Juan 13:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los comentaristas más prestigiosos de todos los tiempos están de acuerdo en que la escena del lavamiento de los pies de los discípulos y el discurso de Jesús que se detallan en este capítulo se llevaron a cabo en la misma noche en que fue entregado, y en el mismo lugar en que Jesús comió con ellos la Pascua e instituyó la Cena del Señor. Este evangelista, con objeto de referir episodios y milagros que los demás evangelistas habían omitido, omite adrede la mayoría de los que los otros refieren, esto produce dificultades a ciertos comentaristas, cuando precisamente Juan facilita la solución de algunas de estas dificultades, como puede verse con un cuidadoso análisis comparativo de los cuatro evangelios (v. el comentario de W. Hendriksen. Nota del traductor). Se nos dice aquí (v. Jua 13:1) que estas cosas sucedieron «antes de la fiesta de la Pascua». En estos versículos, tenemos el episodio del lavamiento de los pies de los discípulos, que llevó a cabo nuestro Señor Jesucristo. Pero, ¿por qué hizo Jesús esto? Al ser infinitamente sabio, no cabe duda de que tuvo sus razones para hacerlo. El momento era muy solemne, y se nos dan en el texto sagrado cuatro razones: 1) Dar testimonio del inmenso amor que profesaba a los discípulos (v. Jua 13:1); 2) darnos un estupendo ejemplo de su inigualable humildad (vv. Jua 13:3-5); 3) enseñarnos una lección espiritual, simbolizada en el lavamiento material de los pies, como se ve en el diálogo que tuvo con Pedro en esos momentos (vv. Jua 13:6-11), y 4) dejarnos ejemplo de cómo nos hemos de portar unos con otros en lo significado por la acción que había llevado a cabo (vv. Jua 13:12-17).

I. Cristo lavó los pies a sus discípulos para darles una prueba del gran amor que les tenía (vv. Jua 13:1-2).

1. El Señor Jesús, «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (v. Jua 13:1. Lit. hasta el fin).

(A) Esto es cierto con relación a los discípulos que se hallaban allí presentes. Ellos eran sus amigos íntimos y le habían acompañado, desde el principio de su ministerio público, por todas partes (Jua 15:27; Hch 1:21). Siempre les había mostrado ternura, les había dado plena libertad para hablarle y preguntarle y había soportado con toda paciencia las debilidades de ellos. Por eso, se nos dice que «los amó hasta el fin», sin cesar, hasta el final y hasta el extremo al que puede llegar el amor (v. Jua 15:13). Aun cuando entre sus discípulos había algunos de alto rango, nunca dejó a un lado a estos pobres pescadores. A veces hubo de reprenderles, pero nunca dejó de amarles, y lo demostró con el cuidado que tuvo de ellos en todas las ocasiones.

(B) También es cierto con relación a todos los genuinos creyentes. Nuestro Señor ama, hasta el extremo, a todos que son suyos en este mundo. Los suyos, por raza y según la carne, no le habían recibido (Jua 1:11), pero estos eran suyos de veras, porque pertenecían a su familia espiritual, que es lo que realmente cuenta (v. Mat 12:48; Mar 3:33; Luc 8:21). Éstos son sus hermanos (v. Mat 28:10), pues son hijos de Dios (Jua 1:12-13; Mat 5:45; Luc 6:35, etc.). Cristo tiene inmenso amor a cada uno de los suyos que están en el mundo. Ahora que se marchaba al cielo, sentía amor, ternura y preocupación por los suyos que quedaban en el mundo, puesto que necesitaban más de sus cuidados, de la misma manera que el niño débil y enfermo necesita más de los cuidados de la madre. El amor de Cristo a los suyos es tan fuerte que nadie ni nada puede separarnos de su amor (Rom 8:35-39).

2. Cristo manifestó este amor que tenía a los suyos cuando les lavó los pies. Así les mostraba que su amor hacia ellos, no sólo era fuerte y constante, sino también condescendiente hasta el extremo de darles un honor tan grande y sorprendente como es el honor de un señor que se pone a servir a sus criados. Los discípulos habían descubierto recientemente (v. Jua 12:4-5, comp. con Mat 26:8) la debilidad del amor que le tenían a Él al murmurar del ungüento que María había derramado sobre la cabeza de Jesús, pero, a pesar de eso, ahora Jesús condescendía a lavarles los pies a ellos. Nuestra ingratitud contrasta con la amabilidad del Señor con nosotros.

3. Escogió esta ocasión para llevar a cabo este acto por dos razones:

(A) Porque «sabía que había llegado su hora para que pasase de este mundo al Padre» (v. Jua 13:1). Era la Pascua, que significa «paso» (v. Éxo 12:11-12), y Él tenía que pasar al Padre. Todos los creyentes, al dejar este mundo, pasan al Padre. Este paso es, para nosotros, lleno de triunfo y de gloria, pues nos vamos de este mundo perverso a la presencia de un Padre infinitamente santo y bueno, pero, para Jesús, este «paso» comportaba el derramamiento de la sangre del Cordero Pascual, mediante la cual, y por fe en ella (v. Rom 3:25), somos librados de la mortandad del exterminador (v. Éxo 12:13). El tiempo de este «paso» era la «hora» de Jesús por antonomasia. A veces, es llamada esta hora (Jua 12:27; Mar 14:25), la hora de sus enemigos (Luc 22:53), la hora en que a sus enemigos les era permitido echarle mano y darle muerte (comp. con Jua 7:30; Jua 8:20), pareciendo así que eran ellos los que triunfaban, pero era Él quien, a través de esa «hora», había de ser glorificado (v. Jua 17:1). Él lo sabía por su presciencia divina (comp. con Jua 2:4; Jua 7:6; Jua 12:23; Jua 13:11, Jua 13:18; Jua 18:4; Jua 19:28). Esta misma presciencia, desde el principio de la hora en que había de padecer tan horribles sufrimientos y tan afrentosa muerte, sería en el alma de Jesús como una espina constantemente clavada, aun cuando también tenía puesto delante de Él el gozo (Heb 12:2, comp. con Isa 53:11). ¿No es una gracia misericordiosa del Señor el que ignoremos las tribulaciones, las penas y enfermedades que nos esperan en el futuro? Así podemos descansar tranquilos en los brazos de nuestro Padre, que tiene preparado para nosotros, a pesar de todo, lo mejor (v. Rom 8:28).

(B) Porque «el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase» (v. Jua 13:2). La frase forma como un paréntesis, puesto adrede como: (a) para descubrirnos el origen de la traición de Judas, pues era una obra diabólica. No podemos adivinar la forma en que el diablo tiene acceso al corazón de los hombres, incluso de los creyentes (v. Hch 5:3); pero hay ciertos pecados tan extraordinariamente perversos por su propia naturaleza, que parece como si el diablo pusiese el huevo del pecado en un corazón dispuesto a ser el nido que lo cobije e incube; (b) para insinuarnos el motivo por el cual, precisamente ahora, iba Jesús a lavar los pies a sus discípulos: al estar ahora Judas ya completamente resuelto a entregar al Maestro, la hora del paso de Cristo al Padre no podía estar lejos. Cuando más fiera sea la saña con que nuestros enemigos nos persigan, más diligentes hemos de mostrarnos en prepararnos para lo peor que nos pueda suceder. Ahora que Judas había caído ya en el lazo de Satanás, y el diablo quería enredar igualmente a Pedro y a los demás (v. Luc 22:31), es cuando Jesús se disponía a fortalecer a los suyos contra el enemigo. Cuando el lobo ha hecho presa en una oveja del rebaño, es el tiempo en que el pastor ha de poner mayor diligencia en salvar a las demás. El antídoto ha de estar a la mano, cuando ya ha comenzado la infección. Juan había recalcado ya, en otra ocasión, que Judas era «uno de los doce» (Jua 6:71). Los demás evangelistas lo hacen en los lugares que son paralelos a Jua 13:2 (v. Mat 26:14; Mar 14:10; Luc 22:3). Con esto, se nos dan a entender dos cosas: Primera, que a pesar de ser uno de los doce discípulos más íntimos de Jesús, fue él quien le entregó a traición. Segunda, que fue sólo uno de los doce. Aunque Jesús tenía ante sí al traidor, no iba a privar de las muestras de su amor a los demás por culpa de uno. Aunque uno era un diablo (Jua 6:71) y un traidor (v. Jua 13:2), los demás no iban a sufrir por eso ningún detrimento.

II. Cristo lavó los pies de sus discípulos para mostrar a todo el mundo hasta qué punto estaba dispuesto a abajarse por amor a los suyos. Esto se insinúa en la secuencia observable fácilmente en los versículos Jua 13:3-5: «sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos (v. Mat 11:27; Mat 28:18) … se levantó de la cena» ¿para que sus discípulos le rindiesen homenaje de pleitesía por un rango tan elevado? (v. Sal 2:12). ¡No!, sino que … comenzó a lavar los pies de los discípulos». ¡No sólo resulta enorme el contraste, sino que parece como si Juan, tras meditarlo durante más de medio siglo, lo considerase realmente paradójico! En efecto:

1. Tenemos primero, el rango tan elevado que ocupaba el Señor Jesús: El Padre había puesto todas las cosas en sus manos, pues le había dado autoridad sobre todas las cosas (Mat 11:27; Mat 28:18), y era «el heredero de todo» (Heb 1:2, comp. con Mat 21:38; Mar 12:7; Luc 20:14). Además, «había salido de Dios», pues «estaba en el principio con Dios» (Jua 1:1-2). Era el Hijo de Dios (Jua 1:18, etc.) «y a Dios iba», al principio del que procedía (Jua 16:28). Lo que sale de Dios vuelve a Dios: los que son nacidos de arriba (Jua 3:3, Jua 3:7), han de residir definitivamente en la patria a la que pertenecen (v. Flp 3:20). Jesús «sabía» todo esto de antemano; no era como el príncipe que está aún en la cuna, ignorante de su futuro reinado, sino que, a sabiendas de su alto rango, se abajó a prestar un servicio propio de esclavos. ¿Y por qué se intercala esto aquí? Quizá como un motivo que le estimulase en medio de sus padecimientos. Judas estaba ahora a punto de traicionarle, y Él lo sabía, pero, «sabiendo también que había salido de Dios y a Dios iba», no se echó para atrás. Es como si fuera un contrapeso glorioso a la humillación que iba a imponerse a Sí mismo. Lo que nos parece que le habría inducido a gloriarse, le lleva precisamente a humillarse. De cierto, los pensamientos de Dios no son como los nuestros (Isa 55:8).

2. Tenemos luego el voluntario abajamiento que se impuso a Sí mismo el Señor Jesús. Una bien garantizada seguridad de salvación y de vida eterna en el cielo, en vez de hinchar de orgullo a un creyente, le llenará de humildad hasta bajarlo al mismo suelo y mantenerlo siempre a ras de tierra en el concepto que tenga de sí mismo (v. Gén 18:27; 1Co 15:10). Lavar los pies era una acción baja, contada entre los servicios más propios de un criado o esclavo. Por eso, cuando Juan el Bautista quiso mostrar la superioridad del Señor Jesús sobre él, PUSO de relieve que él se sentía incompetente incluso de desatarle las sandalias para lavarle los pies (Jua 1:27). Y Cristo, el Señor, lo hizo por los discípulos, sus siervos (Jua 15:15, comp. con Mat 20:28; Mar 10:45; Luc 22:26). Cuando recordamos lo de Abigail ante David (v. 1Sa 25:41), nos sorprende que ni uno solo de los doce discípulos se adelantase a lavarle los pies al Maestro pero, ¿cómo iban a pensar en gestos humildes los mismos que habían estado «altercando sobre quién de ellos parecía ser mayor»? (Luc 22:24). El ser humano es, por naturaleza, egocéntrico. Incluso muchos que parecen abajarse, sólo lo hacen para ensalzarse, ya sea para obtener favor de los superiores, o respeto de los inferiores como se cuenta del abad de un monasterio, quien a fuerza de repetir: «vuestro abad, que indignamente os preside», creó entre los frailes la impresión de que lo decía con profunda humildad, hasta que un ingenuo novicio, tomándolo en serio, dijo un día: «nuestro abad, que indignamente nos preside …». ¡Allí se acabó la «humildad» del abad, pues reprendió severamente al osado novicio! Pero el acto de Jesús fue de sincera humildad.

3. Jesús realizó este acto, no «acabada la cena», sino «cuando se hacía la cena» (v. Jua 13:2. Lit.), pues a favor de esta lectura están, no sólo los MSS más fiables, sino el claro contexto posterior donde se lee que «se puso de nuevo a la mesa» (v. Jua 13:12) y dio a Judas el pan mojado en la salsa (v. Jua 13:26). Lo hizo, cuando se hacía la cena, y no antes («se levantó de la cena», v. Jua 13:4), porque es probable que esperase (nota del traductor), por ver si alguno de ellos lo hacía. En todo caso, esta circunstancia nos enseña también:

(A) A no incomodarnos si alguna vez se nos llama a prestar un servicio al Señor o a nuestro prójimo cuando estamos comiendo. El mismo Jesús que no quiso suspender su predicación para atender a sus parientes más próximos (Mar 3:33), no tuvo inconveniente en interrumpir la cena para lavar los pies a sus discípulos.

(B) A no regalarnos en demasía con los alimentos. Hay estómagos que no soportarían sin náuseas lavar los pies sucios de unos pobres pescadores en medio de una cena, pero Él lo hizo, no precisamente para enseñarnos a ser rudos y desaliñados (la limpieza y la piedad son cualidades bien avenidas), ni sólo mortificar nuestro apetito, sino para mostrar con el ejemplo que había tomado la forma de siervo (Flp 2:7), despojándose de su manto y ciñéndose la toalla del sirviente (v. Jua 13:4). Sin más ceremonia, «puso agua en un lebrillo y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido» (v. Jua 13:5).

(C) A ser longánimes como Jesús, y agotar todos los recursos de la amabilidad frente a quienes no son amables con nosotros. No hay en el texto sagrado ninguna indicación de que exceptúase a Judas en este lavamiento, ya que Judas estaba en este momento con los demás (vv. Jua 13:26.). Así que Jesús lavó los pies del peor de los pecadores, de quien en aquel mismo momento tramaba entregarle a traición.

III. Cristo lavó los pies de sus discípulos para dar a entender la purificación espiritual del alma de las poluciones del pecado. Esto se ve claramente en su conversación con Pedro (vv. Jua 13:6-11).

1. La sorpresa de Pedro: «Llegó, pues, a Simón Pedro» (v. Jua 13:6), y le pidió que le permitiera lavarle los pies. Con toda probabilidad, se llegó primero a Pedro; de lo contrario, no se explicaría la sorpresa de éste; además, los otros no habrían consentido que Jesús les lavase los pies, si no hubiesen oído la explicación que Jesús dio a Pedro. Así que «Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies a mí?» Nótese el contraste entre los pronombres «tú» y «mí», enfático en el original griego, donde aparecen juntos. Como si dijese: «¿Tú, nuestro Señor y Maestro, a quien nosotros hemos creído y conocido como a Hijo de Dios (Jua 6:69), me vas a lavar los pies a mí, gusano miserable de la tierra, a mí que soy un hombre pecador? (Luc 5:8). ¿Van a lavar mis pies esas manos que, con un leve toque, han limpiado a los leprosos, han dado vista a los ciegos y han levantado a los muertos?» Es ahora cuando desearía Pedro haberse levantado antes de la cena, y haberle lavado él los pies a Jesús, al tener esto por el mayor honor que podía prestar al Maestro en aquella ocasión. Que el Maestro le lavara a él los pies era una paradoja que no podía soportar.

2. La explicación que, de inmediato, le dio el Señor, y debería haber bastado para silenciar las objeciones de Pedro: «Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después» (v. Jua 6:7). Aquí hay dos razones a las que Pedro debe someter su entendimiento:

(A) Porque al presente estaba a oscuras respecto al significado de lo que Jesús estaba haciendo y, por tanto, no debía oponerse a lo que no entendía. Con esto, Cristo le pide a Pedro una obediencia sin reservas: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes; por eso, no eres juez competente de mi acción».

(B) Porque había en la acción de Jesús algo misterioso, cuyo sentido habría de entender Pedro después: «lo entenderás después». Nuestro Señor Jesucristo hace muchas cosas que ni sus discípulos entienden de momento, pero las entenderán después. Así como los discípulos entendieron ésta y otras enseñanzas cuando fue derramado sobre ellos el Espíritu Santo (Jua 16:12-14), así también los creyentes de hoy pasan por experiencias que, muchas veces, no aciertan a comprender, pero el estudio de la Palabra, la iluminación del Espíritu y posteriores experiencias provistas por la divina providencia les enseñarán a comprender lo que antes no entendieron. ¡Cuántas veces hemos experimentado que los acontecimientos que nos parecían más adversos, eran realmente los más prósperos para la salud de nuestra alma! Bien se ha dicho que «Dios escribe derecho con líneas torcidas». Hemos de dejar, pues, que el Señor siga su propio método con nosotros, seguros de que su método es el que consigue los mejores resultados.

3. La perentoria negativa de Pedro a que Jesús le lavara los pies: «Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás» (v. Jua 13:8). Es el lenguaje de una resolución fija y determinada. Pedro mostró ahora una sincera humildad y un gran respeto hacia su Maestro. Pero por debajo de este manto de humildad, había una oposición resuelta contra la voluntad del Señor Jesús. Algo similar puede ocurrirle a quien, cuando le es ofrecida la gracia del Evangelio, la rehúsa, no por verdadera humildad, sino por sutil incredulidad (comp. con Hch 13:46 «… no os juzgáis dignos de vida eterna»), como si la gracia de Dios fuese demasiado valiosa para serle aplicada, o las buenas nuevas fuesen demasiado «buenas» para ser verdaderas. Jesús había dicho a Pedro que había un «ahora» en el que no podía comprender lo que estaba sucediendo, pero que habría un «después» en el que llegaría a entenderlo. Pedro responde y extiende su negativa, no sólo al «ahora», sino también al «después», ya que responde a Jesús que no le ha de lavar los pies «jamás» (lit. «hasta el siglo»; es decir, «para siempre»). El original duplica, además, la conjunción «no», lo cual equivale a «de ningún modo» (comp., entre otros lugares, con Jua 6:37 «de ningún modo le echaré fuera») o «en absoluto».

4. Jesús insiste en su oferta, y añade una advertencia que va a desmenuzar la oposición de Pedro: «Jesús le respondió: Si no te lavo, no tendrás (lit. «no tienes») parte conmigo». Como si dijese: «Si no te lavo, mediante mi humillación, de la polución del pecado, no eres de los míos, no tienes parte (comp. con Hch 8:21) en los frutos de mi obra redentora». Quien se niega a obedecer a Cristo, renuncia a la vida eterna (comp. Jua 3:36 «… el que no se deja persuadir …». Lit.). Sólo los que son lavados espiritualmente por Jesucristo (v. Apo 7:14; Apo 22:14) tienen parte con Cristo. Esta «buena parte» es «lo único necesario» (Luc 10:42).

5. Pedro se somete ahora, y ruega al Señor, no sólo un lavado parcial, sino un baño total: «Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza» (v. Jua 13:9). ¡Qué pronto ha cambiado Pedro de pensar! Esto nos enseña a no ser precipitados en nuestras resoluciones, no sea que pronto hallemos serias razones para retractarnos; es preferible ser cautos en proponer algo que no podremos mantener si no es a fuerza de terquedad o fanatismo. En la respuesta de Pedro podemos observar:

(A) Cuán presto está Pedro a retirar lo que acababa de decir. Como si se acusara de estupidez: «Señor, ¡qué necio he sido al expresarme con tanta precipitación y terquedad!» Ahora que percibe en el acto de Jesús un beneficio de su gracia lo admite; pero no lo soportaba cuando veía en ello una exagerada humillación. Las personas honestas, cuando se dan cuenta de su error, no han de ser lentas en retractarse.

(B) Cuán deseoso está Pedro de la gracia purificante del Señor, y de que el influjo de esta gracia se extienda a todo su ser. Para quienes tienen los ojos del corazón (Efe 1:18) iluminados por el Espíritu de Dios el mayor de los males es ser excluidos de la comunión con el Señor. Para que esto no nos suceda jamás, hemos de insistir e importunar al Señor en oración, a fin de que Él nos purifique completamente: los pies, para andar en sus caminos; las manos, para servirle con amor; la cabeza, para tener la mente de Cristo (1Co 2:16). Hemos de decirle como David: «Lávame a fondo de mi maldad, y límpiame de mi pecado» (Sal 51:2).

6. Cristo ofrece una explicación más amplia del significado espiritual del acto que está llevando a cabo (vv. Jua 13:10-11):

(A) Con referencia a los discípulos que le permanecían fieles: «Jesús le dijo: El que está lavado (es decir se ha bañado) no necesita sino lavarse (el verbo es ahora diferente en el original) los pies (los cuales, cuando se llevan sandalias, se ensucian con el polvo de los caminos), pues está todo limpio» (v. Jua 13:10). Estas frases deben entenderse en el sentido espiritual que Jesús les dio: El que recibe el mensaje del Evangelio queda totalmente limpio al recibir la justicia de Cristo, delante de Dios. Esto es lo que, teológicamente hablando, se llama justificación. En cambio, camino, conducta diaria y «pies» entran en lo que llamamos santificación, la cual, en este sentido, implica la obra constante del Espíritu Santo en el corazón del creyente para formar en él la imagen del Cristo humilde, manso y servicial, que muestra con su conducta la gratitud que debe a Dios. También los creyentes «ofendemos en muchas cosas» (Stg 3:2), como el polvo que se pega a los pies en la andadura cotidiana en medio de tentaciones, caídas, debilidades, etc. Esto es lo que ha de limpiarse diligentemente cada día en la forma en que luego veremos. Y añade Jesús: y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Pedro no había comprendido bien el sentido de las palabras del Señor y se había ido al otro extremo. Jesús le notifica que, al estar todos ellos ya limpios, excepto Judas (v. Jua 15:3), en lo que toca a la regeneración espiritual (comp. con 1Pe 1:22-25), sólo les quedaba purificar los pies de la diaria infección del pecado. Veamos cuán grande es el privilegio de los que hemos sido lavados en la sangre del Cordero: Dios nos considera totalmente limpios en su presencia, a pesar de nuestras debilidades y miserias (comp. con Núm 23:21, dicho acerca de un «pueblo rebelde», comp. Deu 32:15; Deu 33:29). Por eso mismo, deberíamos ser diligentes en limpiarnos, mediante la confesión y el arrepentimiento (Stg 5:16; 1Jn 1:9), y lavar nuestros pies en la fuente que mana siempre de la sangre de Jesucristo (1Jn 1:7). Esta provisión segura para nuestra limpieza no debe hacernos presuntuosos, sino, por el contrario, más cautos y vigilantes. Del perdón de ayer deberíamos sacar gratitud y diligencia contra la tentación de hoy.

(B) Con referencia a Judas: «Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos estáis limpios» (vv. Jua 13:10-11). No todos los que son limpiados por Cristo en el exterior, lo están en el interior, ya que allí estaba Judas, que le iba a entregar. Hay muchos que tienen el «signo» y reciben las ordenanzas, pero no tienen la realidad significada en ellas. Cristo cree necesario advertir a sus discípulos que no todos están limpios, a fin de que seamos diligentes en examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos: «¿Acaso soy yo, Señor (comp. con Mat 26:22), el que, estando entre los limpios, todavía no estoy limpio?»

IV. Cristo lavó los pies de sus discípulos a fin de darnos ejemplo. Ésta es la explicación que Él les dio después de terminar el lavamiento (vv. Jua 13:12-17). Observemos:

1. Con qué solemnidad les explicó el significado de lo que acababa de hacer: «Después que les lavó los pies … les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?» (v. Jua 13:12). Vemos, pues:

(A) Que demoró la explicación hasta haber terminado el acto, a fin de poner a prueba la sumisión y obediencia implícita de ellos para que aprendieran a consentir en lo que Él quisiese hacer, aun en el caso en que no viesen la razón por la que obraba así. Era cosa muy apropiada terminar la enigmática operación antes de darles la solución del enigma.

(B) Que, antes de darles esta solución, les preguntó qué pensaban ellos de lo que Él les había hecho: «¿Sabéis lo que os he hecho?» Les hace esta pregunta, no sólo para que se percaten de su ignorancia, sino también para suscitar en ellos el deseo de ser instruidos.

2. Qué títulos alega como fundamento de lo que les va a decir: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy» (v. Jua 13:13). Nuestro Redentor y Salvador es también nuestro Señor y Maestro. Es nuestro Maestro, es decir nuestro profesor e instructor; es también nuestro Señor; es decir, nuestro Gobernador y Amo. Bien les va a los discípulos de Cristo llamarle Maestro y Señor, no por cumplido, sino porque lo es de veras; no porque estamos constreñidos a ello, sino porque estamos deleitados con ello. Llamar a Cristo Maestro y Señor es para nosotros un deber que nos imponemos a recibir y practicar las instrucciones que nos de. El honor, la honestidad y la gratitud nos obligan a ello.

3. La lección que con ello nos enseñó: «Vosotros también os debéis el lavaros los pies los unos a los otros» (v. Jua 13:14).

(A) Hay quienes han entendido esto literalmente, es decir que los creyentes deben lavar, de forma religiosa y solemne, los pies de sus hermanos, en señal de amor que condesciende a prestarse recíprocamente en humildad este servicio. Así lo hacen, entre los evangélicos, los menonitas; entre los de la Iglesia de Roma, el Papa y los obispos lo hacen, el día de Jueves Santo al lavar los pies a doce pobres, quienes, por supuesto, acuden a la ceremonia con los pies esmeradamente limpios. Esta práctica se remonta al siglo IV de nuestra era, pues ya la practicaba en Milán el obispo Ambrosio. S. Agustín decía que los cristianos que no lo hacen con las manos lo deberían hacer, al menos, con el corazón en humildad. Y añadía: «Pero prescindiendo de esta acción material, ¿podemos lavarnos espiritualmente unos a otros? Confesemos mutuamente nuestros pecados, perdonémonoslos mutuamente; oremos unos por otros, y así nos habremos lavado los pies espiritualmente». En efecto, lo que Cristo no se desdeñó de hacer, tampoco los cristianos deberían desdeñarse de hacerlo.

(B) Pero, sin duda alguna, las palabras de Cristo han de entenderse en sentido figurado. Tres son las cosas que Jesús quería enseñarnos con su acción.

(a) Humildad que condesciende. Hemos de aprender de nuestro Maestro a ser humildes de corazón (Mat 11:29). Cristo había enseñado a los doce la lección de la humildad, y ellos la habían olvidado; pero ahora enseña esta lección con un método tan gráfico que seguramente no podrían olvidarla jamás.

(b) Condescendencia para servir. Lavarse mutuamente los pies es abajarse a los más oscuros y comunes servicios de amor, para verdadero bien y provecho del prójimo. No debemos ahorrarnos molestias, fatigas o tiempo, en favor de aquellos a quienes no nos obliga un deber específico, incluso aunque sean inferiores a nosotros en rango, edad, ciencia o situación económica. Esta condescendencia ha de ser recíproca: hemos de ayudar a nuestros hermanos y hemos de aceptar la ayuda que ellos estén dispuestos a prestarnos; con frecuencia, esto último es más difícil, porque nos lo impide nuestra autosuficiencia.

(c) Servicio para la mutua santificación, según el sentido más probable de Flp 2:12-13, así como de las propias palabras del Señor en el versículo Jua 13:10 de la presente porción: Lavarse los pies unos a otros significa, ante todo, ayudar al hermano a purificarse de los defectos y pecados que, muchas veces, ni él mismo ve y que le hacen daño a él y a los demás hermanos (v. Gál 6:1-2). Es cierto que no podemos expiar ni satisfacer a Dios por los pecados ajenos (eso es propio de la sangre de Cristo, v. 1Jn 1:7; 1Jn 2:1-2), pero también es cierto que podemos ayudar al hermano con nuestras oraciones, nuestras exhortaciones y nuestras lágrimas a que se purifique de sus pecados y se laven así, espiritualmente, sus pies; por supuesto, este servicio ha de comenzar por uno mismo, pero el hecho de que cada uno se sienta pecador, defectuoso e imperfecto, no debe impedir al que lava cumplir con este deber, ni al que es lavado ha de provocarle resentimiento o irritación. No es extraño que a la mayoría de los comentaristas se les escape este sentido obvio de las palabras de Cristo, ya que se trata del servicio más difícil de cumplir por parte de un creyente. Los fieles ministros del Señor lo saben por experiencia.

4. Jesucristo interpone su propio ejemplo para dar fuerza al mandamiento que impone: «Pues si yo, el Señor y Maestro he lavado vuestros pies, vosotros también os debéis el lavaros (lit) los pies los unos a los otros» (v. Jua 13:14). Como si dijese: «Soy vuestro Maestro y por consiguiente, debéis aprender de mí esta lección». ¡Y qué buen Maestro es Jesús, pues emplea el mejor método según las normas de la Pedagogía: el método del ejemplo! «Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis así» (v. Jua 13:15). Cristo enseñó no sólo de palabra, sino con el ejemplo, dejándonos así una copia exacta, sin una pincelada en falso, de la santidad que Dios requiere de nosotros (v. 1Pe 2:21.). Con esa copia ante nuestros ojos, nos es fácil escribir, y aun calcar, lo que debemos hacer en cada caso. En efecto, el ejemplo es algo que se aprende por simple imitación, mientras que las palabras necesitan, por decirlo así, «traducción», pues cada uno tenemos dentro nuestro pequeño «diccionario». No tenemos, pues, excusa para no ser buenos alumnos, al tener un Maestro tan excelente. Esto tiene aplicación especial a los ministros de Dios en los que deben resplandecer con mayor brillo las gracias de la humildad y del amor santo. Cuando el Señor envió a sus apóstoles a predicar, fue con el encargo implícito de «hacerse todo a todos» (1Co 9:22), pues vino a decirles: «Lo que yo he hecho con vuestros pies sucios, eso mismo debéis hacer vosotros con las almas sucias de los pecadores contaminados a causa de sus transgresiones contra la ley de Dios: Lavadlas. De igual manera se enseña aquí a los cristianos a condescender unos con otros en amor, sin que se les pida y sin que se les pague, pues no hemos de ser mercenarios en los servicios de amor. Y sigue diciendo Jesús: «De cierto, de cierto os digo (nótese la solemnidad): El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió» (v. Jua 13:16). El Señor había dicho algo parecido en otra ocasión (v. Mat 10:24-25), como razón para que los discípulos no se extrañaran de tener que sufrir como Él sufrió; aquí lo dice para que no piensen que se van a humillar demasiado si se abajan hasta condescender como Él acaba de hacer al lavarles los pies. Lo que Él no tuvo por desdoro para sí, tampoco ellos lo han de tener por rebajamiento para sí mismos. Cristo nos recuerda aquí nuestro lugar como siervos; el siervo no ha de tenerse por persona de más alto rango que su amo. ¡Cuánto menos hemos de tenernos por superiores al Hijo de Dios! Aquí vemos la excelencia de la virtud de la humildad, ya que Cristo le tributó el mayor honor posible al humillarse a Sí mismo. Cuando vemos a nuestro Maestro sirviendo ¿cómo podremos atrevernos a vivir dominando?

5. Nuestro Salvador cierra esta porción de su discurso y dice: «Si sabéis estas cosas, dichosos sois si las ponéis en práctica» (v. Jua 13:17). La mayoría de la gente tiene por dichosos a los que alcanzan puestos elevados en la sociedad y dominan a los demás. Lavar los pies de otros nunca es mérito para alcanzar fortuna ni preferencia; pero Cristo dijo, a pesar de la opinión común, que son dichosos los que se abajan, sirven y obedecen. Y, puesto que los preceptos que el Maestro nos ha dado son tan excelentes, y llevan la recomendación de tan excelente ejemplo como el que Él mismo nos dio, no es extraño que el ponerlos en práctica con la mayor diligencia posible contribuya, como ninguna otra cosa de este mundo, a obtenernos la más completa felicidad. Esto que Cristo dice aquí de lavar los pies tiene también aplicación a los demás preceptos que nos ha dado. Aun cuando es cosa necesaria conocer nuestras obligaciones, de nada nos servirá para ser felices tal conocimiento si no ponemos en práctica dichas obligaciones, ya que el conocimiento del bien está ordenado a obrar el bien (v. Stg 4:17). Es el conocer y el hacer lo que mostrará que hemos recibido el reino de Dios y que somos sabios edificadores (v. Mat 7:24-27). Esto tiene especial aplicación al mandamiento de ser humildes como nos enseña Cristo aquí. No hay cosa mejor conocida que la excelencia de la humildad, pues pocos habrá que se jacten de ser orgullosos, ya que es la soberbia un vicio sin excusa y odioso como pueda haber otro; sin embargo, cuán pocos son los que practican una sincera humildad. Hay muchos que se saben estas cosas tan bien, que esperan que todos los demás se las hagan a ellos, pero las olvidan cuando se trata de practicarlas ellos mismos.

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