Juan 17:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de orar por sí mismo en la forma que hemos comentado en los versículos anteriores, Jesús pasa ahora a orar por los suyos. Veamos:

I. Por quiénes no oró: «No ruego por el mundo» (v. Jua 17:9). No excluye aquí al mundo de la humanidad en general, pues en el versículo Jua 17:21 ora «para que el mundo crea que tú me enviaste», sino por el mundo de la maldad satánica, antievangélica y anticristiana. Si tomamos el «mundo» como si fuera un montón de trigo sin aventar, recién trillado en la era, Dios lo ama, Cristo ora por Él y muere por Él, puesto que hay bendición en medio de Él. Pero si tomamos el «mundo» por la paja que queda después de aventar la mies y separar el trigo de la paja, en tal caso Jesús no ora por eso, sin excluirles de las bendiciones comunes a todos (v. Mat 5:45; Hch 14:17), Jesús no tiene para ellos el mismo deseo que para los suyos, en favor de quienes eleva esta oración; por eso, no dice: «ruego contra el mundo», sino: «no ruego por el mundo» (v. una diferencia semejante en 1Jn 5:16, donde no hallamos: «yo digo que no se pida», sino: «yo no digo que se pida»). Nosotros, al no saber quiénes son escogidos y quiénes no lo son, debemos orar por todos los hombres (1Ti 2:1, 1Ti 2:4). Mientras hay vida, hay esperanza y, por tanto, lugar para entrar en nuestras oraciones.

II. Por quiénes oró: Por los que «le habían sido dados», es decir, por los que habían recibido, o habían de recibir, su palabra y poner fe en ella (v. Heb 4:2). En primer lugar, por los que estaban presentes (vv. Jua 17:6, Jua 17:8); en segundo lugar, también «por los que habían de creer en Él por la palabra de ellos» (v. Jua 17:20). Hendriksen hace notar que el mismo Jesús que hacía pocos momentos al dirigirse a los discípulos, había puesto de relieve la debilidad de la fe de ellos (Jua 16:31, Jua 16:32), al dirigirse ahora al Padre, no hace ninguna mención de tal imperfección.

III. Qué instancias alega al orar por ellos. Cinco son las que aquí aparecen:

1. El encargo que había recibido concerniente a ellos: «Tuyos eran y me los diste» (v. Jua 17:6); de nuevo, en el versículo Jua 17:9: «Yo ruego por … los que me diste, porque tuyos son». Como ya hemos repetido, esto tenía una aplicación muy especial a los discípulos allí presentes, puesto que ellos le habían sido dados por el Padre a fin de que fuesen los primeros predicadores del Evangelio, y sobre ellos fuese plantada la Iglesia (Efe 2:20-21). Cuando lo dejaron todo para seguir a Jesús, se pudo vislumbrar la secreta fuente de tan extraña resolución; pero todavía se vio mejor cuando le dejaron después a Él en el huerto de Getsemaní, por miedo a verse involucrados en los padecimientos de Él; «le habían sido dados a Él»; de no ser así, nunca se habrían dado ellos a sí mismos. El apostolado y el ministerio, que son regalo de Cristo a su Iglesia (v. Efe 4:11), fueron primero el regalo del Padre a Jesús. Cristo recibió estos dones a favor de los hombres, para poder darlos también a los hombres (comp. Heb 5:1 con Efe 4:8). Esto carga con una tremenda obligación a los ministros del Evangelio, pues deben dedicarse por completo al servicio de Cristo ya que han sido dados a Él pero tiene aplicación a todos los creyentes, porque también de ellos se dice que han sido dados a Jesucristo (v. Jua 6:37, Jua 6:39).

(A) El Padre tenía autoridad para darlos: «Tuyos eran» (v. Jua 17:6); «tuyos son» (v. Jua 17:9). Son del Padre por tres motivos: (a) Por derecho de creación; el ser entero de todos ellos había sido creado por Dios.

(b) Por derecho de redención; eran criminales, y el ser entero de ellos había sido entregado al diablo; pero constituían un remanente de la humanidad perdida, que había sido entregada a Cristo para que los redimiera, y hacer así que quienes podían haber sido sacrificados a la justicia de Dios, llegasen a ser monumentos de su misericordia. (c) Por derecho de elección; habían sido escogidos y puestos aparte por Dios. En esto insiste en el versículo siguiente: «Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti» (v. Jua 17:7). Como si dijera: «Proceden enteramente de ti; tú me los has dado y, por eso, yo ahora te los devuelvo redimidos para que sean tuyos enteramente, para tu servicio y gloria».

(B) El Padre los dio al Hijo como ovejas al pastor para que los guardara; como pacientes al médico para que los curara; y como niños al maestro para que los educara. Fueron entregados a Cristo a fin de que la elección de ellos, por gracia, no quedara frustrada; para que ninguno de ellos, ni uno siquiera, se perdiese (v. Jua 17:11); para que la empresa que Cristo llevaba entre manos no fracasara: «Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho» (Isa 53:11).

2. El cuidado y la solicitud que había tenido con ellos para enseñarles: «he manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste» (v. Jua 17:6); porque les he dado las palabras que me diste» (v. Jua 17:8). Obsérvese aquí el elevado designio de las enseñanzas de Cristo que era manifestar el nombre de Dios, declarar el verdadero carácter de Dios, a fin de que fuese más amado y mejor adorado. Esta fue una tarea que Cristo desempeñó con toda fidelidad, como puede verse por la identidad de su doctrina, con las instrucciones que había recibido del Padre (Jua 3:34; Jua 5:19; Jua 7:15, etc.). En esto fue un buen modelo para los ministros de Dios, quienes, al poner el mensaje del Evangelio en palabras, han de ser diligentes en trasladar fielmente a los oyentes las palabras que el Espíritu Santo enseña; no deben buscar su propia gloria, sino imitar a Jesús, quien no se buscó a sí mismo, sino que todo su afán fue manifestar el nombre de Dios y hacer que su Padre fuese engrandecido. Manifestar con toda precisión, claridad y exactitud el nombre de Dios a los hijos de los hombres es prerrogativa exclusiva de Cristo, porque sólo Él tenía con el Padre una comunión tan íntima como para poder descubrirnos plenamente los secretos de Dios (Jua 15:15); además, al ser hombre perfecto y al haber sido tentado en todo conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb 4:15), está en óptimas condiciones para tener acceso al espíritu del hombre y comprenderle bien. Los ministros de Cristo han de proclamar el nombre del Señor, pero sólo Jesucristo puede manifestarlo. Los ministros pueden comunicarnos las palabras de Dios, pero sólo Cristo puede ponerlas dentro de nosotros. Tarde o temprano, Jesucristo manifestará el nombre de Dios a todos los que le han sido dados.

3. El buen efecto que en los elegidos produjo el cuidado diligente que Cristo había ejercitado con ellos: «Han guardado tu palabra» (v. Jua 17:6); «han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti» (v. Jua 17:7); «les he dado las palabras que me diste; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste» (v. Jua 17:8). Vemos, pues:

(A) Qué éxito tuvo la doctrina de Cristo entre los que le fueron dados: Recibieron las palabras que Cristo les dio como el suelo recibe la semilla y como la tierra se bebe la lluvia. Y estas palabras les fueron implantadas, puesto que las guardaron y conformaron a ellas su vida, pues el mandamiento de Cristo sólo es guardado cuando es obedecido. Era menester, en efecto, que los discípulos guardasen bien las palabras de Cristo, pues habían de transmitirlas a todas las épocas y a todos los lugares del mundo. Por eso mismo las recibieron y las conocieron, las entendieron perfectamente, «todas las cosas» (vv. Jua 17:7-8). Todos los oficios y poderes de Cristo, todos los dones del Espíritu, todas las gracias y consuelos, procedían de Dios, destinadas por su beneplácito y selladas con su gracia para su gloria en la salvación del hombre. Podemos, pues, aventurar el destino de nuestra alma en las manos del Mediador que es Jesucristo-Hombre. Si la justicia ha sido designada por Dios, seremos justificados; y si la gracia es dispensada por Cristo seremos santificados. Y ellos, al recibir las palabras de Cristo y guardarlas han puesto sobre ellas el sello de confirmación: Han conocido verdaderamente que salí de ti» (v. Jua 17:8). Por aquí vemos en qué consiste el creer; es conocer con seguridad la verdad revelada y compenetrarse cordialmente con ella. Para conocer con seguridad no es menester conocer con evidencia, ya que andamos por fe, que es lo más seguro, no por vista, que es lo más claro (2Co 5:7). ¿Qué es lo que tenemos que creer? Que Jesucristo salió de Dios y fue enviado por el Padre. Por consiguiente, todas las enseñanzas de Cristo han de ser recibidas como verdades divinas, y todas sus promesas han de ser creídas como divinas seguridades.

(B) Cómo habla Jesucristo aquí de todo ello: Como de algo en lo que se complace. La firmeza con que los discípulos se adherían a Él, el progreso que hacían en su escuela y el conocimiento que al final habían alcanzado de Él, constituían su gozo. Cristo es un Maestro que se deleita en el progreso de sus alumnos. Acepta la sinceridad de la fe de ellos, sin tener en cuenta la debilidad de esa fe. Habla también como quien apela en favor de ellos ante su Padre, pues está orando por los que el Padre le ha dado; y apela también a la devoción de ellos, pues ellos se han dado también a sí mismos a Él. Quienes guardan la palabra de Cristo y creen en Él, no necesitan otra recomendación más que la suya, pues Él es quien los encomienda en las manos del Padre.

4. Apela también al interés que el Padre mismo tiene en ellos: «Yo ruego por ellos … por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío» (vv. Jua 17:9-10, comp. con Jua 16:15). Donde vemos:

(A) La apelación a favor de los discípulos: «Tuyos son». El hecho de que el Padre los entregara a Cristo, lejos de enajenarlos de la propiedad del Padre, era precisamente para que fueran más del Padre, pues Cristo nos redimió, no sólo para sí, sino para Dios. ¡Qué buena apelación es la que Cristo hace aquí al decir: «Tuyos son»! Nosotros podemos hacerla nuestra y decirle a Dios: ¡«Tuyo soy, sálvame!» o, mejor, con Teresa de Avila:

«Vuestra soy, pues me criastes, vuestra, pues me redimistes, vuestra, pues que me sufristes, vuestra, pues que me llamastes, vuestra, pues que me esperastes, vuestra, pues no me perdí. ¿Qué mandáis hacer de mí?»

Pero no sólo hemos de pedir por nosotros, sino también por otros, diciéndole a nuestro Padre: «Ellos son tu pueblo; tuyos son. ¿No los preservarás, para que no sean derribados por el diablo y por el mundo? Puesto que son tuyos, ¡reconócelos por tuyos!»

(B) El fundamento en que se basa esta apelación de Jesús: «Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío» (v. Jua 17:10). Esto muestra, una vez más, que el Padre y el Hijo son uno en esencia y en interés. Lo que pertenece al Padre como a Creador, le pertenece a Jesús también: «Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre» (Mat 11:27). Nada se exceptúa sino: «Aquel que sometió a Él todas las cosas» (1Co 15:27). Y todo lo que Cristo tiene como Redentor está destinado a la gloria del Padre. Todos los frutos de la redención, comprados por la sangre de Jesús, son «para alabanza de la gloria de su gracia» (Efe 1:6). Por eso, añade: «Todo lo mío es tuyo». El Hijo no reconoce por suyo a ninguno que no esté dedicado al servicio de su Padre. En un sentido más limitado, todo creyente puede decir: «Todo lo tuyo es mío» (comp. con 1Co 3:22). Y, en un sentido ilimitado, todo verdadero creyente ha de decir: «Señor todo lo mío es tuyo; todo lo pongo a tus pies, a tu servicio. ¡Cuida de ello, Señor, porque todo es tuyo!»

5. Finalmente apela a la preocupación que tiene por ellos: «He sido glorificado en ellos» (v. Jua 17:10). El poco honor que el Señor tenía en este mundo, lo tenía entre sus discípulos, por eso ruega por ellos de un modo especial. Todavía había de ser más glorificado en ellos en el futuro, cuando marchasen por todo el mundo proclamando el mensaje del Evangelio. Así que viene a decir al Padre: «Yo he sido, soy y seré, glorificado en ellos; por lo tanto, me preocupo de ellos y te los encomiendo a ti, Padre, que has tomado a tu cargo glorificar a tu Hijo y que, por ello, cuidarás como a la niña de tus ojos aquellos en quienes yo he sido glorificado».

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