Lucas 11:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La oración es uno de los grandes deberes de todo hombre religioso, por lo que uno de los mayores objetivos del cristianismo es ayudarnos a orar, y mostrarnos la obligación de hacerlo, e instruirnos sobre el modo de hacerlo y estimulándonos a sacar provecho de tan excelente gracia.

I. Hallamos a Jesús orando en un lugar (v. Luc 11:1). Lucas menciona más que ningún otro evangelista la frecuencia de las oraciones de Cristo: Cuando fue bautizado, estuvo orando (Luc 3:21); «se retiraba con frecuencia a los lugares solitarios para orar» (Luc 5:16); «salió al monte a orar y pasó la noche entera en oración a Dios» (Luc 6:12); «mientras Jesús oraba aparte» (Luc 9:18); poco después, «subió al monte a orar. Y entretanto que oraba …» (Luc 9:28-29); y aquí le vemos «orando en un lugar».

II. Sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar: «Cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar». No querían molestarle mientras oraba; por eso, acudieron con la petición cuando terminó de orar. Aun cuando Cristo está dispuesto a enseñarnos, desea que se lo pidamos, pues así le mostramos nuestro interés y que somos conscientes de nuestra necesidad.

1. Su petición es, pues: «Señor, enséñanos a orar». Los verdaderos discípulos de Cristo han de acudir a Él para que les instruya sobre la oración. La frase misma: «Señor, enséñanos a orar» es ya en sí, una buena oración y, por cierto, muy necesaria, pues no es cosa fácil orar bien; y solamente Jesucristo mediante Su palabra y el Espíritu Santo, puede enseñarnos a orar (v. Rom 8:26-27). La oración es una gracia que se obtiene pidiéndola.

2. Y añaden: «Como también Juan enseñó a sus discípulos». Juan el Bautista se preocupó de enseñar a sus discípulos a orar y los de Cristo desean también que el Maestro les enseñe como Juan hizo con los suyos. Mientras que las oraciones de los judíos consistían generalmente en adoraciones, alabanzas a Dios y doxologías, Juan enseñó a sus discípulos a orar también en forma de peticiones. Eso es lo que vienen los discípulos de Jesús a decirle a su Maestro: «Señor enséñanos a orar en forma que añadamos peticiones a las bendiciones al nombre de Dios a las que estamos acostumbrados desde la niñez». Y vemos que, en efecto, Cristo les enseña una oración que consta únicamente de peticiones y en la que se omite toda doxología, e incluso el Amén.

III. Cristo les instruyó a este respecto conforme a la norma que ya había apuntado en el Sermón del monte (Mat 6:9.). Todo lo que pudieran pedir se encuentra resumido en estas pocas frases, como en breves epígrafes que ellos podrían después rellenar con sus propias palabras.

1. Hay algunas diferencias en esta oración, entre la forma en que aparece aquí y en Mateo. Así, en la cuarta petición, dice en Mateo (Mat 6:11): «Danos hoy nuestro pan cotidiano». En Lucas dice literalmente: «Continúa dándonos cada día nuestro pan cotidiano» con lo que se expresa mejor nuestra continua dependencia de Dios en cuanto a nuestro sustento como los hijos con respecto a sus padres. De este modo, podemos hallarnos cada mañana ante una perspectiva siempre nueva en el cumplimiento de nuestras obligaciones conforme lo requiere cada día, puesto que recibimos de Dios también el sustento y la gracia cotidianos, conforme lo requiere la necesidad de cada día. También encontramos alguna diferencia en la quinta petición. En Mateo (Mat 6:12), dice: «Y perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos …». En Lucas, dice: «Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos». Éste es un buen requisito para obtener el perdón y, si Dios ha obrado en nosotros esa gracia, podemos apelar a ella para dar mayor fuerza a nuestra petición para que Él nos perdone también a nosotros; como si le dijéramos: «Señor, perdónanos, ya que Tú nos has puesto en el corazón el perdonar a todos los que nos deben». Aquí vemos también otra pequeña diferencia entre Mateo y Lucas, pues en Mateo leemos: «a nuestros deudores», en general, mientras que en Lucas se especifica: «a todo el que nos debe» (lit.). También se omiten en Lucas la doxología y el Amén que muchos MSS traen en Mateo, como si en Lucas quisiera dejar un cierto vacío que los cristianos hemos de llenar con un «gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».

2. No obstante, la sustancia de la oración es la misma en ambos evangelistas; y de ella vamos a deducir aquí algunas lecciones generales:

(A) Que en la oración debemos llegarnos a Dios como los hijos al Padre, un Padre común de todos cuantos hemos llegado a ser Sus hijos (Jua 1:13; Rom 8:14.; etc.). La idea, tan corriente, de que Dios es Padre de todos los hombres es totalmente contraria a las Escrituras (v. por ej. Jua 8:41-44).

(B) Que, al mismo tiempo y en las mismas peticiones que dirigimos a Dios a favor nuestro, hemos de incluir a todos cuantos son, como nosotros, hijos de Dios, puesto que Jesús nos enseñó a pedir: «Padre nuestro …», no: «Padre mío». Un principio fundamental de amor católico, es decir, universal, debe animar nuestro corazón cada vez que recitamos la oración que el Señor nos enseñó.

(C) Que, para robustecer en nosotros el hábito de dirigir nuestros pensamientos al Cielo (comp. con Col 3:1-3), hemos de dirigir allá los ojos de la fe, ya que hablamos a nuestro Padre que está en los Cielos.

(D) Que en nuestra oración hemos de buscar primero el reino de Dios y su justicia, y dar honor a Su santo nombre y al poder de Su justo gobierno. ¡Oremos que tanto Su honor como Su poder se manifiesten más y más!

(E) Que los principios y las prácticas del mundo invisible (al que, por tanto, sólo por fe podemos llegarnos de momento) son el gran original o arquetipo al que debemos desear que se ajusten más y mejor los principios y las prácticas del mundo visible; ya que la frase «como en el cielo, así también en la tierra» puede aplicarse a las tres primeras peticiones.

(F) Que quienes fiel y sinceramente tienen el pensamiento ocupado en las cosas de Dios pueden esperar humildemente que todas las demás cosas les serán añadidas (Mat 6:33) y orar así con fe segura por ellas. Si nuestro principal deseo es que el nombre de nuestro Padre sea santificado, que venga Su reino y que se cumpla Su santa voluntad, podemos también acudir con toda confianza al trono de la gracia (Heb 4:16) a pedir a Dios que nos conceda lo necesario para el sustento cotidiano.

(G) Que en nuestras oraciones por las bendiciones temporales hemos de ser moderados y ajustarnos a las necesidades de cada día, pues «le basta a cada día su propio mal» (Mat 6:34) y, por otra parte, al pedir el pan de cada día reconocemos nuestra constante dependencia del Padre Celestial.

(H) Que los pecados son deudas que contraemos cada día y por las que, por consiguiente, hemos de orar cada día que se nos perdonen. Cada día aumenta nuestro déficit en la cuenta del pecado, y es un milagro de la divina misericordia el que se nos otorgue el denuedo necesario para acercarnos cada día al trono de la gracia para orar por el perdón de los pecados que, en nuestra debilidad, cometemos diariamente. Dios multiplica Su perdón mucho más allá de setenta veces siete.

(I) Que no tenemos ninguna razón para esperar que Dios nos perdone los pecados que cometemos contra Él, si nosotros no perdonamos sinceramente a quienes de alguna manera nos hayan afrentado o injuriado.

(J) Que la tentación al pecado debe infundirnos tanto temor como la ruina del pecado. Debemos, pues, orar a Dios que no seamos llevados a la tentación, como hemos de orar que seamos prevenidos de caer en pecado y, por el pecado, en la ruina que el pecado comporta (comp. con 1Co 8:11).

(K) Que hemos de depender de Dios para que nos libre de todo mal o, más bien, del Malo, de Satanás, aun cuando esta última frase, que vemos en Mat 6:13, falta en bastantes e importantes MSS de Lucas. Con la oración, han de ir unidas la vigilancia (Mat 26:41; Mar 14:38) y la resistencia al diablo (Stg 4:7). Imitemos al Señor Jesucristo en la forma con que venció las tentaciones del Maligno.

IV. Jesús nos estimula a ser importunos, fervientes y constantes en nuestras oraciones, pues nos muestra:

1. Que la importunidad obtiene buenos resultados en nuestro trato con los hombres (vv. Luc 11:5-8). Propone el caso de un hombre que, en una súbita emergencia, se va a casa de un vecino a una hora intempestiva como es la medianoche, para rogarle que le preste una hogaza o dos de pan, no para él mismo, sino para un amigo que ha llegado sin avisar de su llegada. El vecino se resistirá a concederle el favor, porque le ha despertado con su llamada y le ha puesto de mal humor, y tendrá muchas razones para excusarse. Pero si el hombre continúa llamando e insiste en su petición y rehúsa marcharse de la puerta del vecino mientras no obtenga el favor que pide, el vecino se levantará de la cama y le concederá lo que le pide, aunque no sea más que por quitárselo de encima: «Os digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo qué necesite» (v. Luc 11:8). Si así podemos prevalecer con los hombres por medio de nuestra importunidad, aunque ellos se incomoden, ¿cómo no prevaleceremos con Dios, quien está deseando que le importunemos? Este símil, pues, nos anima a orar:

(A) Nos enseña a dirigirnos a Dios con libertad y confianza, para pedirle lo que necesitemos, de la misma manera que un hombre va a casa de un amigo íntimo, de quien espera ayuda segura en un momento de apuro.

(B) Hemos de acudir en oración a Dios, a fin de pedirle algo necesario, como es el pan.

(C) Hemos de acudir a Él para pedir por otros también, no sólo por nosotros. El hombre del símil vino a pedir pan, no para sí, sino para un amigo. Nunca seremos mejor recibidos en audiencia ante el trono de la gracia que cuando vamos a pedir que Dios nos capacite para hacer bien a otros.

(D) Hemos de acudir a Él con mayor confianza cuando nos hallamos en un apuro en que no nos hemos metido por nuestra necedad y descuido, sino porque la providencia de Dios nos ha llevado a esa situación. Este hombre no habría necesitado el pan si no hubiese sido porque el amigo vino a él inesperadamente. En tales casos, la ansiedad que Dios pone en nuestro corazón podemos descargarla con toda confianza sobre Él. Si no contesta nuestras oraciones inmediatamente, lo hará a su debido tiempo si continuamos importunándole.

2. Que Dios ha prometido darnos lo que le pidamos. No sólo nos anima saber cuán bueno es, sino también que es fiel a Su palabra (vv. Luc 11:9-10): «Y yo os digo: Pedid, y se os dará …». Lo tenemos aquí de los labios mismos de Jesús. Y no nos hemos de contentar con pedir sino que hemos de buscar también, y unir la acción a la plegaria; y, al pedir y buscar, hemos de continuar llamando a la misma puerta, y así prevaleceremos al final. «Porque todo aquel que pide, recibe», aunque sea el menor de los creyentes, con tal que pida con fe. Esta importunidad consigue infalibles resultados cuando pedimos a Dios las peticiones que el propio Jesús nos enseñó (vv. Luc 11:2-4).

V. Jesús nos estimula a orar con la consideración de que Dios es nuestro Padre. Así lo hace:

1. Apela a las entrañas de los padres de la tierra: «¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?; ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?» (vv. Luc 11:11-12). Todos sabemos que sólo un padre degenerado o loco podría hacer con sus hijos tales barbaridades.

2. Aplica esto a las bendiciones de nuestro Padre Celestial: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (v. Luc 11:13). En Mat 7:11, dice: «cosas buenas»; pero aquí dice: «el Espíritu Santo». Obsérvese:

(A) La instrucción que nos da en cuanto a lo que hemos de pedir: Hemos de pedir que nos de el Espíritu Santo, no sólo como algo que necesitamos para saber orar como conviene, sino también como resumen de todas las cosas buenas por las que hemos de pedir.

(B) El ánimo que nos da en cuanto a la esperanza de una pronta respuesta a nuestras oraciones: «Vuestro Padre Celestial dará …». Está en Su poder darnos el Espíritu, y en Él darnos todas las demás cosas; pero está también en Su promesa. Si nuestros padres de la tierra, siendo malos (es decir, pecadores por naturaleza, no precisamente mal inclinados hacia los hijos) y débiles, saben y quieren dar cosas buenas a los hijos, cuánto más nuestro Padre de los cielos, infinitamente bueno y sabio, nos dará cosas buenas y, sobre todo, el mayor Don que tiene, que es el Espíritu Santo?

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