Juan 13:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Lo que sigue, hasta el final del capítulo Jua 14:1-31, es una conversación de sobremesa de Jesús con sus discípulos, aparte de la institución de la Cena del Señor, que Juan no menciona, y a la que, con toda probabilidad, no asistió Judas. Cuando la cena corriente acabó, salió Judas. Jesús, a sus anchas con sus fieles discípulos, una vez que el traidor se había marchado, se explaya con ellos con toda confianza, y declara los sentimientos que, para sus amigos (Jua 15:13-15), reservaba en su corazón. Les habla en esta porción:

I. Acerca del gran misterio de su propia muerte y de los grandes sufrimientos que la iban a preceder, acerca de lo cual todavía estaban ellos tan a oscuras, pues no comprendían de ninguna manera por qué tenía que ser así. Notemos que Cristo no comenzó su discurso antes de que Judas saliera de la reunión. La presencia de los malvados es, con frecuencia, un estorbo para una buena conversación. Tan pronto como Judas salió, dijo Cristo: «Ahora ha sido glorificado (lit. fue glorificado) el Hijo del Hombre, y Dios (el Padre) ha sido glorificado (lit. fue glorificado) en Él» (v. Jua 13:31). Aunque en castellano (nota del traductor), resulta más correcto el uso del pretérito perfecto, el aoristo del original tiene peculiar expresividad, pues indica claramente que, precisamente ahora, al salir Judas de allí, la gloria de Dios adquiría nuevo brillo (comp. con Jua 12:28) por el hecho de que Jesús, ante la inminente consumación de la traición de Judas, en lugar de batirse en retirada, se entregaba voluntariamente, y en perfecta obediencia, a la muerte decretada «desde antes de la fundación del mundo» (1Pe 1:20). La crucifixión de Cristo iba a ser su «exaltación» hasta lo sumo (comp. Jua 3:14; Jua 8:28; Jua 12:32, con Flp 2:8-9).

1. En esas palabras de Cristo, con las que se refiere a sus inminentes padecimientos, hay una nota de consuelo, pues les dice a sus discípulos.

(A) Que, por medio de tales sufrimientos, Él mismo sería glorificado. El Hijo del Hombre va a ser expuesto ahora a la mayor ignominia y deshonra, tanto por parte de sus insolentes enemigos como de sus cobardes amigos. No obstante, ahora es glorificado; es la hora de alcanzar una decisiva victoria sobre Satanás y todos los poderes de las tinieblas; es también la hora de llevar a cabo una gloriosa liberación de sus elegidos, mediante la reconciliación que Dios llevará a cabo con el mundo en el Calvario (2Co 5:19), al proveer para ellos justicia y felicidad eternas; es la hora igualmente de ofrecer un ejemplo sin par de negación de Sí mismo y de paciencia en Su pasión y muerte en cruz, y de un amor tal a los hombres, que será perpetuamente objeto de admiración, alabanza y gratitud. Jesús había sido glorificado en los muchos milagros que había realizado, pero ahora habla de ser glorificado a través de sus padecimientos, con lo que da a entender que en ellos va a obtener mayor gloria que en todos los portentos que había llevado a cabo.

(B) Que Dios el Padre habría de ser glorificado también en esos padecimientos, ya que la muerte expiatoria de Cristo iba a satisfacer cumplidamente las demandas de la santidad y de la misericordia de Dios. Dios es Amor (1Jn 4:8, 1Jn 4:16), y precisamente en la muerte de Cristo es donde mejor se mostró el amor de Dios hacia nosotros (Jua 3:16; Rom 5:8; 1Jn 4:9-10).

(C) Que, después de esos padecimientos, sería todavía glorificado más altamente por el Padre, ya que el Padre habrá sido glorificado por medio de dichos padecimientos: «Si Dios ha sido glorificado en Él (el Hijo del Hombre), Dios también le glorificará en sí mismo (Jua 17:5), y enseguida le glorificará» (v. Jua 13:32). Vemos:

(a) Que Cristo está seguro de que el Padre le glorificará. El mundo y el mismo Infierno se han conjurado para vilipendiar a Jesús, pero el Padre ha resuelto glorificarle. Lo glorificará en medio de los padecimientos mismos mediante los portentos que va a obrar en la naturaleza cuando Cristo esté muriendo y después que haya expirado, así como mediante la confesión de los propios verdugos, quienes se verán obligados a reconocer que este crucificado era el Hijo de Dios.

(b) Que el Padre le glorificará en sí mismo. Así como Cristo da al Padre suma gloria por medio de su perfecta obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, así también el Padre a su vez, glorificará a Jesús en su propio seno (Jua 1:18; Jua 17:5). El Padre y el Hijo no se glorifican a sí mismos, sino el uno al otro recíprocamente, de la misma manera que no existen para sí mismos, sino el uno para el otro (y ambos para el Espíritu Santo, y recíprocamente el Espíritu para ellos), ya que en Dios, dentro de la unidad de esencia (Jua 10:30), hay tres personas distintas; y estas personas se distinguen entre sí por lo mismo que las constituye (por decirlo de alguna manera) como personas: por la entrega total de cada una a las otras dos. Por eso, la gloria del Padre se refleja en el Hijo, del mismo modo que la gloria del Hijo se refleja en el Padre.

(c) Que le glorificará enseguida. Cristo tenía ante su vista el gozo y la gloria que la muerte en cruz le reportaría (Heb 12:2), y veía todo ello, no sólo como cosa elevada, sino también cercana. Los buenos servicios que son prestados a los reyes y príncipes de este mundo quedan, con frecuencia, sin recompensa por largo tiempo; pero Dios es muy puntual en sus honores y galardones y va a glorificar a Jesús enseguida.

(d) Que todo esto se llevará a cabo en consideración a la gloria que el Padre va a recibir mediante la muerte y los padecimientos de Cristo: «Si Dios fue glorificado (lit.) en Él …», de igual manera le glorificará a Él. Quienes toman a pechos hacerlo todo para la gloria de Dios, no cabe duda de que serán dichosos en todo lo que hagan, pues serán glorificados en todo con Él (v. 1Co 10:31; Col 3:17; 1Pe 4:11).

2. También hay en las palabras de Cristo una nota de advertencia para despertar a sus discípulos de su insensatez y tardanza de corazón para entender lo que estaba profetizado de Él en la Escritura (v. Luc 24:25-26). Por eso les dice: «Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: Adonde yo voy, vosotros no podéis ir» (v. Jua 13:33). Dos advertencias serias hallamos en estas frases de Jesús:

(A) Que le queda poco tiempo de estar con ellos en este mundo. Esta triste noticia va precedida de una expresión rebosante de ternura paternal: «Hijitos míos». Esta es la única vez que el vocablo «hijitos» sale en los Evangelios, pero al discípulo amado se le debió de quedar tan grabado en la memoria, que las otras siete veces que el vocablo sale en el resto del Nuevo Testamento, todos proceden de la pluma de Juan (1Jn 2:1, 1Jn 2:12, 1Jn 2:28; 1Jn 3:7, 1Jn 3:18; 1Jn 4:4, 1Jn 5:21). Cristo expresa así, con este diminutivo, que los discípulos son aún inmaduros, pero le son muy amados, como hijos pequeños. Les dice, a renglón seguido, que es poco el tiempo que le queda de estar con ellos; por consiguiente, deben estar sumamente atentos a lo que les va a decir en estas últimas horas. De aquí hemos de aprender a sacar el mayor provecho de las oportunidades que se presentan raras veces o por poco tiempo. Es cierto que les convenía que Él se fuera para enviarles el Paráclito (Jua 16:7), pero la presencia del Consolador no sería para ellos una satisfacción tan visible, audible y palpable como había sido la presencia física de Cristo (v. 1Jn 1:1-3). No han de pensar que esta presencia les va a durar mucho, sino que van a tener que acostumbrarse a vivir sin ella; no van a ser siempre niñitos, sino que han de aprender a echar a andar solos, sin ayuda de la niñera. (V. también Jua 7:33; Jua 8:21; Jua 12:35; Jua 14:19; Jua 16:16-20).

(B) Que no les va a ser fácil seguirle hasta el otro mundo. Lo que antes les había dicho a los judíos (Jua 7:34), se lo decía también a ellos, aunque con un final diferente. Cristo les dice aquí:

(a) Que cuando Él se haya marchado, le echarán en falta: «Me buscaréis». Las mejores cosas se estiman más, precisamente cuando nos faltan. Es de notar que a los discípulos les dice Jesús: «Me buscaréis», pero no añade lo que les había dicho a los judíos en Jua 7:34: «y no me hallaréis»; los discípulos no le buscarían en vano pues iban a tener algo, en realidad, mejor que la presencia física de Jesús.

(b) Que adonde Él iba, ellos no podían ir de momento, sino sólo después de la muerte (v. Jua 13:36). No podían seguirle ahora hasta la cruz, porque les faltaba el conocimiento, la bravura y la resolución para ello. Pero, como dice luego a Pedro, le seguirán más tarde. También ellos irán un día al Padre; y ésta es la gran diferencia entre ellos y los judíos de Jua 7:34. Éstos jamás irán al Padre, puesto que morirán en sus pecados (Jua 8:21, Jua 8:24).

II. Con todo, aunque los discípulos no podrán por ahora gozarse con la presencia corporal de Jesús, todavía podrán disfrutar de la comunión unos con otros mediante el amor mutuo en la armonía del consenso común en el acuerdo y en la plegaria, por medio de lo cual Cristo estará espiritualmente en medio de ellos (Mat 18:19-20). De ahí que el Maestro pasa a continuación a instruirles sobre el nuevo y gran mandamiento del amor fraternal (vv. Jua 13:34-35). Ahora que el Maestro se va, han de fortalecerse mutuamente las manos por medio del amor fraternal; Jesús emplea tres argumentos para incitarles a este amor mutuo:

1. El mandato del propio Maestro: «Un mandamiento nuevo os doy» (v. Jua 13:34). En griego hay dos adjetivos que significan «nuevo»: neós, que indica algo reciente que no ha existido antes; comporta, pues, la idea de tiempo; el otro es kainós, que significa algo que, aunque haya existido antes en alguna forma, adquiere ahora una mejor condición, una «renovación» (v. Rom 12:2, donde sale un vocablo similar); comporta así la idea de forma o calidad, como observa Trenchard. Este segundo adjetivo («kainén», por ser femenino el nombre al que afecta) es el que Juan usa aquí. En efecto, el mandamiento de amar al prójimo no era «reciente», sino muy antiguo (v. Lev 19:18; Pro 20:22; Pro 24:29; Mar 12:29, Mar 12:31), pero necesitaba una renovación por haber sido corrompido en su expresión (v. Mat 5:43 con la espuria añadidura de «y aborrecerás a tu enemigo») y violado en la práctica (v. p. ej., Jua 8:42). Necesitaba, por tanto, ser corregido y adornado como se hace con una nueva edición, corregida y aumentada, de un viejo libro al que se le cayeron las tapas y hasta le van faltando hojas. Jesús lo renueva ahora dándole una fuerza con la que no va a necesitar de ulterior corrección; durará por toda la eternidad, incluso cuando la fe y la esperanza, que ahora permanecen (1Co 13:13) hayan pasado para dar lugar a la vista (2Co 5:6-8) y a la posesión (Rom 8:24). Este mandamiento de Cristo es nuevo en su formulación, ya que antes era: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», pero ahora es: «Que os améis unos a otros», con lo que el vínculo del amor queda religado con el mutuo deber de una correspondencia recíproca.

2. El ejemplo mismo del Salvador: «Como yo os he amado, que también os améis unos a otros». Esto es lo que presta mayor novedad a este mandamiento, ya que el mandamiento antiguo de amar al prójimo como a sí mismo era vulnerable desde dos flancos: (A) desde su nivel meramente humano: como un hombre ama a otro hombre; (B) desde su misma condición precaria pues estribaba en una base propicia al desfonde, ya que ¿cómo podrá amar rectamente al prójimo como a sí mismo alguien que no se ama a sí mismo como debe? En cambio, Cristo nos manda ahora amarnos los unos a los otros «¡como Él nos amó!» ¿Quién podrá llegar a este amor de cuatro dimensiones «que sobrepasa a todo conocimiento»? (v. Efe 3:18-19). Cristo amó hasta el extremo (v. Jua 13:1), al dar la vida por sus ovejas (Jua 10:11, Jua 10:15). «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Jua 15:13); sobre todo, cuando pone su vida para convertir en amigos a los que eran sus enemigos (v. Rom 5:6-11). Éste es un nivel de amor al que ningún creyente, por santo que sea, puede llegar; y precisamente porque es un nivel inalcanzable, nunca podemos estar satisfechos de haberlo ya conseguido, con lo que el precepto de Cristo nos presenta siempre nuevas demandas. Es, pues, un mandamiento nuevo en intensidad, profundidad y motivación. El ejemplo de Cristo nos obliga a dar incluso la vida por nuestros hermanos (v. 1Jn 3:16-18). Y, si «la vida de la carne en la sangre está» (Lev 17:11), ¿quién se atreverá a tener por antibíblica la transfusión de sangre?

3. La buena reputación de nuestra profesión cristiana: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor unos con los otros» (v. Jua 13:35). Hemos de tener amor; no sólo manifestarlo, sino tenerlo en la raíz del corazón y en el hábito de la conducta, así lo tendremos presto a obrar. El amor fraternal es el emblema de los discípulos de Cristo; es la librea de la familia y, por eso, Jesús quiere que se distingan por ella como por algo en que superan a todos los demás. Por este amor generoso en el que uno se olvida de sí mismo para interesarse por los demás, es por lo que el Maestro se distinguió especialmente; y, por consiguiente, cuando se ve a una persona que muestra hacia su prójimo un afecto, un amor y una compasión superiores a lo corriente, hay motivo para decir: «de seguro es un discípulo de Cristo; ha estado con Jesús». En Hch 4:32 (lit.) leemos: «Uno solo era el corazón y el alma de la multitud de los creyentes». Esto era lo que, según Tertuliano, admiraba a los paganos y les hacía exclamar: «¡Mirad cómo se aman los cristianos, y cómo están dispuestos a morir unos por otros!» El corazón del Señor tenía gran interés en que los suyos se distinguieran por esto; su amor había de ser singular, es decir, peculiar de todo creyente. Mientras que la forma en que los mundanos se comportan de ordinario es que «todos buscan lo suyo propio» (Flp 2:21 ¡creyentes! comp. con 1Co 10:24; 1Co 13:5; 2Co 12:14; Flp 4:17; 1Ts 2:3-9), mientras que los discípulos de Cristo deben distinguirse en «servirse los unos a los otros por medio del amor» (Gál 5:13) y «sobrellevar los unos las cargas de los otros» (Gál 6:2). Nótese que no dice Jesús: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos si predicáis buenos mensajes, si obráis milagros, si expulsáis demonios, etc.», puesto que todas esas actividades pueden llevarse a cabo sin amor, con lo que a una persona no le sirven para nada, ni esa persona sirve para nada e, incluso, ella misma es nada (1Co 13:1-3). Si los seguidores de Cristo no se aman mutuamente, están dando motivo para sospechar de su sinceridad. Cuando nuestros hermanos se hallan en necesidad de ayuda, y aunque a veces no nos traten como es debido, o aun sean nuestros oponentes y enemigos (con lo que nos darán la oportunidad de ejercitar el perdón), en tales casos es cuando se conocerá si llevamos o no el emblema de los discípulos de Cristo.

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