del iris; en cambio, los creyentes tienen diversos dones, según el servicio que han de ejercitar en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, pero ninguno tiene todos los dones (v. 1Co 12:29-30); (b) en consecuencia, nosotros no siempre somos conducidos por el Espíritu en todo lo que decimos o hacemos, mientras que Jesús siempre era conducido por el Espíritu, hasta el punto de ser el único ser humano que siempre y en todo fue dirigido invariablemente por el Espíritu Santo, para santificarse a Sí mismo y ofrecerse en sacrificio vivo al Padre, en obediencia perfecta y constante (v. Jua 3:34; Jua 4:34; Jua 9:30; Jua 10:36; Jua 17:19; Rom 12:1; Heb 9:14; Heb 10:6-10, comp. con Flp 2:8, etc.).

(C) Un hecho sumamente curioso es que Jesús bautizaba con el Espíritu Santo, en el interior, pero no con agua. Juan (Jua 4:2) tiene buen cuidado en decirnos que «Jesús mismo no bautizaba sino sus discípulos», como comentaremos en su lugar. Hemos de distinguir cuidadosamente entre el bautismo de agua (exhortación al arrepentimiento que Juan ofrecía y administraba) y el bautismo cristiano (símbolo de la fe en el Salvador). Por eso, vemos a Pablo en Éfeso, bautizando en el nombre del Señor Jesús a un grupo de discípulos que habían sido bautizados con el bautismo de Juan (Hch 19:1-6). Mat 3:13-17 nos detalla el episodio del bautismo de Jesús a manos de Juan, para cumplir toda justicia, es decir, todo el programa que Dios tenía acerca de Su Hijo como Redentor de la Humanidad. El bautismo de Juan era para arrepentimiento de los pecados, y Jesús no tenía ningún pecado del que arrepentirse (Jua 8:46). Por tanto, se puede decir que Jesús recibió el bautismo de Juan solamente en el sentido de que se humilló para bajar a las aguas del Jordán como si fuera pecador, y mostró ya desde aquel momento que se solidarizaba con nosotros como nuestro Representante y Sustituto (Heb 2:11-17).

4. Que Jesús es el Hijo de Dios. Ésta es la conclusión del testimonio del Bautista: «Y yo le he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (v. Jua 1:34). Esta afirmación es el núcleo del «credo» cristiano como vimos al comentar Mat 16:16. Los dos verbos están en pretérito perfecto, como indicando una acción pasada que se ha quedado bien grabada en las pupilas de Juan, por lo que su testimonio es algo que continúa sin desmayo. Al comparar este lugar con Luc 3:22, W. Hendriksen concluye que aquí el título «Hijo de Dios» es usado en sentido estrictamente trinitario (la Segunda Persona de la Trina Deidad), y cita los pasajes típicos de este Evangelio (Jua 1:1, Jua 1:18; Jua 3:16-18; Jua 5:25; Jua 17:5; Jua 19:7; Jua 20:28, Jua 20:31). Personalmente opino que dicho título, como en Luc 3:22; Luc 4:3, está usado en sentido mesiánico, más bien que trinitario (nota del traductor).

III. A continuación, tenemos el testimonio que Juan dio de Cristo al día siguiente (vv. Jua 1:35-36). El evangelista asegura: «Al día siguiente …», al recordar fielmente aquellos episodios que de tal manera se habían grabado en su corazón. Éste es el tercer día, dentro de los siete de toda esta sección que concluye con las bodas de Caná, según el simbolismo del número 7, tan frecuente en este Evangelio, y sobre el que volveremos más adelante. «Otra vez estaba allí Juan, y dos de sus discípulos con él». La diferencia con el día anterior está en que allí (v. Jua 1:29) el Bautista al apuntar hacia Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», se dirigía a las turbas, de las que no se especifica ni el número ni el carácter. En cambio, aquí se dirige a dos de sus discípulos; probablemente, los más adictos. Ellos iban a ser los dos primeros discípulos de Jesús. Notemos que:

1. Juan se fijó en Jesús que pasaba por allí (v. Jua 1:36). El día anterior, Jesús venía hacia Juan (v. Jua 1:29). Hoy parece que Jesús pasa de largo. El verbo griego significa «pasearse» y, también, «andar» o «conducirse a algún lugar». Lo más probable es que Jesús pasase por allí en dirección al lugar en el que se hospedaba aquel día. Hendriksen hace notar que el testimonio de Juan el día anterior, seguramente en voz más alta y ante una multitud no parece haber tenido ninguna respuesta positiva, mientras que el de hoy la va a tener, y de inmediato. Los dos discípulos no olvidarán jamás aquel momento importante en sus vidas con tan feliz encuentro con el Salvador. Adviértase el verbo «fijándose». Juan puso sus ojos en Jesús y mantuvo la vista fija en Él. Quienes han de guiar a otros a Cristo han de ser diligentes y constantes en la contemplación del Maestro.

2. Juan repitió el mismo testimonio que había dado el día anterior. El testimonio de hoy está resumido, ya sea porque el evangelista no cree necesario repetirlo íntegramente, ya sea porque esa sola frase fue suficiente para que los discípulos de Juan identificasen sin dificultad al Mesías. El sacrificio de Cristo para quitar el pecado del mundo es un tema sobre el que deben insistir los predicadores del Evangelio: Cristo, el Cordero de Dios … Como Pablo hemos de predicar «a Jesucristo, y a éste crucificado» (1Co 1:23; 1Co 2:2).

3. Juan puso especial empeño en que lo oyeran estos dos discípulos que estaban con él pues quería llevarlos a Cristo. Nunca pensó que iba a perder por eso dos de sus mejores discípulos, como no lo piensa todo buen maestro de escuela cuando envía sus alumnos a la Universidad. Además, Juan reunía discípulos, no para sí, sino para Cristo. Los espíritus generosos y humildes dan a otros la alabanza que les es debida, sin temor de que por ello hayan de sufrir mengua ellos mismos.

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