Juan 8:21 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, Jesús advierte con toda mansedumbre a los judíos incrédulos para que consideren las graves consecuencias que tal actitud les puede acarrear: «Otra vez les dijo Jesús» (v. Jua 8:21). Por la forma tan descortés y malévola con que los judíos habían recibido el testimonio de Jesús, éste les describe el fatal destino de su incredulidad.

I. Jesús continuó enseñando, en favor de los pocos que habían de recibir su doctrina, como un ejemplo para sus ministros a fin de que continúen impávidos en su ministerio, a pesar de la oposición que se les haga, puesto que un remanente ha de ser salvo. Ahora Cristo va a cambiar el tono. Hasta entonces, según su propia ilustración, «había tocado la flauta, y ellos no habían bailado»; ahora, iba «a entonar canción de duelo por ver si se lamentaban» (v. Mat 11:17; Luc 7:32). En efecto, les dice: «Yo me voy y me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado; adonde yo voy, vosotros no podéis venir» (v. Jua 8:21). Cada una de estas palabras es terrible y entraña juicios espirituales, que son los más terribles de todos los juicios. Son cuatro los juicios con que Jesús amenaza aquí a los judíos:

1. Que va a marcharse de ellos: «yo me voy». Mas ¡ay de aquellos de quienes Cristo se aleja! Se despide de ellos, pero como quien siente mucho tener que marcharse y desea que se le invite a quedarse.

2. La confusión en que se verán envueltos por su oposición al verdadero Mesías, pues: (A) Irán en busca de falsos Mesías; como si dijese: «Continuaréis en vuestra vana expectación del Mesías, cuando el Mesías ha venido ya». (B) Quizás clamarán por un Mesías liberador cuando ocurran los terribles sucesos del año 70. (C) Pero especialmente buscarán con ansia, pero sin éxito, un liberador en el momento de la muerte (v. tambien v. Jua 8:24), por haber rechazado al único que podía llevarles consuelo y paz en aquella hora.

3. Su impenitencia final: «pero moriréis en vuestro pecado», es decir, en vuestro pecado de incredulidad, pues éste es, en realidad el único pecado que conduce a la condenación (v. Jua 3:17-18, Jua 3:36). Los que persisten en la incredulidad están perdidos para siempre, si mueren en su incredulidad; mientras que muchos que han vivido por largo tiempo en el pecado, se salvan de morir en pecado mediante la gracia de un arrepentimiento a tiempo, aun cuando sea unos momentos antes de morir (v. Luc 23:40-43).

4. Su eterna separación de Cristo: «adonde yo voy, vosotros nopodéis venir». Cuando Cristo murió, se fue al Paraíso (Luc 23:43). Allá se llevó consigo al ladrón arrepentido, ya que éste no murió en sus pecados; pero no se llevó al impenitente, pues los que no se arrepientan de sus pecados, todos perecerán igualmente (Luc 13:35). En efecto, el Cielo no sería Cielo si en él entrasen los que no están preparados para estar allí.

II. La burla que ellos hicieron de estas amenazas: «¿Acaso se matará a sí mismo?» (v. Jua 8:22). ¡Cuán a la ligera tomaban las amenazas del Señor! Pensaban divertirse con este malvado e infundado pensamiento de que Cristo pudiese estar tramando quitarse la vida. ¡Como si el suicidio fuese el único lugar al que Cristo pudiese recurrir, o como si ellos no pudiesen recurrir jamás a ese extremo! En una ocasión anterior (Jua 7:35-36), no habían llegado tan lejos, pues se habían imaginado que tal vez se iría a predicar a los gentiles. Esto muestra, una vez más, que la maldad consentida se va volviendo cada vez más perversa. Esta extraña insinuación de que Jesús pudiese llegar al suicidio, era, como observa Hendriksen, «una amarga caricatura de la verdad, a saber, que iba a dar su vida en rescate por muchos (Jua 10:11, Jua 10:18, comp. con Mat 20:28)».

III. Jesús muestra cuán bajos eran los pensamientos de ellos y repite, confirmándola, la declaración que les había hecho antes «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba (v. Jua 3:31); vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (v. Jua 17:14, Jua 17:16). Como si dijese: «¿Cómo podéis venir adonde yo voy, cuando vuestro espíritu y vuestra disposición son tan contrarios al espíritu y a la disposición que yo tengo?» El espíritu de Cristo no era de este mundo, sino de arriba; y sólo los nacidos de arriba (Jua 3:3, Jua 3:5) pueden habitar con el Señor en el Cielo. La disposición de estos judíos no sólo era de esta tierra, sino de más abajo ¡del Infierno! (v. Jua 8:44). Y, ¿qué armonía tiene Cristo con Belial? (2Co 6:15). Jesús repite, a continuación, con una ligera variante, lo que antes les había dicho: «Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (v. Jua 8:24). El predicado de la oración «Yo soy» ha de suplirse mentalmente, como en Jua 4:26; Jua 6:20; Jua 9:9; Jua 13:19; Jua 18:5, Jua 18:6, Jua 18:9 (en Jua 8:58 viene a significar: «Yo existo»). Varios pasajes del Antiguo Testamento, como Éxo 3:14; Deu 32:39 e Isa 43:10, arrojan mucha luz sobre dicha frase sin predicado; por lo que la frase podría completarse diciendo: «… el Mesías, el Salvador del mundo, el Hijo del Hombre, el Enviado del Padre, etc.». Cualquiera de estos predicados, o todos juntos, arrojan mucha luz sobre la segunda mitad del versículo Jua 8:25. El que no cree que Jesús es el Hijo de Dios venido a este mundo para salvar a la humanidad perdida, morirá en sus pecados, puesto que, sin fe, es imposible agradar a Dios (Heb 11:6) y escapar del castigo que nuestros pecados merecen (Jua 3:15-21). Contra la picadura mortal del pecado, no hay otro remedio que la mirada de fe hacia el que pendió en la Cruz por nosotros (Jua 3:14-15). El que cree que Cristo es el Salvador, no muere en sus pecados, sino en «la justicia que procede de la fe» (Rom 10:6; Flp 3:9).

IV. A esta declaración de Jesús, sigue una mayor explanación acerca de Sí mismo (vv. Jua 8:25-29). Obsérvese:

1. La pregunta que le hicieron los judíos: «¿Tú quién eres?» (v. Jua 8:25). Como si se burlasen de la frase que Jesús había dejado pendiente en el aire, sin acabar, ellos replican: «Tú dices: Yo soy. ¿Yo soy qué?» Como siguen sin escuchar, siguen sin entender y, precisamente porque no había dicho expresamente quién era, se mofan de Él como si no supiera qué decir de Sí mismo.

2. Su respuesta a dicha pregunta, instruyéndoles sobre tres fuentes a las que podían acudir para obtener la necesaria información:

(A) Les recalca lo que, durante toda la conversación, trata de hacerles entender: «Exactamente (o: Principalmente) lo que os vengo diciendo (lit. hablando)» (v. Jua 8:25). Es ésta una de las frases más difíciles de todo el Nuevo Testamento, pero la versión que ofrecemos parece ser la única correcta, si se analiza bien el original, así como el contexto. En otras palabras, Jesús viene a decirles: «La pregunta que me hacéis es totalmente superflua, pues durante todo el tiempo vengo diciéndoos quién soy, a qué he venido y quién me ha enviado». Quienes cierran voluntariamente los ojos y los oídos a la verdad, no merecen que el Señor les de ulterior explicación (comp. con Isa 6:9-10 y sus referencias en el Nuevo Testamento), porque eso sería como «echar las perlas delante de los cerdos» (Mat 7:6).

(B) Les hace referencia al juicio del Padre: «Muchas cosas tengo que hablar y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verídico y yo, lo que le he oído a Él, esto hablo al mundo» (v. Jua 8:26). Como embajador del Padre, Jesús solamente dice lo que el Padre le ha encomendado que diga (Jua 7:16). Con estas palabras, Jesús:

(a) Refuta la acusación que le insinúan de no saber qué decir a la pregunta que le habían hecho, pues viene a decirles: «Tengo muchas cosas que hablar, y muchas cosas de qué acusaros, pero, por ahora, es bastante con lo que os he dicho».

(b) Les hace ver que la oposición que le hacen a Él, se la están haciendo, en realidad, al Padre a quien ellos llaman «su Dios» (v. Jua 8:41) puesto que fue Dios quien le envió a Él, y el Padre daba testimonio de que Él decía lo que el Padre le había encargado que dijera. Así que estas dos cosas le consolaban: Primera, que Él era fiel al Padre puesto que hablaba al mundo lo que Él le había oído al Padre; segunda que el Padre le era fiel a Él, puesto que, aun cuando Él no les juzgaba ni les acusaba ante el Padre, el Padre era verídico y les juzgaría por no haber recibido el testimonio dado a favor de Jesús (Jua 5:36-38). Ya antes, Juan (el Bautista o, más probablemente, el propio evangelista) había dicho de Jesús: «Aquel a quien Dios ha enviado, habla las palabras de Dios» (Jua 3:34). Al llegar a este punto, el evangelista no puede contenerse sin hacer la siguiente melancólica observación: «Pero no comprendieron que les hablaba del Padre» (v. Jua 8:27). Aunque Cristo les hablaba, con tanta claridad, de Dios como Padre suyo, todavía no entendían lo que les decía. Para el ciego, lo mismo es la noche que el día, pues no puede percibir la diferencia.

(C) Les predice los sentimientos que más tarde albergarán acerca de Él: «Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre» (v. Jua 3:15; Jua 12:32, dando a entender siempre la crucifixión), entonces conoceréis que yo soy (comp. con v. Jua 8:24), y que nada hago por mí mismo (comp. con Jua 5:19), sino que, según me enseñó el Padre (v. Jua 7:16), así hablo» (v. Jua 8:28). Estas frases no indican, contra el parecer de algunos autores, una predicción de la salvación futura de los judíos, puesto que el contexto no lo permite (vv. Jua 8:21, Jua 8:24), sino de la terrible verificación de que este Jesús, al que ahora despreciaban y trataban de dar muerte, era, en fin de cuentas, el que había declarado ser; desgraciadamente, se apercibirían de ello demasiado tarde. Quienes toman a broma las cosas sagradas y se muestran sin cuidado en lo tocante a la salvación, llega un día en que se percatan de la valía de lo que despreciaron, precisamente cuando se pasó la ocasión en que pudieron haberse aprovechado de la gracia de Dios. Por fortuna, muchos de ellos cuando Pedro les hizo ver que habían crucificado al Mesías, «se compungieron de corazón y dijeron …: ¿qué haremos?» (Hch 2:37). Con la muerte y la resurrección de Cristo se obtendría el derramamiento del Espíritu y Él convencería al mundo de la justicia de Cristo (Jua 16:10). El gran consuelo que le quedaba a Jesús, a pesar de la burla y la sañuda persecución de sus enemigos, era la comunión con el Padre: «Y el que me envió está conmigo; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (v. Jua 8:29), comp. con Jua 4:34; Jua 5:30; Jua 6:38; Jua 15:10). El que envió al Hijo fue, por supuesto, Dios el Padre (v. también Jua 3:11; Jua 5:19, Jua 5:30, Jua 5:32, Jua 5:36, Jua 5:37; Jua 7:16; Jua 8:18, Jua 8:26, Jua 8:27). La razón por la que el Padre no le deja solo es su perfecta obediencia al Padre. Incluso el grito de Mat 27:46; Mar 15:34 «¡Dios mío, Dios mío, ¿a qué fin me has desamparado?» no contradice la presente declaración de Jesús, puesto que Dios el Padre no desamparó a Jesús en la Cruz por ser desobediente (comp. con Flp 2:8 «obediente hasta la muerte», sino por ser nuestro sustituto (v. 2Co 5:21). Toda empresa de Jesús en este mundo se reducía a llevar a cabo siempre y en todo lugar lo que agradaba a Dios, y jamás hizo nada que fuera desagradable a los ojos de Dios (v. Luc 23:41; Jua 8:46). Si queremos mantener la comunión íntima con Dios, hemos de ofrecernos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, con una constante renovación de nuestra mente a fin de comprobar en cada momento cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12:1-2).

V. El efecto que las palabras de Jesús produjeron en algunos de los oyentes: «Mientras hablaba Él estas cosas, muchos creyeron en Él» (v. Jua 8:30). La interpretación más probable es que no se trata de verdaderos creyentes, sino, a lo más, de oyentes persuadidos a dar crédito a las palabras de Jesús en cuanto a su mesianidad. El contexto posterior, con el cual forma conjunto el presente versículo, muestra que estas personas carecían de fe salvífica. Como observa Hendriksen, y ya lo hicimos notar en otro lugar, el aoristo griego, aquí como en Jua 2:23; Jua 7:31; Jua 12:42, a pesar de la preposición eis = en, no siempre indica un cambio de corazón, sino sólo mental. Por otra parte, el pretérito perfecto del versículo Jua 8:31 muestra que se trata del mismo grupo, mientras que la verdadera fe suele expresarse en tiempo presente (v. Jua 3:16, Jua 3:18, Jua 3:36; Jua 6:35, Jua 6:40, Jua 6:47; Jua 7:38; Jua 11:25, Jua 11:26; Jua 12:44, Jua 12:46; Jua 14:12; Jua 17:20). A primera vista, no se explica la transición de esta actitud pacífica de crédito en Jesús a la hostilidad que se muestra desde los versículos Jua 8:33 en adelante. Pero, si se entiende que estos oyentes no tenían una fe viva, personal, en Jesucristo, se comprende esta aparente anomalía. Como dice Hendriksen, «sí que hay transición; pero no de un grupo a otro grupo diferente, sino de una actitud a otra dentro del mismo grupo». Este brusco cambio se explica por el hecho de que, tan pronto como Jesús les da a entender que un mero cambio de pensar no es suficiente (aceptando que Jesús fuese el Mesías que ellos sonaban), sino que deben rendirse a Él en obediencia a sus enseñanzas para poder salir de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios se revuelven furiosos en su orgullo y ya no creen en Él en ningún sentido. Esto demuestra que no es muy difícil persuadir a un mundano a que admire las enseñanzas de Jesús y sienta simpatía hacia su persona, pero ya no es tan fácil persuadir a esa misma gente a que se entreguen al Señor sin reservas y abandonen, arrepentidos, su vida de pecado.

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