Lamentaciones 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El título del Sal 102:1-28 estaría más que apropiado al comienzo de este capítulo: «Oración del que sufre, cuando está angustiado, y delante de Jehová derrama su lamento». El profeta se queja:

1. De que Dios está enojado. Esto es lo que da nacimiento y amargura a la aflicción (v. Lam 3:1): «Yo soy el hombre (hebr. haguéber, el varón apto para el servicio militar) que ha visto aflicción bajo la vara de Su enojo». La ha visto, es decir, la ha sentido. Dios está, a veces, enojado con Su pueblo; pero no usa la espada para cortar, sino la vara para corregir; es la vara de Su enojo, y el enojo de Dios es siempre provechoso, aunque de momento no lo parezca (Heb 12:11). Bajo esta vara hemos de esperar aflicción, no caricias; y si llega el caso en que se nos hace ver una extraordinaria aflicción, no debemos querellarnos, pues podemos estar seguros de que el enojo es justo y de que la aflicción está mezclada con misericordia.

2. De que él (el profeta) está en la oscuridad. La oscuridad es aquí símbolo de aflicción y perplejidad; éste es el caso del que aquí se queja (v. Lam 3:2): «Me guió mediante una innumerable cadena de sucesos y me hizo caminar en tinieblas y no en luz; en las tinieblas que yo temía y no en la luz que yo esperaba». Y (v. Lam 3:6) «me dejó en oscuridad, en una oscuridad como la del sepulcro, como los muertos de hace mucho». Así suelen traducir las versiones el olam del original, pero seguramente tiene razón Goldman al decir que «lo desde hace mucho escasamente añade nada a los de muertos, por lo que una traducción preferible sería muertos para siempre ».

3. De que Dios se presenta contra él como un enemigo: «Sí, dice (v. Lam 3:3), contra mí vuelve y revuelve su mano todo el día» (comp. con Sal 73:14: «… azotado todo el día, y castigado todas las mañanas»). Cuando la mano de Dios se vuelve y revuelve contra nosotros, estamos tentados a pensar que también Su corazón se ha vuelto contra nosotros. «Fue para mí (v. Lam 3:10) como oso que acecha, sorprendiéndome con sus juicios, como león en escondrijo, de suerte que a cualquier lado que me vuelvo, nunca me puedo sentir seguro.» «Entesó su arco (v. Lam 3:12) y me puso como blanco de sus saetas.» Y de nuevo (v. Lam 3:13): «Hizo entrar en mis riñones (que los antiguos suponían ser el asiento de la vida v. Job 16:13; Sal 38:3; Pro 7:23 ) las flechas (lit. los hijos) de su aljaba», por lo que le herían en lo más vital.

4. De que la nación judía podría ser comparada muy apropiadamente con un hombre lleno de arrugas por la edad (v. Lam 3:4): «Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos»; su cuerpo se va deteriorando por momentos. «Me llenó (v. Lam 3:15) de amarguras, etc.», pues estas penas y aflicciones sólo destilan amargor. Al cocerle el pan mezclado con guijarros, le ha roto los dientes (v. Lam 3:16) y le ha hecho revolcarse en ceniza (así lo entiende Goldman).

5. De que no puede discernir para sí ninguna vía de escape (v. Lam 3:5): «Edificó baluartes contra mí, como se construyen para atacar una ciudad ya sitiada, y me rodeó de amargura y de fatiga, como a quien se esfuerza por escapar y no encuentra por dónde salir». Se siente (v. Lam 3:7) cercado (mejor, amurallado) por todos los lados y, para hacer más terrible su prisión, encadenado. Dice Ryrie: «Los asirios popularizaron la práctica de amurallar a los prisioneros, a fin de que se muriesen más rápidamente». Además (v. Lam 3:9), la cerca es de piedras sillares, con lo que le torció los senderos, e hizo que su conducta se volviese perpleja y hasta tortuosa (así lo entiende Goldman), o que fuese de un lado para otro, sin conseguir ningún avance (así lo entiende M. Henry y es lo más probable). «Torció mis caminos», añade (v. Lam 3:11), es decir, le ha hecho desviarse «como la presencia de una fiera le haría desviarse de su camino a un viandante» (Goldman), y continúa (v. Lam 3:11): me despedazó y me dejó desolado (lit.), privado de todo consuelo en mi alma.

6. De que Dios se hace el sordo a sus oraciones (v. Lam 3:8): «Aun cuando grito y pido auxilio, como quien se halla en una situación desesperada, cierra los oídos a mi oración, como quien rehúsa deliberadamente escuchar». Algunas veces Dios parece estar enojado incluso contra las oraciones de Su pueblo (v. Sal 80:4), y es verdaderamente deplorable el caso de aquellos a quienes se niega el consuelo de la aceptación.

7. De que sus mismos vecinos se ríen de sus aflicciones (v. Lam 3:14): «He venido a ser la irrisión de todo mi pueblo, etc.». Esto podría parecer extraño, cuando todo el pueblo de Israel está sufriendo estas calamidades; pero, si recordamos que quien así habla (con la mayor probabilidad v. la introducción a este capítulo ) es «una personificación, en un individuo, de las experiencias de todo el pueblo» (Goldman), se entenderá, como explica el propio Goldman (y Asensio está de acuerdo con esta interpretación), que «como un individuo es al pueblo de su propio país, así lo es una nación con respecto a los demás pueblos del mundo», con lo que el versículo se entiende perfectamente.

8. De que él mismo estaba a punto de desesperar de cualquier liberación (v. Lam 3:17): «Y mi alma se alejó de la paz, esto es, de la felicidad que las bendiciones divinas comportan, y me olvidé del bienestar (lit. hebr. tobah)». Como si dijese: «Hace tanto tiempo que lo paso mal, que ya ni me acuerdo de lo que es el pasarlo bien; tan acostumbrado estoy a la tristeza y a la esclavitud, que ya no sé lo que significan el gozo y la libertad». «Y dije (v. Lam 3:18): Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová; ya no puedo confiar en Dios para apoyarme en Él, cuando se muestra tan inexorable».

9. De que le abrumaba la tristeza cada vez que recordaba su desdicha, y sus reflexiones eran tan melancólicas como su expectativa (vv. Lam 3:19, Lam 3:20): «Acuérdate (el hebreo zekhar es ciertamente imperativo, no infinitivo) de mi aflicción y de mi vida errante (el vocablo hebreo puede significar también angustia o sufrimiento ; quizás hayamos de ver aquí juntas la culpa y la pena como causa y efecto, respectivamente), del ajenjo y de la amargura (lit.)». El pecado es el que hace que el cáliz de la aflicción sea un cáliz de amargura. Los cautivos de Babilonia tenían continuamente en su mente todas las miserias del asedio de Jerusalén y lloraban cuando se acordaban de Sion; nunca, nunca, podían olvidarse de Jerusalén (Sal 137:1, Sal 137:5).

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