Juan 21:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos aquí un informe de la aparición de Cristo resucitado a siete de sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Si comparamos esta aparición con las anteriores, notaremos que en las otras se mostró Jesús a sus discípulos en domingo y cuando estaban reunidos todos los Apóstoles; pero en ésta, se mostró en un día cualquiera de la semana y no a todos, sino a varios de ellos, precisamente cuando estaban pescando. Cristo tiene muchos medios de mostrarse a los suyos; a veces, les visita, por medio de su Espíritu, cuando se hallan ocupados en quehaceres cotidianos y comunes. Si la comparamos con la que Jesús llevó a cabo después en un monte de Galilea (v. Mat 28:16), quizá la que Pablo menciona en 1Co 15:6 y, finalmente, con la que Jesús llevó a cabo en el monte Olivete (v. Luc 24:50; Hch 1:12; 1Co 15:7) veremos que a estas dos últimas apariciones los discípulos habían sido convocados, o conducidos, por el propio Jesús, mientras que en ésta de Jua 21:1., Jesús se presentó a ellos de improviso mientras esperaban que llegase el día de la despedida del Señor. Analicemos ya la porción presente. Veamos:

I. Quiénes eran los discípulos a los que se apareció Cristo en esta ocasión (v. Jua 21:2): No a los once, sino a siete, con lo que puede notarse, una vez más, el simbolismo frecuente en el Evangelio de Juan. Se menciona, entre ellos, a Natanael, cuyo rastro habíamos perdido desde Jua 1:51. Se supone, con todo fundamento que Natanael era su nombre, y Bartolomé (hijo de Tolomeo) su apellido. Lo más extraño de este versículo es la alusión a «los hijos de Zebedeo», uno de los cuales era el propio Juan, cosa difícil de explicar si fue Juan quien escribió esto. Dejando esto aparte, es muy de notar la mención de Tomás, junto a Simón Pedro, de donde se deduce que, a partir de la aparición que el Señor destinó especialmente para Tomás (Jua 20:26-29), éste se mantuvo en estrecha comunión con los demás Apóstoles de modo más constante que anteriormente. Bueno es que los discípulos de Cristo se hallen juntos (comp. con Sal 133:1), incluso en quehaceres comunes, cuando es posible. Plugo a Cristo visitarles cuando estaban juntos, para que fuesen conjuntamente testigos del milagro que iba a realizar.

II. En qué estaban ocupados: En pescar (v. Jua 21:3). Observemos:

1. El común acuerdo que tomaron de ir a pescar: «Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo». Como en otras ocasiones, notamos en Pedro la misma determinación e iniciativa de siempre. Es también de notar la unanimidad con que le siguen los demás. El núcleo de la Iglesia primitiva comienza bien: comp. con Hch 4:32). Suele decirse que dos del mismo oficio no se ponen de acuerdo, pero aquí falla el proverbio. ¿Por qué se pusieron a pescar? (A) Para redimir el tiempo y no estar ociosos. No había llegado la hora de salir a predicar el Evangelio (v. Hch 1:4), sino de aprender del Señor (v. Hch 1:3: «… apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios»). Mientras tanto, tenían que ganarse la vida en el honroso oficio que conocían bien: pescar; no por diversión, sino como medio de subsistencia, con lo que mostraban así que eran diligentes y honestos padres de familia. Mientras esperaban el poder del Espíritu, no se iban a quedar inactivos, sino ocupados, como quienes han de dar cuenta del modo como han empleado el tiempo. (B) Para no tener que ser ninguna carga para otros hermanos (comp. con Hch 20:34-35), sino ganar lo suficiente para sí y aun para otros más necesitados. A la vista de esto, es inexplicable que haya comentaristas y predicadores que sostengan que Pedro y los demás Apóstoles hicieron mal en dedicarse a la pesca, en lugar de predicar el Evangelio después de la resurrección de Jesucristo y antes de Pentecostés. Veremos cómo esta falsa opinión se refleja en el modo de interpretar la frase de Jesús en el versículo Jua 21:15 «¿me amas más que éstos?»

2. La decepción que sufrieron al no pescar nada en toda la noche. Con mucha frecuencia, las manos diligentes regresan vacías. Incluso los mejores creyentes pueden tener poco éxito en negocios honestos. Pero la Providencia lo ordenó así en este caso, a fin de que fuese más notorio el milagro de la copiosa pesca a la mañana siguiente. En muchas decepciones que para nosotros resultan duras de sufrir, Dios tiene designios llenos de bondad y gracia.

III. De qué manera se manifestó el Señor a ellos (vv. Jua 21:1.). Cuatro cosas son de notar en esta aparición de Jesús a sus discípulos:

1. Se manifestó a ellos a su debido tiempo «Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa» (v. Jua 21:4). El tiempo más propicio para que el Señor se manifieste a los suyos es cuando ellos se hallan más desanimados. Cuando se sienten perdidos, es el tiempo de que se den cuenta de que no le han perdido a Él. Cristo no se apareció en esta ocasión andando sobre las aguas (comp. con Mat 14:26; Mar 6:49; Jua 6:19), lo cual nada tendría de extraordinario ahora que su cuerpo no estaba sujeto a la ley de la gravedad, sino en la playa, ya que los discípulos se dirigían allá. Cuando nuestra travesía es difícil y tormentosa, es un consuelo para nosotros saber que el Señor nos espera en la orilla y que nos estamos acercando a Él. Dado el carácter altamente simbólico de los detalles reseñados con frecuencia en el cuarto Evangelio, especialmente en este último capítulo, no debemos pasar por alto este primer matiz escatológico entre los muchos que podemos registrar en esta aparición, como iremos viendo a lo largo de esta porción. Mientras los discípulos se agitan en medio de las tormentas de esta vida, Jesús viene a ellos andando sobre las aguas, para animarles en el momento oportuno; ahora que se dirigen al final de la travesía, les espera en la orilla.

2. Se manifestó a ellos gradualmente. «Mas los discípulos no sabían que era Jesús» (v. Jua 21:4). Cristo está, muchas veces, más cerca de lo que nos imaginamos.

3. Se manifestó a ellos para darles una muestra de la compasión que sentía hacia ellos (v. Jua 21:5). Les llama «hijitos», término que Juan no olvidará, pues es el mismo que él emplea en 1Jn 2:13, 1Jn 2:18. Y añade: «¿Tenéis algo de comer?» Se dirige a ellos como un padre a sus hijos, llamándoles «hijitos», no porque fuesen de edad infantil, sino en señal de afecto y ternura (comp. con Heb 2:13). En la pregunta que les hace, se echa de ver el interés que tiene, no sólo por el bienestar espiritual de los suyos, sino también por sus necesidades corporales, pues también «para el cuerpo es el Señor» (1Co 6:13). Cristo ha prometido, no sólo gracia suficiente (2Co 12:9), sino también alimento conveniente (Mat 6:25-34). Con esto, nos dejó un ejemplo para que le imitemos en el interés y la compasión hacia nuestros hermanos necesitados. Los que disponen de abundantes bienes de este mundo deberían estar, no sólo dispuestos a compartir (v. 1Jn 3:16-18), sino también diligentes en investigar quiénes se encuentran en apuros económicos y reducidos a estrecheces, en especial cuando se hallan incapacitados para trabajar, ya sea por enfermedad o invalidez, ya sea por desempleo. Deberían preguntar, como Jesús: «¿Tenéis algo de comer?», y saber que, con frecuencia, los más necesitados son los que menos piden o dan a conocer la situación por la que atraviesan. Los discípulos dieron una respuesta muy lacónica: «No». Cristo les había preguntado, no porque no pudiese saberlo con su ciencia divina, sino porque quería oírlo de labios de ellos. Quienes deseen ser colmados con las bendiciones del Señor, deben reconocerse ante Él necesitados y vacíos. Sólo el que se siente necesitado de veras y en grave apuro, sabe lo que es orar.

4. Se manifestó a ellos con una muestra de su poder divino (v. Jua 21:6). Les ordenó echar la red a la derecha de la barca. Mediante la obediencia a esta orden, los que volvían a casa con las manos vacías, se vieron enriquecidos con una pesca copiosa. Analicemos:

(A) La orden que Cristo les dio y la promesa que les hizo: «Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis». La Providencia de Dios se extiende a los detalles más minuciosos, y son bienaventurados todos aquellos que se percatan de la mano de Dios en medio de los quehaceres cotidianos.

(B) La obediencia con que cumplieron la orden de Cristo y el buen resultado que obtuvieron así. Todavía no sabían que quien así les hablaba fuera Jesús; sin embargo, estaban prestos a obedecer la orden de un extraño, al suponer que, por alguna razón, conocía dónde había un buen banco de pesca, a pesar de que ellos mismos eran expertos en el oficio. Ésta es una gran lección para nosotros, ya que, con frecuencia, desoímos los buenos consejos de otra persona, pues nos consideramos expertos y duchos en la materia, y hasta nos parece una ofensa el que un desconocido se atreva a darnos lecciones. Esto muestra que, al atender al consejo de un hermano que nos habla con amor y movido por el Espíritu de Dios, atendemos al mismo Señor sin percatarnos de ello. ¡Qué bien les fue a los Apóstoles esta obediencia, pues ahora lograban una captura que les compensaba de todas las fatigas de aquella noche. Nunca se pierde por prestar obediencia a las órdenes de Cristo. Ahora bien, este milagro de la captura copiosa de peces puede considerarse:

(a) Como un milagro en sí mismo. Cristo se manifiesta a los suyos y hace por ellos lo que ninguna otra persona puede hacer.

(b) Como una muestra de compasión hacia ellos. Cuando la diligencia y la experiencia no les había dado ningún resultado, el poder de Cristo acude oportunamente a prestarles alivio y ayuda.

(c) Como recordatorio de un favor anterior, con el que Cristo recompensó abundantemente a Pedro por haberle prestado su barca (v. Luc 5:4.). Tanto en esta ocasión como en la anterior, el resultado impresionó grandemente a Pedro, por llevarse a cabo el milagro en un campo acerca del cual Pedro tenía sobrada experiencia. Los favores recientes sirven para recordarnos otros favores recibidos con anterioridad, a fin de que el pan provisto por el favor de Dios no se nos olvide fácilmente.

(d) Como un misterio altamente simbólico de la obra a la que Cristo iba a enviar a sus Apóstoles, cuando se iban a convertir en pescadores de hombres (v. Mat 4:19; Mar 1:17; Luc 5:10). Ahora se iba a cumplir lo que al principio les había predicho y prometido. Quería enseñarles que no serían sus propios esfuerzos los que podían servir para atraer a los hombres a creer el mensaje del Evangelio y entrar en la barca de la Iglesia (v. 2Co 2:16 «… y para estas cosas, ¡quién está capacitado?»), sino la gracia de Cristo en el poder del Espíritu Santo. Con esta consideración siempre ante los ojos, los ministros de Dios llevarán a cabo su gloriosa tarea con diligencia y con esperanza, al saber que la obra es del Señor (v. 1Co 3:5-9) y, por tanto, no puede fracasar. Una buena captura, al fin, puede ser suficiente para compensar de muchos años de remar y fatigarse junto a la red del Evangelio.

IV. Cómo reaccionaron los discípulos ante este milagro (vv. Jua 21:7-8).

1. Juan, como de ordinario, fue quien antes reconoció al Señor. «Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!» El Señor reserva sus secretos a sus favoritos. Cuando Juan se percató de que aquel desconocido era el Señor, lo comunicó de inmediato a los que estaban con él. Quienes conocen experimentalmente a Jesucristo, deben esforzarse por llevar a otros el conocimiento que tienen de Él; no hay por qué ser avaros y tacaños en esto, ya que en Cristo hay suficiente y sobreabundante para todos. Juan lo comunica a Pedro en particular, al saber que éste se alegraría más que ningún otro de ver al Señor.

2. Pedro era el más celoso e impetuoso de los Apóstoles. Así que, como en otra ocasión anterior (v. Mat 14:24., Mar 6:48.), «cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella) y se echó al mar». Quería llegar el primero al Señor, y le mostró el respeto debido al ceñirse la ropa, para ir del modo más decente posible (con la túnica, no en paños menores) y, al mismo tiempo, más rápido (ceñido). Mostró el afecto que tenía al Señor, pues se echó al mar a fin de llegar pronto a Él nadando y vadeando hasta la orilla. Era mucho lo que se le había perdonado y quería mostrar su mucho amor de esta manera. Quienes han estado con Jesús, no tendrán miedo en echarse al mar para llegarse a Él. Otro detalle simbólico, también escatológico, que observamos aquí es que, al contrario que la otra vez arriba mencionada, ni hay en el mar tormenta, ni Pedro se hunde. Está ya a salvo, tanto de tentaciones como de debilidades.

3. El resto de los discípulos se comportaron con diligencia y honestidad, apresurándose a llegar con la barca a la orilla (v. Jua 21:8). Notemos:

(A) Con cuánta variedad distribuye el Señor sus dones. Hay algunas personas que sobresalen en dones y gracias, como Pedro y Juan; otras son ordinarios, aunque fieles, discípulos de Cristo, cumplidores de su deber y diligentes en el uso de los dones, muchos o pocos, eminentes o corrientes, que posean; pero todos ellos, los brillantes y los oscuros, los eminentes y los corrientes, van a almorzar con el Señor juntamente; en este caso, junto a la playa; después, en la gloria; y, aun a veces, también en esto los últimos son primeros (comp. con 1Co 12:22-26). Algunos, como Juan, son altamente contemplativos, tienen el don de sabiduría o de conocimiento (v. 1Co 12:8) y sirven a la iglesia con él. Otros, como Pedro, son eminentemente activos y animosos, y son así muy útiles para la iglesia. Unos son como ojos; otros son como manos; pero todos forman parte indispensable del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

(B) Cuán grandes son las diferencias entre unos creyentes y otros en la forma de servir y honrar a Jesucristo; y, sin embargo, Él los acepta a todos. No hay por qué censurar a Pedro por haberse echado precipitadamente al mar, sino que debe ser alabado por su celo y por la fuerza de su amor al Señor. Tampoco hay por qué censurar a quienes, como María de Betania, se despreocupan de las cosas de este mundo para sentarse a los pies del Maestro, mientras que otros le sirven mejor en medio de los quehaceres cotidianos y en negocios seculares, no profanos, ya que nada hay profano para un verdadero creyente. Mientras Juan contempla a Cristo, y Pedro se arroja al mar, los otros discípulos continúan en la barca, arrastrando la red de peces (v. Jua 21:8), y trayéndola a la orilla. Éstos no deben ser censurados como si fueran mundanos, puesto que se puede ser tan fiel a Cristo al servir a las mesas como al predicar el Evangelio (v. Hch 6:1-7). Y si Cristo estaba complacido con todos ellos, también nosotros debemos estarlo.

V. El refrigerio que Jesús les tenía preparado (vv. Jua 21:9-13).

1. Tenía preparado el desayuno para ellos. «Al descender a tierra, vieron unas brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan» (v. Jua 21:9). Este episodio no debe confundirse con el de Luc 24:30 ni con el de Luc 24:43. No andan descaminados los exegetas que interpretan este versículo como un conjunto de milagros obrados por el Señor, además del de la pesca milagrosa del versículo Jua 21:6. El fuego, creación de Dios, como el trigo y el pez, fueron aquí producidos, con la mayor probabilidad, por la misma virtud creativa del Señor Jesús. Más aún, a la vista del versículo Jua 21:13, se puede afirmar que, como en otras dos ocasiones anteriores, Jesús multiplicó milagrosamente el pan y el pescado para dar de comer a los siete discípulos allí presentes, que estarían hambrientos tras una noche de vigilia, ayuno y fatiga. También el fuego o brasas (es el mismo vocablo griego que sale en Jua 18:18), les vendría bien para reponerse del frío y de la humedad. Vemos aquí otro ejemplo del tierno afecto y cuidado que Jesús muestra hacia los suyos. Alguien ha hecho notar que Jesús, en esta mañana, no les echó una plática, sino que les preparó un desayuno. Esto sirve para animar a los ministros del Señor y hacer que estén dispuestos a depender en todo del que les da la comisión, porque Él proveerá para ellos. Además, pueden contentarse con lo que tengan aquí, pues Jesucristo tiene mejores cosas en reserva para ellos. No estará de más advertir en este versículo otro detalle simbólico, que no pasó desapercibido a los primeros cristianos, al tener también en cuenta la fecha tardía del cuarto evangelio y, en especial, de este capítulo, que, como ya notamos al principio, bien pudo ser redactado por un discípulo de Juan, cuando éste era demasiado viejo para escribir, e incluso pudo ser acabado (vv. Jua 21:23-25), después de la muerte del Apóstol. El detalle de referencia es que, ya en las catacumbas, Jesús era representado bajo la figura de un pez que lleva cargada en sus lomos una canastilla de pan. El simbolismo del pan es claro a la vista de Jua 6:32. El del pez se explica por el deseo de los primeros cristianos de ocultar a los ojos de los paganos, especialmente de los perseguidores, la identificación del Señor Jesucristo bajo la figura de un pez, ya que la palabra griega ikhthús = pez, sirve de anagrama apropiado para representar al Señor, puesto que contiene las iniciales de la frase: Iesoús Khristós Theoú Uiós Sotér = Jesús Cristo, de Dios Hijo, Salvador.

2. A continuación, ordenó a sus discípulos que trajesen los peces que acababan de capturar (vv. Jua 21:10-11). Donde vemos:

(A) La orden que Cristo les dio de que trajesen los peces a tierra: «Traed de los peces que acabáis de pescar» (v. Jua 21:10). Esto no significa que necesitaba más pescado para darles de almorzar, sino que, como se deduce del contexto posterior, se deshiciesen de los pequeños y baratos (comp. con Mat 13:47-48) y trajesen los de mayor tamaño y calidad, con lo que los ojos de los discípulos se regocijarían al ver cuán bueno era el negocio de pescar a las órdenes del Salvador, ya que podrían tener para sí y para vender a otros. Los beneficios que Cristo nos otorga no son para sepultarlos en el olvido o tenerlos sin usar, sino para emplearlos en provecho propio, servicio del prójimo y gloria de Dios. Los ministros de Dios que son pescadores de hombres, deben presentar al Maestro su captura de almas.

(B) La obediencia con que cumplieron también esta orden de Cristo. Se nos dice que «subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, no se rompía la red» (v. Jua 21:11). Así es como los pescadores de hombres, una vez que han encerrado las almas en las redes del Evangelio, no pueden traerlas a buen puerto ni completar la obra que comenzaron, a no ser con el influjo continuo de la gracia divina. Varios son los detalles dignos de estudio en el presente versículo:

(a) Vemos, primero, quién fue el más activo de los discípulos en la operación de traer los peces a tierra. Fue Pedro, el mismo que poco antes se había echado al mar (v. Jua 21:7), para mostrar su mayor afecto al Maestro, y ahora mostraba una obediencia más pronta a cumplir la orden. No todos los que son fieles, son igualmente atrevidos a tomar la iniciativa. Hay, sin embargo, una razón muy poderosa para que fuese precisamente Pedro el que subiese primero a la barca: Con toda probabilidad, la barca era suya (véase el v. Jua 21:3) por tanto, era él el verdaderamente responsable de la faena y de la captura. Pensar que esto simboliza el primado de Pedro en la Iglesia, como si ésta fuese «la barca de Pedro», es ir demasiado lejos; además, todos los símbolos apuntan aquí a la escatología, cuando los ministerios de la Iglesia habrán dejado de funcionar, y quedarán únicamente (según opinión probable. Nota del traductor) el oficio de juzgar a las doce tribus de Israel, oficio que no será exclusivo de Pedro, sino común con los otros once Apóstoles (v. Mat 19:28; Luc 22:30).

(b) El número de peces grandes que fueron capturados: Fueron «ciento cincuenta y tres». ¿Por qué tuvo el evangelista la curiosidad de contarlos y el interés por poner de relieve el número exacto de estos peces grandes? Se han dado varias soluciones a esto. Hay quienes opinan que éste era el número de las especies de peces conocidas en aquel tiempo. Otros piensan que éste era el número de provincias del Imperio, o de tribus y naciones conocidas entonces. Todo esto no es otra cosa que meras especulaciones. Pero Ryle hace notar la muy notable coincidencia de este número con el de 2Cr 2:17, donde la cifra de los millares de extranjeros que intervinieron en la construcción del templo de Salomón era exactamente ciento cincuenta y tres. Si hay alguna relación simbólica entre ambos lugares, podría deducirse que Juan tenía en mente, por una parte, la entrada de los gentiles en la Iglesia, lo cual era ya un hecho palpable en la época en que fue redactado el cuarto evangelio; por otra parte simbolizaría quizás un número aproximado de predicadores del Évangelio en aquel tiempo (finales del siglo I de nuestra era), que, en 1Co 3:9., aparecen como edificadores del actual templo de Dios, que es la Iglesia (comp. con Efe 2:20; Col 2:7; 1Pe 2:5.).

(c) A pesar de ser tantos, y tan grandes, los peces, «no se rompió la red». Cuando se compara esto con Luc 5:6y la red se les rompía», y se observan tanto las semejanzas como las diferencias entre ambos episodios, no se puede menos de notar que en Luc 5:6 hay un claro simbolismo de la actual división de la Iglesia de Cristo en credos, códigos, formulaciones y denominaciones mientras que, al final de esta era, en la escatología de la Iglesia, ya no habrá divisiones de ninguna clase, puesto que habremos llegado a la estación de término (éste es el sentido del verbo griego) de la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad (o de la estatura) de la plenitud de Cristo (Efe 4:13). En otras palabras, Cristo nuestra Cabeza, alcanzó ya la plenitud de su perfección, ahora falta que la Iglesia su Cuerpo, alcance también la suya; lo cual sólo se habrá realizado al final de la presente dispensación. Entonces ya no se romperá la red ni se echará a perder ninguno de los peces pescados.

3. A continuación, Cristo invitó a sus discípulos a almorzar. El Señor hubo de invitarles dándoles ánimo a que se acercasen a Él, ya que, como hace notar el propio evangelista, aunque estaban plenamente convencidos de la identidad del hombre que estaba de pie en la playa, un sentimiento profundo de respeto y reverencia les impedía acercarse a Él con atrevimiento: «Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres?, sabiendo que era el Señor» (v. Jua 21:12). Tanto es así, que después de invitarles Él a que vinieran («Les dijo Jesús: Venid, comed»; v. Jua 21:12), fue Él quien tuvo que llegarse a ellos (v. Jua 21:13). Observemos:

(A) Cuán libre y afectuoso se mostró Jesús con sus discípulos, pues los trató como a amigos íntimos: «Venid y comed conmigo» (comp. con Apo 3:20). Esto es símbolo de la comunión íntima a la que Cristo nos invita que tengamos con Él por medio de la gracia; como a amigos y a hermanos nos invita (comp. con Jua 20:17 «… ve a mis hermanos»), para que nos sentemos a su mesa después de esta vida. Nadie ha de tenerse por excluido de esta cena o almuerzo, pues en la mesa del Señor hay puesto para todos los que quieran venir (Jua 6:37).

(B) Cuán tímidos y asustados se muestran los discípulos para llegarse a Jesús; parecen avergonzados e indignos de hacer uso de la libertad que les otorga para que se acerquen a Él: «Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres?» Ya hemos notado que no dudaban de la identidad del Maestro, puesto que sabían que era el Señor. ¿Temían acaso que las palabras que le dirigiesen no fuesen prudentes? ¿Estaban, precisamente ahora avergonzados de la cobardía que mostraron al abandonarle en el huerto de Getsemaní? Quizás esté indirectamente insinuado esto último en la pregunta de Jesús a Pedro en el versículo Jua 21:15. Pero Cristo quería enseñarnos, con su actitud benévola, que es el Gran Perdonador de los suyos (Col 3:13) y, por muchos y graves que sean y hayan sido nuestros pecados, está dispuesto a perdonar, y a limpiarnos de todo pecado con su sangre (1Jn 1:7), con tal de que lo confesemos con sinceridad y arrepentimiento (1Jn 1:9). Por tanto, deberíamos avergonzarnos, no de llegarnos a Cristo, sino de desconfiar de Él. Si alguna vez nos amenaza una duda de esta clase, hemos de apartarla inmediatamente de nosotros.

4. Como anfitrión, Jesús mismo les reparte del pan y del pescado que tenía preparados para ellos: «Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado» (v. Jua 21:13). El menú era ordinario, pero el hambre es la mejor salsa. Insistamos en que Jesús no les dio de comer de los peces que ellos habían pescado, sino del pan y del pescado que Él tenía preparado de antemano, con lo que la distribución entre los siete discípulos adquiere, como ya hicimos notar, un carácter milagroso, semejante al de Jua 6:11. Esta parece ser la intención del autor al consignar el hecho. El texto sagrado no nos dice si Jesús comió con ellos o no, pero tratándose de una aparición en la que quería mostrar, una vez más, la realidad de su resurrección, es muy probable que lo hiciera, como lo hizo en la ocasión que narra Lucas (Luc 24:41-43). Es cierto que la presente naturaleza de su cuerpo no necesitaba de alimento corporal, pero servía como prueba de que no era un espíritu (v. Gén 18:8 para un caso distinto, pero con algunas semejanzas que corroboran la realidad del caso presente). Más tarde, los mismos Apóstoles presentarán como prueba irrefutable de la resurrección de Cristo estas comidas que tuvieron con el Señor: «a nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de los muertos» (Hch 10:41). No sólo proveyó para ellos, sino que Él mismo lo distribuyó entre ellos y se lo puso en las manos. Así es como le debemos a Jesucristo, no sólo la adquisición a favor nuestro de los beneficios de la redención, sino también la aplicación de dichos beneficios.

V. El evangelista les deja ahora en el almuerzo, mientras hace la siguiente observación: «Ésta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos después de haber resucitado de los muertos» (v. Jua 21:14). Aunque se había aparecido también a María Magdalena, a las mujeres, a los dos discípulos que iban a Emaús, y a Pedro, sin embargo ésta era la tercera vez que se aparecía a los discípulos juntos. La primera había sido el mismo día de la resurrección, por la tarde (Jua 20:19-23); la segunda, ocho días después (Jua 20:24-29). El autor hace notar esta circunstancia:

1. Para confirmar la realidad de la resurrección. Cristo se mostró resucitado a sus discípulos, no una vez ni dos, sino tres, para mayor seguridad, ya que la triple repetición equivale al superlativo (comp. con Isa 6:3).

2. Como un ejemplo repetido de la continua amabilidad de Cristo hacia sus discípulos, ya que los visitó una vez y otra y otra. Es cosa muy buena llevar bien la cuenta de las visitas del Señor, ya que, con su repetición, aumenta también nuestra responsabilidad: «ésta era ya la tercera vez». ¿Hemos sacado fruto de la primera y de la segunda? Ésta es ya la tercera. ¡Seamos diligentes, pues pudiera ser la última!

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