Juan 18:28 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Proceso de Jesús ante el tribunal de Pilato, el procurador romano. Esta parte de la prosecución de Cristo se llevó a cabo en el pretorio (v. Jua 18:28), donde se hallaba el salón del juicio, como se le llamaba. Allá lo llevaron a toda prisa, después del interrogatorio ante Caifás, del que Juan no hace mención, para que fuese condenado a muerte en el tribunal romano y ejecutado por mano de inicuos (Hch 2:23) es decir, de verdugos no pertenecientes al pueblo judío, el pueblo de los santos del Altísimo (v. Dan 7:18). Los enemigos de Jesús adoptaron este procedimiento: 1) A fin de que la ejecución de Cristo tuviese visos de legalidad; no como Esteban, que fue apedreado en abierta conculcación de la ley romana, por la que les estaba prohibido, desde fecha reciente, a los judíos ejecutar sentencia de muerte (v. Jua 18:31). 2) A fin de que su ejecución se llevase a cabo con toda tranquilidad. Si lograban del gobernador romano la sentencia de muerte contra Jesús disminuiría considerablemente el peligro de un tumulto entre el pueblo. 3) A fin de que fuese Jesús condenado a la muerte más afrentosa de todas, como era la muerte de cruz (nótese el énfasis en Flp 2:8). Al ser la más ignominiosa de las ejecuciones, querían estampar sobre la persona de Jesús el estigma más infamante. Por eso gritaban con insistencia ante el gobernador: «¡Crucifícale, crucifícale!» (p. ej., Jua 19:6, Jua 19:15). 4) Para que ellos mismos pudieran escudarse tras la decisión del poder romano. No era cosa muy digna condenar a muerte a quien había pasado haciendo el bien; por eso, deseaban cargar la responsabilidad, y el posible odio del pueblo, sobre el régimen romano. Así es como muchas personas sienten más temor de afrontar el escándalo del pecado que el pecado mismo. Dos detalles singulares son de notar en este versículo Jua 18:28:

Primero, que «era de madrugada», cuando la mayoría de la gente estaba todavía en la cama; en esto se echa de ver la cautela que adoptaban para llevarlo por las calles de la ciudad sin dar ocasión a ningún alboroto, y la prisa que tenían en que se le condenara cuanto antes para darse el gusto de verlo clavado en la cruz.

Segundo, la necia superstición y la vil hipocresía de los que maquinaban la muerte de Jesús, pues «ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua» (v. también el comentario a 19:14). Entrar simplemente en casa de un gentil era para ellos cosa contaminante (comp. con Hch 10:28; Hch 11:3). Temían una contaminación legal, pero no se preocupaban de la contaminación moral por el crimen que estaban llevando a cabo, una vez más, colaban el mosquito y se tragaban el camello (Mat 23:24). Al llegar a este punto, es preciso clarificar algo que ha llenado de contusión a numerosos comentaristas, haciéndoles desvariar con toda clase de extrañas opiniones. La opinión tradicional, bien respaldada por el relato de los evangelistas, es que Jesús y sus discípulos comieron la Pascua en la tarde del jueves, que Jesús fue arrestado en aquella misma noche y que, tras el complicado, pero rápido, proceso, fue sentenciado a muerte a la mañana siguiente y crucificado hacia el mediodía del viernes, y murió y fue sepultado antes de que se pusiera el sol. La dificultad aludida se halla en que el versículo Jua 18:28, al final, da a entender que los enemigos de Jesús pensaban comer la Pascua el viernes. ¿Es que hay varios días disponibles para comer la citada Pascua? ¿Se adelantó Jesús, con los suyos, a comerla antes, puesto que había de morir al día siguiente? ¿No habla Jua 19:14 de que ese día, el viernes, «era la preparación de la Pascua»? ¿Era, pues, el sábado el día verdaderamente señalado para ello? El excelente comentarista del Evangelio de Juan, W. Hendriksen, adopta la opinión del Dr. Mulder al respecto, de la que afirma: «Los artículos del Dr. Mulder deberían ser traducidos al inglés. Yo no he hallado en ninguna otra parte una mejor defensa de este punto de vista». Después de exponer y pesar cuidadosamente todos los argumentos en favor y en contra, concluye Hendriksen de la manera siguiente: «En pocas palabras, según el Dr. Mulder, el texto da a entender simplemente que los miembros del Sanedrín habían estado ocupados en el arresto y procesamiento de Jesús de tal manera que no habían tenido tiempo para celebrar la cena pascual. Durante toda la tarde del jueves habían estado esperando a que llegase Judas, pues no sabían a ciencia cierta a qué hora llegaría éste. (Tampoco Judas sabía de antemano dónde iba a celebrar Jesús la cena pascual con sus discípulos.) Los miembros del Sanedrín tenían que estar listos y necesitaban tomar parte también en el arresto, al menos como espectadores (v. Luc 22:53). Luego vino el comienzo del proceso por la noche. Todo esto se llevó tiempo, mucho tiempo. De ahí que llegaran a convencerse de que, en interés del objetivo que para ellos era el que realmente importaba, a saber, quitarse de en medio a Jesús versículo Jua 11:5 , todo lo demás, incluida la cena pascual, podían demorarlo. Por eso, cuando muy de madrugada llevaron a Jesús ante Pilato, no habían celebrado todavía la cena pascual … Una vez que Jesús estuviese clavado en la cruz (y se burlasen de Él), ya podían irse a casa a comer el cordero». Es cierto, y Hendriksen lo admite, que esta solución suscita algunas objeciones, como: ¿No pudieron comer la Pascua antes del arresto de Jesús? ¿Cómo se atrevieron estos legalistas a traer sobre su cabeza una maldición por ocuparse durante toda aquella noche del jueves en actividades que nada tenían que ver con la celebración de la Pascua? De todos modos, su enemiga contra Jesús y la oportunidad única de darle muerte, ante el ofrecimiento de Judas quien podría echarse atrás a última hora, pueden darnos la explicación de que se saltaran todos los demás escrúpulos legales que, en otras circunstancias, les habrían impedido obrar de aquella manera en cuanto a la celebración de la Pascua. El punto principal, al cual hemos de asirnos con toda firmeza es que no hay en el texto sagrado absolutamente nada que pueda sugerir la más remota contradicción entre el relato de Juan y el de los otros evangelistas. Una vez desbrozado este delicado punto preliminar, podemos pasar ya al estudio de la presente porción:

I. Diálogo de Pilato con los demandantes del proceso. Fueron ellos los interrogados por Pilato, a lo que respondieron lo que tenían que decir contra el preso (vv. Jua 18:29-32).

1. El procurador romano les hizo llamar para que expusieran el caso. Como ellos no querían entrar en el pretorio, salió Pilato a recibirles: «Entonces salió Pilato a ellos y les dijo: Qué acusación traéis contra este hombre?» (v. Jua 18:29). Tres detalles hallamos aquí que dicen algo a favor de Pilato: (A) Su diligencia en iniciar el proceso. Quienes se hallan constituidos en autoridad no deben demorar sus tareas ni ser perezosos en llevarlas a cabo. (B) Su condescendencia a salir al encuentro de quienes no consideraban el pretorio como un lugar digno de ser visitado por ellos. Pilato podía haber dicho: «¡Está bien! Si ellos no condescienden a entrar, que se marchen por donde vinieron»; pero Pilato no se muestra puntilloso a este respecto, sino que sale al encuentro de ellos. (C) Su noción de las justas normas legales, al demandar el cargo del que se acusaba al reo: «¡Qué acusación traéis contra este hombre?» Como si dijera: «¿cuál es el crimen de que le acusáis, y qué pruebas tenéis de ello?»

2. Los demandantes exigen a Pilato que dicte sentencia contra Jesús bajo el cargo general de que es un malhechor: «Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado» (v. Jua 18:30). Estas palabras muestran: (A) La incalificable descortesía de estos hombres al dirigirse de esta manera al gobernador. Éste había hecho la pregunta de la manera más cortés y razonable que podía hacerse; pero, aun en el caso de que Pilato hubiese preguntado de forma incorrecta, no habrían podido ellos responder con mayor desdén. (B) La villana y prejuzgada acusación contra el Señor Jesús. Asumen, sin más, que es un malhechor aquel mismo reo de quien Pilato habrá de confesar que es inocente. Dicen de Él que es un malhechor, cuando todos sabían que había pasado haciendo el bien (Hch 10:38). No es cosa nueva que los mayores bienhechores sean señalados y perseguidos como si fueran los peores malhechores. (C) El desmedido orgullo y la alta opinión que tenían de sí mismos, al pensar que no había otro criterio de juicio y de justicia superior al de ellos mismos.

3. Al oír esto, el procurador les concede que le juzguen ellos mismos: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley» (v. Jua 18:31). Hay quienes piensan que Pilato, con estas palabras, quiso darles una satisfacción, al reconocer el poder que todavía les quedaba y permitiéndoles que lo ejercieran según su criterio. Sin embargo, lo más probable es que Pilato, al no tener conocimiento de ninguna actividad peligrosa y notoria de Jesús, pensase que se trataba de alguna minucia contra la ley de Moisés y que los demandantes no pretendían que se dictase contra Jesús sentencia de muerte, sino alguna pena inferior, con lo que no había necesidad de llevarle a él el caso e incomodarle en días en que su atención debía centrarse en detalles más importantes.

4. La respuesta de Pilato daba a entender que, cualquiera que fuese la acusación que presentasen contra Jesús, ellos mismos podían juzgarle y sentenciarle según lo pidiera el delito que le imputaban. Que así lo entendieron se demuestra por la forma en que replican al gobernador: «Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie» (v. Jua 18:31). Con estas palabras, los jefes judíos se veían obligados a confesar que su país había dejado de ser una nación independiente y que había sido quitado el cetro de Judá, de acuerdo con la profecía de Jacob (Gén 49:10). Podían dictaminar una sentencia de muerte, pero carecían de autoridad para ejecutarla. Una vez más hemos de admirar aquí los designios de la Providencia y la evidente inspiración de las Escrituras, al predecir que al Mesías no se le había de quebrantar ningún hueso por ser el verdadero Cordero Pascual (v. Éxo 12:46; comp. con Jua 19:36), y que no había de ser muerto a pedradas, con lo que se le habrían quebrado los huesos, sino crucificado según la profecía de David en el Sal 22:16. No cabía fraude en el cumplimiento de esta profecía, puesto que sólo hacía muy pocos años que les había sido quitado a los judíos este poder ejecutivo; y, por otra parte, ni los romanos, por supuesto, ni los mismos judíos estaban dispuestos a aceptar que el Mesías hubiera de morir, y precisamente de muerte en cruz. Los judíos estaban, por cierto, muy satisfechos con que, de cumplirse la sentencia de muerte contra Jesús, no sólo se le infligiera la muerte más horrible e ignominiosa, sino de que fuese así quitado literalmente de la tierra al ser levantado en la cruz. No se percataban de que eso era también precisamente lo que Jesús deseaba (Jua 3:14; Jua 8:28; Jua 12:32), aunque por razones muy diferentes, como ya hemos explicado en los respectivos lugares.

5. Con ello, se iba a cumplir la predicción del propio Jesús: «Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir» (v. Jua 18:32). Incluso los que habían resuelto acabar con Jesús iban a servir de meros instrumentos para llevar a cabo el plan que Dios tenía previsto y determinado desde toda la eternidad para la redención de la humanidad pecadora (v. Hch 2:23). En realidad, dos fueron las frases de Jesús que habían de tener cumplimiento al declinar los judíos el juzgarle según la ley de Moisés: (A) El que había de ser entregado a los gentiles para que éstos le diesen muerte (v. Mat 20:19; Mar 10:33; Luc 18:32-33). (B) Que había de ser crucificado (Mat 20:19; Mat 26:2), levantado en alto (como ya hemos indicado, según las expresiones ya citadas de Jua 3:14; Jua 8:28 y Jua 12:32). Era, pues, necesario, como ya hemos dicho, que fuese ejecutado conforme al estilo usado por los romanos. Así como el régimen romano había intervenido para que Cristo naciese en Belén, de acuerdo con las Escrituras, así también iba a intervenir para que muriese en la Cruz, de acuerdo siempre con las Escrituras. Pablo hará notar, en Gál 3:13, que de este modo «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición por nosotros, porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero» (comp. con Deu 21:23, donde el contexto anterior se presta a sabrosas consideraciones, cuando se compara con Luc 15:22.).

II. A continuación, el evangelista nos refiere la conversación que Pilato sostuvo con Jesús (vv. Jua 18:33.).

1. Vemos, pues, al reo frente por frente del juez romano. Después de la conversación con los jefes religiosos judíos, la cual se llevó a cabo en la puerta del pretorio, Pilato se retiró al interior y mandó que le fuese llevado el reo. Así comenzó el juicio contra el Señor, a fin de que nosotros pudiésemos quedar libres del juicio de Dios (v. Jua 5:24, donde el texto original dice literalmente: «y no viene a juicio»).

2. Comienza el interrogatorio de Pilato a Jesús. Los otros evangelistas nos refieren que los acusadores de Jesús habían dicho a Pilato que este hombre «había sido hallado pervirtiendo a la nación, prohibiendo dar tributo a César y diciendo que Él mismo era Cristo rey» (Luc 23:2). Así se explica la forma en que el procurador romano inicia la investigación directa del reo.

(A) Le hace una pregunta con la que pueda quedar en claro si es cierta la acusación que contra él presentan los judíos: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (v. Jua 18:33, comp. con Mat 27:11; Mar 15:2; Luc 23:3). Hay quienes opinan, de acuerdo con el rumor recogido por Suetonio, que por este tiempo prevalecía en el Oriente una especie de mito legendario de que había de levantarse de entre los judíos un rey poderosísimo que habría de hacerse con el dominio del mundo entero. En realidad, esto no era ninguna leyenda, sino una tradición basada en las profecías del Antiguo Testamento. Según esto, dicho rumor habría llegado a los oídos de Pilato, quien sentiría curiosidad por averiguar qué había de cierto o de legendario en esto. Sea de esta opinión lo que sea, parece claro que la pregunta del gobernador va marcada por un tinte de escepticismo ante la presencia de un hombre de humilde apariencia y completamente indefenso, de quien no podía esperarse ninguna pretensión de regios poderes. Por otra parte si tales eran sus pretensiones era muy extraño que los propios judíos quisieran acabar con Él (nótese lo de Jua 19:15: «¿A vuestro Rey he de crucificar?»). Por consiguiente, las palabras de Pilato vienen a decir: «¿Cómo? ¿Un rey, tú? ¿Y rey precisamente de estos judíos que te persiguen a muerte y te traen a mi tribunal para que te condene a ser crucificado?» Puesto que no podía creer a sus acusadores, Pilato quiere que el propio Jesús confirme o niegue el cargo que se le hace, para proceder de acuerdo con la confesión del mismo reo.

(B) Cristo responde a Pilato dirigiéndole a su vez una pregunta, para que el gobernador diga cuál es su fuente de información o qué noción se ha formado él mismo acerca del carácter de Jesús: «Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?» (v. Jua 18:34). Como hace notar Hendriksen, la respuesta de Cristo no puede ser más apropiada, puesto que Pilato no habría entendido la respuesta en el caso de que Jesús hubiera dicho que sí pues podía interpretarse que estaba dispuesto a hacerse inmediatamente con el poder político del país, lo que no era cierto, ni en el caso de que hubiera dicho que no, puesto que Jesús no podía negar en redondo que Él era el rey de Israel, como se verá más adelante en el decurso de la conversación (v. Jua 18:37). Si la fuente de información de Pilato eran los mismos judíos, podría haber respondido que no era cierto, pero si era una noción que Pilato mismo se había formado, no lo podía negar sin más. Por consiguiente, la respuesta de Jesús dejó abierta la puerta al diálogo, al mismo tiempo que mostraba, como en otras ocasiones, su divina sabiduría. Consideremos por un momento. (a) Que Pilato estaba obligado por su oficio a mirar por los intereses del emperador romano, pero no podía ver, por cosa alguna que el Señor hubiese dicho o hecho, que tales intereses estuviesen en peligro o fuesen a sufrir ningún daño con la actuación del Salvador. (b) Jesús podía haber dicho a Pilato que quienes le acusaban de querer hacerse rey eran, en realidad, los verdaderos enemigos del Imperio. Si Pilato hubiese llevado más lejos su investigación, podría haber llegado a la conclusión de que la verdadera razón, o, al menos, una de las razones de más peso en esta enemiga contra Jesús, era que el Señor se había negado a establecer un reino temporal en oposición directa al poder romano (v., p. ej., Jua 6:15). Al no corresponder a las expectaciones que ellos abrigaban, le imputan aquello mismo de lo que precisamente eran ellos culpables: de desafecto y complot contra el régimen imperante.

(C) Pilato se resiente de la respuesta que Jesús acaba de darle y la toma muy a mal, como se nota tanto en sus palabras como en el tono con que las dice: «Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los principales sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» (v. Jua 18:35). Jesús le había preguntado si lo de ser rey lo decía por su propia iniciativa, y Pilato, con evidente tono de desprecio, responde: «¿Soy yo acaso judío?» Un romano, y de tan alta posición como la suya, tomaba como una de las peores afrentas ser tenido por judío. Jesús le había preguntado también si se lo habían dicho otros, a lo que Pilato responde tácitamente: «Sí; son precisamente los tuyos: tu nación; y no sólo el pueblo bajo, sino los jefes: y los principales sacerdotes te han entregado a mí; por consiguiente, no puedo hacer otra cosa que proceder de acuerdo con la información que ellos me han suministrado. Al ser así las cosas, ¿qué has hecho? De seguro que todo este humo no puede salir sin algún fuego, ¿cuál es la causa?» Aun cuando Pilato, por lo que se ve en Mat 27:18; Mar 15:10, sabía (según Mateo), se iba dando cuenta (según Marcos), de que por envidia le habían entregado, es posible que Pilato pensase que tal envidia no daba una solución completa y satisfactoria a lo extraño del caso.

(D) Cristo responde ahora con toda mansedumbre y ofrece al gobernador una explicación más detallada a la primera pregunta que le había formulado: «¿Eres tú el rey de los judíos?», aclarando en qué sentido lo era (v. Jua 18:36):

(a) Le ofrece primero un resumen de la naturaleza; y constitución de su reino: Mi reino no es de este mundo». Es decir, no surge en virtud de un poder mundano, ni es mundana su naturaleza es un reino primordialmente espiritual, cuyas armas son espirituales, cuyo primer objetivo es orientar y gobernar la conciencia y el corazón de los hombres, cuya defensa no estriba en poderes militares, políticos ni financieros. Los súbditos de este reino, aunque están en el mundo, no son del mundo. Los últimos objetivos de este reino son la implantación de la verdad, la justicia y la paz. Las normas de este reino no se basan en la sabiduría de los expertos en ciencia o en economía, sino en las normas rectas y justas de la ley de Dios.

(b) Cristo ofrece a Pilato una prueba evidente de la naturaleza primordialmente espiritual de su reino: «Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos». Los seguidores de Cristo no tenían ánimo, preparación ni instrucciones para luchar militarmente; no pensaban levantarse en armas para rescatar a su Maestro de las manos de quienes le habían arrestado y llevado a los tribunales. Él mismo, no sólo no les había ordenado luchar, sino que les había prohibido terminantemente hacer uso de la fuerza a su favor (v. Jua 18:11). Más aún, lo que, precisamente por carencia de soldados y de armamento, habría supuesto para un reino de este mundo su caída y destrucción, era lo que mejor servía para el progreso y extensión del reino de Cristo. «Así que viene a decir Jesús a Pilato ya ves que mi reino no es de aquí. Está en el mundo, pero no es del mundo.»

(E) Pilato, al no entender bien todavía la naturaleza del reino de Cristo, pregunta aún: «¿Luego, eres tú rey?» (v. Jua 18:37). Como si dijese: «Así que, en fin de cuentas, tú posees un reino, sea cual sea su naturaleza, ¿en qué sentido, pues, eres tú rey? ¡Explícate!» En este punto, Cristo no negó, sino que confesó paladinamente: «Tú lo dices; yo soy rey». Como si dijese: «Esa es la verdad, y no la puedo negar». Reconoce Jesús que es rey, aunque no en el sentido que Pilato había entendido, como si el reino de Cristo pudiese entrar en competencia con el régimen imperante. Aunque Cristo había tomado la forma, la verdadera naturaleza, de un esclavo (Flp 2:7), podía aun así reclamar para sí el poder, el honor y la autoridad de rey. No sólo era rey, sino que había nacido como rey y para gobernar un reino que no tendría fin (Luc 1:32-33). Esta afirmación de su propia realeza entraba dentro del conjunto de verdades que había recibido del Padre para que diese testimonio de ellas en orden a la salvación de los hombres: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad». Cristo había venido a destruir el reino del diablo que era el reino de la mentira (Jua 8:44; Heb 2:14-15). Él mismo era la verdad (Jua 14:6), y venía a dar de esa verdad un testimonio relevante de primera mano a este mundo sumido en las tinieblas de la ignorancia y del pecado. En este mundo de tinieblas, Él era la luz (Jua 8:12; Jua 12:46), que venía a descubrir lo que, de otro modo, no habrían conocido los hombres acerca de Dios (Jua 1:18) y de su buena voluntad hacia los hombres (Jua 3:16; Jua 17:26). Para confirmar esta verdad, que era la verdad de su reino, había obrado sus milagros, mediante los cuales daba pruebas fehacientes de que el Padre le había enviado (Jua 5:36). El mismo Juan, el Precursor, había venido a dar testimonio de Él, de la luz verdadera (Jua 1:6-9), a fin de que todos creyesen, por medio de su predicación (la del Bautista), que Cristo era el Mesías (Jua 5:33). Cristo explica a Pilato que el espíritu y el genio del cristianismo es la verdad genuina, la verdad suprema, la verdad divina, la única que hace libres a los que se someten al gobierno de Jesús (Jua 8:32-36). La evidencia de esta verdad, el poder de esta verdad, son las armas que vencen y convencen el espíritu del hombre, «llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2Co 10:5). ¡Dichosa servidumbre, la que conduce a la verdadera libertad, y constituye en reyes a los súbditos de tal gobierno! (v. Apo 22:3-5). Tan identificado está el reino de Cristo con la verdad, que bien puede decir Jesús que los súbditos de su reino pertenecen al «partido» de la verdad: «Todo aquel que es de la verdad (es decir, que está de parte de la verdad), oye mi voz». En esto demuestran ser súbditos del reino de Jesús, del reino de la verdad, en que escuchan con gusto la voz de su soberano. Todo el que siente amor hacia la verdad, acude a Cristo para escuchar su voz, porque en ninguna otra parte se puede hallar verdades más grandes, más seguras, más importantes, más provechosas, más dulces, que en Jesús, por medio de quien vinieron a este mundo la gracia y la verdad (Jua 1:14, Jua 1:17).

(F) A este testimonio de Jesús acerca de la verdad, contesta Pilato: «¿Qué es (la) verdad?» Lightfoot opina que el sentido de esta frase es: «¿Qué puede haber de verdad en todo esto? ¿Cómo puedes ser tú rey, y de un reino que no es de este mundo?» Hay quienes piensan que Pilato, confuso por las palabras de Cristo, dio a entender que no podía dictaminar qué había de verdad en todo este proceso. Ryrie por su parte, en nota a este versículo, dice: «Pilato no habla como filósofo, sino que expresa simplemente frustración e irritación ante la evasiva de Jesús a dar una respuesta directa a lo que a él le parecía una pregunta sencilla». La opinión más corriente, y también la más probable a la vista del propio texto y, especialmente, del contexto posterior inmediato, es que Pilato, hombre práctico y escéptico, a la moda de la alta sociedad romana de su tiempo, venía a decir: «¡La verdad! ¿Dónde está esa verdad? Hay tantos sistemas filosóficos, tan diferentes unos de otros, y todos aseguran que poseen la verdad …». No cabe duda de que Pilato pensó que tenía delante de sí a un soñador o visionario interesado en especulaciones que a él no le iban ni le venían, y se percató de que Jesús podía ser un loco, pero no un criminal, y así lo manifestó, no sólo sin esperar ulteriores respuestas de parte de Jesús, con lo que perdió la mejor oportunidad de su vida para conocer la única verdad liberadora, sino al asegurar a los acusadores de Cristo: «Yo no hallo en Él ningún delito» (v. Jua 18:38). Pilato no conocía el gran proverbio bíblico que dice: «Compra la verdad y no la vendas; la sabiduría, la instrucción y la inteligencia» (Pro 23:23). Con su desprecio a esta perla de gran precio, el procurador romano perdió el único tesoro incorruptible (Mat 6:20). Le faltaron las tres virtudes más importantes para la búsqueda de la verdad: la humildad, la paciencia y la sinceridad. ¡Demos gracias a Dios de que, sin que nosotros buscásemos la verdad, la verdad nos buscó! Cristo no tuvo oportunidad de explicar en detalle a Pilato la verdad, pero la enseñó a los discípulos, y ellos nos la han conservado en las Escrituras del Nuevo Testamento.

III. Resultado de las conversaciones de Pilato, tanto con los demandantes como con el reo (vv. Jua 18:38-40).

1. El juez no tuvo más remedio que hablar en favor del reo:

(A) Declaró públicamente la inocencia de Jesús: «Yo no hallo en Él ningún delito» (v. Jua 18:38). Esta declaración solemne de la inocencia de Cristo sirvió: (a) Para justificación y honor del Señor Jesús. Aunque fue tratado como el peor de los malhechores, el propio juez declaró públicamente que no merecía en absoluto tal tratamiento. (b) Para explicar el designio y objetivo de su muerte, de que no moría por crimen alguno que Él hubiera cometido, sino como sustituto nuestro, en sacrificio de expiación por nuestros pecados, según la profecía que, inconscientemente, había proferido Caifás, al decir que «convenía que un solo hombre muriera por el pueblo» (Jua 11:50; Jua 18:14). (c) Para agravar el pecado de los judíos, al llevar el proceso contra Jesús de una forma tan injusta y tan violenta. A pesar de que el Señor Jesucristo era totalmente inocente (comp. con Heb 7:26), y como tal había sido declarado por el propio juez romano, le trataban como al peor de los malhechores y estaban sedientos de su sangre.

(B) Propuso una fórmula mediante la cual pensaba que podría solucionar fácilmente el caso y dejar en libertad a un reo que la merecía en justicia: «Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte a uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos?» (v. Jua 18:39). «De seguro pensaría Pilato que esta gente que hace pocos días le aclamó con sus hosannas , escogerá al que tan entusiásticamente aplaudieron como a su rey.» El mero hecho de darles a escoger entre Cristo y Barrabás (v. Mat 27:17) era ya una ignominia para Jesús, después de haber sido declarado inocente pues se le ponía en parangón con el peor criminal del país. Rigiéndose por criterios completamente mundanos, el gobernador creyó que podía arriesgarse a ofrecer al pueblo esta alternativa, seguro de que de esta forma agradaría a las dos partes del proceso al absolver al inocente y dar satisfacción al voto de la mayoría. Opina Hendriksen que la frase de Pilato: «¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos?», contiene un dejo de burla, dentro de su desesperado intento por escapar de la responsabilidad de condenar a un inocente. Gomá, por su parte, dice lo siguiente: «La propuesta del Procurador es hábil: evoca en la memoria del pueblo el Cristo a quien todos esperaban, y junto al nombre del presunto Cristo coloca el nombre de un hombre aborrecible, el sentimiento religioso y el patriótico, y el instinto de conservación social, se impondrán, y el pueblo pedirá la libertad de Jesús, tanto más cuanto que ahora, por su multitud, el pueblo, recto por natural, no se dejará arrastrar por los bajos sentimientos de envidia de sus directores». Esta explicación nos parece demasiado optimista y romántica. Lo más probable es que Pilato pensara en la forma que hemos expuesto al principio como paráfrasis de sus propias reflexiones. Aun en ellas, Pilato no se percataba de que sus noticias sobre el ascendiente de Jesús entre el pueblo, algo que no le sería del todo desconocido, así como sobre la envidia de los jefes contra Jesús (v. Mat 27:18; Mar 15:9-10), no eran suficiente garantía para que el pueblo pidiese la suelta de Jesús. La experiencia enseña que las voces de unos pocos fanáticos, astutos y atrevidos, no sólo pueden prevalecer sobre el sentir de la mayoría (vv. Jua 19:6, Jua 19:12, Jua 19:15, y lugares paralelos de los sinópticos), sino que son capaces de sumir a las masas borreguiles en una especie de hipnosis colectiva en la que se mueven como marionetas al antojo de los líderes que mueven los hilos de la farsa.

2. Y así fue efectivamente: el pueblo se puso de parte de Barrabás y en contra de Jesús: «Entonces todos gritaron de nuevo diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón» (v. Jua 18:40) un ladrón de la peor especie, como indica el original («Salteador, pirata, etc.») y lo confirman Marcos (Mar 15:7) y Lucas (Luc 23:19; Hch 3:14), quienes consignan que era un sedicioso y un homicida. Obsérvese la fiereza ultrajante de esta turba. Pilato había propuesto la alternativa con toda calma y serenidad, pero ellos replican con ardor, vehemencia, clamor y gritos. Siempre hay motivo para sospechar falta de razón y de justicia en aquellos que recurren al alboroto popular. La elección de Barrabás (¡cuándo se lo imaginaría él!) para que fuese favorecido con el privilegio que al pueblo se le ofrecía con ocasión de la Pascua, no pudo ser más injusta y descabellada, especialmente en contraste con Jesús puesto que aun siendo Barrabás un ladrón y homicida peligroso, es absuelto, con lo que: (a) Un notorio quebrantador de la ley de Dios y de la seguridad pública es puesto en libertad sin haber dado señales de arrepentimiento o reforma. (b) Un pueblo que debía protegerse contra los salteadores y mirar por su interés económico y espiritual, se pone a favor de este ladrón y asesino. Así es como se portan siempre quienes prefieren continuar en sus pecados antes que entregarse al Señor puesto que el pecado es un ladrón, el peor de los ladrones, ya que nos roba la amistad con Dios y la vida eterna, dándonos la muerte como salario de nuestra servidumbre (Rom 6:23), y aun así lo preferimos necia y villanamente a las innumerables y verdaderas riquezas que Dios nos ofrece en Jesucristo (v. p. ej., Efe 1:18; Efe 2:7; Efe 3:8, Efe 3:16; Flp 4:19; Col 1:27; Col 2:2), en quien somos herederos de Dios (Rom 8:17; 1Pe 1:4). (c) Barrabás se convierte así en figura simbólica de todos los que hemos sido salvos y absueltos en el tribunal de Dios por la sustitución que Jesucristo llevó a cabo, en favor nuestro, en la cruz del Calvario. Si Barrabás una vez suelto y en plena libertad, siguió, al menos por curiosidad, a la comitiva que acompañó a Cristo hasta el Calvario, al ver a Jesús en la Cruz pudo decir con toda verdad: «Ahí debería estar yo». Si el pueblo hubiese pedido la suelta de Jesús, habría sido Barrabás el crucificado en medio de los otros dos ladrones. Cada uno de nosotros podría decir, con el mismo motivo que Barrabás, al mirar a la cruz de Cristo: «Ahí debería estar yo». Pero por la gran misericordia de Dios, que nos amó hasta el extremo de entregar a su Hijo Unigénito a la muerte por nosotros, el que salvó a tantos no quiso salvarse a sí mismo y todas las circunstancias fueron combinadas de tal forma que se llevase a cabo el decreto de la Redención, resuelto en el seno de la Trina Deidad desde antes de la fundación del mundo.

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