Juan 17:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La siguiente petición de Jesucristo a favor de sus discípulos es que sean santificados; que no sólo sean preservados del mal, sino también guardados en el bien.

I. La petición es: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (v. Jua 17:17). Cristo desea que sean santificados:

1. Como cristianos (v. 1Ts 5:23).

(A) La gracia que Cristo les desea es la santificación: «Padre santifícalos». Como si dijese: «Confirma en ellos la obra de la santificación; asegura en ellos las buenas resoluciones. Haz que perseveren en las buenas obras, y que su luz brille más y más; que sea completa tu obra en ellos, y avancen en santidad hasta el final». No podrá reconocerlos por suyos sin avergonzarse, ya sea ahora o después de la muerte, ni presentarlos al Padre, si no han sido santificados. Los que, por pura gracia, han sido santificados al ser separados del mundo y dedicados a Dios, tienen necesidad de ser santificados más y más. No avanzar equivale a retroceder: «El que es santo, santifíquese todavía» (Apo 22:11). Dios es el que santifica, así como el que justifica.

(B) El medio para conferir esta gracia de la santificación: «en tu verdad; tu palabra es verdad» (comp. con Sal 119:9). La divina revelación según la hallamos en las Escrituras no sólo es sumamente acrisolada (Sal 119:140), pura y sin mezcla alguna, sino también verdad entera y eterna (Sal 119:142, Sal 119:144), sin defecto ni caducidad. Esta palabra de verdad debe ser el ordinario medio exterior de nuestra santificación, porque ella es la semilla del nuevo nacimiento (1Pe 1:23) y el alimento de la nueva vida (1Pe 2:2).

2. Como ministros de Dios: «Santifícalos; haz que su llamamiento al apostolado sea ratificado en el cielo. Cualifícalos, con gracias abundantes y dones convenientes, para el ministerio; sepáralos para tan elevado oficio. Yo los llamé y ellos accedieron a seguirme; ahora, Padre, di Amén a esto; reconócelos como tuyos para el ministerio; que tu mano esté sobre ellos a lo largo del desempeño de su función; santifícalos en tu verdad, para que sean predicadores de tu verdad en el mundo». Jesucristo intercede, con un interés especial, por sus ministros y encomienda al Padre a los que han de ser luminares (Flp 2:15) de primera magnitud en este mundo de tinieblas. La mejor cosa que puede pedirse a Dios en favor de los ministros del Evangelio es que sean santificados y enteramente dedicados al Señor, de forma que tengan experiencia personal de la influencia de la Palabra de Dios en su corazón, a fin de que así puedan predicarla a otros con poder.

II. A continuación, hallamos dos apelaciones que Cristo presenta a fin de corroborar la petición que hace al Padre:

1. La misión que habían recibido de Él: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo» (v. Jua 17:18).

(A) Cristo habla aquí de su propia misión con toda seguridad: «Tú me enviaste al mundo». Fue enviado por el Padre para decir lo que dijo, para hacer lo que hizo y para ser lo que fue para todos los que creyeron en Él.

(B) Cristo habla también de la comisión que Él da a sus discípulos: «Así yo los he enviado al mundo». Los envía a predicar la misma doctrina que Él predicó, con una comisión semejante a la que Él recibió (v. Jua 20:21), con lo que rinde gran honor al ministerio que les encomienda, pues pone de manifiesto la estrecha afinidad entre el oficio del Mediador y el de los ministros de la reconciliación (v. 2Co 5:18-20). La diferencia está en que Él fue enviado como Hijo, ellos como siervos (comp. con Heb 3:5-6). Jesús siente gran preocupación por ellos, porque él mismo los había puesto en un oficio difícil, que requería grandes cualidades para desempeñarlo dignamente. Pero pueden tener el consuelo de que, si Cristo los ha puesto allí, Él les sostendrá de pie. Cuando Él nos encarga alguna tarea, también nos cualifica para ella y nos sostiene durante todo el tiempo en que la llevamos a cabo. Jesús los encomienda al Padre, porque estaba sumamente interesado en la causa de ellos, ya que era continuación de la misión que Él mismo había recibido del Padre. El Padre le santificó a Él cuando le envió al mundo (Jua 10:36). Ahora pide al Padre que los santifique también a ellos, ya que también son enviados al mundo.

2. La obra que a favor de ellos llevaba Él a cabo: «Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos estén santificados en la verdad» (v. Jua 17:19). Aunque el verbo es el mismo en las dos frases del versículo, el sentido es diferente:

(A) Jesucristo fue santificado (en este contexto) no porque estuviese falto de la perfección espiritual conveniente, sino en el sentido de ser consumado, por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario, como autor de la salvación (Heb 2:10; Heb 5:9; Heb 9:14). A esto apela ante el Padre, puesto que su intercesión tiene su eficacia en virtud de la satisfacción que su obra expiatoria llevó a cabo.

(B) Los discípulos son santificados en la verdad, no sólo porque han sido limpiados con la palabra de verdad (Jua 15:3), sino también porque han sido separados, a fin de ser dedicados en verdad, no en el exterior y por medio de ceremonias, a Dios con el objetivo de proclamar a todo el mundo la verdad del Evangelio; para que sean cualificados para el ministerio y aceptos a Dios. El oficio del ministro de Dios es fruto del rescate ofrecido por medio del derramamiento de la sangre del Cordero inmaculado (v. 1Pe 1:19), y uno de los frutos benditos de la obra del Calvario. En general, la verdadera santidad de todos los creyentes genuinos es fruto de la muerte de Jesucristo, quien se entregó a sí mismo por su Iglesia para santificarla y presentarla Él a sí mismo en el último día como una Iglesia gloriosa (Efe 5:25-27). En este mundo, es todavía la «Iglesia de la Cruz»; cuando Cristo venga a recogerla, será la «Iglesia de la luz». Quien designó el fin, designó también los medios; han de ser santificados, y lo han de ser en verdad y con la verdad. La palabra de la verdad adquiere así su poder santificador en virtud de la muerte de Cristo. Cristo ora por esto, por cuanto «ésta es la voluntad de Dios: nuestra santificación» (1Ts 4:3). Con ello nos anima a que también nosotros oremos por nuestra santificación.

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