Lucas 11:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La sustancia de estos versículos la tenemos en Mat 12:22 y siguientes. Cristo ofrece aquí una prueba general de Su divina misión, mediante una prueba particular de Su poder sobre Satanás juntamente con un anticipo del éxito de tal empresa. Le vemos aquí que expulsa a un demonio que había dejado mudo al pobre poseso. En Mateo se nos dice que era ciego y mudo. Tan pronto como el demonio fue echado fuera por la palabra de Cristo, el mudo habló y sus labios se abrieron para expresar sus alabanzas a Dios.

I. Algunos fueron afectados positivamente por este milagro. «La gente se maravilló» (v. Luc 11:14). Admiraban el poder de Dios.

II. Otros se ofendieron del milagro y sugerían que Jesús había hecho esto en virtud de una especie de confederación con el príncipe de los demonios (v. Luc 11:15). Algunos, para corroborar esta sugerencia y confrontar la evidencia del poder milagroso de Cristo le retaban a que les diese una «señal del cielo» (v. Luc 11:16) en confirmación de Su poder y de su doctrina. Como si una señal del cielo no pudiera serles dada también en connivencia o pacto con el príncipe de la potestad del aire. La incredulidad obstinada siempre hace por hallar una excusa, por absurda y frívola que sea. Cristo les responde plena y directamente, mostrándoles:

1. Que un ser tan astuto como Satanás jamás podría llegar a firmar un pacto que condujese directamente a la ruina de su propio imperio (vv. Luc 11:17-18). Jesús conocía los pensamientos de ellos, aun cuando trataban de ocultarlos y viene a decirles: «Vosotros mismos no tenéis más remedio que admitir la falta absoluta de fundamento de vuestra suposición, pues es un proverbio comúnmente aceptado que ninguna empresa internamente dividida puede subsistir y permanecer, ni la empresa pública de un reino ni la empresa privada de una casa o familia: cualquiera de las dos que esté dividida contra sí misma, caerá y será arruinada completamente. Por tanto, si Satanás entra en un pacto que tiende a que su poder sobre los hombres se acabe, él mismo está acelerando su propia ruina».

2. Que sólo la mala voluntad de ellos podía achacar a pacto con Satanás por parte de Jesús aquello mismo que ellos aplaudían y admiraban en otros de su misma nacionalidad (v. Luc 11:19): «Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos fuera?» Como si dijese: «Algunos de vuestros familiares y seguidores se han dedicado a expulsar demonios en el nombre del Dios de Israel, y nunca les habéis imputado tal coalición infernal». Nótese que es una gran hipocresía condenar en quienes nos reprenden lo mismo que aplaudimos en quienes nos adulan.

3. Que, al oponerse a ser convencidos por este milagro, se hacían enemigos de sí mismos, pues rehusaban recibir el reino de Dios (v. Luc 11:20): «Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros». En Mat 12:28 dice: «En virtud del Espíritu de Dios». Por donde vemos que al Espíritu Santo se le llama «el dedo de Dios» (com. con Éxo 8:19). En efecto, los dedos son la parte del brazo con la que agarramos los objetos y ejecutamos toda clase de labores, lo cual se aplica muy apropiadamente a la tercera persona de la Deidad, que ha sido justamente apellidada «agente ejecutivo de la Santísima Trinidad». El dedo indica también el arte, más bien que la fuerza, para obrar. Satanás no necesita la potencia del brazo de Dios para ser desposeído de su dominio; basta con un ligero toque del dedo de Dios para destruir su imperio. Como dice el Apóstol Juan: «Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo» (1Jn 4:4).

4. Que el expulsar a los demonios era realmente la destrucción del poder y del dominio de Satanás (vv. Luc 11:21-22). El hecho de que Jesús arrojase al demonio daba a entender que era más fuerte que él y que, por tanto, podía arrojarle, no por consentimiento de Satanás, sino por la fuerza. Esto tiene aplicación, no sólo a las victorias que Cristo obtuvo sobre Satanás en este mundo, sino también a las que obtiene sobre el mismo Satanás en el corazón de los seres humanos tanto arrebatándole presas por medio de la conversión de pecadores perdidos, como robusteciendo a los creyentes contra las tentaciones diabólicas. Observemos aquí:

(A) La miserable condición de un pecador inconverso: En su corazón, hecho para ser templo de Dios, Satanás tiene su palacio; y todos los poderes y las facultades del alma son bienes del diablo. El diablo, fuerte armado, guarda su palacio, para disfrutar en paz de sus posesiones. Todos los prejuicios con que el diablo endurece el corazón de los hombres contra la verdad y la santidad son como baluartes que erige para guardar su palacio. Hay una especie de falsa paz, de necia seguridad, en el palacio de una persona inconversa, cuando el diablo ha tomado posesión de ella. El pecador suele tener buena opinión de sí mismo, trata de gozar de la vida presente y olvidarse de lo que pueda sucederle después de la muerte. Antes de la venida de Cristo, todo parecía estar en paz, porque todos y todo iban por el mismo camino; pero la predicación del Evangelio perturba la paz del palacio de Satanás.

(B) El cambio maravilloso que se opera en la conversión. Satanás está fuertemente armado, pero Cristo es más fuerte que él, cae sobre él por sorpresa y le desposee de todos sus bienes. Véanse las pruebas de esta victoria: Primero «le quita todas sus armas en que había confiado» (v. Luc 11:22). Cristo desarma a Satanás. Cuando el poder del pecado y de la corrupción es quebrantado en un alma, se le quitan las armas a Satanás. En segundo lugar, Cristo «reparte el botín» (v. Luc 11:22, comp. con Efe 4:8); toma posesión de los bienes, pues todas las facultades del alma y todos los órganos del cuerpo quedan dedicados ahora al servicio del Señor; más aún, hace un reparto entre Sus seguidores y otorga a todos los creyentes el beneficio de tal victoria.

(C) De aquí infiere el Señor Jesús que, puesto que el objetivo de Su doctrina y de Sus milagros era quebrantar el poder de Satanás, todos tienen el deber de unirse a Él para recibir el Evangelio y comprometerse con todo lo que el Evangelio comporta; porque, de lo contrario, justamente serán reconocidos como pertenecientes al bando del adversario: «El que no está conmigo, contra mí está» (v. Luc 11:23).

5. Que hay una gran diferencia entre el marcharse el demonio por la puerta y el ser expulsado por la fuerza. Cuando el Señor echaba fuera los demonios, éstos nunca regresaban, así seguían el mandato del Señor (v. Mar 9:25); mientras que, cuando se va por diferentes motivos, tan pronto como halla oportunidad de regresar, vuelve a entrar en el poseso (vv. Luc 11:24-26). Cristo, al derrotar al enemigo totalmente, le derrota definitivamente. Tenemos:

(A) La condición del hipócrita, con su lado claro y su lado oscuro. Su corazón es todavía casa de demonios, sin embargo, (a) el espíritu inmundo se ha marchado; no ha sido echado, sino que se ha ido por algún tiempo, de manera que el hombre no parece estar bajo el poder de Satanás como lo estaba anteriormente; (b) la casa está barrida de notorias poluciones por medio de una reforma parcial, superficial. La casa está barrida, pero no está fregada. Un barrido quita solamente la suciedad que está suelta pero deja intacta la que está sólidamente apegada al corazón. La casa está barrida de la suciedad que aparece a los ojos del mundo, pero no está limpia de los ocultos pecados que anidan en los íntimos recovecos del alma; (c) la casa está en orden con los dones y gracias que son comunes a creyentes confesantes y a hipócritas profesantes, pero no está amueblada con ninguna gracia genuina, sino con cuadros y retratos de todas las gracias; todo es pintura y barniz, sin realidad interior y permanente. La casa está en orden, pero no ha cambiado de dueño, porque nunca ha sido realmente entregada a Cristo.

(B) La condición del apóstata, en quien el demonio ha vuelto a entrar después de haberse marchado: «Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él» (v. Luc 11:26). Éstos entran sin ninguna dificultad ni oposición. La naturaleza aborrece el vacío; cuando el corazón humano parece estar reformado, como una casa bien barrida y en orden, está pidiendo un inquilino; si el demonio se marcha, debe ser habitada por el Espíritu Santo; porque, de lo contrario el diablo volverá con mayor poder. No hay peor tragedia que la reincidencia en el pecado (v. 2Pe 2:20-22). Por eso, la hipocresía es el camino real hacia la apostasía: «Y el estado final de aquel hombre viene a ser peor que el primero». Las formas exteriores no se pueden guardar por tiempo indefinido. La hora de la «prueba» es la que «prueba» la falsa condición del hipócrita temporal y oportunista (v. Mat 13:20-21; Mar 4:16-17). El estado final de tales personas es siempre peor que el primero, tanto en cuanto al pecado como al castigo. Por eso, los apóstatas suelen ser los peores hombres, puesto que su conciencia está cauterizada, insensible a las llamadas de la gracia, y su corazón está más endurecido en el pecado. En el día del gran Juicio recibirán mayor condenación.

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