Lamentaciones 3:37 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Lamentaciones 3:37 | Comentario Bíblico Online

1. No debemos disputar con Dios por ninguna aflicción que tenga a bien enviarnos en cualquier tiempo (v. Lam 3:39): «¿Por qué se queja un hombre viviente? ¡Que sea un valiente (hebr. guéber) contra sus pecados!» Ésta parece ser la versión literal más probable de este difícil versículo. Dice el Midrás (citado por Goldman): «Debería estar agradecido de estar vivo». La soberanía de Dios en la administración universal de los planes de Su providencia habría de ser suficiente base doctrinal para acallar todas las quejas que contra Dios se atreven a presentar los seres humanos (Adán, en la primera parte del versículo). En concreto, los llevados al cautiverio de Babilonia deben someterse a la voluntad de Dios en sus padecimientos. ¿Se cree alguien lo suficientemente valiente, fuerte, frente a Dios? (v. 1Co 10:22). ¡Que tenga esa valentía para reconocer sus pecados y enmendarse de ellos! Quien se acusa así mismo, hallará a un Dios misericordioso, pero quien se excusa y se queja de sufrir sin merecerlo, hallará a un Dios justiciero.

2. Debemos ponernos a responder a los objetivos que Dios abriga al afligirnos, lo cual conseguiremos si nos ponemos primero (v. Lam 3:40) a escudriñar nuestros caminos, con lo que estaremos dispuestos a volvernos a Jehová. ¡Examinemos nuestra conducta! ¡Que nos ayude la conciencia a buscar y a juzgar! Al examinar nuestra conducta, nos examinaremos a nosotros mismos, pues hemos de juzgar de nuestro estado espiritual, no por nuestras inútiles fantasías y nuestros débiles deseos, sino por los motivos que nos incitan, las normas que nos rigen y el tenor general de nuestra vida conforme a esos motivos y esas normas. ¡El árbol se conoce por sus frutos! Cuando nos hallamos en aflicción, es conveniente meditar bien sobre nuestros caminos (Hag 1:5), para que lo que no está del todo derecho sea enderezado por el arrepentimiento y enmendado para lo futuro y, de este modo, podamos responder al objetivo de la aflicción. En tiempo de pública calamidad, estamos inclinados a señalar con el dedo a otros para echarles la culpa de lo que ocurre, mientras que el deber nuestro, y el de cada uno, es examinar nuestros caminos. «Y (v. Lam 3:40) volvámonos a Jehová. Ya estuvimos con Él, y nunca nos ha ido bien desde que nos separamos de Él; volvámonos, pues, a Él». Y, cuando elevamos (v. Lam 3:41) nuestras manos al cielo para orar a Dios, «levantemos también el corazón sobre las palmas de las manos, del mismo modo que hemos de poner toda el alma en nuestras palabras». Orar es levantar el alma a Dios (Sal 25:1), como a nuestro Padre que está en los cielos; y el alma que abrigue la esperanza de estar con Dios en el cielo para siempre, ha de querer estar siempre aprendiendo, mediante frecuentes actos de devoción, el camino hacia allá y proseguir diligentemente hacia esa meta.

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