Juan 19:38 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Sepelio del sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Vayamos a contemplar un sepelio que conquistó el sepulcro y lo sepultó; un sepelio que ha embellecido las tumbas de los creyentes y ha suavizado la amargura que produce la partida de un ser querido, al izar sobre los cementerios, es decir (según el significado del vocablo) dormitorios de los cristianos, la bandera de la esperanza en la futura gloriosa resurrección (v. 1Ts 4:13-14). Notemos en esta porción:

I. La petición del cadáver (v. Jua 19:38). La hizo José de Arimatea, de quien no se hace en todo el Nuevo Testamento otra mención que la que, dentro de este episodio, hacen los cuatro evangelistas. De este personaje, vemos:

1. Quién era. Juan dice que «era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos». Era, pues, por un lado, mejor que lo que parecía ser, y era para él un honor el ser discípulo de Cristo. Hay muchos como él, buenas personas, aunque asociadas inevitablemente con muchas otras malas personas. Pero, por otro lado era más débil de lo que debía ser, pues mantenía en secreto, por miedo a los enemigos de Jesús, el afecto que él le tenía. No juzguemos mal a este hombre, ni a quienes, como él, son aún débiles como caña rajada o pábilo que humea (comp. con Isa 42:3; Mat 12:20). El amor nos obliga a «esperar» (v. 1Co 13:7). Cristo puede tener muchos discípulos que sean sinceros, aunque sean secretos; y mejor es ser discípulo secreto de Jesús que no serlo en absoluto; especialmente si, como en este caso de José de Arimatea, se hacen cada vez más fuertes y valientes. Algunos que, en pruebas relativamente pequeñas, se han mostrado cobardes, se muestran otras veces, gracias a Dios, valientes sobremanera en pruebas más duras y difíciles. Así vemos que este José, que tenía miedo a los judíos, «armándose de valor» (Mar 15:43), fue a Pilato y le rogó que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús. Vemos, de paso, lo que puede la perversidad de los envidiosos y calumniadores contra la prudencia y la generosidad de corazón de los buenos. ¡Triste cosa es que los faltos de temor de Dios se hagan de temer por aquellos que no honran a Dios lo suficiente para desdeñar el temor de los hombres!

2. Qué parte tuvo en el sepelio de Jesús. Los discípulos habían huido, llevados del miedo, y estaban escondidos; los soldados mismos habrían sepultado a Jesús junto con los otros dos ajusticiados; si no hubiese aparecido nadie con la suficiente valentía para hacerse cargo del cadáver, no se habría cumplido la profecía de Isa 53:9, que anunciaba el sesgo inesperado que tomaba el asunto, a fin de que le fuese concedido a Jesús este honor póstumo: «Y se dispuso con los impíos su sepultura, pero con los ricos fue en su muerte». Cuando Dios decide una tarea que ha de ser cumplida, nunca fracasa en encontrar la persona apropiada para llevarla a cabo, y la capacita y fortalece para ello. Obsérvese todavía como uno de los signos que denotaban el estado de humillación del Hijo de Dios, el que su cadáver yaciera a merced de un procurador pagano, a quien era menester pedir permiso para que fuese sepultado.

II. La preparación del embalsamamiento del cadáver de Jesús (v. Jua 19:39). Ésta fue llevada a cabo por Nicodemo, otro personaje de rango como José de Arimatea. «Éste trajo un compuesto de mirra y de áloe, como cien libras». De este Nicodemo, se nos dice:

1. Su carácter, muy semejante al de José de Arimatea, pues era también discípulo secreto de Jesús. Juan hace notar que era «el que antes había visitado a Jesús de noche» (v. Jua 19:39, comp. con Jua 3:1.), pero después ya dio la cara por Él (v. Jua 7:50-51), y ahora lo hacía con mayor denuedo. La gracia que, al principio, parece como una caña rajada, puede convertirse en algo tan robusto como un cedro del Líbano. Es extraño que José y Nicodemo, discípulos de Jesús y personas de rango, no apareciesen antes para solicitar de Pilato que no condenase a Cristo, pues, al pedir que se le salvase la vida habrían prestado mejor servicio que al pedir ahora que se les concediese el cadáver. Pero, ¿cómo se habrían cumplido las Escrituras y se habría llevado a cabo la obra de nuestra redención?

2. Su generosidad. José sirvió al Señor con su interés, pero Nicodemo le sirvió con su bolsillo, a no ser que, aun cuando no lo dice el texto sagrado, se hubiesen puesto de acuerdo de antemano. La mirra era extraída de un árbol odorífero, probablemente el «Balsamodendron» de Arabia; el áloe se extraía de un árbol más corpulento, del que se extrae resina y perfume que se sirve en polvo. La cantidad de cien libras, que aquí se menciona, de seguro que costaría una suma muy considerable de dinero (más de cien dólares). Pero, ¿para qué tanto preparativo y tanto trabajo por un cadáver que iba a permanecer en el sepulcro no más de dos noches como un viajero que hace un alto en el camino para pasar un par de días en un mesón? ¿No era una falta de fe en quien tan repetidamente había predicho que resucitaría al tercer día? Así lo interpretan muchos, como un gasto inútil y una falta de fe. Pero también podemos tener en cuenta el amor y la generosidad de estos hombres, pues mostraban de esta manera el aprecio que tenían hacia la persona y la doctrina de Cristo, aprecio que no había menguado con el oprobio de la cruz. No sólo mostraron el respeto caritativo de encomendar al sepulcro su cadáver, sino también el respeto honroso que se tributa a los grandes personajes. Pudieron hacerlo, incluso al creer en su resurrección y esperándola. Puesto que Dios había determinado rendir honra a este cuerpo, también ellos querían rendirle este honor.

III. Así quedó preparado el cadáver para su sepultura (v. Jua 19:40): «Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos». Después de limpiar de sangre y polvo el cadáver, lo amortajaron al estilo judío (v. Jua 20:5-7), cubriéndolo con la mezcla de mirra y áloe que Nicodemo había preparado. Al ser tal la cantidad de este compuesto, los lienzos quedarían firmemente adheridos al cuerpo de Jesús, formando una masa compacta, digna de tenerse en cuenta para la correcta inteligencia de Jua 20:5-7, como veremos en su lugar. Cristo fue sepultado con esta vestimenta mortuoria para que a nosotros no nos resulte sombría y aterradora, sino agradable y festiva como una vestidura nupcial. Los cadáveres y los sepulcros resultan instintivamente atemorizadores y repelentes, y no hay perfume que suavice esta condición y sirva para alegrar el corazón como lo hace el sepulcro de Jesús donde la fe percibe la fragancia de sus aromas. De manera semejante deberíamos contemplar los cadáveres de los creyentes; no para conservarlos en relicarios de mucho precio y allí venerarlos supersticiosamente y contra la ley de Dios, sino al depositarlos con todo respeto en el sepulcro volviendo el polvo al polvo (v. Gén 2:7; Gén 3:19; Job 34:15; Ecl 3:20; Ecl 12:7), como quienes creen que estos cuerpos son todavía del Señor, sellados por el Espíritu Santo para la resurrección, por cuanto fueron su santuario (v. Rom 8:1; 1Co 3:16; 1Co 6:15, 1Co 6:19-20; Efe 1:13). La resurrección de los creyentes se llevará a cabo en virtud de la resurrección de Cristo (1Co 15:20-22); por eso, al dar sepultura a sus cuerpos, deberíamos tener ante los ojos de la fe el sepelio del cuerpo de nuestro Redentor.

IV. La tumba en la que fue sepultado, en un huerto que pertenecía a José de Arimatea, estaba muy cerca del Gólgota (o Golgotá), como se ve por el informe de Juan: «Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto y en el huerto un sepulcro nuevo en el cual aún no había sido puesto ninguno» (v. Jua 19:41). Obsérvese:

1. Que Cristo fue sepultado fuera de la ciudad, ya que había sido crucificado fuera de la ciudad (Heb 13:12, comp. con Mat 21:39; Mat 27:32; Jua 19:17-18). Fuera de la ciudad eran sepultados también los demás difuntos, por el carácter legalmente contaminante de los sepulcros. Pero, después que la muerte de Cristo ha cambiado este carácter, no tenemos por qué mantenernos a distancia de las tumbas. De hecho, durante muchos siglos, los cementerios han estado adosados a las iglesias (todavía lo están en países como Inglaterra). Los que acuden a las tumbas de los creyentes, no por veneración ni para orar por los difuntos (pues no lo necesitan, ni para bien ni para mal), pueden hallar allí un lugar apto para la meditación (comp. con Ecl 7:1-4). Para quienes acuden con veneración a visitar el llamado «Santo Sepulcro» en Jerusalén, bueno será advertir que, según la opinión de los expertos, dicho lugar no puede ser el de la tumba del Señor, ya que se halla dentro del perímetro de la antigua ciudad.

2. Cristo fue sepultado en un huerto. José tenía este sepulcro en su huerto (v. Mat 27:60, comp. con Isa 53:9), con lo que podía meditar con frecuencia sobre su propia muerte, así como lo podían hacer sus herederos después de él. Bueno es familiarizarnos con el lugar del sepulcro de nuestros padres, para que así se nos haga menos temible y más natural. El cuerpo de Cristo fue sepultado en un huerto. En el huerto del Edén es donde la muerte y el sepulcro recibieron su poder con el pecado de nuestros primeros padres, y en este otro huerto fueron derrotados la muerte y el sepulcro (v. 1Co 15:55).

3. Este sepulcro era nuevo. El vocablo griego es aquí el mismo de Jua 13:34, que significa reciente; nuevo en el sentido de que no había sido usado, por lo que la descomposición cadavérica no había entrado en él, con lo que era un lugar muy apropiado para ser la tumba del Señor (v. Sal 16:10). La Providencia ordenó esto:

(A) Para honor de Cristo. El que había nacido de un útero virgen, convenía que fuese sepultado en una tumba virgen.

(B) Para confirmar la verdad de su resurrección, de forma que nadie pudiese sospechar que no era Él, sino alguna otra persona, quien salió de allí al tercer día.

(C) Para simbolizar el cambio efectuado en el Universo por la obra de la redención, llevada a cabo por Jesús. Para el que «está en Cristo … las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas» (2Co 5:17); también las tumbas de los creyentes.

4. Este sepulcro estaba «excavado en la peña» (Mat 27:60). No era, pues, un sepulcro natural, sino hecho a propósito mediante excavación. Por los detalles que nos suministran los evangelios, podemos visualizarlo del modo como lo hace Hendriksen: (A) con una entrada baja en el sepulcro; (B) con una piedra muy grande y pesada frente a la entrada; (C) con un sello (de cera o barro) sobre una cinta o cuerda con que sujetarlo a la piedra, lo que se hizo a petición del Sanedrín (Mat 27:66); (D) con una recámara provista de pequeños promontorios en los que se podían sentar las personas, y (E) con un declive, o lugar ligeramente más bajo, donde fue depositado el cuerpo del Señor. Aunque algunos sepulcros tenían la forma, hoy corriente en muchos países, de nicho, Hendriksen hace notar que el sepulcro del Señor no pudo ser de esta clase, ya que, en tal caso, los ángeles mencionados en Jua 20:12 no habrían podido estar sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido colocado.

V. El funeral mismo, sobriamente referido por Juan, junto con dos detalles importantes: «Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (v. Jua 19:42). Donde vemos:

1. El respeto que los judíos tenían al sábado, especialmente a este solemne sábado, y al día de la preparación de la Pascua. Este día de la preparación (el viernes) había sido muy mal observado por los principales sacerdotes, que eran los líderes religiosos del pueblo judío; pero fue bien observado por estos discípulos de Cristo, quienes se dieron prisa a sepultar el cuerpo de Jesús y guardar el sábado como día de reposo. Era también el reposo del cuerpo de Cristo, antes de la nueva actividad que había de adquirir después de la resurrección; por eso, este sábado o día de reposo, era también día de gozo y esperanza.

2. La conveniencia de que el sepulcro estuviese cerca del lugar en que Cristo había sido crucificado, con lo que se facilitó la tarea de darle sepultura antes de la puesta del sol. Hay otros aspectos de aplicación devocional que pueden sernos útiles:

(A) Estaba designado por la Providencia que el sepulcro estuviese cerca, porque había de residir allí por muy poco tiempo, como en una posada que está a mano; así Cristo fue depositado en un sepulcro que se ofrecía en primera opción.

(B) Los que habían excavado el sepulcro y su propio dueño José de Arimatea, no se imaginarían que fuese Jesús quien lo había de estrenar. Con esto se nos enseña que no hemos de preocuparnos en demasía ni sentir excesiva curiosidad por el lugar en que ha de ser sepultado nuestro cadáver, pues Jesucristo mismo fue sepultado en la primera tumba que se hallaba a mano.

(C) Sin pompa ni solemnidad, el cadáver de Jesús fue puesto en el sepulcro, pero allí quedaban también muertos y sepultados la muerte y el mismo sepulcro. Esto es lo importante, y por ello hemos de dar gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1Co 15:57). Ante esto, ¿qué importa el que nuestros restos mortales sean sepultados sin la gran pompa y acompañamiento con que son llevados a la tumba los reyes y magnates de este mundo? Léase Luc 16:22 y el comentario que hicimos a dicho versículo.

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