Juan 7:37 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. El notable mensaje que Jesús pronunció a continuación (vv. Jua 7:37-39). Es probable que estos tres versículos contengan solamente un breve sumario de lo que pronunció en esta ocasión, pero, aun en esta forma tan concisa, contienen el núcleo de todo el Evangelio. Aquí tenemos una invitación a llegarnos a Cristo, y una consoladora promesa de la felicidad que hallaremos en Él. Veamos:

1. Cuándo hizo esta invitación: «En el último y gran día de la fiesta» de los Tabernáculos (v. Núm 29:12-39). Como habría mucha gente reunida, con una invitación hecha a tantos, podría esperarse que algunos la aceptasen. El pueblo estaba ahora a punto de volverse a sus casas y podrían llevar consigo, como noticias de última hora, este importante mensaje del Salvador. Cuando nos veamos ante una gran congregación que está a punto de dispersarse (especialmente, si hay poca probabilidad de que vuelvan a congregarse), ése es el tiempo oportuno para decir o hacer algo que pueda ayudarles para entrar en el camino de la salvación. Quedaban entonces unos seis meses hasta la próxima fiesta solemne la Pascua pero algunos de la multitud que ahora se congregaba habrían muerto para entonces. Por eso, el Señor se muestra ahora tan afanoso por que oigan este importante mensaje.

2. Cómo hizo Jesús esta invitación: «Se puso en pie y alzó la voz». Tanto la postura como el tono evidencian anhelo e importunidad (comp. con 2Ti 4:2). El amor a las almas debe avivar el celo de los predicadores. Era el ardiente deseo de Jesús que todos pudieran oír sus palabras y aceptar esta invitación. Los oráculos de los dioses paganos eran dados en privado mediante susurros ininteligibles, pero los oráculos del Evangelio han de ser proclamados como lo fueron por Cristo, con urgencia insistente, en público y a voz en grito.

3. La invitación misma es universal: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (v. Jua 7:37). Todo el que tenga sed de verdadera y eterna felicidad, que venga a Cristo y tome del agua de la vida. De la importancia de este mensaje nos da idea el hecho de que es el último que la Biblia repite (v. Apo 22:17). Hasta que todo lo que ha de cumplirse sea consumado (v. Apo 21:6 «hecho está»), habrá oportunidad de predicar este mensaje y de recibir esta invitación. Nótese que:

(A) Son invitadas todas las personas que tengan sed. El sentido no es de inclinación (comp. con Mat 5:6), puesto que los creyentes han saciado su sed y no tendrán ya sed jamás (v. Jua 6:35), sino de necesidad; todo el que busca satisfacción en cisternas rotas y no puede calmar su sed (comp. con Jer 2:13). A estos insatisfechos y verdaderamente indigentes, Jesús les promete satisfacción si se llegan a Él.

(B) Son invitadas a llegarse a la fuente de aguas vivas: «Venga a mí y beba», con la seguridad de que no será rechazado (v. Jua 6:37). Por mucha que sea su sed, quedará satisfecho; no sólo quedará refrescado, sino también rellenado.

4. La consoladora promesa, aneja a esta misericordiosa invitación: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (v. Jua 7:38). Este pasaje, no sólo nos recuerda lo que leemos en Isa 55:1-2 y en el ya citado lugar de Apo 22:17, sino en especial, el diálogo de Jesús con la samaritana (Jua 4:10-14) sobre este mismo tema. En cuanto al inciso «como dice la Escritura» pueden verse lugares como Sal 46:4 y Eze 47:1. Es cierto que el Salmo habla de «la ciudad de Dios», y Ezequiel habla del «umbral del santuario»; pero ambas cosas tienen aplicación al creyente, pues es «santuario» de Dios (v. 1Co 3:16; 1Co 6:19), y forma parte de la «ciudad santa» (v. Apo 21:2-3, Apo 21:9-10). Por otro lado, la expresión «de su interior» (lit. de su vientre), sólo puede referirse al interior del creyente, no de la Escritura por cuanto el pronombre está en masculino («de él», no «de ella»). Y el sentido concuerda con el contexto posterior, lo mismo que con Jua 4:14. «Agua viva» siempre equivale, en la Biblia, a «agua corriente»; se llama viva porque está en movimiento. Es agua que brota perpetuamente, porque surge de un manantial que se convierte en «surtidor para vida eterna» (Jua 4:14). No hay, pues, peligro de que se acabe y nos vuelva la sed. Con ello se muestra que las gracias y dones del Espíritu Santo no son para permanecer inertes, como en la quietud de un estanque, sino para moverse y ser usados para beneficio del propio individuo y de los demás. De la misma manera que el árbol se conoce por sus frutos, el río se conoce por sus corrientes.

5. A continuación, el evangelista mismo explica el significado de esta promesa del Señor: «Esto dijo del Espíritu que iban a recibir (v. Hch 2:1.) los que creyesen en Él» (comp. con Hch 16:7). El Espíritu Santo, al morar dentro del creyente, no sólo imparte el agua de la vida, sino que es como un manantial de agua viva, puesto que, al ser persona divina, tiene vida en sí mismo (comp. con Hch 5:26) y vida inmortal por esencia (comp. con 1Ti 6:16). Nosotros sólo podemos ser canales o depósitos de agua, pues dependemos en todo de la fuente que es Dios; pero el Espíritu Santo, que habita en nosotros, es el manantial. Con este manantial dentro, no tenemos excusa para no producir fruto, pues estamos en mejores condiciones que los justos de los que se habla en Sal 1:3 («como árbol plantado junto a corrientes de aguas»), ya que nosotros no sólo tenemos la corriente de aguas cerca, sino dentro. Al tener más, más se nos pedirá. ¿Cómo nos atreveremos a quedar ociosos y sin fruto (v. 2Pe 1:8), si tenemos dentro tal manantial de gracia?

6. Finalmente, Juan hace notar que la promesa estaba en futuro, «pues aún no había sido dado (lit. aún no había comp. con Hch 19:2, donde tiene el mismo sentido) el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» (v. Jua 7:39). Es cierto que, con la Venida de Cristo al mundo, llegó el cumplimiento del tiempo (Mar 1:15), pero, mientras Jesucristo estaba en la tierra, parecía como si poseyera el «monopolio» (v. Jua 3:34) del Espíritu; tanto que su presencia en la tierra, antes de su muerte y resurrección, era como un obstáculo para que el Espíritu fuese difundido por doquier (v. Jua 16:7; Hch 2:32-33). Es precisamente en el Evangelio de Juan donde la muerte de Cristo, como ya hicimos notar, toma el carácter de «elevación», de «triunfo», de «centro de atracción» (v. Jua 3:14-15; Jua 12:32-33). Tenía que ascender al Cielo y recibir del Padre el «espaldarazo» de Vencedor, para repartir el botín y derramar el Espíritu Santo con sus dones (v. Efe 4:8). Comenta Hendriksen: «De la misma manera que los creyentes no pueden convertirse en la mayor bendición posible para el mundo mientras no hayan recibido el Espíritu Santo con poder (Hch 1:8), así tampoco el Espíritu Santo podía ser derramado mientras Jesucristo no fuese glorificado».

II. Las consecuencias o efectos que produjo entre los oyentes este mensaje de Jesús. En general, ocasionó una división entre las opiniones de la multitud: «Había, pues, disensión entre la gente a causa de Él» (v. Jua 7:43). No pensemos que Cristo vino a poner paz, no. El efecto de la predicación del Evangelio siempre es la división, porque, mientras algunos se reúnen a él y son añadidos a la Iglesia (v. Hch 2:41, Hch 2:47), otros se reúnen contra él. No es culpa del Evangelio el que se provoque esta división, como no es culpa de la medicina la revulsión que provoca en los humores mórbidos del organismo, a fin de descargarse de ellos. Vemos, pues:

1. Que algunos eran atraídos hacia Jesús: «Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta (v. Jua 7:40). Quizá veían en Él al profeta de Deu 18:15-18 (v. el comentario a 1:21), o al heraldo y precursor del Mesías. Otros iban más lejos, pues decían: «Éste es el Cristo» (v. Jua 7:41), el propio Mesías. Como en otros lugares, no hallamos que quienes así se expresaban llegasen a hacerse sus seguidores y discípulos. Una buena opinión acerca de Jesucristo está todavía muy lejos de una fe viva, salvífica, en Él; muchos le dieron algunas buenas palabras, pero ahí quedó todo.

2. Otros seguían con prejuicios contra Él. Tan pronto como alguien hacía alguna de las dos afirmaciones precedentes, otros se apresuraban a contradecir y poner objeciones. El hecho de que se hubiese criado en Galilea y de allí hubiese surgido, era para muchos un argumento contundente contra los que opinaban que Jesús era el Mesías o, al menos, un profeta (v. Jua 7:52): «¿De Galilea ha de venir el Cristo?» (v. Jua 7:41). Una tal pregunta daba por supuesta una respuesta negativa. Y añadían: «¿No dice la Escritura que del linaje de David (Mat 1:1) y de la aldea de Belén (v. Miq 5:2), de donde era David (1Sa 16:1, 1Sa 16:4), ha de venir el Cristo?» (v. Jua 7:42). Éstos tenían los mismos prejuicios que hemos hallado en Jua 6:42 y Jua 7:27, con la diferencia de que en dichos lugares, las dos premisas eran falsas y, por tanto, la conclusión era doblemente falsa, pero aquí, en Jua 7:42, la premisa mayor era correcta, pues Jesús no sólo era nacido en la aldea de Belén, en la que también David había nacido, sino que era del linaje de David, tanto legalmente por parte de José (Mat 1:1, Mat 1:16), como físicamente, según la carne, por parte de María (según la interpretación más probable de Luc 3:23, Luc 3:32). La interpretación de Miq 5:2 a favor del Mesías era la común entre los rabinos y del propio Sanedrín (v. Mat 2:6), y era una interpretación correcta. Pero la premisa menor era falsa, pues Jesús no había nacido en Galilea, sino en Judea. Por donde vemos en esta gente:

(A) Un laudable conocimiento de las Escrituras. Incluso lo que se llama «la gente baja, el vulgo», conocían esto por la exposición tradicional que los escribas les ofrecían. Así pasa con muchas personas que muestran grandes conocimientos bíblicos, pero sólo les sirven para torcer las Escrituras, para su propia perdición (2Pe 3:16).

(B) Una lamentable ignorancia acerca del Señor Jesús. Al suponer que Cristo había nacido en Galilea, daban por seguro que no podía ser el Mesías, mientras que, si hubiesen atendido a su doctrina y a los milagros que llevaba a cabo, se habrían sentido inclinados a investigar más a fondo, hasta enterarse de que Jesús había nacido en Belén.

3. Otros, exasperados por las palabras de Jesús, «querían prenderle» (v. Jua 7:44), sin darse cuenta de que ya habían sido enviados alguaciles para este encargo (v. Jua 7:32), «pero ninguno le echó mano», puesto que todavía no había llegado su hora.

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