Lamentaciones 2:10 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Justamente se llaman Lamentaciones estos versículos, expresiones perfectas de dolor y pesadumbre, como el contenido del rollo de Ezequiel (Eze 2:10).

I. Son presentados aquí casos extremos de lamentación y gráficamente descritos en la vida real.

1. Los jueces y magistrados, que solían aparecer en ropas majestuosas, están despojados de ellas y vestidos con hábito de enlutados (v. Lam 2:10). Los ancianos no se sientan ya en los asientos del tribunal, los tronos de la casa de David, sino en tierra. Guardan silencio, abrumados de pena, sin saber qué decir, con el polvo sobre la cabeza y vestidos de saco. Igualmente (v. Lam 2:10), las doncellas, que siempre estaban dispuestas para la alegría y la diversión, inclinan la cabeza hasta la tierra en señal de duelo (comp. con Job 2:12; Ez. 17:30).

2. El propio profeta es modelo de enlutados (v. Lam 2:11): «Mis ojos están consumidos de lágrimas»; ha llorado hasta no poder más, hasta quedarse casi ciego de tanto llorar. Jeremías recibía mejor trato que sus prójimos, mucho mejor que el que había recibido de sus compatriotas anteriormente; de hecho, la destrucción de ellos significó la libertad de él. Con todo, sus intereses personales quedan completamente absorbidos por su preocupación en favor de los intereses del pueblo, y se lamenta (v. Lam 2:11) «del quebrantamiento de la hija de su pueblo», como si fuese él mismo quien sufriera más en esa común calamidad. La mención del hígado indica hasta qué punto el centro mismo de las emociones (en la mentalidad hebrea) estaba afectado por el dolor y la tristeza. Comparar con Job 16:13. Asensio ve aquí un «dolor intenso e íntimo, hasta provocar un vómito de hiel», pues también en Job 16:13 ocurre el vocablo hebreo kabed (hígado).

II. El corazón del pueblo clama al Señor (el verbo hebreo está en indicativo, no en imperativo), y continúa (v. Lam 2:18 ahora en imperativo ): «Oh muro de la hija de Sion (comp. con v. Lam 2:8), echa lágrimas cual torrente día y noche». La razón por la que aquí, como en el versículo Lam 2:8, se menciona el muro en lugar de la ciudad misma es que, «desde el punto de vista militar era la parte más importante de la ciudad» (Goldman). Esto es algo que sirvió de lamentación a Nehemías muchos años después (v. Neh 1:3, Neh 1:4). Las calamidades iban a continuar, y las causas de pesadumbre habían de recurrir, con lo que darían así nuevas ocasiones para que se lamentasen cada día y cada noche. Había peligro de que se volvieran insensibles y tendrían necesidad de afligir su alma, hasta que su orgulloso y endurecido corazón quedase completamente humillado y ablandado.

III. Se citan ahora varios motivos para lamentarse.

1. Muchedumbres perecían de hambre. Dios les había disciplinado mediante la escasez de provisiones por la falta de lluvia que habían padecido anteriormente (Jer 14:1), y ahora, mediante las estrecheces del asedio, Dios los condujo al extremo de la calamidad, pues los niños y aun los lactantes (vv. Lam 2:11, Lam 2:12, Lam 2:19, Lam 2:21) mueren de inanición en las calles y plazas de la ciudad. Había incluso niños que eran muertos a manos de sus madres y comidos por ellas (v. Lam 2:20), como ocurrió también en el asedio de Samaria (v. 2Re 6:29).

2. Muchedumbres caían a espada, que devora a diestro y siniestro, especialmente en manos de tan crueles enemigos como eran los caldeos. Estos no atendían a edad ni sexo (v. Lam 2:21). Ni los niños ni los ancianos tenían fuerzas para combatir, tampoco las doncellas empuñaban la espada; no obstante, «niños y ancianos yacen por tierra en las calles; mis vírgenes (esto es, como siempre, doncellas casaderas) y mis jóvenes cayeron a espada». Y, como los caldeos eran meramente instrumentos de Jehová, Jeremías continúa, dirigiéndose a Dios (v. Lam 2:21): «Mataste en el día de tu furor; degollaste sin piedad». sólo un corazón profundísimamente afectado por el dolor puede desahogarse de esta manera ante Dios; y así lo han hecho santos como Moisés, Job y el propio Jeremías. Recordemos que Dios no toma como insulto el que un hijo Suyo derrame humildemente las penas de su corazón delante de Él (v. el v. Lam 2:19).

3. Sus falsos profetas les habían engañado (v. Lam 2:14). Esto es algo que Jeremías había lamentado mucho antes y había observado con honda preocupación (Jer 14:13): «¡Ah!; ¡ah, Señor Jehová! He aquí que los profetas les dicen: No veréis espada, etc.». Aquí inserta también esta queja en sus lamentaciones. Las visiones de los falsos profetas eran pura fantasía, y, con la mayor probabilidad, ellos mismos sabían que las visiones que pretendían haber tenido eran una impostura. El pueblo mismo los había elevado y les había dictado lo que habían de decir; así que eran profetas según el corazón del pueblo. Los profetas verdaderos son los que le dicen al pueblo, de parte de Dios, tanto sus pecados como la necesidad de arrepentirse de ellos, con lo que impiden así su ruina; pero estos falsos profetas sabían que, si obraban de ese modo, el pueblo les negaría su afecto y su contribución pecuniaria. Por consiguiente (v. Lam 2:14), «no revelaron tu pecado para impedir tu cautiverio», cuando la remoción del pecado habría sido el mejor medio para evitar el exilio.

4. Sus vecinos se reían de ellos (v. Lam 2:15): «Todos los que pasan por el camino baten palmas sobre ti, etc.». Son gestos de gozo y desprecio malignos. Y añadían (v. Lam 2:15, comp. con Sal 48:2; Sal 50:2): «¿Es ésta la ciudad que decían de perfecta hermosura, el gozo de toda la tierra?» ¡Ahora no era sino la perfección de la deformidad! ¿Adónde se había ido su belleza?

5. Sus enemigos cantaban victoria sobre ellos (v. Lam 2:16). Los que odiaban a Jerusalén abrían la boca, como si quisieran tragarse al pueblo de Dios (comp. con Sal 22:14), silbaban y rechinaban los dientes, en gesto de rabia triunfal. «Nos la hemos tragado», añaden, como si ya se la hubiesen comido; y piensan que lo consiguen con sus propias fuerzas, como si Dios no anduviese por medio: «Ciertamente éste es el día que esperábamos; lo hemos hallado, lo vemos».

6. Dios mismo, el Dios de ellos, se manifiesta, en todo esto, contra ellos (v. Lam 2:17): «Jehová ha hecho lo que tenía determinado, etc». (comp. con Jer 4:28). Lo que Dios trama contra Su pueblo está destinado a ellos y, por consiguiente, sucederá como Dios predijo. Cuando les dio la Ley por medio de Moisés, ya les dijo los castigos que, con toda certeza, había de infligirles si transgredían aquella Ley; y ahora que por tanto tiempo han sido culpables de transgredir en muchos puntos esa Ley, Él ha ejecutado la sentencia correspondiente, de acuerdo con Lev 26:16, etc., y Deu 28:15.

IV. A continuación, se buscan, y se prescriben, consuelos para la curación de este estado de profundas lamentaciones.

1. El profeta (v. Lam 2:13) trata de hallar la forma más conveniente de consolar a la virgen hija de Sion. Pero no encuentra las frases más apropiadas para ello. Dice Goldman: «El sentido del versículo es: ¿Puedo mencionar alguna otra nación que haya sufrido una calamidad igual que la tuya, y consolarte con el pensamiento de que no eres la única en tu pesadumbre?» Nos esforzamos en consolar a nuestros amigos diciéndoles que su caso no es el único (y éste es un recurso malísimo, como lo he visto por propia experiencia «¡Vaya un consuelo que me das!» , me dijo un amigo a quien se le había muerto a los catorce años el hijo único, en quien tantas esperanzas tenía puestas; nota del traductor).

2. Y es que el caso de Jerusalén era realmente único. Único era su castigo, como únicas eran su ingratitud y su rebeldía contra Dios (v. Isa 1:26), y único el honor que Dios le había otorgado en el pasado. No había ya remedio en este caso, porque la herida estaba gangrenada (v. Lam 2:13): «Porque grande como el mar es tu quebrantamiento; ¿quién te podrá curar?» Ni la sabiduría ni el poder de ningún hombre puede reparar una brecha tan profunda; por lo que es inútil el querer aplicar ninguno de los remedios corrientes.

3. El método prescrito para la curación de este caso desahuciado es dirigirse humildemente a Dios y, mediante una oración de verdadero penitente, encomendarle el caso a Él, ya que es el único que puede ponerle remedio eficaz (v. Lam 2:19): «Levántate, no sigas acostada en tu indolencia, da voces de oración ferviente en la noche, al comenzar las vigilias», frase que puede entenderse de dos maneras: (A) al comienzo de la primera vigilia, cuando la gente disfruta del primer sueño; (B) al comienzo de cada una de las tres vigilias en que se dividía la noche. En este segundo sentido lo entienden Asensio, Ryrie y el propio M. Henry (Goldman da como probables ambos sentidos). Y prosigue (v. Lam 2:19): «Derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor (como ya hemos aludido arriba, al final de III, 2), con toda libertad, con seriedad, con sinceridad; alza tus manos a Él, con santo deseo y confiada expectación, implorando la vida de tus pequeñitos. ¿Qué habían hecho esos pobres corderitos? Y dile a tu Dios (v. Lam 2:20): Mira, oh Jehová, y considera a quién has tratado así». Como si dijese: «¿No son tuyos? ¿No son descendientes de Abraham, tu amigo, y de Jacob, tu escogido? ¡Oh, Señor! ¡Toma en tu compasiva consideración su caso!»

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