Juan 8:48 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Los que no pueden dar razón de su sinrazón, siempre acuden, como último recurso, al insulto. Así lo hacen estos escribas y fariseos en esta ocasión, diciéndole al Señor: «¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que tienes demonio?» (v. Jua 8:48). Vemos:

1. El apelativo blasfemo que estos perversos judíos daban al Señor Jesús, al decirle: (A) Que era samaritano; de esta manera le exponían a la mala voluntad del pueblo, entre quienes no se le podía poner a una persona un nombre peor que «samaritano». Con mucha frecuencia le llamaban «galileo» y entendían por ello una persona despreciable; pero ahora le llaman «samaritano», designándole así como persona mala. En todas las épocas, los malos han hecho grandes esfuerzos para poner a las buenas personas nombres odiosos; y cuán fácilmente se le pone un mal nombre a una persona por toda la vida, cuando estos apelativos circulan entre la gente sin que nadie lo impida; (B) que tenía demonio: que estaba en coalición con el diablo, que estaba poseído de un espíritu inmundo de melancolía, y sufría complejo de persecución, por lo que insultaba a los líderes; un hombre depresivo, cuyo cerebro está obnubilado, o un mal hombre, cuyo cerebro está demasiado caliente, de modo que todo lo que decía no era más digno de crédito que lo son las extravagantes salidas de un paranoico.

2. Cómo trataron de justificar el insulto: «¿No decimos BIEN nosotros …?» Esto muestra cuán arraigados estaban los prejuicios de ellos, y cuán endurecido estaba su corazón. Desahogan su enemistad contra Cristo, como si nunca hubieran hablado mejor que cuando decían contra Él lo peor. Mala cosa es decir y obrar mal, pero es peor todavía el persistir en esas prácticas.

II. La mansedumbre y misericordia del Cielo se reflejan en la respuesta de Cristo (vv. Jua 8:49-50). Notemos que:

1. No responde nada al insulto de «samaritano», puesto que Él mismo había puesto a un samaritano como modelo de compasión hacia el prójimo (v. Luc 10:30-37).

2. En cambio, niega rotundamente el cargo que le hacen de tener demonio: «Yo no tengo demonio». Como si dijesen: «La acusación es injusta; ni estoy poseído del demonio ni tengo pacto con él».

3. En confirmación de ello, asegura la sinceridad de su intención: «sino que honro a mi Padre». Siempre, y en todo, buscó Jesús dar gloria al Padre y cumplir la voluntad del Padre. Si tuviera demonio, no honraría al Padre, porque los demonios son incapaces de honrar a Dios.

4. Se queja de la deshonra, que con tales apelativos, le infieren a Él mismo: «y vosotros me deshonráis». Con estas palabras se echa de ver que Jesús, en cuanto hombre, tenía un vivo sentido del deshonor que se le causaba con las malas palabras. Cristo honraba al Padre más y mejor que lo que cualquier ser humano pudo y quiso honrar y, sin embargo, Él mismo fue deshonrado como nadie jamás lo ha sido; porque aun cuando Dios ha prometido que Él honrará a quienes le honren, nunca ha prometido que los hombres vayan a honrar a los que honran a Dios.

5. A continuación, Jesús se descarga de la imputación de vanagloria (v. Jua 8:50), puesto que menospreciaba la gloria de los hombres: «Pero yo no busco mi gloria (comp. con Jua 5:41); hay quien la busca y juzga», es decir, el Padre. Quienes están muertos a las alabanzas de los hombres, pueden soportar impávidos los insultos de los hombres. De dos maneras mostraba Jesús que no buscaba su propia gloria: (A) En que no buscaba los respetos, halagos ni adulaciones de los hombres, pues sabía que Dios honra a quienes no buscan su propio honor; por eso, la humildad va delante del verdadero honor; (B) en que no se vengaba de las afrentas que le hacían los hombres, con referencia a esto, dijo: «y juzga» (Dios). Como si dijese: «Él será quien vindicará mi honor». Si apelamos a Dios con humildad, y esperamos con paciencia, encontraremos, para nuestro consuelo, que «hay quien juzga».

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