Juan 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de la conversión de agua en vino que Cristo llevó a cabo en unas bodas de Caná de Galilea. Pudo haber hecho milagros antes, pero, comoquiera que, sobre todo en Juan Sus milagros eran señales sagradas y como sellos solemnes que confirmaban Su doctrina, no comenzó a realizarlos hasta que comenzó a predicar.

I. La ocasión de este milagro. Observa Maimónides que fue un honor para Moisés el que todos los milagros que llevó a cabo en el desierto fueron hechos para satisfacer alguna urgente necesidad; por ejemplo, cuando necesitaron comida, les dio el maná del Cielo. Así lo hizo también Jesucristo. Veamos:

1. El tiempo: «Al tercer día …» (v. Jua 2:1). El evangelista lleva su diario con toda regularidad. Nuestro Maestro empleaba el tiempo mucho mejor que Sus siervos los creyentes, y nunca se iba a dormir por la noche con la queja de haber perdido un día. Como ya dijimos, «a los tres días» completa el número 7 desde el principio del relato evangélico de Juan. El tiempo de Dios se ha cumplido (Mar 1:15), y con la perfección espiritual que comporta el número 7 (día en que Dios descansó de crear, para dedicarse de lleno a salvar V. Jua 5:17 ), va a comenzar la manifestación de la gloria de Dios en Cristo (Jua 1:14). Al tercer día, Jesús había ganado el tercer par de discípulos: Felipe y Natanael.

2. El lugar: «en Caná de Galilea». Cristo comenzó a obrar Sus milagros en un oscuro extremo del país. Su doctrina y Sus milagros no encontraron en Galilea tanta oposición como en Jerusalén.

3. La ocasión misma eran «unas bodas». Cristo quiso así honrar el carácter sagrado del matrimonio, no sólo con Su presencia, sino llevando a cabo Su primer milagro. Ver también Heb 13:4: «Sea honroso en todos …»

4. Cristo, Su madre y Sus discípulos eran invitados de honor de estas bodas: «y estaba allí la madre de Jesús». Se encuentran en Caná, el lugar nativo de Natanael. El hecho de que la madre de Jesús estuviese ya allí, da a entender que tal vez los contrayentes eran parientes suyos. Juan no menciona por su nombre a la madre de Jesús, lo cual da pie a W. Hendriksen para opinar que Juan como sobrino de María, prefiere dejar en el anonimato a sus parientes más próximos. El «estaba» daría, pues, a entender que María se hallaba allí de antemano, como pariente de los novios, y ayudaría a la familia a preparar todo lo necesario para el banquete de bodas. Al conocer el carácter servicial y generoso de María, no es de extrañar su estancia allí, así como el detalle de que fuese ella la primera en darse cuenta (v. Jua 2:3) de que se había terminado el vino. No se hace mención de José, por lo que se supone que había muerto ya. Vemos que Cristo aceptó la invitación de venir a este banquete, pues había venido para actuar de un modo diferente al del Bautista, el cual vino «no comiendo ni bebiendo» (Mat 11:18). El punto principal del versículo Jua 2:2 es, como dice Hendriksen, que Jesús aceptó gustoso; no era un solitario «puritano» ni un eremita alejado de las honestas alegrías (v. Mat 11:19). Pablo, el gran heraldo de Cristo, era de la misma mentalidad (v. Col 2:16-23; 1Ti 4:3-5). Los puritanos extremistas son de mentalidad judaizante, propia del Viejo Testamento, por mucha apariencia de piedad que tengan. El creyente genuino está a salvo del falso puritanismo, lo mismo que del libertinaje mediante la docilidad al Espíritu Santo (Efe 5:18), cuyo fruto último, el regulador de la conducta exterior, se halla al final de los nueve en la lista de Gál 5:22-23: el «control o dominio de sí mismo». Quienes deseen tener a Cristo presente en su boda, han de invitarle en oración; y pueden estar seguros de que acudirá y convertirá el agua prosaica en vino generoso.

II. El milagro mismo, en el que hemos de notar lo siguiente:

1. Surge la necesidad: «Y habiendo comenzado a faltar el vino». A pesar de la abundante provisión, el vino se acababa. Sin embargo, con la presencia de Jesús toda insuficiencia queda compensada por Su total suficiencia. Algunos MSS añaden: «porque se había acabado el vino de las bodas», lo que da a pensar que el milagro que va a ocurrir tiene una significación más profunda que lo que el texto mismo da a entender. A la luz de Isa 54:5. y del libro de Oseas, vemos que el pueblo de Israel en bloque había desechado a su primer Esposo, le había sido infiel. Quedará sí un remanente (Sof 3:12-13), que le será fiel. Éstos son los invitados a las nuevas bodas (comp. con Apo 19:9). El «vino nuevo» inaugura esta etapa como veremos en el comentario al versículo 11. El Evangelio sucede a la Ley (Rom 10:4). Por eso, «Los suyos no le recibieron» (Jua 1:11) pues no le reconocieron como a Mesías, introductor del Nuevo Pacto. En cuanto al aspecto literal del pasaje, hay que advertir: (A) No sabemos a qué se debió esta falta de vino a mitad del banquete; ciertamente, no a la llegada de Jesús y Sus discípulos, puesto que estaban invitados de antemano (v. Jua 2:2); quizá los novios calcularon mal la cantidad; (B) que se trataba de vino verdadero, no de zumo de uva sin fermentar, puesto que, como hace notar Hendriksen, la boda tuvo lugar entre octubre y mayo, mientras que las uvas se recogían entre junio y septiembre; (C) que el uso del vino es lícito, como puede verse por Gén 14:18; Núm 6:20, Deu 14:26, Neh 5:18; Mat 11:19; 1Ti 5:23 donde el original dice «vino», no «zumo» . Y lo que tomaron el Señor y los discípulos en la celebración de la Pascua (en abril), no pudo ser sino vino fermentado. El hecho mismo de que Jesús realizase su primer milagro para convertir el agua en vino, del cual los invitados iban a beber a discreción (v. Jua 2:10), lo cual no quiere decir «emborracharse», es señal de que el vino no está prohibido en la Biblia; (D) Pero también es cierto que la Biblia prohíbe el abuso del vino, por la intoxicación que comporta y la disolución a la que da lugar (v. Lev 10:9; Pro 31:4-5; Ecl 10:17; Isa 28:7; Efe 5:18; 1Ti 3:8).

2. La madre de Jesús le ruega implícitamente que saque a los novios de este apuro. En los versículos Jua 2:3-5, se nos refiere el breve diálogo entre Jesús y su madre.

(A) Ella le comunica la dificultad de la situación: «Le dijo: No tienen vino» (v. Jua 2:3). Hay quienes piensan que ella no esperaba de Jesús ningún milagro, ya que Cristo no había obrado todavía ninguno, y que se limitaba a exponerle la situación. Pero es más probable que María, al conocer el poder y la generosidad de su Hijo, esperase que Él hiciese algo para sacarles del apuro. Es posible que el novio estuviese grandemente preocupado por lo embarazoso de la situación y tratase de hallar vino en alguna parte, pero María se dirigía a la fuente misma. Esto nos enseña a preocuparnos por las necesidades y los problemas de nuestros amigos. Tanto en nuestros apuros como en los de nuestros amigos, es nuestro deber y señal de gran prudencia acudir a Jesucristo en oración. Y, cuando así lo hagamos, no queramos imponerle nuestra voluntad; basta con que le expongamos humildemente nuestro caso.

(B) La respuesta de Jesús parece áspera y dura, como una reprensión. Tenemos primero:

(a) La reprensión misma: «¿Qué tengo que ver contigo, mujer?» (lit. «¿Qué a mí y a ti, mujer?»). Para entender correctamente esta frase, basta compararla con otros pasajes semejantes, como 2Sa 16:10. En el lenguaje de hoy diría: «Esto no es asunto de tu incumbencia». La Nueva Biblia Española traduce: «¿Quién te mete a ti en esto, mujer?» La Virgen, con su impaciencia (comp. Luc 2:48-49), se olvida de que Jesús tenía que hacer cada cosa en el momento preciso que el Padre le indicase y no podía consentir que nadie, ni su madre, se interfiriese en los planes mesiánicos (v. Jua 4:34). Por el contexto posterior, podemos adivinar que el Señor dulcificaría con el tono de la voz y el gesto la aparente dureza de la frase. Yerran los comentaristas que hallan en la palabra «mujer» un matiz despectivo, pues, tanto aquí como en Jua 19:26, es un título de honor, equivalente al castellano «señora». En todo caso, Jesús nos enseña aquí a poner los intereses y el llamamiento de Dios por encima de los lazos de carne y sangre.

(b) La razón de dicha reprensión: «Aún no ha llegado mi hora». Hay intérpretes que opinan que esta «hora» era la de comenzar a hacer milagros. Otros piensan que la «hora» ha de ser la de Su Pasión y muerte, en consonancia con Jua 7:30; Jua 8:20; Jua 12:23; Jua 13:1; Jua 17:1. Sin embargo, parece más natural el interpretar aquí la «hora» de Jesús como el «tiempo u oportunidad de Dios para Él en cada momento» (comp. con Jua 7:6, donde es significativo el uso del término kairós = oportunidad, en vez de khronos = tiempo). Podría resultar extraño el hecho de que, a renglón seguido, Cristo obrase el milagro que su madre le sugería, pero también aquí nos puede ayudar el paralelo con Jua 7:6, pues Jesús lo hizo después, por su propio impulso, cuando previó que «este principio de Sus señales» serviría para confirmar la fe de Sus discípulos (v. Jua 2:11). Su madre le indujo a que hiciese algo cuando comenzaba a faltar el vino, pero Él esperó a que la necesidad llegase al extremo. Esto nos enseña que el momento extremo para el hombre es el momento propicio para la oportunidad de Dios. Su «hora» llega cuando nos vemos reducidos al máximo aprieto y ya no sabemos qué hacer. La dilación de la gracia no ha de ser tomada como negativa a la oración.

(C) A pesar de la repulsa de Jesús, María adivinó que su Hijo iba a sacar a los novios del apuro y se contentó con decir a los que servían: «Haced lo que Él os diga» (v. Jua 2:5). Como Abraham, «creyó en esperanza contra esperanza» (Rom 4:18). Deducir de este pasaje como suelen hacer los fieles de la Iglesia de Roma, que María es «Medianera Universal de todas las gracias» es sacar las cosas de quicio. Pero basta connotar que, al hablarles a los sirvientes, María no llama la atención hacia sí misma, sino hacia Jesús, el único que puede salvar y sacar de todos los apuros. ¿Por qué creyó conveniente María hacer esta advertencia a los sirvientes? El gran exegeta W. Hendriksen da dos razones: (a) Para que a los sirvientes no les tomase por sorpresa el recibir órdenes de un invitado; (b) para que estuvieran dispuestos a cumplir lo que Cristo les dijese, aunque quizá les pudiera parecer disparatado. Cuando acudimos al Señor en súplica de alguna gracia, dos cosas pueden desalentarnos: 1) el sentimiento de nuestra propia necedad y flaqueza; y 2) el temor de que el Señor nos rechace. A veces, las aflicciones continúan, la liberación se hace de esperar, y parece que Dios se hace el sordo ante nuestras plegarias. Este parecía ser el caso de María en aquella ocasión; sin embargo, ella no pierde ánimo y obra de la manera más sabia y prudente: recomienda obediencia puntual a las órdenes de Jesús. Quienes esperen el favor de Cristo han de estar dispuestos a cumplir Sus órdenes. El camino del deber es el camino de la misericordia, y a los métodos de Cristo no se les puede poner objeciones.

(D) Jesús obró finalmente el milagro y proveyó para la necesidad mucho más abundantemente de lo que cualquiera habría esperado, porque Cristo es, con mucha frecuencia, mejor que Su palabra, nunca peor.

(a) El milagro mismo consistió en convertir el agua en vino. Con esto mostró Jesús ser el Dueño de la naturaleza, al realizar con solo su palabra una transmutación química, en un instante por la que las moléculas de agua pasaron a ser moléculas de un vino excelente. Él es quien hace que las viñas produzcan su fruto; con el mismo poder hizo que el agua se convirtiera en vino. Todos los milagros de Cristo en el Evangelio de Juan introducen un mensaje (o le siguen); por eso, los llama «señales». Este primer milagro lleva un mensaje indudable, como ya aludimos anteriormente: la conversión del agua en vino señalaba el paso de la Ley al Evangelio.

(b) Las circunstancias en que se realizó el milagro fueron tales que hacían imposible cualquier clase de trampa o engaño.

Primero, se llevó a cabo en seis tinajas de piedra, las cuales estaban destinadas a las purificaciones legales ordenadas por la ley de Dios, y otras muchas añadidas por las tradiciones de los ancianos. Había entre ellos el dicho siguiente: «El que use mucha agua para lavar ganará mucha riqueza en este mundo».

Segundo, son de notar las siguientes circunstancias: Eran tinajas de piedra que nunca habían sido usadas para contener vino; cada una de ellas venía a contener unos cien litros, lo cual es una cantidad muy considerable; los sirvientes las llenaron hasta arriba (v. Jua 2:7), es decir, hasta los bordes. Este detalle nos confirma la autenticidad del milagro, porque, si estaban completamente llenas de agua, no se podía mezclar con ningún otro líquido. Allí había sólo agua. Pero además, este hecho de estar llenas de agua las tinajas, y llenas hasta el borde, nos indica la fiel obediencia de los sirvientes, que cumplieron a tope el encargo que Jesús les había dado. «Hay también un gesto regio de echar el agua», dice P. Charles. Lo cual debe servirnos de ejemplo en nuestra obediencia y nuestra dedicación al Señor (v. Rom 12:1-3). No hay servicio pequeño ni ministerio vil cuando se trata de ejercitar nuestros dones para la edificación de la Iglesia y para la gloria de Dios. Aunque parezca tan insignificante como llenar de agua una vasija, ello puede dar pie para que Dios realice un milagro de su gracia.

Tercero, el milagro se llevó a cabo instantáneamente y de una forma que lo engrandeció sobremanera. Efectivamente, tan pronto como llenaron las tinajas, dijo Jesús: «Sacad ahora» (v. Jua 2:8), y fue hecho, sin más ceremonia y a la vista misma de los asistentes. Lo mismo puede hacer sin decir una sola palabra, con sola su voluntad. Cristo hace grandes cosas sin ruido; obra cambios estupendos de manera oculta, fuera de toda perplejidad e inseguridad. Aunque era su primer milagro, lo llevó a cabo con plena confianza y quiso que el maestresala fuera el primer testigo: «llevadlo al maestresala». Como el tiempo del verbo griego es presente de imperativo, el sentido es: «sacad de poco en poco e id llevándoselo al maestresala». Discuten los intérpretes si el agua se convirtió en vino dentro de las tinajas, o si se iba convirtiendo en vino conforme sacaban el agua los sirvientes. A la vista del versículo Jua 2:9, W. Hendriksen piensa fundadamente que el agua se iba convirtiendo en vino conforme la iban sacando de las tinajas. Por supuesto, Jesús convirtió el agua en vino para que se bebiera. Las obras de Cristo son hechas para el uso. ¿Se te ha tornado el agua en vino? ¿Te ha concedido el Señor nuevo conocimiento o nuevas gracias? Es para que te aproveches de ello; por tanto, saca ya ahora. Los dones de Dios son para usarlos.

Cuarto, el maestresala o supervisor del banquete (el maître como dicen los franceses) no había estado presente en el aula del comedor donde se hallaban las tinajas de agua. De ahí su tremenda sorpresa al probar el vino, especialmente al notar que se trataba de un vino exquisito (vv. Jua 2:9-10). Efectivamente, era cierto que aquello era vino, aunque el maestresala no sabía de dónde había salido, pero sí lo sabían los sirvientes. Además, era un vino del mejor, digno de quien lo había fabricado. Así lo manifestó sorprendido el maestresala al novio: aquello no era corriente. La costumbre era reservar el vino de inferior calidad para el momento en que el gusto de los invitados estaba estragado del mucho comer y beber, como para no discernir el sabor y el aroma del vino que se servía después. Por eso, era normal poner primero el mejor vino, cuando los invitados podían apreciar bien sus cualidades. En este caso, el novio se quedó tan sorprendido como el maestresala, puesto que tampoco él sabía de dónde había salido el vino. Al proveer tan abundantemente para los invitados, Cristo permite el uso del vino especialmente en tiempo de fiesta y regocijo (v. Neh 8:10), pero no por eso invalida su propia advertencia de que nuestro corazón no ha de cargarse de libertinaje y embriaguez (Luc 21:34). Una templanza forzada es una virtud desagradecida, pero el negarse a sí mismo voluntariamente y usar con moderación, con la gracia de Dios, de los bienes que la providencia divina nos proporciona, es siempre digno de alabanza. Dos consideraciones, deducidas de esta porción, pueden ayudarnos a vencer las tentaciones contra la templanza: Primera, que la comida y la bebida son dones de la munificencia de Dios. Por ello, es impiedad e ingratitud abusar de ellos. Segunda, que en cualquier lugar en que nos hallemos, el Señor tiene Sus ojos puestos en nosotros. Él nos ha dado un ejemplo del método que emplea con aquellos que tienen trato con Él: reserva lo mejor para el final, y así nos enseña a mantener nuestra confianza en Él. Los placeres del pecado aparecen hermosos cuando el vino rojea y resplandece su color en la copa (Pro 23:31), pero al final son amargas sus heces; en cambio, los goces espirituales son goces que duran para siempre.

III. En la conclusión de este pasaje (v. Jua 2:11), se nos dice:

1. Que «éste fue el principio de las señales que hizo Jesús». Es de notar que Juan usa el término «señal» (= signo) mucho más que los otros evangelistas, con preferencia al término «milagro» o «prodigio». Ello se debe, como hemos insinuado anteriormente a que, para Juan, los milagros de Jesús (los siete que él narra) son, ante todo, pruebas de Su divinidad y, también, ilustraciones prácticas de otros tantos mensajes; por ejemplo, la multiplicación de los panes (cap. Jua 6:1-71) lleva al discurso sobre «el pan de vida» la curación del ciego de nacimiento (cap. Jua 9:1-41), a la luz espiritual (Jua 8:12; Jua 9:39-41; Jua 12:46); la resurrección de Lázaro (cap. Jua 11:1-57), al mensaje de resurrección y vida, tanto espiritual como corporal, que sólo Jesús nos puede dar; etc. ¿Cuál es el mensaje que comporta este primer milagro? Dos observaciones nos servirán para un intento de comprenderlo: (A) El silencio absoluto respecto a los nombres de los novios, así como la relación de dicha familia con Jesús y sus discípulos, nos hacen pensar en un simbolismo relevante, dentro del cual Jesús ocupa todo el espacio; (B) el hecho de que, al decir que ésta fue «principio de sus señales», Juan no usa el término proton = primero de una serie, sino arkhé = principio que marca la pauta de todos los demás milagros; lo cual nos lleva a pensar de la mano de buenos comentaristas que el «vino nuevo» es símbolo del Nuevo Pacto. Como ya se había acabado el vino de las bodas, es decir, el amor fiel de Israel a su Dios, su Hacedor y su Marido (Isa 54:5), Jesús provee un nuevo y mejor vino, con el nuevo mandamiento del amor (Jua 13:34-35), que ensancha su extensión (amar a todos) y su intensidad (amarles, no sólo como a nosotros mismos, sino «como Él nos ha amado», es decir hasta el sacrificio Jua 15:13; 1Jn 3:16-18 ), con lo que se establece un cambio radical que configura toda la normativa del creyente (v. Rom 13:8; Gál 5:13-14; Gál 6:2).

2. Que así «manifestó su gloria». Con este milagro comenzó la manifestación de su divinidad majestuosa y bondadosa (Jua 1:14), pues con ello dio nuevo honor al matrimonio, siendo Él mismo el Novio de su Esposa, la Iglesia (Jua 3:29; Efe 5:25-27; 2Co 11:2; Apo 19:7; Apo 21:2, Apo 21:9-10). Además, mostró cuán generosa ha de ser su munificiencia en el orden espiritual, cuando fue tan grande en el orden material. Verdaderamente, Jesús es el «Dios con nosotros», lleno de gracia y de verdad, así como de bondad y de poder.

3. Que «sus discípulos creyeron en Él». Aquellos a quienes había llamado (cap. Jua 1:1-51), al ver esto, sintieron que su fe quedaba fortalecida con esta prueba que Jesús había mostrado de su poder divino, aunque ya le habían recibido como a Mesías y Salvador y le habían seguido. Esto nos enseña que incluso la fe genuina puede ser débil en sus comienzos. Los hombres más fuertes en la fe fueron otrora recién nacidos de nuevo, del mismo modo que los hombres más fuertes en vigor físico fueron en un principio débiles niños de pecho.

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