Juan 4:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato del mucho bien que hizo Cristo en Samaria. Los samaritanos eran judíos mestizos, tanto en sangre como en religión; para los de Judea, bastardos. Es cierto que adoraban sólo a Jehová, el Dios de Israel, pero lo hacían en el monte Gerizim. No recibieron a Cristo cuando vieron que tenía trazas de ir a Jerusalén a celebrar la fiesta (Luc 9:53). Los judíos no hallaban otro epíteto peor para denostar a una persona que decir: «Es un samaritano» (v. Jua 8:48). Vemos en esta porción:

I. El viaje de Cristo a Samaria. Él mismo encargó a sus discípulos que no entrasen en ninguna ciudad de los samaritanos (Mat 10:5), y Él mismo no predicó allí públicamente ni obró ningún milagro, puesto que tenía la vista puesta en las verdaderas ovejas perdidas de la casa de Israel. Todo el bien que hizo en Samaria fue como una migaja de pan de los hijos, caída casualmente de la mesa del amo.

1. La jornada de Judea a Galilea fue a través de Samaria: «Y tenía que pasar por Samaria» (v. Jua 4:4). Se podía ir por la costa o por el centro de la región. Aun cuando es cierto que esto último le permitía tomar la ruta más corta, el verbo griego da a entender que era la voluntad del Padre que pasase por allí precisamente por la oportunidad que se iba a presentar en el encuentro con la mujer samaritana.

2. Fue una gran suerte para la ciudad samaritana de Sicar el que Jesús tuviese que pasar por allí. Sicar o Siquem (v. Gén 33:19) fue la primera ciudad en dar «prosélitos» al pueblo de Israel (v. Gén 34:24), y ahora iba a ser también el primer lugar fuera de los hijos del Pacto, donde se iba a predicar casualmente el Evangelio de la salvación. Aquí fue hecho rey Abimelec; aquí estuvo la sede real de Jeroboam; pero el evangelista no tiene en cuenta estos detalles, sino sólo la «heredad que Jacob dio a su hijo José» y que «estaba allí el pozo de Jacob» (vv. Jua 4:5-6).

3. Juan añade que «Jesús, cansado del viaje, se sentó, así, junto al pozo». Este versículo nos muestra a Jesús como verdadero hombre, sujeto a todas nuestras debilidades, excepto el pecado (v. Heb 4:15). El adverbio «así» indica que se sentó en la postura en que se sienta una persona fatigada por un largo y áspero viaje: recostándose, sin duda, sobre el brocal del pozo. Era, también, pobre. Una persona rica habría viajado en carruaje (comp. con Hch 8:28) o montado en rápido corcel. Hay quienes opinan que «la hora sexta» se refiere al mediodía, con lo que el calor de la hora añadiría cansancio al Señor. Como ya dijimos al comentar Jua 1:39, es más probable que Juan use la forma romana de computar las horas. En vista del contexto, está fuera de cuestión la hora matutina; por consiguiente, debió de ser a las 6 de la tarde. Hendriksen aporta un detalle que confirma esto mismo al hacer notar que ésta era la hora corriente en que las mujeres salían a sacar agua (v. Gén 24:11). Edersheim observa que, al haber diversas fuentes en la vecindad del poblado, no era necesario que precisamente todas las mujeres de Sicar viniesen a sacar agua de este pozo. Algo que no debe pasar desapercibido es el detalle de la fatiga de Jesús, cuando los discípulos (no todos serían más jóvenes que él) tenían fuerzas suficientes para ir a la ciudad y volver con alimentos. Podríamos pensar que, por la pureza de su naturaleza humana, Jesús habría de ser de constitución robusta. Pero los evangelios no sólo aquí sino también en otros lugares y, en especial, en los relatos de su pasión y muerte, dan a entender que precisamente por su fina sensibilidad, era más proclive a la fatiga y a las molestias físicas de toda índole (hambre, sed, etc.). Cuanto más fino es el sistema nervioso, mayor es también el desgaste de energía.

II. Conversación de Jesús con la samaritana. Los temas de esta conversación son cuatro:

1. El tema del agua (vv. Jua 4:7-15). Nótense:

(A) Las circunstancias que dieron ocasión a esta conversación: Aquí tenemos que «vino una mujer de Samaria a sacar agua» (v. Jua 4:7). Sin duda, no tenía criada a quien enviar para este menester, así que vino ella misma. Véase por aquí cómo la providencia de Dios lleva a cabo sus propósitos por medios que parecen fortuitos, lo que la gente llama «casualidades». «Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos» (v. Jua 4:8). Cristo no fue a la ciudad a comer, no porque tuviera escrúpulos de ir a comer a una ciudad samaritana, sino: (a) porque tenía una labor más importante para llevar a cabo junto al pozo; (b) porque resultaba más privado y familiar el yantar en un lugar retirado que en la ciudad; además, resultaba más barato; (c) porque, como hemos visto, estaba muy fatigado del viaje. Jesús tuvo muchas oportunidades de hablar a grandes multitudes, pero tampoco desaprovechó las oportunidades de hablar a una sola persona, a una mujer pobre, a una samaritana, a una extranjera, para enseñar a Sus ministros a practicar lo mismo, y saber cuán glorioso y digno del mayor esfuerzo es el resultado del salvar, aunque sólo sea una sola alma (que vale más que todo el Universo material) de la condenación eterna.

(B) Los detalles singulares de esta conversación. Jesús comienza por pedir modestamente un poco de agua: «Dame de beber» (v. Jua 4:7). El que, por nosotros, se hizo pobre (2Co 8:9), no tuvo inconveniente en pedir limosna. Es la única vez que Jesús pidió algo pero no para que realmente se le diera de beber, pues no consta que lo hiciera en esta ocasión, sino sólo para iniciar así la conversación. Pero la mujer se extraña tremendamente de ello: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana? (Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí lit. no usan en común las mismas vasijas )» (v. Jua 4:9). Las disputas sobre religión suelen ser las más ásperas y violentas, y muestran lisa y llanamente que, por muy verdadera que sea la religión que se profese, no son verdaderamente religiosos los que hacen de ella motivo de acritud y de violencia y persecución. Nótense las dos incompatibilidades que la respuesta de esta mujer implica: mujer, cuando era vergonzoso para un varón judío incluso el hablar a su propia mujer en la vía pública; y samaritana, cuando la enemistad entre judíos y samaritanos era proverbial y secular. Jesús al dirigirse a una mujer samaritana, quiebra dos grandes prejuicios de una vez: muestra la estima que la mujer merece como ser humano, y quebranta una discriminación racial inaceptable para Dios. Del asombro de la mujer, Cristo toma ocasión para instruirla sobre las cosas de mayor importancia para un ser humano: «Si conocieras el don de Dios …» Cristo le dice expresamente que ésta es la gran oportunidad que ella tiene para obtener la gracia:

(a) Le da a entender cuán ignorante es de lo que mejor debería saber: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber» (v. Jua 4:10). Ella le veía como a un pobre judío, a un viajero fatigado; pero Él le iba a declarar algo más alto acerca de Sí mismo. Jesús es «el don inefable de Dios» (2Co 9:15), el más rico regalo que el Padre pudo enviarnos (Jua 3:16), y es un privilegio verdaderamente inefable el que Dios nos ofrezca este regalo, y que nos lo ofrezca mediante una petición del propio Señor (comp. con Apo 3:20). Pero el «don de Dios» va más lejos, como veremos al comentar la segunda parte del versículo.

(b) Le declara cuán afanosa estaría ella de poseer lo que este viajero podía darle: «tú le habrías pedido a Él». Quienes deseen los beneficios que Cristo puede otorgar han de pedírselos. Los que tienen un correcto conocimiento de Jesús van en busca de Él. Cristo sabe lo que haría cada uno si poseyera los medios de conocimiento que está deseando tener.

(c) Le asegura qué es lo que Él le habría dado si ella le hubiera conocido a Él y conocido también el don que Él podía otorgarle: «tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva». Por aquí vemos que «el don de Dios» significa primordialmente el Espíritu Santo (comp. con Jua 7:37-39; Rom 5:5; Gál 5:22; 1Jn 4:13; Apo 22:1). Aquí, el que otorga «el don de Dios» es el Mesías, como Hijo de Dios y en señal de que había llegado el cumplimiento del tiempo, pues la efusión del Espíritu era una de las señales del advenimiento de los tiempos mesiánicos (v. Joe 2:28.). «Agua viva» (v. Lev 14:5, donde el hebreo dice «agua corriente»; Jer 2:13, etc.) significa agua de manantial que fluye constantemente por el álveo del río, que mantiene así su movilidad y, con su movilidad, su pureza, pues ello le inmuniza de la corrupción por la continua afluencia de oxígeno. En el sentido espiritual en que Jesús emplea aquí la metáfora, es la vida eterna, la gracia de Dios que purifica y sacia la sed espiritual (comp. con Eze 36:25; Isa 12:3; Isa 55:1).

(d) La mujer no entiende el sentido espiritual de la frase del Señor y le dice: «Señor, no tienes con qué sacarla»; además, «el pozo es hondo» (v. Jua 4:11). Y, «¿acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?» (v. Jua 4:12). Toma literalmente lo del «agua», como Nicodemo había tomado carnalmente lo de «nacer de nuevo» o «de arriba». Se extraña de las palabras de Jesús, pues le cree incapaz de proveer de agua de ninguna clase: «No tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo». En efecto, Jesús no lleva soga ni caldero, y el pozo vendría a tener unos 30 metros de profundidad. Hay quienes no creen en las promesas de Dios, a no ser que se les hagan visibles los medios divinos de llevarlas a cabo. Al acomodar las palabras de la mujer podemos decir que, tratándose del agua de la vida eterna, no tenemos medios naturales con que sacarla, y además es «agua de hondura», porque el manantial, que es el Espíritu Santo, se instala en lo más profundo de nuestro ser (comp. con Hch 17:25, Hch 17:28) y requiere que no nos distraigan los ruidos ni los atractivos del mundo, sino que nos recojamos en silencio para sentir al divino Huésped (Jua 14:23).

(e) Al no entender el sentido, la mujer sigue preguntando intrigada, con una mezcla de curiosidad y de incredulidad: «¿De dónde, pues, tienes el agua viva?» Como si dijera: «No sé de dónde vas a sacarla». La fuente de la vida está escondida en Cristo (Col 3:3-4). Cristo tiene suficiente para nosotros, aunque nosotros no sepamos a menudo la capacidad del almacén de sus recursos. La mujer sigue preguntando; esta vez, con cierto dejo de indignación y resentimiento, sorprendida de que un judío desconocido parezca arrogarse un poder y una autoridad superiores a la del gran patriarca Jacob: «¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, sus hijos y sus ganados?» (v. Jua 4:12). Aun en el supuesto de que fuese verdadera esta tradición, la mujer comete aquí varios errores: Primero, en llamar a Jacob su padre; ¿qué autoridad tenían los samaritanos para tenerse a sí mismos por descendientes de Jacob? También se equivoca al decir que fue Jacob quien les dio ese pozo. En el mismo error incurrimos cuando tenemos por donantes de los dones de Dios a quienes son meramente mensajeros de Dios, y tenemos en más las manos por las que pasan los dones que la fuente de la que provienen dichos dones. Pero el error más grave de la samaritana estaba en considerar a Cristo inferior al patriarca Jacob. Con afición de «anticuarios», muchos creyentes en nuestros días tienen en más sus dichosas tradiciones que las gracias más excelsas del Señor.

(f) Pero Cristo le hace saber a esta mujer que el agua viva que Él puede ofrecer es inmensamente mejor que la del pozo de Jacob (vv. Jua 13:14). Notemos que Cristo no se enfada con esta mujer ni se marcha de ella malhumorado, sino que la estimula y anima para que adquiera un mejor conocimiento. Le muestra que el agua de aquel pozo, como toda agua material, sólo quita la sed por algún tiempo: «Respondió Jesús y le dijo: Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed» (v. Jua 4:13). Esto nos insinúa: Primero, la debilidad de nuestro cuerpo en la vida presente, donde nada satisface del todo; esta vida es como un fuego fatuo, que pronto se apaga por falta de aceite y de combustible; segundo, la imperfección de las comodidades de esta vida: no duran mucho tiempo; lo que comimos y bebimos ayer no nos sirve ya para el trabajo de hoy.

(g) En cambio, le dice Jesús, «el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en una fuente de agua que salte para vida eterna» (v. Jua 4:14). No tendrá sed jamás, porque, por mucha que sea la sed que tenga, será saciada por Dios, sólo en Dios, y tendrá más y más de Dios. El vacío interior que todo ser humano siente (al menos, alguna vez) en su vida, sólo puede llenarse con Dios. El Creador ha puesto en nuestro corazón un abismo, es decir, algo que no tiene fondo; y un abismo sólo se llena con otro abismo. Como muy bien escribió Agustín de Hipona: «Nos hiciste, Señor, para ti, y está intranquilo nuestro corazón hasta que descanse en ti». La razón por la que todo aquel que beba del agua viva no tendrá sed jamás es que Cristo no sólo da el agua, sino también el manantial. Por Jua 7:37-39 vemos que el manantial del agua viva es el Espíritu Santo; es como un surtidor de agua que se instala dentro de nosotros aquí y ahora, y salta hasta el Cielo para perdurar por toda la eternidad. Si sólo fuésemos canales o depósitos del agua espiritual, podríamos temer que nos faltase el agua, pero al tener dentro el mismo manantial no hay miedo de que nos falte la provisión. Nuestra satisfacción espiritual es siempre segura, siempre está a mano, ya que el surtidor siempre rebosa, está en perpetuo movimiento. Si la verdad llega a estancarse dentro de nosotros, nuestra vida espiritual se deteriora, pues no responde a la necesidad que constantemente nos acosa. Es menester que vaya creciendo nuestro conocimiento del Señor, como es necesario que se vaya realizando nuestra transformación en Él (v. Rom 8:29; 2Co 3:18; Efe 3:18-19; Efe 4:13; Col 2:6-7; 1Jn 2:3-4).

(h) Al entender que el agua que Cristo da es mejor que la del pozo de Jacob, «la mujer le dijo: Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla» (v. Jua 4:15). Igual que los judíos en Jua 6:34, la samaritana, aunque piensa en el agua material, quiere tener un agua que le permita quitar la sed para siempre y la libre de la incomodidad de venir cada día con el cántaro a este pozo. La comodidad es un bien muy valioso para la gente pobre y trabajadora. Todo trabajo supone un desgaste de energía y, por eso, impera con tanto poder la ley del mínimo esfuerzo.

2. El segundo tema de la conversación de Jesús con la samaritana es acerca de su marido (vv. Jua 4:16-18). Jesús al llegar a este punto, parece cambiar de tema, como si desistiera de hablarle del agua viva de la salvación y de explicarle el Evangelio, pero procura antes que quede convicta de pecado; por eso, le habla de su marido. Esto nos enseña que no se le debe hablar a una persona de salvación mientras no se percate de su perdición. Ésta es la razón por la que muchas personas, especialmente las que carecen de necesidades materiales, son refractarias a la Predicación del Evangelio, pues se dicen a sí mismas y replican, al menos implícitamente: «¿salvarme? ¿De qué?» Por eso, no es que Cristo abandone el tema, sino que despierta en la mujer la conciencia de pecado, como quien abre la llaga para mejor aplicar el remedio. Éste es el método que hemos de seguir para ganar almas para el Señor: es menester que, antes de nada, se sientan cargados y fatigados, antes de llevarlos a Cristo para que descansen en Él. Éste es el curso que sigue la terapéutica espiritual. Veamos:

(A) Cuán discreta y decentemente introduce Cristo esta parte de su conversación: «Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido y ven acá» (v. Jua 4:16). La orden que Cristo le da está muy puesta en razón, como si le dijera: «Llama a tu marido, a fin de que también él aprenda estas cosas de tan vital importancia, quizás él, que te conocerá bien, te ayudará a entenderlas, y llegaréis a ser coherederos de la gracia de la vida» (1Pe 3:7). Pero el objetivo de Cristo tenía mayor alcance, pues iba a darle a la mujer ocasión de que se percatara de la vida de pecado que llevaba. Esto nos enseña que se necesita un arte especial, tacto y prudencia, para reprender con fruto.

(B) Cuán astutamente pretende la mujer evadirse de la convicción de pecado, bajo el pretexto de que: «No tengo marido» (v. Jua 4:17), sin percatarse de que, inconscientemente, está declarando su actual estado de concubinato. No puede adivinar, ni de lejos, la respuesta que el Señor le va a dar.

(C) Con qué penetración y sabiduría le despierta Jesús la conciencia a la mujer. Es probable que le dijese más de lo que aquí se nos refiere, como puede colegirse por el versículo Jua 4:29. «Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es marido tuyo, en esto has dicho la verdad (lit. esto verdadero has dicho)» (vv. Jua 4:17-18). Obsérvese con qué tacto lleva Jesús la conversación. No le dice: «Vives en adulterio o concubinato», sino «el que tienes ahora no es marido tuyo», y deja que la mujer descubra el resto en su propia conciencia. Y añade: «en esto has dicho la verdad». Así que, lo que ella había dicho como para negar la condición en que se hallaba, Jesús se lo interpreta como una declaración de la verdad y una confesión abierta de su pecado. Con eso nos enseña Jesús que el mejor método para ganar las almas es sacar el mejor provecho de lo que ellas mismas nos digan, en lugar de comenzar por recriminarlas acremente, con lo que sólo se consigue que se exasperen y no se dispongan a escucharnos con calma. Aunque se trate de una acomodación, resulta curioso que esta mujer hubiese tenido cinco maridos legítimos, al ser así que los samaritanos sólo admitían de la Biblia Hebrea los cinco libros del Pentateuco; así como que el culto que daban a Jehová no fuese legítimo, por adorarle en el monte Gerizim («no tengo marido»). Recuérdese que los reyes buenos que hubo en Judá, lo primero que hacían era derribar los altares de los montes o «lugares altos».

3. El siguiente tema de la conversación de Jesús con la mujer de Samaria fue sobre el lugar de culto (vv. Jua 4:19-24). Aquí tenemos:

(A) Un caso de conciencia sobre el lugar legítimo del culto a Dios (vv. Jua 4:19-20).

(a) En primer lugar, vemos lo que la mujer infiere de las palabras de Cristo: «Señor, estoy viendo que tú eres un profeta» (v. Jua 4:19); en este caso, un «vidente» que escudriña, por revelación divina, el interior de los corazones o los eventos del futuro. Así que la mujer no puede negar lo que Cristo le ha declarado; tampoco se enfada con Él por haberle puesto el dedo en la llaga como suele ocurrir, sino que (caso raro) admite como verdadero lo que Jesús acaba de declarar. Aún más; le trata respetuosamente al llamarle «Señor» (título de cortesía, no confesión de Su divinidad). Tal vez, se debió esto a que Jesús la había tratado también consideradamente; en segundo lugar, le reconoce como «profeta»; finalmente, le pide más instrucción.

(b) El caso que la mujer propone a Jesús es sobre el legítimo lugar de culto al verdadero Dios. Hay quienes piensan que la mujer, al verse descubierta por Cristo en cuanto a su vida íntima, trata ahora de cambiar de tema. Pero el texto no da lugar a interpretarlo de esta manera; más bien, aparece lo contrario en el versículo Jua 4:29. A pesar de su vida de pecado, hemos de conceder a esta pobre mujer cierta inquietud religiosa sobre un tema que la intrigaba. Sabía que es preciso dar culto al verdadero Dios y deseaba hacerlo correctamente. Al encontrarse con un gran profeta, aprovecha la oportunidad para pedir su dirección: ¿Dónde había de rendirle culto, en Jerusalén, como lo hacían los habitantes de Judea o en el lugar ya tradicional de los samaritanos desde la vuelta del cautiverio? Este lugar, edificado por Sanballat, estaba en el monte Gerizim, precisamente el monte sobre el que se habían pronunciado las bendiciones (v. Deu 11:29; Deu 27:12). «Nuestros padres adoraron sobre este monte» dice ella (v. Jua 4:20). Piensa que tiene a su favor la antigüedad, la tradición y la sucesión ininterrumpida. En cuanto a los judíos, dice: «Vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar». Al no hallar en el Pentateuco el lugar que Dios había de escoger posteriormente para que allí se le rindiera culto, los samaritanos se creían libres para adorarle en un lugar que no fuese la capital de Judea.

(B) Respuesta de Cristo a este caso de conciencia (vv. Jua 4:21-24). En esta respuesta, Jesús comienza declarando que no es el lugar lo que importa, sino la disposición del corazón, y le llama la atención sobre este detalle: «Mujer, créeme, que está llegando la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre» (v. Jua 4:21). Como si dijese: «Se acerca una época en que todas estas minucias y diferencias sobre los lugares de culto van a ser de poca importancia, pues Dios no está vinculado a un lugar determinado, por ser espíritu infinito». Pero en cuanto al estado actual de cosas, Jesús no le deja lugar a dudas: «vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos» (v. Jua 4:22). Cristo se refiere a que, por ahora, el único culto legítimo es el de los judíos en el templo de Jerusalén, puesto que de Judá había de surgir el Salvador (Jua 1:17). Así que los samaritanos estaban en un error, con lo que vemos que la ignorancia, en vez de ser la madre de la devoción, es su verdugo. Quienes, con un estudio atento y devoto de las Escrituras, han alcanzado un correcto conocimiento del Dios verdadero, sabrán dar al Señor un culto que a ellos les resultará placentero, y a Dios le será aceptable puesto que saben lo que adoran y adoran lo que saben. Notemos que el Señor Jesús se complace en contarse entre los que adoran a Dios de forma legítima («Nosotros …»). Cuando el Hijo de Dios, en Su humanidad, no se tuvo a menos contándose entre los que rinden culto a Dios, ¿quién se creerá demasiado alto o autosuficiente para pensar que se rebaja al mostrar su piedad religiosa?

(C) Al haber mostrado que el lugar de culto es indiferente, pasa Jesús a declarar que lo esencial y, por tanto, lo necesario es adorar a Dios «en espíritu y en verdad». El énfasis se carga sobre el estado interior del corazón y de la mente de los que adoran. Nos interesa saber, no sólo cuál es el verdadero objeto de nuestra adoración, sino también la correcta manera de llevarla a cabo. Esto es lo que Jesús va a declarar ahora a la samaritana. Le dice:

(a) El cambio revolucionario que en esta materia se va a llevar a cabo: «Llega la hora, y ahora es» (v. Jua 4:23); es decir, ya estamos en esa hora. Alborea en estos momentos el dia perfecto, la hora de la verdad completa.

(b) En qué consiste este cambio: «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». «En espíritu», es decir, en lo interior, en contraste con las observancias externas de las ceremonias de la Ley; «en verdad», es decir, con acceso directo a las propias realidades divinas en contraste con las figuras y tipos de la Ley (v. Heb 9:23). Aunque es cierto que sólo mediante el poder y la asistencia del Espíritu Santo podemos rendir al Padre el culto de adoración y alabanza que le es debido, la palabra «espíritu» no se refiere aquí a la tercera persona de la Trina Deidad, sino al espíritu humano (v. Flp 3:3). La adoración «en verdad» incluye, por supuesto, no sólo el objeto (las «realidades», en oposición a las «figuras») sino también la actitud del sujeto: la sinceridad de corazón. No se puede tener a sí mismo por «adorador en espíritu y en verdad» quien no se ajusta, en su conducta, a las enseñanzas y normas del Evangelio. Tales adoradores no abundan mucho, también en esto la puerta de la adoración espiritual es estrecha, sin embargo, no hay otra adoración que sea aceptable a Dios: «Porque también el Padre busca tales adoradores que le adoren»; es decir, ésta es la clase de adoradores que el Padre busca. Por cierto, no los buscaría si Él mismo no los hiciera con Su divina gracia. Aquí vale el famoso pensamiento de Pascal: «tú no me buscarías si ya no me hubieras hallado».

(c) La suprema razón de este cambio: «Dios es Espíritu, y los que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad» (v. Jua 4:24). Es más fácil decir lo que no es Dios, que lo que es, pero aparte de la constante definición viejotestamentaria de Dios como «santo, santo, santo» (Isa 6:3, entre otros, a partir de Lev 11:14), el Nuevo Testamento nos ofrece tres definiciones explícitas de Dios (v. Jua 4:24; 1Jn 1:5 y 1Jn 4:8, 1Jn 4:16). La espiritualidad de la naturaleza divina es la razón de la espiritualidad del culto divino. Por tanto si no le adoramos «en espíritu», estamos errando el blanco de nuestra adoración. Al decir que Dios es «Espíritu», Jesús pone de relieve tres perfecciones de Dios: Primera, que es un ser incorpóreo, no es un dios de madera o de piedra, etc., al que se le pueda dar figura visible; segunda, que es un ser personal; no es una deidad muda y ciega (v. Isa 44:9), sino Alguien con quien podemos tener comunión íntima, personal; tercera, que es un ser inmenso al que el Universo entero no puede abarcar, por tanto en cualquier lugar se le puede hallar y adorar (v. 1Re 8:27.; Sal 139:7.; Hch 17:24.).

4. El cuarto y último tema de la conversación de Jesús con la samaritana es sobre el Mesías (vv. Jua 4:25-26). Veamos:

(A) La fe de la mujer en el Mesías venidero: «Le dijo la mujer; sé que va a venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga, nos declarará todas las cosas» (v. Jua 4:25). La mujer, a la que le resultaban todavía difíciles estas cosas reconoce que el Mesías que estaba a punto de llegar, las aclararía todas. Ella no tenía nada que objetar a las palabras de Jesús, pero prefería suspender su juicio hasta que venga el Mesías, de quien ella espera una explicación clara y perfecta. Así es como muchos dejan escapar la oportunidad que tienen a mano por pensar que tendrán otra mejor a la vista. Judíos y samaritanos estaban de acuerdo en la expectación del Mesías y de su reino, y en que estaba a punto de llegar, puesto que había sido quitado el cetro de Judá (v. Gén 49:10). Para los lectores de extracción no judía, el evangelista traduce el vocablo «Mesías» («llamado el Cristo»); ya que ambos términos significan «Ungido» (v. Isa 61:1, comp. con Heb 11:26, donde es clara la identificación del Mesías con el pueblo escogido, lo mismo que en Mat 2:15, comp. con Ose 11:1). La esperanza de la samaritana en que el Mesías les explicaría todas las cosas daba a entender: (a) La imperfección del conocimiento que los samaritanos tenían de la voluntad de Dios, especialmente en cuanto a las normas del culto; (b) la confianza que tenían en que el Mesías estaría bien cualificado para explicarles todas las cosas que ahora les parecían difíciles, y respecto a las cuales se debatían como en la oscuridad.

(B) El favor que Jesús dispensó a la samaritana al declararle sin rodeos quién era Él: «Jesús le dijo: Yo soy, el que te está hablando» (v. Jua 4:26). Sólo en otra ocasión (Jua 9:37), se declaró Jesús a Sí mismo como Mesías de una manera tan explícita y abierta como a esta mujer. Con esto, honraba Cristo a una mujer miserable y pecadora, que, de seguro, sería objeto del desprecio público. Esta mujer no había tenido ninguna oportunidad de contemplar los milagros de Jesús, que eran el medio ordinario de convicción sobre Su mesianidad. Dios puede hacer que la luz de la gracia brille en un corazón, aun en los casos en que la luz del Evangelio no brilla en el rostro. Así resultó esta mujer mejor preparada que muchos otros para recibir a Cristo, quien gusta de manifestarse personalmente a los que le buscan con deseo humilde y sincero: «Yo soy, el que te está hablando» (comp. con Jua 9:37). Hasta entonces, Jesús estaba cerca de ella pero ella no lo sabía (v. Gén 28:16). Hay muchos creyentes que se lamentan de la ausencia de Cristo, y están anhelando Su presencia, sin percatarse de que, en esos mismos momentos, Él les está hablando.

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