Lucas 10:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Informe que los setenta discípulos dieron a Jesús del éxito de su expedición: «Volvieron los setenta con gozo» (v. Luc 10:17), no se quejaban de las fatigas del viaje, sino que se regocijaban del completo éxito que habían tenido, especialmente en la expulsión de espíritus inmundos: «Señor, aun los demonios se nos someten en tu nombre». Como vemos, le dan a Jesús la gloria: «en tu nombre». Todas las victorias que obtenemos contra Satanás, se deben al poder derivado de nuestro Señor Jesucristo. Es en su nombre, como hemos de entrar en liza con el adversario de nuestras almas; y toda obra y victoria conseguida en ese nombre, debe resultar en gratitud y alabanza a ese nombre. Nótese cómo hablan de ello en tono de gran exultación: «aun los demonios se nos someten». Si los demonios se nos someten en virtud del nombre de Jesús, ¿qué hemos de temer mientras acudamos a la fuente de donde nos viene el poder?

II. Cómo recibió Jesús este informe:

1. Confirma lo que ellos le cuentan sobre el poder que habían ejercido sobre los demonios: «Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (v. Luc 10:18). En efecto, el poder que los setenta tuvieron contra los demonios era una prueba de que el poder de Satanás, el príncipe de los demonios, había sido quebrantado (comp. con Luc 11:14-22). Satanás y su reino caían ante la predicación del Evangelio. Caen como un rayo, es decir, súbita e irrevocablemente. El diablo cae del cielo cuando cae del trono que ocupa en el corazón de los hombres. Cristo conocía de antemano que, dondequiera fuese recibido el reino de los cielos, caería el reino de Satanás. Pero fue en la Cruz donde Cristo asestó a Satanás el golpe mortal (v. Jua 12:31-33).

2. Repite, ratifica y amplía la comisión que les había dado: «Mirad que os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará» (v. Luc 10:19). Ellos habían usado eficazmente el poder de Jesús contra Satanás, y ahora les inviste de un poder todavía mayor: (A) Un poder ofensivo contra el mal, contra serpientes y escorpiones, conocidos por su ponzoña letal y símbolos de los demonios y espíritus malignos, «la serpiente antigua» de Gén 3:1 y siguientes y Apo 12:9 (comp. con Sal 91:13-14; Rom 16:20). Este versículo arroja una luz tremenda sobre Mar 16:17-18, aunque las referencias de nuestras versiones no los conecten, lo cual es una pena. (B) Un poder defensivo: «Nada os dañará». Aquí vemos una promesa, cuya extensión y explicitación consoladora hallamos en Rom 8:28, donde todas las cosas, no sólo prósperas, sino también adversas, cooperan juntamente para el bien de los que aman a Dios, pues nuestro Padre amoroso lo dirige y controla todo para nuestro supremo bien, aunque muchas veces no comprendamos los caminos por los que va haciendo esa sublime tarea.

3. Con todo, quiere que dirijan su gozo a un motivo más alto: «Pero no os regocijéis únicamente de que los espíritus se os someten, sino regocijaos principalmente de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (v. Luc 10:20). Cristo puede referirse a esta inscripción de nuestros nombres en los cielos, porque es en el libro de la vida del Cordero donde están inscritos (v. Apo 13:8; Apo 17:8). El poder de llegar a ser hijos de Dios (Jua 1:12-13) y alcanzar así la ciudadanía en los cielos, ha de ser valorado muy por encima del poder de expulsar demonios, pues leemos en Mat 7:21-23 de los que echan fuera demonios, pero son unos desconocidos para Cristo, y en 1Co 13:1-3 de los que llegan a extremos de maravillas y aparente abnegación, pero de nada les sirve por falta de amor, mientras que «el que ama a Dios es conocido por Él» (1Co 8:3), y aquellos cuyos nombres están escritos en los cielos jamás perecerán (Jua 10:28), pues son ovejas de Cristo, a las que Él ha dado vida eterna. El amor genuino es un camino más excelente que el hablar en lenguas (v. 1Co 12:31; 1Co 13:1).

4. A continuación, Jesús eleva al Padre una fervorosa acción de gracias (vv. Luc 10:21-22). Esto lo vimos ya en Mat 11:25-27, pero en Lucas se introduce con la frase: «En aquella misma hora, Jesús se regocijó en el Espíritu Santo». El regocijo de Cristo ante la evidencia del poder ejercido por los discípulos en Su nombre es un regocijo interior, sólido y muy sustancial, como provocado por el Espíritu Santo (comp. con Gál 5:22) y fue movido, junto con ese regocijo, a dar gracias, alabar y reconocer al Padre, porque, así como la alabanza agradecida es el lenguaje genuino del gozo santo así también el santo regocijo es la raíz y fuente de una gratitud llena de alabanza, o de una alabanza llena de gratitud. Por dos cosas alaba y reconoce Jesús al Padre:

(A) Por lo que ha sido revelado por el Padre mediante el Hijo: «Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra» (v. Luc 10:21). Ahora bien, lo que es para Jesús motivo de alabanza y reconocimiento al Padre es: (a) Que los designios de Dios en cuanto a reconciliar consigo al mundo, fueron revelados a algunos hombres que fuesen idóneos para enseñarlos también a otros (v. 2Ti 2:2). (b) Que habían sido revelados a niños, a gente sencilla e iletrada, pero receptiva a la enseñanza del Espíritu Santo (comp. con 1Co 1:18-29). Tenemos motivo para alabar y dar gracias a Dios, no tanto por el honor que ha conferido a niños, cuanto por el honor que ha dado a Su santo nombre al perfeccionar Su poder en la debilidad (v. 2Co 12:9). (c) Que, mientras estas cosas habían sido reveladas a niños sencillos, habían quedado ocultas a los sabios y entendidos como eran los filósofos griegos y los rabinos judíos. Para éstos, el Evangelio era locura y escándalo; por eso, no estaban dispuestos para recibir estas cosas ni ser comisionados para proclamarlas a otros. Pablo había sido instruido entre los sabios y entendidos pero cuando se convirtió al Señor y fue hecho Apóstol, llegó a ser como niño en Cristo y no quiso saber otra cosa que a Cristo, y a éste crucificado (1Co 2:2, 1Co 2:4). (d) Que Dios obró así en función de Su perfecta y santa soberanía: «Sí, Padre, porque así fue de tu agrado». Si Dios se complace en otorgar Su gracia y el conocimiento de Su Hijo a quienes parecen ser los menos indicados según el criterio de los hombres, y negárselos a quienes nosotros pensaríamos que podrían desempeñar con mayor brillantez y éxito el ministerio de la proclamación del Evangelio, hemos de someternos al criterio de Dios, que está infinitamente por encima del nuestro (Isa 55:8-9). Dios escoge encomendar la predicación del Evangelio en manos de quienes, con el poder divino, podrán mover los corazones a la fe y al arrepentimiento, más bien que a quienes, con la humana habilidad, podrán solamente mover las lenguas a la admiración y alabanza de su propia oratoria (comp. con 2Ti 4:1-5).

(B) Por la secreta comunicación entre el Padre y el Hijo (v. Luc 10:22). Vemos: (a) la absoluta confianza que el Padre tiene en el Hijo: «Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre». En Cristo habitaba corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9), y de esa plenitud habían de derivarse la gracia y la verdad de Dios (Jua 1:14, Jua 1:16-18) para todos los hijos de Dios. Jesús es el gran comisionado para todos los asuntos que pertenecen al reino de Dios; (b) la perfecta comprensión recíproca del Padre y del Hijo: «Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (v. Luc 10:22) por medio del Espíritu Santo» (1Co 2:10).

5. Dijo también a los discípulos cuán felices eran ellos por habérseles revelado estas cosas (vv. Luc 10:23-24). «Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte», lo cual demuestra que otros estaban también presentes, pero que las palabras que siguen a continuación iban dirigidas solamente a los discípulos, pues a ellos les habían sido reveladas estas cosas para que ellos las proclamaran a otros. (A) Les dice: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros estáis viendo». Aunque el simple conocimiento intelectual de las cosas de Dios no salva, sí es cierto que dirige al hombre por el camino de la bienaventuranza. (B) Les declara también la ventaja de que disfrutan en comparación con los que les han precedido: «Porque os digo que muchos profetas y reyes (en Mat 13:17 dice: y justos ) desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que estáis oyendo, y no lo oyeron». El honor y la dicha de los santos del Nuevo Testamento excede con mucho a los del Antiguo, incluso al de los profetas y reyes. ¡Pensemos en Moisés, en Elías, en David! Lo que estos reyes y profetas conocían de la gracia de Dios en Cristo era sólo una sombra de las realidades que nos han sido reveladas en el Evangelio (v. Col 2:17; Heb 8:5; Heb 10:1).

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