Lucas 10:25 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Conversación de Jesús con un intérprete de la ley, sobre algunos puntos de conciencia que a todos nos conciernen, y de los que necesitamos que Cristo nos suministre la información correcta.

I. En efecto, para todos es de suprema importancia saber qué debemos hacer en esta vida, a fin de conseguir la vida eterna. Este intérprete de la ley le propuso a Cristo esta pregunta «para probarle» (v. Luc 10:25). La conexión que Lucas establece al comienzo de esta porción: («Y he aquí que …) nos da a entender que este escriba, desconcertado por lo que acababa de oír de labios de Jesús (vv. Luc 10:21-22) y teniéndose por experto en la Ley de Moisés, preguntó a Jesús con intención de ponerle a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para heredar (lit. qué haciendo, heredaré ) la vida eterna?» (v. Luc 10:25). Si Jesús le prescribía algo que no estaba en la Ley, podría ser desacreditado por añadir a la ley; y si le prescribía algo que ya estaba en la Ley, podría objetársele que Su enseñanza era superflua. La pregunta en sí era excelente, pero la intención no era buena. No es suficiente la curiosidad por conocer las cosas de Dios, si no tenemos la firme resolución de obedecer la voluntad de Dios (v. Jua 7:17). Veamos ahora:

1. Cuán sabia fue la respuesta de Jesús, pues condujo al escriba a la fuente misma de la que éste quería servirse para poner a prueba al Señor. Notemos también que, aun cuando Jesús conocía los pensamientos y las intenciones del corazón del escriba, no le contestó con indignación, sino con paciencia y mansedumbre, como lo requería la importancia de la pregunta, no la intención con que la preguntaba. Le responde con otra pregunta: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?» (v. Luc 10:26). Cristo es un buen pedagogo, pues incita a que el alumno investigue por sí mismo. En este caso, la erudición misma que el escriba tenía acerca de la ley podía suministrarle la correcta respuesta. ¡Que practique lo que ya sabe, y no le faltará nada para poder obtener la vida eterna! Esto nos enseña a que estudiemos con ahínco la Palabra de Dios, yendo a Cristo en ella, para tener vida (v. Jua 5:39-40). Estar bien pertrechado de la Palabra de Dios es la condición necesaria para conocer la salvación, para toda obra buena (2Ti 3:15, 2Ti 3:17) para un testimonio convincente (2Co 2:15) y para una defensa apropiada de nuestra esperanza (1Pe 3:15).

2. El intérprete de la ley respondió correctamente a la pregunta de Jesús, al citar los dos mandamientos en que se resume toda la Ley (v. Luc 10:27, comp. con Deu 6:5 y Lev 19:18, así como con Mat 22:40, en el pasaje paralelo). No se refirió, como los fariseos, a las tradiciones de los ancianos, sino que se atuvo firmemente a la ley y al testimonio (Isa 8:20). Obsérvese, en el primer mandamiento, el aspecto de totalidad que comporta; no es suficiente darle a Dios una parte, aun cuando fuese la mejor parte, de nuestro corazón, de nuestra alma, de nuestras fuerzas y de nuestra mente, sino que el amor de Dios demanda todo nuestro ser. Al prójimo (a todo prójimo, no sólo al hermano en la fe) hay que amarle como a nosotros mismos (Mat 7:12), pero a Dios hay que amarle y servirle con todo lo nuestro y por encima de todo.

3. Cristo, entonces, le tomó por la palabra «y le dijo: Bien has respondido; haz esto y vivirás» (v. Luc 10:28), como si dijese: «Tu respuesta es correcta lo que necesitas es ponerla en práctica». En efecto ser «oidores (o lectores) de la palabra, sin ser hacedores de ella, es engañarse a sí mismos» (Stg 1:22); es, en verdad, el peor de los engaños, porque es errar en «lo único necesario» (v. 42. Véase, de paso, en el comentario a este versículo, cómo el diablo engaña también a ciertos exegetas con respecto a su genuina interpretación).

4. El escriba, al oír esto, quiso justificarse a sí mismo (v. Luc 10:29) pues pensó que Jesús intentaba darle a entender que él no había cumplido con lo que la Ley demandaba como lo más importante. Así que para justificarse de tal sospecha, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús responde con una parábola con la que pone al descubierto cuán lejos estaba el escriba (¿y nosotros?) de cumplir con la ley del amor.

II. Examinemos de cerca, tanto esta última pregunta del intérprete de la ley como la respuesta que Jesús le da por medio de una parábola. En efecto, a todos nos interesa conocer bien quién es nuestro prójimo. El escriba no pide ninguna aclaración en cuanto al amor a Dios; pero, en cuanto al amor al prójimo estaría seguro de que había cumplido bien con esta norma, pues es probable que hubiera sido hasta entonces amable y respetuoso con todos los que le rodeaban. Obsérvese:

1. Cuán corrompida estaba la enseñanza de los maestros judíos en esta materia, pues no tenían por «prójimo» a quien no era de la nación judía; aunque viesen a un gentil en peligro de muerte, no darían un solo paso para salvarle la vida, al pensar que el mandamiento no les obligaba en este caso.

2. Cómo corrigió Cristo esta equivocada noción de «prójimo» y mostró, mediante una parábola, que cualquiera que se halle en caso de necesidad, sin importar su raza, clase social, nacionalidad, etc., debe ser tratado por nosotros como verdadero «prójimo», y que, a su vez, quien atiende a cualquiera que se halle en alguna necesidad, se comporta con él como verdadero «prójimo». Veamos, pues:

(A) Primero, la parábola misma, en la que se nos presenta a un judío en circunstancias muy penosas, y a un samaritano que le socorre de la mejor manera posible. Consideremos:

(a) De qué forma había sido tratado este pobre hombre por sus enemigos: «Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto» (v. Luc 10:30). La inhumanidad de estos ladrones se echa de ver en que no se contentaron con robar al pobre hombre, sino que le golpearon bárbaramente hasta dejarlo medio muerto, y luego se marcharon sin prestarle ningún socorro, abandonándole así a una muerte segura. ¡Cuántos motivos tenemos para dar gracias a Dios por habernos preservado de la violencia de ladrones y salteadores!

(b) De qué forma fue tratado este hombre por quienes deberían haber sido sus amigos, los que pasaron cerca de él e hicieron la vista gorda para no prestarle ningún socorro; el uno era un sacerdote; el otro, un levita; personas que profesaban santidad, cuyos oficios les obligaban a tener compasión y ternura con los demás, y que habían enseñado a otros (¿o no?) a cumplir con la ley del amor al prójimo. Muchas de las clases sacerdotales tenían su residencia en Jericó y, en consecuencia, recorrían a menudo el camino de Jericó a Jerusalén y viceversa; y lo mismo digamos de los levitas, los cuales asistían a los sacerdotes. Ambos, el sacerdote y el levita, descendían por aquel camino y, viendo al herido, pasaban por el lado opuesto, como si aparentasen que no le habían visto.

(c) De qué forma fue socorrido y ayudado este pobre hombre por un extranjero ¡un samaritano! de quien menos podía esperarse ayuda para un judío (v. Jua 4:9). El sacerdote y el levita habían endurecido su corazón contra uno de su propia nación, pero este samaritano tuvo un corazón tierno, «fue movido a compasión», hacia un extranjero, pues vio en él, no a un judío, sino a un hombre en necesidad urgente, y, aunque él era samaritano, había aprendido a honrar a todos (1Pe 2:17), y a socorrer aun a los enemigos (Pro 25:21-22). Pero no se limitó a tener compasión del herido, sino que «acercándose (¡qué contraste con el sacerdote y el levita, que se pasaron al otro lado!), vendó sus heridas, e hizo uso de sus propios lienzos, echándoles aceite y vino que llevaría como provisiones; le echó vino para lavar la herida, y aceite para suavizarla y cerrarla. No se contentó tampoco con esto, sino que, «poniéndole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él» (vv. Luc 10:33-34). Podemos suponer que este samaritano iba de viaje por algún asunto o negocio que tenía que solventar; sin embargo, no tuvo empacho en diferir el asunto que le llevaba a la ciudad (quizás, ofrendar en el templo), pues vio claro que el hacer misericordia era más urgente que cualquier otro asunto, incluido el ofrecer sacrificio a Dios. Además, él hubo de marchar a pie, y todavía llevó al herido a una posada y cuidó de él durante aquel día como si fuera un hijo suyo (v. Luc 10:34). ¿Podía hacer más por el herido? Sí y lo hizo: «Al partir al día siguiente, sacó dos denarios (pago más que suficiente para lo que cobraban entonces los mesoneros), y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídale y todo lo que gastes de más, yo (enfático en el original) te lo abonaré cuando regrese» (v. Luc 10:35). Esto es lo más que habría podido hacer un amigo íntimo o un familiar; pero quien lo hace aquí es un extranjero, un samaritano, de quien sólo habría de esperarse odio y venganza.

Desde muy antiguo, se ha hecho de esta ilustración una alegoría para explicar que el herido es cada uno de nosotros, maltrechos por el pecado; el sacerdote y el levita representan a la Ley; y el Buen Samaritano es nuestro bendito Salvador, que tiene compasión de nosotros y emplea para curarnos las riquezas de Su gracia, etc. Todo esto es mucha verdad y parece muy bello, pero es totalmente ajeno al contexto en que el propio Señor lo situó, y hasta puede ser una fácil evasiva del deber que Jesús quiso subrayar (v. 1Jn 4:20).

(B) Veamos ahora la aplicación personal de la ilustración o parábola: (a) La verdad en ella implicada la saca el Señor de la propia boca del escriba, pues le dice: «¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?» (v. Luc 10:36), es decir, ¿quién hizo aquí el papel de «prójimo»? El intérprete de la ley, al ser judío, no se atrevió a responder: «El samaritano»; pero no tuvo más remedio que reconocer que el samaritano «al que usó de misericordia con él»; con el herido ¡que era judío! (b) Jesús, con base en esta misma respuesta, pudo entonces imprimir fuertemente en la conciencia del escriba no sólo quién era su prójimo, sino también, de quién tenía él que ser buen prójimo: «Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo» (v. Luc 10:37). Si un samaritano obra bien al socorrer a un judío que se halla en apuros, ciertamente no hará bien un judío que rehúse socorrer a un samaritano que se halle en condiciones similares. «Por tanto viene a decirle , haz tú lo mismo que hizo el samaritano cuandoquiera se te ofrezca la oportunidad: muévete a compasión, muéstrala prácticamente a quienes estén en necesidad, y hazlo con alegría y generosidad, aunque se trate de alguien que sea un extranjero.

El intérprete de la Ley pensaba que, con su pregunta, iba a poner a Jesús en un aprieto, pero el Señor le envió a aprender a la escuela de un samaritano. La lección va para cada uno de nosotros y, especialmente, para los «intérpretes de la ley».

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