Jueces 9:22 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Abimelec reinó tres años sin mayores disturbios. No se dice que juzgara a Israel ni prestase al país ningún servicio útil, pero disfrutó durante ese tiempo del título y de la dignidad de rey. Pero el triunfo de los malvados dura poco. La justa mano de Dios sembró la ruina en aquellos malvados conspiradores (v. Jue 9:23): Envió Dios un espíritu de discordia entre Abimelec y los hombres de Siquem; esto es, se llenaron de celos unos contra otros hasta enemistarse completamente. Esto vino de Dios, quien permitió al diablo, el gran malhechor, sembrar discordia, pues Dios no sólo restringe la acción de Satanás, sino que le hace servir, muchas veces, a los propósitos de Dios. Las ambiciones y odios de aquellos hombres eran fruto de inmundos espíritus en el corazón de ellos. Y de esas malas pasiones salen las guerras y los pleitos (Stg 4:1). Dios les entregó justamente a sus pasiones y, con ello, envió espíritu de discordia entre ellos. Cuando los hombres hallan en su pecado el castigo, Dios es el autor del castigo, aunque no sea el autor del pecado. Los siquemitas que habían estimulado y nutrido las pretensiones de Abimelec y le habían ayudado en sus inicuos proyectos, que habían añadido maldad con hacerle rey después de tales iniquidades, debían caer con él.

I. Los siquemitas comenzaron a afrentar a Abimelec.

1. Los de Siquem se levantaron contra Abimelec (v. Jue 9:23). No se dice que se arrepintieran del pecado que habían cometido al promoverle.

2. Quisieron echarle mano cuando estaba en Arumá (v. Jue 9:41) su sede regia. Esperando que viniera a la ciudad, pusieron asechadores en las cumbres de los montes (v. Jue 9:25). Los que así estaban aposentados, aunque no le echaban a él (pues no venía), no perdían el tiempo, pues robaban a todos los que pasaban.

3. Estimularon a un tal Gaal, hijo de Ebed (que significa «siervo», mientras que Gaal significa «asco»). Así que, tal para cual, tenemos una zarza contendiendo con otra. Gaal era ambicioso y se fue a Siquem para avivar allí el fuego de la rebelión, y los de Siquem pusieron en él su confianza (v. Jue 9:26).

4. Cometieron cuantas afrentas pudieron contra el nombre de Abimelec (v. Jue 9:27), pues fueron a la casa de su dios para solemnizar la fiesta, y allí comieron y bebieron, y maldijeron a Abimelec; esto es, imprecaron al dios para que destruyera a Abimelec. En este mismo templo, de cuyo tesoro habían sacado el dinero para promover a Abimelec, estaban ahora reunidos para maldecirle y tramar su ruina.

5. Les satisfizo el altivo desafío de Gaal contra Abimelec (vv. Jue 9:28, Jue 9:29). Les agradó oír a este hombre desvergonzado y ambicioso, que hablaba con burla y desdén: (A) De Abimelec. (B) De su buen padre Gedeón: ¿No es hijo de Jerobaal? (C) Del primer ministro de Abimelec: ¿Y no es Zebul ayudante suyo? No es que Gaal intentase dar a Siquem libertad, sino sólo cambiar de tirano: «Ojalá estuviera este pueblo bajo mi mano» (v. Jue 9:29). Todo esto agradó a los siquemitas, quienes estaban ahora asqueados de él, tanto como habían estado antes encantados de él. Los hombres sin conciencia son hombres sin constancia.

II. Abimelec volvió todas sus fuerzas contra ellos y, en poco tiempo, los destruyó por completo. Observemos sus movimientos.

1. El confidente de Abimelec y gobernador de la ciudad, Zebul, se encendió en ira (v. Jue 9:30) y avisó a su amo del plan que tramaban los de Siquem (v. Jue 9:31). Le aconsejó que cayera de noche sobre la ciudad (v. Jue 9:32). ¿Cómo podían los siquemitas acelerar la ejecución de su plan, cuando el propio gobernador de la plaza estaba sirviendo a los intereses del enemigo de ellos?

2. Gaal, que era el jefe de la sedición, fue traicionado y engañado miserablemente por Zebul: «Tú ves la sombra de los montes como si fueran hombres» (v. Jue 9:36). Con esto, trataba: (A) De ridiculizarle. (B) De detenerle, mientras las fuerzas de Abimelec caían sobre la ciudad. (C) Luego apeló Zebul a otra táctica, y desafió a Gaal a mantener la bravata que había lanzado, uno o dos días antes, contra Abimelec (v. Jue 9:38): «Sal, pues, ahora y pelea con él, si es que te atreves».

3. Abimelec derrotó completamente a las fuerzas de Gaal que salieron de Siquem (vv. Jue 9:39, Jue 9:40). Aquella misma noche, Zebul expulsó de Siquem a Gaal y a los que habían seguido a éste hasta la ciudad (v. Jue 9:41).

4. Al día siguiente puso emboscadas cerca de Siquem y atacó a los que salían de la ciudad, castigando así a los que le habían traicionado. (A) Le dieron aviso de que los de Siquem habían salido al campo (v. Jue 9:42), a arar y sembrar, más bien que a pelear (como opinan algunos). (B) Él, entonces, cortó las comunicaciones de la ciudad y luego envió dos de las compañías que había formado las cuales acometieron a todos los que estaban en el campo, y los mataron (v. Jue 9:44). (C) Él mismo, con la compañía que le quedaba, cayó sobre la ciudad y, después de matar a la gente, asoló la ciudad y la sembró de sal, para que quedase estéril y fuese así un monumento perpetuo del castigo que había sufrido por su perfidia. (D) Pero el propósito de Abimelec no prevaleció en cuanto a conseguir que fuese perpetua la desolación de la ciudad, ya que fue después reedificada y llegó a ser una ciudad tan importante, que todo Israel se reunió allí para coronar por rey a Roboam (1Re 12:1).

5. Los que se habían retirado al templo del ídolo, como a un baluarte de seguridad, fueron destruidos allí. Son llamados «los hombres de la torre de Siquem» (vv. Jue 9:46, Jue 9:47), una especie de castillo perteneciente a la ciudad, pero a cierta distancia de ella. Lo que ellos imaginaron servir de refugio, sólo les sirvió de trampa, como ocurre a cuantos acuden a refugiarse en los ídolos. Todos los que estaban allí murieron, o quemados por el fuego o sofocados por el humo. ¡Cuántos inventos poseen los hombres para destruirse unos a otros! Unos 1.000 hombres y mujeres perecieron en aquellas llamas; muchas de estas personas, es probable, nada tenían que ver con la discordia entre los siquemitas y Abimelec, pero en esta especie de guerra civil tuvieron el mismo fin miserable, porque los hombres de espíritu faccioso y turbulento no perecen solos en su iniquidad, sino que envuelven en su propia calamidad a muchos otros que les siguen en simplicidad.

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